El viernes pasado se presentó, en las instalaciones del Círculo Psicoanalítico Mexicano Cuernavaca, el libro del Dr. Mario Domínguez Alquicira El adicto tiene la palabra (Noveduc, Argentina/México, 2012).
En su estudio, el doctor Domínguez Alquicira (quien fue durante muchos años terapeuta de la Clínica Monte Fénix y actualmente ejerce en práctica privada) presenta una mirada brillante y clara de un fenómeno del cual se habla mucho pero, desgraciadamente, se comprende poco. En primer término, revisa la amplísima bibliografía escrita sobre el tema, no sólo de Freud y sus discípulos directos (Abraham, Ferenczi, Simmel, Rado, Jung) sino de muchos autores más (Olivenstein, Kalina, Le Polichet, Laurent, por mencionar sólo algunos de los más citados), los cuales presentan diversas hipótesis sobre la psicodinamia de las adicciones. Esa revisión muestra como el psicoanálisis cuando intenta establecer cuadros psicopatológicos incurre en generalizaciones más que cuestionables. A veces se olvida que cada caso es único y, si bien puede parecerse un poco a otro, pretender que la causa de ambos sea idéntica es simplemente un error. Existen casos, asimismo, en los cuales la adicción no puede concebirse ni siquiera como una enfermedad psíquica sino como un placer, una norma cultural o como el elemento central de un rito de paso (como el consumo de peyote por parte de los wirrarica, los mal llamados huicholes). En el estudio referido no se deja de referir tampoco a los filósofos de la embriaguez (que van desde Heráclito hasta Nietzsche, Sartre, Foucault y Escohotado), los cuales, como Freud mismo, conocieron de primera mano la experiencia de la adicción e incluso teorizaron sobre ella (vgr. Michel Foucault sostiene, cita Domínguez Alquicira, que las drogas deberían mantenerse como un recurso social para lograr la apertura de la conciencia oceánica de algunos).
Hacia el final del estudio, Domínguez Alquicira se permite nominar las diversas maneras de experimentar la adicción (todas las cuales provienen de su vasta experiencia clínica): “hemorragia psíquica”, “vértigo de lo real”, “alucinación del mundo”, “máquina de borrar”, “célula que explota”, “sed de absoluto” o “mundo sin memoria ni tiempo”, lo cual le permite proponer, como estrategia de tratamiento: “devolver la palabra al adicto”.
El consumo de drogas en México, lo sabemos, es antiquísimo. El peyote, el pulque y muchos otros alucinógenos eran conocidos —y consumidos— en Mesoamérica desde tiempos inmemoriales y tenían fines tan importantes como el apoyo de los “ritos de pasaje” de niño a adulto. La mariguana era antaño tan conocida, consumida y tolerada que hasta forma parte de nuestras canciones populares (donde la cucaracha “no puede caminar” porque le falta el alcaloide) y de muchos procedimientos curativos autóctonos. Desde que yo me acuerdo ha habido mariguanos y teporochos en nuestra sociedad sin que eso constituyese el grave problema social que el narco actual representa. En aquel entonces no rodaban cabezas en los bares, no habían narcofosas, ni campesinos esclavizados en fincas de narcos. Estos son fenómenos actuales producto del empoderamiento de los narcos, es decir, de la infiltración del narco en las más altas esferas del poder en México pues este otro fenómeno, el del narcotráfico, es muy reciente en México.
El estudio de Domínguez Alquicira nos permite darnos cuenta de la distinción entre la drogadicción y el narcotráfico: la primera es un transtorno psíquico, un placer o el elemento de un rito de paso, el segundo es un negocio. Uno que, erróneamente, el gobierno confunde con la drogadicción y pretende abatir con balas.
La guerra que Felipe Calderón estableció contra el narco ha costado casi un centenar de miles de muertos en nuestra nación. El aún presidente de México justificó iniciar una guerra civil, lo reitero, confundiendo la drogadicción con el narco (“no dejes que la droga llegue a tus hijos” dicen los spots gubernamentales para justificar la guerra contra el narco) con el añadido que, verdaderamente nunca se hizo nada por acabar con el bisness (nunca se intervinieron las cuentas bancarias, ni se persiguieron a los capos internacionales, es decir, los
que verdaderamente se benefician con tal negocio multinacional).
El narco es un negocio y es en tal terreno donde debe atacársele. Si realmente se pretendiese acabar con ese negocio hay que aprender con los expertos, los empresarios de Walmart. Dicha cadena nos ha enseñado que un negocio no se ataca con armas o mediante persecuciones, eso sólo lo conmina a la clandestinidad como ha mostrado claramente el comercio informal. Si se quiere extinguir un negocio se tiene que aplicar la estrategia Walmart. Dicha estrategia consiste en competir con ventaja, gracias a una elevada inyección de capital, con los negocios preexistentes. Cuando un supermercado aparece las empresas pequeñas de los alrededores saben que tienen los días contados pues no podrán igualar las promociones, variedad y precios de los gigantes comerciales. Y una vez extinguida la competencia los supermercados se convierten en los que fijan los precios de los artículos, los que controlan el mercado. Desde mi punto de vista si el gobierno mexicano no incluye la estrategia comercial en su política antinarco, por más agresiva y militarizada que ésta sea, está condenada al fracaso pues por cada cabeza que le quiten al narco aparecerán otras diez, cada vez más violentas y celosas de su negocio.
Yo sé que muchos mexicanos no quieren ni considerar la posibilidad de la legalización de las drogas, pero es menester recordar que la terrible guerra contra al abuso del alcohol en los USA sólo pudo ser detenido cuando pasó a constituirse en una droga “legal”. La legalización de las drogas, asimismo, no tiene que ser completamente “abierta”. El Estado podría hacer una legalización “acotada”, es decir, permitir el libre acceso a las drogas
en clínicas o en “casas de cuidado a adictos” donde, por una mínima cuota o, incluso de manera gratuita, los adictos pudiesen recibir la mayoría de las drogas ilegales, así como, en caso de solicitarlo, tratamientos de desintoxicación. Ello permitiría al Estado controlar no sólo la calidad de las mismas (protegiendo a los consumidores) sino a la sociedad toda pues los desmanes a los que algunas drogas conducen se reducirían considerablemente. El Estado, de tal manera, realizaría una “competencia desleal” a los narcotraficantes y los dejaría sin su mercado, es decir, sin consumidores, mermando lenta, pero definitivamente, su bolsillo.
Los narcos existen simplemente porque las drogas son un negocio ilegal… y son esos mismos narcos los más interesados en que su empresa siga siendo clandestina. La única manera de acabar con el narco es atacándolo como empresa. El problema es si el Estado mexicano infiltrado y las empresas infiltradas van a permitirlo. Son muchos los ingresos que la empresa del narco genera, al grado de que algunos economistas la señalan como una importante fuente de divisas. ¿Se tratará realmente una “industria estratégica” como alguna vez dejó entrever Caro Quintero? Lo único que tenemos claro es que la actual guerra contra el narco sólo nos ha llevado a una guerra cada vez más cruenta e infructuosa y que sólo ha reducido nuestra calidad de vida. Nuestros jóvenes se arriesgan cada vez que salen por la noche y muchos momentos tan hermosos de la vida (como las caminatas nocturnas por las avenidas desiertas o en las hermosas madrugadas) se han perdido en innumerables de nuestras ciudades mexicanas. Al final de la guerra de Calderón los frutos son muy pobres… y las bajas demasiado numerosas.
Y no sabemos cuántos años continuará desangrándose nuestro país pues las armas del vecino del norte, a pesar de los esfuerzos y la buena voluntad de Javier Sicilia, siguen fluyendo hacia nuestra nación. Los vendedores de armas de la frontera siguen enriqueciéndose a costa del luto de las familias mexicanas... y todo ello con el contubernio de nuestras autoridades fanáticas e irresponsables. El narco es un negocio y debe ser controlado como tal, legalizándolo, la drogadicción es otro fenómeno que, en el peor de los casos, debe ser tratado por un psicoterapeuta.
Yo pienso señor Julio, que como en la antigua Roma estaba legalizada la droga, mucho han de enseñarnos aquella gente, y marcados y controlados los precios, ésta sería una buena solución para evitar que el narcotráfico llegara al poder, y fuera o representara una quinta columna dentro del sistema.
ResponderEliminarOtra cosa, como usted bien indica, es la drogadicción a la que haría falta poner límites de la forma más clara.
Un abrazo desde València de
Vicent