jueves, 25 de julio de 2013

La justicia como venganza y crueldad. (El punto de vista Nietzscheano). Julio Ortega.




Es posible que esta pequeña nota sorprenda a los psicólogos que piensan que Nietzsche es más bien un literato y un filósofo que un psicólogo. Yo pienso que legítimamente hay una psicología nietzscheana y que un gran problema de los psicólogos es su escasa formación humanista y el empuje a pensar que la psicología se aprende leyendo manuales cómo si se tratase de un libro de cocina, de hecho, la cocina no se aprende así tampoco. El estilo de Nietzsche es poético y a su vez enigmático. Para quien está acostumbrado a la lectura delineada de tesis filosóficas y también, para aquellos que prefieren la psicología experimentalista y aseguran que es una ciencia, resultará difícil la lectura de sus textos llenos de aforismos y dificultades que rehuyen una comprensión lineal y unívoca.
El tratado segundo de la Genealogía de la Moral se encuentra cargado de alusiones a la esfera del derecho y al origen de la  justicia en los hombres. La parte sexta reza:
“En esta esfera del derecho de obligación es donde el mundo de los conceptos morales: “falta”, “conciencia”, “deber”, “santidad del deber” tiene su hogar nativo; en sus comienzos, como todo lo que es grande sobre la tierra, han sido larga y abundantemente regados con sangre. ¿Y no habrá que añadir que este mundo no ha perdido nunca completamente un cierto olor a sangre y a tortura? (en el mismo Kant, el imperativo categórico tiene un cierto relente de crueldad...)”[1]
La frase es elocuente y sus tesis trascienden el ámbito poético y filosófico hasta alcanzar un grado de perspicacia psicológica subversiva con respecto a la investigación de los valores humanos y de los motivos que subyacen  los “más nobles” sentimientos. Se trata de llevar el análisis tan lejos hasta decir que, valores como la conciencia, el deber, la moral y otros sublimes objetos son resultado de un proceso histórico y no un producto esencial o natural.  La tesis golpea con fuerza a las buenas conciencias.  El humanismo modernista ha amparado su quehacer en ciertos valores que han sido sostenidos como irreductibles y básicos para la convivencia humana y que son esgrimidos para justificar los actos más inhumanos cuando se trata de usar la violencia, tal es el caso de los argumentos inverosímiles que Bush, Blair y Aznar esgrimen, para justificar la intervención de su ejército de horcos contra Irak... Por cierto: ¿Ya probaron las freedom fries?
El penetrante ojo nietzscheano va más allá de asumir como cierto que el hombre tiende al saber por naturaleza, como lo sostiene el modelo aristotélico. En realidad, parecería decirnos, el ser humano no quiere saber nada de ciertas verdades y toma la solución más cómoda a mano para sostenerla sin más como una verdad excelsa e irreductible. Detrás de eso que llamamos “deber”, está el abismo de nuestros impulsos. El sufrimiento que se asocia a la justicia y al castigo de los culpables de infringir la ley, no  es otra cosa que una venganza disfrazada, el “método genealógico” descubre detrás de ese afán de justicia algo más que una voluntad de igualdad y una pureza de sentimientos, por el contrario, subyace a esa aparente rectitud una sevicia y un odio hacia el débil.
Infligir el dolor mediante el castigo es una “fiesta” para los jueces y verdugos. No basta con que se intente reparar físicamente el daño que podría haber ocasionado el delincuente, se trata de proporcionar un castigo ejemplar y un espectáculo para  las masas que aúllan de gozo cada vez que la justicia hace sonar su martillo. No hay detrás del castigo ninguna intención simple de  justicia o de reparación material del daño. Se trata de ejercer la crueldad más allá de la falta, de producir un daño permanente al autor de la fechoría y esconder detrás de un noble sentido de la justicia y la bondad del espíritu, las huellas de la maldad humana y la violencia que caracteriza las crueldades de la conducta de la única especie animal capaz de venganza.
El castigo en sí, no es el fin último del ejercicio de la justicia. Porque a final de cuentas el castigo no es jamás ejemplar, puesto que nadie aprende en cabeza ajena. Más aún... uno, cualquier desalmado, jamás en la historia se ha tentado  el corazón para dar rienda a sus ímpetus criminales porque sepa que existe la ley, incluso la ley misma aparece para este tipo de sujetos como una provocación para su apetito. La trasgresión de la norma se convierte en un atractivo más para la infracción y aún sabiendo cual es el castigo que le espera, quien decide convertirse en criminal lo hace sin importar los resultados jurídicos o sociales que su pasión por la violación  a la norma pueda producir. 
El castigo es, más bien, una oportunidad para saciar la propia agresión y crueldad amparándose en el cumplimiento de un deber o una ley suprema, para henchir de una sensación de poder a quien lo decreta y  lo ejerce. Detrás del drama del castigo no se compensa en modo alguno ningún mal, ni remedia ninguna falta. Se celebra como un rito de sacrificio primitivo como el que los aztecas celebraban a sus dioses que demandaban ríos de sangre. No hay civilización detrás del castigo, ni tampoco “sentido de la justicia”, o “moral verdadera”, el castigo es inmoral y terrorífico, engendra más odio y más dolor del que, muchas veces, ha producido una falta.
Desde el punto de vista nietzscheano, las ideas de Bien y Mal son del todo irrelevantes en su esencia, lo que el hombre busca no son más que justificaciones para satisfacer el placer erótico que brinda  el castigo y la satisfacción narcisista de sentirse protegido por el rebaño cuando se cumple con la ley.
La conciencia y el deber que soportan el castigo no son producto del discernimiento o de una cierta capacidad humana “racional”. El castigo es una represalia producto del odio y de una generalización loca que hace equivalentes el sufrimiento y la  falta cometida. No se ocupa el juez de comprender las circunstancias que llevan al delito sino que infracciona de acuerdo a una norma arbitraria que puede llegar a cortar la mano del que roba, sin importar que sea por hambre o por una intención malévola. Las cárceles están llenas de presos que han llegado por obra y gracia de circunstancias desfavorables, almas que jamás intentaron dañar al prójimo pero que han infraccionado la ley y deben ser por tanto condenados al sufrimiento, a la depravación de sus compañeros y la idea de su regeneración es lo que menos importa. Las cárceles se convierten así en centros de capacitación para el crimen y el odio. No importa si el infractor vuelve – o no – a la sociedad dolido o transformado en un animal sediento de venganza al estilo Montecristo, el castigo tiene la misión de infligir dolor y fuerza a los débiles de la manera más dolorosa posible, la saña se disfraza de justicia y la maldad de conciencia bondadosa.
La necesidad de crueldad tiene muchas maneras de  manifestarse. Quizá la más refinada de todas es la llamada “conciencia culpable”. El sadismo aquí toma por objeto al Yo y hace escarnio de éste. En el duelo y en la melancolía podemos observar un ejemplo paradigmático de este odio profesado hacia los otros y después vuelto sobre el sujeto para presentar una máscara hipócrita de remordimiento autocrítico.  En este punto concuerdan Freud y Nietzsche de una manera sorprendente. La sagacidad freudiana coincide con el método genealógico llendo a la raíz de la trastocación de los valores y al origen de ese arrepentimiento y desasosiego.
Freud descubre tras de los autoreproches y las culpas que el melancólico se inflinge un sadismo vuelto contra sí, no hay detrás de ese arrepentimiento  supuestamente moral nada más que una incapacidad de infligir daño al prójimo. De esta forma, el odio que originalmente había sido dirigido al objeto exterior es vuelto hacia sí y el Yo se representa como noble, autocrítico y cargado de culpa por faltas cometidas por el sujeto. Una mentira misericordiosa más que al tratar de ocultar la voluntad de poder sacrifica al sujeto mismo en beneficio de la máscara.
Llama la atención el último párrafo de la frase citada: “...en el mismo Kant, el imperativo categórico tiene un cierto relente de crueldad...” Quizá mi análisis tenga el pecado de bordar demasiado sobre un simple párrafo, pero Nietzsche pareciera en una sola frase querer demoler casi todo principio de la filosofía clásica occidental,. La alusión refiere a ese concepto básico en la moral kantiana que se expresa en una frase superyoica: “Obra de tal modo, que la máxima de tu voluntad pueda valer siempre, al mismo tiempo, como principio de legislación universal”[2]. Entiendo la crueldad que Nietzsche señala, en el sentido de hacer universal un principio, que valga por igual para los esclavos que para los amos sin distinción de clase y echando de lado cualquier circunstancia atenuante o excepcional que pudiera en un momento dado presentarse para la realización de un acto único, singular e irrepetible. El deber parecería ser más importante que la observación de la realidad compleja, cambiante y discontinua. Las excepciones aquí no valen ni importan y nuevamente el sujeto ha de sacrificarse siempre para sostener finalmente ante los otros su máscara de hipocresía. El método genealógico va a la raíz de esta afirmación demostrando que nuevamente importan más las apariencias y la obligación en un giro del sadismo contra el sujeto que le obliga a sostener la ley a toda costa y domeñar la voluntad a la opinión social, a la sanción común, convirtiendo  así al sujeto en  un títere sin deseo, víctima del tejido social y que no puede permitirse nada que no esté permitido.

(Manuscrito encontrado en una vieja memoria USB).



[1] Nietzsche Frederich. Genealogía de la moral. Alianza. Madrid. 1972.
[2] Kant Immauel Fundamentación de la metafísica de las costumbres. Espasa Calpe, Madrid 1994.



1 comentario:

  1. Decía también Nietzsche que hay hombres que cuando no vuelcan su agresividad, llamémosle así, contra el otro lo hacen contra uno mismo, no hay otro u otros caminos, señor Julio que los principios de muerte Thanatos y de vida Eros, ambos volcados a la destrucción pero uno hacia afuera y otro hacia adentro, lo que nos salva es el principio de lo que los indús llaman Visnú, y los cristianos el amor o el Espíritu Santo, y Lacan lo real, que llega a amalgamar y equilibrar los dos anteriores, y en ese equilibrio, llámele marxista, capitalista, trabajador, lucha social, hegeliano, amo, esclavo, ¿justicia? o en economía la lucha entre políticas de derechas y políticas de izquierda, o no le llame lucha, sino equilibrio con el tercero, que en este caso, y siempre para mí sería la democracia y la libertad popular, existe la realidad de lo que funciona, es decir, vive.

    Un abrazo señor Julio

    Vicent Adsuara i Rollan

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