¿Cuántas veces dice uno cosas
para lastimar? Personalmente es algo que trato de evitar, pero es una costumbre
de uso común. Ustedes lo saben. Escoger entre las cosas que más dolerían a
otros, ciertas frases. Hacerse el ofendido, el traicionado: la víctima. O
quizás herir con frases como navajas: aludir a la falta de moral, a la
incorrección y al error; al temor, defecto físico u origen disminuido, a la
deshonestidad o a la traición.
Freud se ocupó del Chiste y su
relación con lo inconsciente (1905). En su obra diferencia lo cómico del humor.
El humor es una burla del mundo y sus dificultades, su horror, lo siniestro que
hay en él. El principio de placer triunfa sobre la realidad y vence el
narcisismo.
Lo cómico es evidente y no
necesita que de una introducción larga que exponga las reglas en que debe
involucrarse el espectador. Funciona exponiendo el contraste entre lo normal y
lo grotesco, lo dificultoso, lo nuevo y lo viejo, entre el contenido y la
forma, entre el fin y los medios, entre la acción y las circunstancias, entre
la esencia real de una persona y la opinión que ella tenga de sí misma. El
chiste siempre compromete a un tercero. Su técnica involucra un placer
preliminar con un prólogo que remata siempre en un final sorpresivo. El chiste
no abre sentido sino lo sella. Liga una significación a las situaciones previas
que remata en un placer casi sin límite. De hecho, un ataque de risa puede
llevar como el orgasmo al desmayo. Del chiste se ha dicho que se asemeja a una
interpretación psicoanalítica, pero también el insulto, debía ser considerado
con pleno derecho: otra formación del inconsciente. Ambos dispositivos se
dirigen a mostrar una “verdad” al sujeto que vincula con los estratos más
íntimos.
El insulto no se olvida tan fácilmente
como el chiste, abre una herida narcisística y pega dónde más duele. Mientras
el chiste aboga por el triunfo del Yo, el insulto atenta contra su fortaleza.
Es un clavo destinado a la carne que se hunde con coraje. Una formación del
inconsciente más, es el reproche. Supone una acusación al otro, el señalamiento
de un daño o un perjuicio. Es un ataque al mismo tiempo que una queja, y en él
no tiene ninguna importancia - de momento - la reacción del otro. Es más un
vómito y una diarrea que un reclamo en espera de consolación o reparo. El Yo se
vacía y descarga en el otro, todo lo malo, en un movimiento paranoide que
libera al sujeto de la propia responsabilidad de sus actos: “Tú me haces, me
hiciste, yo recibo lo peor de ti... y por eso soy lo que soy". ¿Y qué es
el llanto? Aparece siempre como marca de un dolor profundo. Lo que nos interesa
aquí es el fondo psicológico. Supone pérdida, fracaso o impotencia. Parecería que reduce al
sujeto a la pasividad completa, al olvido de sí mismo, al desplome del Yo. Pero no olvidemos que el llanto también se puede fingir, y allí estaríamos en otra cosa... en la mentira.
Simular cosas, procurar que engañe al ojo un objeto. La mentira también es un
invento, algo que no dices o dices distinto a lo que es, porque es conveniente
para quien eructa ese producto... se trata de evitar un castigo u obtener un
beneficio. Quién miente sabe que miente, y sostenerse en la mentira no es fácil
al principio. Es definitivamente un producto de la conciencia a diferencia de
los otros gestos, que conlleva inteligencia y deseo de dañar, de sacar
provecho.
CONTINUARÁ...
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