domingo, 28 de mayo de 2017

¿Distancia sin retorno? Intervención en el Foro de Canal Freudiano, evento realizado junto con la Universidad Autónoma de Tlaxcala el 20 de mayo de 2017.


¿Distancia sin retorno?




¡Zenón! ¡Cruel Zenón! ¡Zenón de Elea!

¡Me has traspasado con tu flecha alada

que vibra, vuela y no obstante no vuela!


Paul Valéry


Es difícil elaborar un trabajo sobre la situación que estamos viviendo en México, sin caer en la repetición de lugares comunes, que describen el horror de los feminicidios, el abuso del poder y la corrupción política, la narcoviolencia,  la confusión entre delincuencia y poder estatal.

Tan sólo en marzo de este año[1], en el estado de Veracruz, en un lugar llamado Colinas de Santa Fe, la policía – en este nuevo período estatal tras la gubernatura del virrey Javier Duarte –, encontró el mayor cementerio clandestino hasta ahora registrado y tras desenterrar 250 cráneos y más de mil restos humanos, se vieron obligados a suspender los trabajos por carecer de lugar suficiente para poder depositar los cadáveres y procesarlos. 

El servicio de Medicina Forense de la Universidad Veracruzana y los servicios periciales se vieron rebasados completamente y se calculan más de 300 cadáveres sin identificar. No hay sospechosos, no hay detenidos, ni personas posiblemente ligadas al monstruoso crimen de lesa humanidad. Ningún rastro ni huella, de una acción que tuvo que haber involucrado decenas de personas.

Uno se pregunta: ¿Cómo pueden haber sucedido estos hechos, y durante cuánto tiempo? Y: ¿Cómo es posible que una sociedad pueda tolerar estos acontecimientos? Hoy podemos decir apenas, algo que callábamos los veracruzanos por miedo: El estado ha sido un brazo de la delincuencia.

Todo este horror, obedece a un panorama muy diferente, al que se ofrece en la publicidad política estatal, en la que se habla de un Estado preocupado por defender los derechos de sus ciudadanos, combatir al crimen, y llevar a cabo elecciones justas. No parece un estado democrático y con sentido social, preocupado por borrar las diferencias sociales, mejorar la economía general, desarrollar la educación y allanar el camino a un beneficio común. Mejora en el patrimonio nacional, seguridad y democracia son objetivos fallidos o simplemente metas inalcanzables, quizá promesas hechas con la conciencia de que están destinadas a no cumplirse jamás.

Agamben[2] ha escrito un libro de nombre Homo Sacer: El poder soberano y la nuda vida, que retoma una figura romana referente a un sujeto que ha sido privado de sus derechos y que por tanto puede ser sacrificado por cualquiera exceptuando el caso de un ritual religioso, la nuda vida sería entonces aquella que cualquiera puede tomar, aquella que vimos en el siglo XX manejarse en los campos de concentración.

Basándose en las reflexiones sobre Biopolítica de Michel Foucault y los estudios políticos de Hanna Arendt, nos revela que la democracia occidental contemporánea que se precia tanto de ser defensora de la libertad y los derechos humanos, se encuentra en una secreta adhesión con el totalitarismo.

El paso a la creación de una Nación, ha creado la paradoja de que el ciudadano es no sólo el esclavo sino también supuestamente el amo y tiene que estar sujeto a las leyes al mismo tiempo que crearlas, suspenderlas, modificarlas, convirtiéndose a sí mismo en la justificación de la vida nuda, de la conservación del estado de excepción, que supuestamente garantizará el mantenimiento de la paz, a través de la imposición de una regla que nos hace a todos como sujetos expuestos a la muerte.

La secularización del poder a finales de la baja Edad Media, traerá esta revolución de las normas y conductas de la población. A finales del siglo XVIII se realizó un cambio en el cual el hombre al nacer ciudadano es afectado por un paradigma político en el que se hace sujeto a una condición de vigilancia que politiza completamente su vida y hace improbable su sostenimiento fuera de las reglas de la civilidad. Vivimos todos en un campo de concentración, nuestras identidades, deseos, pasos en la calle, son objeto de vigilancia y de cuidado no sólo por el Estado sino por las Industrias que en este país, ejercen el poder tras bambalinas, y para ser sinceros la distinción entre unas y otras es a veces difícil de hacer. Agamben llega a afirmar que el Estado trata al ciudadano como un terrorista virtual.

Quizá sea por el hecho de que en realidad el dispositivo político social que se opera a en las relaciones humanas en Occidente, sea precisamente de control absoluto, algo que estudiando las sociedades africanas postcoloniales Mbembe[3] conceptualizó como necropolítica., y que no sólo puede aplicarse a ese continente, sino específica y desgraciadamente a la situación que vivimos nosotros. Se trata de una concepción extremadamente original de las relaciones entre el Estado y la ciudadanía, envés de la noción foucaultiana de biopoder, que regula condiciones de dominación, sumisión y tributo que va más allá de la concepción de Foucault, puesto que hace al ciudadano un artículo desechable del que puede disponer en cualquier momento sin importar en absoluto su vida. El estado tiene derecho a la muerte como un medio de supervivencia de su soberanía, sobre todo en situaciones denominadas como estado de excepción, como la circunstancia histórica que vivimos, que ha convertido al ejército en una extensión de los servicios de seguridad y vigilancia pública. Y pienso aquí, en la diferencia supuesta que debía existir entre las capacidades de un policía y un soldado, en la que éste último estaría para defender el territorio y la soberanía en el caso de una supuesta guerra y nada más para eso, pues su preparación cívica y capacitación social no ha sido cuidada en el sentido de evitar la violencia, sino en el sentido de la fuerza, la coerción y la destrucción. Aunque también debíamos preguntarnos: ¿Acaso el policía es un personaje con estatura de honradez y honestidad en nuestro país? Por supuesto no ¿Será por ello que tantas personas prefieren al ejército en las calles que a la policía? Aún así, pienso equívoca y estúpida la política de Calderón que sacó al ejército a las calles para establecer un estado de guerra al narcotráfico que no ha hecho otra cosa que alimentar la fuerza de la delincuencia organizada y el estado de terror que vivimos, las armas están prohibidas para el ciudadano común, pero no para el ejército y los delincuentes que pueden comprarlas de todo tipo en el mercado negro o en los EUA, dejando entre dos fuegos a la población normal.

¿Pero cuándo empezó esta situación? Quizá sea exagerado, pero necesario hacer un seguimiento histórico del surgimiento de México como nación, en dónde un grupo de criollos usó a los indios –  casi aniquilados por enfermedades desconocidas como la gripe, el sarampión, y sobre todo la viruela después de la conquista –  para la defensa y florecimiento de sus intereses, sin hacerles del todo partícipes de los bienes logrados. Y dónde formaron una nación dónde durante siglos el poder ha sido criollo, racista y con la prevalencia de la figura del Amo sobre la del esclavo.

Esta estructura jurídico política equivale a una dominación de quien posee los bienes sobre el que nada tiene, en una situación en la que la miseria y el terror son necesarias  para la consecución de una opción política que crea desde el principio una clase plutócrata, separada completamente de la población, que solamente suministra migajas a los esclavos, a pesar de que sobre la marcha construye un régimen republicano, que sin embargo, no logra –  pues quizá no es su objetivo – abolir una racionalidad basada en la selección de razas y la prevalencia de un imperialismo tradicional que tiene como apoyo una fe católica que predica a Cristo para los pobres, pero defiende a Dionisio para los ricos. Por supuesto, no puede hacerse una simplificación nunca de los procesos históricos, el desarrollo de un país no es lineal ni sigue siempre los mismos caminos y formas, tampoco hay avances sin retrocesos. Juárez y la Reforma son una excepción a este movimiento general del que hablo, pero este camino liberal, fracasa en la instauración  de una política más justa que pudiese haber logrado la soberanía del pueblo sobre la de los intereses criollos. De hecho, a esta época siguió la dictadura de Santa Ana, y la pérdida de más de la mitad de nuestro país, a manos de la naciente potencia norteamericana.

La revolución mexicana, primera en su género en el siglo XX, surge de estas diferencias y resalta como un verdadera protesta social, en contra de esa clase blanca que añoraba ser europea y bailaba el vals a ritmo de Strauss en los salones porfirianos, promoviendo el positivismo en el proyecto educativo nacional, al tiempo que esclavizaba al indio, y no olvidemos que esa misma clase, ha puesto en Orizaba una estatua al dictador – máxima paradoja social que hizo al indio defensor de los intereses blancos – en 2015, y pretende poner otra, en el Puerto de Veracruz.

El Estado mexicano moderno, y su denominada democracia, nada tiene que ver con el pueblo, no lo representa. La actual clase política nacional ha surgido del fracaso de los ideales de la Revolución mexicana, la instauración del caudillismo en el siglo XIX y XX, amén de la estandarización de reglas que hasta ahora han hecho todo lo posible para impedir al ciudadano común acercarse a la política. Los partidos políticos se alimentan de las subvenciones estatales, ser político es pertenecer a una clase social pudiente, favorecida, poderosa, profesionalizar la mentira y la estafa, y sobre todo defender los intereses de la burguesía y las trasnacionales. Convertirse en gobernador de un estado, es de alguna forma ser un virrey, cómo llamaba a Javier Duarte, quien representa el superlativo de la corrupción dentro un partido político específico, pero que no se diferencia demasiado del estilo político general de todos los partidos. No hay izquierda ni derecha, hay intereses encontrados y tendencias diversas, que no toman nunca la forma de una ideología política total, las ideologías han cedido el paso a conveniencias. La forma de nuestra colectividad ha sido y sigue siendo piramidal, sin promover para nada la circularidad en las relaciones comunitarias. Primaria, secundaria, preparatoria y universidad, burocracia y empresa privada, son los espacios sagrados dónde se aprende la religión de la obediencia, nada debe escapar a este orden disciplinario que se hace carne e identidad en nosotros.

Pero quizá no del todo; dónde hay una presión y una fuerza, siempre surge un impulso contrario. Porque la violencia social y la delincuencia que hoy nos invaden, hablan de una rebelión sangrienta en contra de ese orden que está compuesto por múltiples dificultades para crecer, educarse y llevar una vida decorosa, puesto que se basa en la exclusión no sólo del indio sino quizá también del naco. Aunque este último término nos llevaría a otras reflexiones, puesto que de alguna manera sus características y lenguaje, han invadido lenguaje y acciones de la sociedad en general.

Se trata de una revolución caótica y sin ideales, más bien un saqueo y un amotinamiento en contra del mal gobierno, una reivindicación salvaje no sólo de clase, sino hasta de raza[4],  un descerraje  de los candados de poder a través de la violencia más extrema. Se trata de una rebelión en contra del ojo y del brazo opresor, en la que un sector de la población que normalmente no tendría acceso a los resortes del poder, accede por debajo del orden manifiesto, y tranza con el poder político hasta hacer casi indiferentes discrepancias y acciones, llegando a difuminar y confundir el poder productivo económico corriente, de aquél generado por la delincuencia en el lavado de dinero, la corrupción y las tranzas entre políticos y particulares, todos son delincuentes a final de cuentas. Por supuesto,  se tratan y respetan entre ellos como iguales.

La vida cotidiana está también, gracias a estas combinaciones y enfrentamientos de intereses: militarizada. Los comandantes militares tienen en las localidades que les son asignadas libertad para combatir o no el crimen, reprimir a la población, y en suma conceder la vida o la muerte a quien les plazca. Muchos de estos militares alimentan después de su servicio, los grupos paramilitares, capacitando a las tribus delictivas, como si fuese una extensión de su misma vida de batalla. Más que guerras territoriales, la estrategia de estos grupos delictivos es la de guerra de nómadas, según Zygmunt Bauman[5], lo que los caracteriza es su extrema movilidad, su rapidez de movimientos, su capacidad para viajar sin equipaje y su habilidad para surgir de la nada.

En esta nueva era de movilidad global, el derecho de matar ya no es monopolio único del Estado y frente al ejército regular aparecen diversos grupos que ejercen violencia por encima de los grupos establecidos y los límites territoriales. Un cártel tiene conexiones e influencia internacional, comercia no sólo con droga, coerción o secuestro de personas, sino que interviene en la economía de mercado de los países con los que está involucrado reservándose el intervenir políticamente o con acciones de terror. Surgen también ejércitos privados, que ejercen sin obstáculo y sin culpa, la violencia. Los integrantes de éstos grupos se convierten en figuras ideales para la población menesterosa que anhela tener esa fuerza y ese poder. Esos mismos habitantes los defienden y en ocasiones, los solapan, muchos súbditos han cambiado los ideales revolucionarios y las reivindicaciones sociales por la venganza bruta.  No es una vida feliz para el delincuente del todo que sufre persecución, hambre, sed, mala vida, pero es una vida guerrera que desafía los límites impuestos por la desigualdad social, la palabra muerte no existe en su lenguaje. Si hay riesgo, pero también lo que existe a la vez, es búsqueda de riesgo, juego con la muerte, porque estas personalidades tienen una posición particular en la que la muerte no aparece como un destino definitivo, y la satisfacción inmediata de sus impulsos destructivos y autodestructivos está por sobre cualquier consideración racional. Este tipo de sujetos delincuentes han sido caracterizados en la criminología por su posición narcisista, su aparente inafectividad, el establecimiento de conductas esquemáticas y recurrentes, su baja tolerancia a la frustración, su explosividad agresiva que se expresa física y verbalmente, su inestabilidad, todo esto no necesariamente se contradice con su inteligencia, amén de que pueden comprar con dinero, abogados, administradores, contadores, oficiales y poderes públicos. Llegan a constituir un Estado alterno, que en ocasiones se vuelve más importante que el poder del Estado el cual, por otro lado, es una mercancía que también se puede adquirir. Se manejan bajo el modelo de Feudo, pero constituyen una industria completa del crimen y gozan la característica de poder ejercer la fuerza de manera inmediata, recuérdese que Canneti[6] hacía una diferenciación entre fuerza y poder. Se refería a que la fuerza es más física más coercitiva e inmediata que el poder. La fuerza llega de pronto y es irrevocable, violenta. El poder como en el caso del Estado es más general y vasto, no tan dinámico.

En México, coexisten una serie de realidades múltiples que combinan la absoluta precariedad, la sociedad del bienestar económico total, la explotación de los trabajadores obreros e intelectuales, y la existencia de grupos paramilitares delincuenciales, en un estado que adopta al capitalismo como religión, y la lógica del Estado colonial como disciplina.

En este panorama infernal, que parecería no apuntar a ser más justo o equitativo en el futuro, nos podemos calificar de sobrevivientes, estamos en pie frente a muchos muertos. Como diría Canetti[7]: la única forma en que hemos logrado sobrevivir es justamente a través de matar, metafórica, imaginaria, y a veces realmente.  Me dirán algunos de ustedes que no son asesinos y que no han cometido nunca un delito, pero tolerar la injusticia y callar frente a la injustica es promover el crimen. Somos todos enemigos de todos, y entre ese montón de caídos levantamos nuestra figura. Indefensos yacen los muertos,  nosotros nos sentimos elegidos, hemos dado prueba de sí, nos aceptamos fuertes y creemos invulnerables, sucede así siempre desde la percepción de nuestro miserable Yo.   

Quizá lo mejor sea aceptar nuestra fragilidad y desde ella, a pesar de lo desalentador que pueda ser el panorama, intentar combatir esta violencia con nuestra lógica psicoanalítica, analizar, intentar comprender, promover el cambio, y a final de cuentas,  sacar el psicoanálisis del diván. Una cuestión que me ha estado dando vueltas en la cabeza es justo la promoción de candidaturas independientes, tenemos el ejemplo de Pedro Kunamoto o Jaime Rodríguez y aquí no importan tanto los personajes, sino el método de llegar al poder, de hecho el EZLN y el CNI por acaban de postular a María de Jesús Patricio como candidata a la presidencia. Habrá que evaluar si es ésta una manera de combatir al poder existente y generar otro tipo de relación con el Estado y con el pueblo.


Julio Ortega B.







[1] El Universal 17.03.2017 https://goo.gl/fS3HMm
[2] Agamben Giorgio. El poder soberano y la nuda vida. Ed. Pre – Textos. Valencia, 1998.
[3] Mbembe Achille. Necropolítica seguido de Sobre el Gobierno privado indirecto. Ed. Melusina. España 2011.
[4] Y cuando hablo de raza, se comprenderá que es un concepto imaginario, pero que cumple con eficiencia la clasificación de supuestas diferencias en los seres humanos.
[5] Bauman Zygmunt. Wars of the Globalization Era. European Journal of Social Theory. Vol. 4. No. 1. 2001. P.15.
[6] Canneti Elías. Masa y poder. Muchnik Editores. España, 1977. P. 277.
[7] Canneti Elías. Op. Cit. P. 224.

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