lunes, 23 de febrero de 2009

El empuje a la desaparición del sujeto. Conferencia en UDLA.




En la lección inaugural pronunciada en el Collège de France que establece su presencia en la prestigiada institución y publicada bajo el nombre de “El orden del discurso
[1]”, Foucault plantea al inicio de su exposición, el problema de la regulación de los discursos posibles en la academia, que me servirá para iniciar mi reflexión y pensar en voz alta con ustedes, el motivo de mi presencia en este simposio.
Indica cómo, en toda sociedad, la producción del discurso está controlada, seleccionada y redistribuida por cierto número de procedimientos que tienen por función conjurar ciertos peligros, dominar el acontecimiento aleatorio y esquivar las consecuencias materiales de algunos discursos.
Allí establece como mecanismos de exclusión: la prohibición, la marginalización, y paradójicamente, la voluntad de la verdad según ciertos parámetros establecidos. No es difícil comprender estos mecanismos, pero de cualquier manera diremos algo de cada uno de ellos, aunque nos importa sobre todo el tercero para el desarrollo de nuestro tema.
El primero de ellos y más conocido, utiliza la represión como pivote de su lógica y ha sido implementado en las familias durante toda la época victoriana y sus ramales hasta nuestros días, para censurar el tratamiento de los temas sexuales. Si bien, esa época parece hoy lejana, y Foucault mismo ha cuestionado la existencia de la represión sexual en un texto ulterior, personalmente puedo dar testimonio, tras 20 años de experiencia clínica, que los pacientes que se presentan a psicoanálisis, sufren de la misma angustia ante su sexualidad que aquellos que veía Freud a principios del siglo pasado. Pero por si mi testimonio no fuese completamente verosímil para ustedes, no hay más que verificar que la prostitución, las salas de masajes, las terapias sexológicas, etc. se incrementan día a día y junto con los anuncios de oferta sexual que pueblan los medios de comunicación masiva, hablan de una insatisfacción general de la población en lo que se refiere al desarrollo de su vida íntima.
El segundo de ellos, es más sutil e implica la anulación de un discurso reduciéndolo a la insensatez de la locura. Erasmo, Cervantes y Shakespeare consideraban al loco como un portador de verdades que podía hablar con una claridad que no le estaba consentida al sujeto común y corriente, la medicina moderna lo considera como un enfermo con desequilibrios bioquímicos y prefiere en vez de escucharlo, medicarlo para que silencie su discurso. Fundamental en este proceso de descalificación, es el gesto de apostasía de la locura misma expresado por Descartes y contenido en sus Meditaciones Metafísicas. El pasaje citado es elocuente:


Y ¿Cómo negar que estas manos y este cuerpo sean míos, a no ser que me empareje a algunos insensatos, cuyo cerebro está tan turbio y ofuscado por los negros vapores de la bilis, que afirman de continuo ser reyes, siendo muy pobres, estar vestidos de oro y púrpura, estando en realidad desnudos, o se imaginan que son cacharros, o que tienen el cuerpo de vidrio?
[2].


La voz de la locura que el Renacimiento habría liberado, será reducida al silencio en la época clásica y el golpe inicial de esta contracción se dará a través de la filosofía. Descartes encuentra la locura al lado del menospreciado sueño y de todas las formas de error. La línea divisoria entre la normalidad y la locura se establecerá de manera tajante poniendo al loco del lado de la miseria, la locura se convierte así, en naturaleza perdida, extravío de la voluntad y deseo, sin razón que no puede tomarse en cuenta puesto que altera la estructura natural del mundo que se piensa como racional. A los locos se les clasificará como a las especies de animales hasta construir inventarios dignos de la zoología fantástica que nos ha legado José Luis Borges.
El tercero de ellos, cómo les señalaba, es mucho más menudo de rastrear y consiste en el empuje a la investigación en un solo sentido, a fin de que sean los prejuicios establecidos los que normen el proceso de escudriñamiento de la realidad. Es aquí dónde quisiera detenerme un poco más, pues mi preocupación central es hoy la consideración del sujeto como objeto de estudio y la necesidad de que dicho estudio de la subjetividad e intersubjetividad implícitas en las relaciones entre hombres y mujeres sea tomado en cuenta en las políticas de investigación académica.
Quiero llamarles la atención sobre el borramiento del sujeto en una buena parte de las aproximaciones al estudio del hombre, lo que revela una profunda crisis que en la psicología, la sociología y la filosofía, que han recorrido el camino de la reificación del llamado método científico como medio de la obtención de verdades y al privilegio de los estudios descriptivos, narrativos y estadísticos a los interpretativos con la consecuente pérdida de la subjetividad que caracteriza al mismo ser humano y el valor heurístico que corresponde al ámbito hermenéutico. Estas disciplinas, en su afán de cientificidad privilegian un punto de vista empírico positivista que desconoce la especificidad del ser humano en sus aspectos concientes, pero sobre todo, en los inconscientes.
Las críticas que desde la filosofía de la ciencia se han realizado al psicoanálisis freudiano desde hace poco más de 30 años hasta la fecha, persisten en sostenerse entre algunos profesores de metodología de la ciencia, la mayor parte de los psicólogos y filósofos que desearían ver al psicoanálisis muerto y bien enterrado. Éstas mismas críticas son aplicadas hoy al estudio de la subjetividad por considerarla inútil como objeto de estudio ya que no se ajusta a un programa metodológico de corte físico ¾ biológico.
Popper y Nagel, en su momento, coincidieron al condenar la veracidad del inconsciente y el hecho de que el psicoanálisis se presentara a sí mismo como ciencia o teoría científica. Lakatos se sumó al coro de críticos, excluyéndolo de todo programa de investigación que pudiese tomarse con seriedad.
Frente a estas críticas voy a intentar mostrar cómo puede aspirarse, desde la filosofía y el mismo psicoanálisis, a una defensa del estudio de la subjetividad entendiéndola como una disciplina que se ocupa de temas como el papel del sujeto psicológico en la construcción de las instituciones sociales, la subjetividad subyacente al ejercicio de la violencia, las narraciones de historias de vida, las diferencias de género y los aspectos inconscientes que constituyen la estructuración social.
Hace algunas décadas la relación del psicoanálisis con la filosofía de la ciencia era tensa, el psicoanálisis fue blanco de diversos ataques y se le exigía demostrar con criterios lógicos y epistemológicos que el psicoanálisis era una ciencia, tal como Freud lo había soñado. Según el modelo de Popper
[3], el psicoanálisis no cumpliría con algunos argumentos o criterios básicos que le validarían como científico.
En primer lugar, sufriría de una ausencia de validación empírica que le permitiría poder deducir de sus proposiciones, consecuencias que dotaran a la teoría de un contenido definido. Según este criterio, nociones freudianas como energía libidinal, conflicto edípico, etc. no son susceptibles de validación empírica, puesto que puede atribuirse los mismos efectos a otras causas. El psicoanálisis no puede probar lo que afirma y, aún considerando que su método principal fuese la interpretación, no puede expresar de manera clara y distintiva los límites de ésta, pues la teoría parece explicarlo todo de acuerdo a sus parámetros.
En segundo lugar, el psicoanálisis, tampoco cumpliría con el criterio de refutabilidad. Según Popper: "una teoría tiene que ser capaz de decir bajo qué condiciones podría no ser verdadera para ser considerada una teoría científica”. La hipótesis central, según ésta crítica sería la del pansexualismo freudiano, que cubriría todas las facetas de la conducta humana y que en ningún caso sería refutable, descartándose así su estatuto como ciencia.
En tercer lugar, la existencia de entidades desencarnadas dentro del psiquismo (ello, Yo y superyó) es una hipótesis incontrastable. El inconsciente es una construcción que no tiene hasta ahora ningún asiento en los datos proporcionados por la neurobiología y no tendría por qué tenerlos, sería tanto como pedir que hubiera un sustento biológico para el amor ó el odio, y me parece que la adrenalina ó la acetilcolina no son ninguna base explicativa de algo que trasciende la materialidad sencilla.
Y finalmente, la validez de la inducción como base para la ciencia no es sólo filosóficamente insegura, sino que también desacertada, porque los científicos no trabajan como prescribe el modelo inductivo. En la práctica científica, la teoría normalmente precede al experimento o al proceso de recolección de datos.
Todos estos argumentos son difícilmente aplicables de manera estricta a lo que se juega en las ciencias humanas que es una lógica cualitativa y en particular, en el caso del psicoanálisis, prueban una incomprensión crasa de esta disciplina.
En primer lugar, porque la inducción se utiliza en casi todos los estudios sociales y no ha sido descartada como método de investigación, el uso de predicciones generales según la cuales un símbolo dicente continuará representando un hecho si las circunstancias de su producción son idénticas es la base de casi todos los estudios sobre el hombre, aún sin tomar como base el problema del estatuto incierto del referente.
Hay que tomar en cuenta también que los tan socorridos estudios probabilísticos que hacen que se estudie estadística como parte inseparable del currículo de los psicólogos no son ninguna fórmula infalible en la predicción de hechos. Las estadísticas son como los bikinis, revelan muchas cosas, pero siempre ocultan lo esencial. Leonard Mlodinow
[4] se pregunta ¿por qué los griegos no desarrollaron una teoría de la probabilidad? Dado que en la historia de las matemáticas destacan como una de las civilizaciones más sobresalientes. Quizá hubiera sido relevante una teoría de este tipo, y la posibilidad de predecir en base a este criterio. Pero, precisamente el pensamiento griego rechaza esa posibilidad. En el Fedón de Platón, Simmias le dice a Sócrates que los argumentos a partir de las probabilidades son impostores, anticipándose a Kahneman y Tversky que señalan que: “a menos que se utilicen con gran cautela, tienen la tendencia a ser engañosos”[5]
Por otro lado, el psicoanálisis después de Freud, no se propone como una teoría general que proponga leyes y principios universales que subsuman todo fenómeno humano, menos aún en base al pansexualismo que no es una hipótesis de base, sino adjunta a la comprensión psicoanalítica. Los psicoanalistas siempre han sido muy concientes de sus limitaciones en el campo de la predicción y de la aplicación de sus conceptos fuera del marco analítico.
Si no fuese así, la injusta e inverosímil guerra que aún los Estados Unidos libran contra Irak, o la asesina intervención del Estado de Israel sobre Palestina, podrían ser justificadas como producto corriente de un impulso de destructividad en el hombre. Cuestión que queda fuera de lugar - no conozco a ningún psicoanalista que sostenga tal opinión - frente a los intereses económicos que hacen posible que un ejército de horcos hagan un trabajo de devastación y muerte para el que fueron preparados en sus países como se entrena a un plomero o un mecánico.
En segundo lugar, porque las pruebas de recolección de datos que se piden a los analistas alteran completamente su objeto de estudio. Nos encontramos en el mismo caso que el de la aplicación de la paradoja concebida por Erwin Schrödinger en el año 1937 para ilustrar las diferencias entre interacción y medida en el campo de la mecánica cuántica. Si nosotros aplicamos un aparato de observación a la situación analítica, el observador interactúa con el sistema y lo altera, decanta el sistema hacia un resultado que no podría esperarse, si hubiese dejado intacto el encuadre con el que interactúa habitualmente con su paciente. Por ello me parece inútil que se introduzca una cámara en la sesión analítica para observar y verificar a punto la práctica analítica.
Y por último, la crítica a la existencia de entidades descarnadas no puede calificarse sino de ingenua y descalificable desde la reformulación que en 1967 hizo el mismo Popper
[6] al sostener su teoría de los tres mundos. En ella, denomina Mundo 1 al conjunto de estados y de cosas existentes o mundo de las cosas materiales o estados físicos; Mundo 2 a los estados de la mente privados e individuales, es decir, el mundo subjetivo de las mentes, de los estados mentales o estados de conciencia y Mundo 3 al conocimiento objetivo o conjunto de datos e informaciones almacenados en libros, películas, discos magnéticos, etc., que constituyen el fundamento de la objetividad, así como el mundo de estructuras objetivas producidas por las mentes de las criaturas vivientes, que una vez producidas y almacenadas (en el lenguaje mismo, por ejemplo), tiene una existencia propia o autónoma. Para el escucha avezado en la teoría lacaniana, le sonarán familiares estas nociones como una aproximación equívoca a lo que queda mejor establecido como la tríada: Real, Imaginario y Simbólico. El gran problema de la teoría de los tres mundos es considerar al Mundo 2 como una actividad meramente del sujeto conciente (identificado con una especie de máquina de Turing dedicada a trazar algoritmos de la realidad y resolver problemas sin atención más que a una lógica matemática) que objetiviza su conocimiento del mundo plasmándolo en la letra (Mundo 3), que constituiría el fundamento mismo del conocimiento humano, convirtiéndose en un dominio sin sujeto y plenamente autónomo.
Nosotros pensamos que las leyes no hablan por sí solas. La noción de episteme enunciada por Foucault en ese complejo libro pleno de singular poesía, llamado Las palabras y las cosas, abre luz sobre el estatuto del dominio del Mundo 3. Una episteme puede definirse como una estrategia de juicio producto de las preocupaciones de una época, que posee una coherencia interna que hace posibles campos de conocimiento pero que obedece y se conforman a contrapelo de cualquier voluntad conciente u afán objetivo y se rige estrictamente por determinantes históricas.
Castoriadis
[7], agrega a esta discusión, que se puede hablar en nombre de las leyes, del Estado, etc. y que este tipo de enunciaciones pueden cumplir una función importante, pero jamás nadie habla en nombre de una persona a menos que se le ordene que lo haga.
Hemos dedicado mucho tiempo a hablar de un solo autor en relación con nuestro tema de interés. Los ataques al estudio de la noción de Sujeto proceden, sin embargo, de diferentes lugares.
En este sentido, cabe preguntarse qué lugar ocupa el psicoanálisis en la reflexión de las ciencias humanas y la respuesta no es difícil de encontrar: se ocupa del Sujeto, de la persona humana y sus afectos. ¿Puede entonces llamarse a esto una ciencia? Aristóteles distinguía el arte de la ciencia por un saber hacer que nos conduce a las causas y los principios. El psicoanálisis en este sentido, no puede ser otra cosa que la ciencia del Sujeto, si se quiere, en el sentido más lato que pueda denominarse una ciencia y sin descartar que pueda también ser una hermenéutica como lo sostiene Ricoeur o incluso una ética como lo afirma Lacan. El afán de los esfuerzos de los psicoanalistas será cuestionar al sujeto descartiano. El sujeto de la cogitación, del enunciado, del pensamiento conciente, es cuestionado por Freud puesto que olvida el cuerpo y sus necesidades, y no comprende el mundo más que a través de la razón. El sujeto de la enunciación, de la existencia, rebasa las afirmaciones implícitas en el razonamiento de Descartes:
YO SOY LO QUE PIENSO, EL QUE PIENSA SOY YO.

“Yo” no soy lo que pienso o no totalmente al menos, soy más que eso. Soy la suma de mis prejuicios, de la imagen falsa y narcisística que poseo, de mis pasiones, de las sentencias y prohibiciones morales de mis padres y mis abuelos, de las aporías que me habitan. Yo no pienso, sino en mí habla el lenguaje que es transubjetivo y que no me pertenece a mí, ni a nadie. Mi Yo, mi discurso conciente, es el crisol dónde se funden historias de generaciones atrás y que aparece como una unidad engañando al ojo como lo hacen los anamorfismos de pintores como Archimboldo o Salvador Dalí. La película “Being John Malkovich” (1979) muestra de manera tragicómica la posibilidad de que nuestra identidad no sea sino una fachada, una marioneta o un árbol hueco, habitado por uno o más personajes provenientes del presente y sobretodo del pasado.
Hoy en día, la gran mayoría de las academias en las universidades se alinean para desconocer al psicoanálisis y de paso al Sujeto. No sólo desde la descalificación misma de todo discurso que hable de estos temas, sino ¾desgraciadamente¾ haciendo uso también de los mecanismos de represión y marginalización antes descritos. En la mayor parte de las universidades en México no se enseña psicoanálisis ni se habla de la subjetividad: no en filosofía, no en psicología, y menos en disciplinas como la sociología o la antropología. ¿Podemos detenernos un poco a pensar sobre el asunto? Según la paradoja de Schrödinger, las partículas alfa del experimento que podrían ser o no liberadas por el átomo radiactivo colocan al gato amenazado en un 50 % de posibilidades de estar vivo o muerto, colocándolo en la condición ilógica de medio muerto o medio vivo. Sin embargo, en el caso del Inconsciente y el sujeto, lo que topamos habitualmente cuando hablamos de éste ante quienes tienen una formación neopositivista y empírica es el 100 % de descrédito.
Confiamos que el panorama cambie y llegue muy pronto el día en que podamos hablar abiertamente de estos temas en todas las escuelas de psicología, yo digo siempre a mis alumnos que la posición secundaria que tiene nuestra disciplina en nuestro país es una cuestión de zeitgeist (circunstancia tiempo espacio)... en otros países no es tratada de la misma manera...
En el caso de la relación Psicoanálisis y Psicología estamos más que nada en camisa de once varas. Porque ninguna otra disciplina ha sido más influida por los ideales de las ciencias naturales que la nuestra. Es un absurdo, porque querer aplicar los métodos de las ciencias naturales a la naturaleza subjetiva del hombre es no sólo una insensatez, sino un suicidio cantado de tal proyecto.
Pero me he extendido demasiado... y quisiera dar espacio a sus preguntas...


(Conferencia en la UDLA pronunciada en el año 2002, con un par de notas añadidas en 2009)


[1] Foucault Michel. El orden del discurso. Ed. Tusquets. Barcelona 1999.
[2] Descartes René. Meditaciones metafísicas. Ed. Espasa Calpe Mexicana S.A. México 1977. P. 94.
[3] Popper Karl. Conjectures and Refutations: The Growth of Scientific Knowledge, Routledge-Basic Books, Londres-Nueva York 1963.
[4] Mlodinow Leonard. El andar del Borracho. Crítica. Barcelona 2008. Esta nota ha sido agregada en 2009.
[5] Op. Cit. Ídem.
[6] Popper Karl. Conocimiento objetivo. Tecnos, Madrid 1992.
[7] Castoridis Cornelius. L’institution imaginaire de la societé. Le Seuil, Paris, 1975.


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