lunes, 23 de junio de 2008

Ley sobre miradas lascivas...


Le he insistido a mi joven amigo Mike para que abra su BLOG, dice que prefiere escribir un libro, pero de vez en vez... me manda -- junto a otras 20 direcciones -- algunas de las cosas que escribe que son lúcidas y divertidas. Esta vez, le voy a prestar mi BLOG para decir algo que si no fuera tan serio, daría mucha risa (¿No tendrán nada qué hacer nuestros políticos además de cobrar, tranzar y pelearse entre ellos?)... les pongo el texto a continuación:
El Modus Vivendi

"Ha llegado el momento de decir 'Non Possumus'"
Clemente Munguía 1856

Me lamentaba hace poco no poder obedecer una ley que recién han dictado los legisladores. Pero bueno, seré franco por una sola vez: me lamentaba en realidad por algo mucho más grave: sentir el deseo de transgredir esa ley tan pronto como apareció en el escenario de nuestras convenciones. Se trata naturalmente de la ley sobre "miradas lascivas".
A decir verdad nunca había sentido tantas ganas de mirar mujeres en la calle como ahora que está prohibido. De hecho nunca lo había hecho tanto. Pero como este comportamiento puede obedecer a fenómenos del todo ajenos a la vida pública – que evaden así el látigo cruel de la escritura-, no hablaré más de eso.
Sólo diré que meditaba en ello cuando recordé que, tan pronto como se promulgó la constitución de 1917, uno a uno los poderes que dirigirían al país durante el siglo XX la fueron violando en riguroso orden de importancia: los "inversionistas" norteamericanos, los "revolucionarios" mexicanos y el clero romano.
Para eso fue hecha la constitución en México, para irla violando hasta configurar un orden político. Todo por supuesto con arreglo a este precepto: mandará el que pueda violar la ley sin sufrir consecuencias. O dicho de otro modo: nuestra constitución –como solían decirnos cuando éramos niños- puede ser "la más avanzada del mundo", sólo que tiene un problema: es incumplible. Incumplible como lo creía Carranza –que era ni más ni menos que el señor Presidente-. Incumplible como creyó Comonfort –siendo también Presidente- que lo era la constitución de 1857.
Por eso los norteamericanos dicen desde 1917 que no respetarán el artículo 27, y lo cumplen. Por eso Obregón, aunque no lo dice, no respeta el artículo 82, al que odia y atropella en dos ocasiones. Por eso la Iglesia jura y perjura que no obedecerá el artículo 130, y lo consigue. Todo inmediatamente después de la promulgación de la constitución.
Mi visión, pues, del siglo XX mexicano del que sólo pude saborear el último cuarto, es que a partir de entonces, todos hemos ido encontrando –aun involuntariamente y sobre todo así- aquella ley que, digamos, no nos gusta, entregándonos por mera voluntad de poder a la tarea de desobedecerla. No todos alcanzamos nuestro objetivo y ello debe bastar para saber de que lado (hoy que están de moda los radicalismos) está uno: del de los que pueden violar la ley sin consecuencias o del de los que no.
Debo aclarar que el modo de corregir este severo problema no es para nada una nueva revolución que en el mejor de los casos sólo haría nacer una nueva ley, más incumplible aún (siguiendo la tendencia que viene despuntando desde el año 1824, salvo que hayamos alcanzado ya el punto más alto de la curva de nuestra hipocresía). La única solución eficaz que yo concibo cuando se está del lado de los que no pueden violar una ley sin sufrir consecuencias, es esta: elegir una nueva ley que sí pueda uno, con su poco poder, violar a placer.
Pienso sin embargo que no poder violar una ley no es tan grave en términos de mexicanidad. Lo que importa es la voluntad de hacerlo, pues estar dispuesto a violar una ley es una de las maneras de ser y de declararse mexicano (y ortodoxo, como yo). Poder hacerlo o no ya es otro asunto… Éste: si se es mexicano de 1ª, 2ª, 3ª…
Los frailes del siglo XIX solían decir, cuando se emitía una ley civil que contravenía sus sagrados cánones, lo siguiente: "non possumus", es decir, 'no les podemos obedecer'. Y no obedecieron, entre otras cosas porque Porfirio Díaz también violaba la ley (¡faltaba más!), puesto que desobedecer una ley no es el único modo de violarla: otro es no hacerla cumplir cuando se está en el papel de 'autoridad', justo como hizo ese oaxaqueño hoy admirado por algunos, y al que debemos no sólo el retorno de la esclavitud a México, sino también (vinculadísimo con ello) un legado de casi el 90 por ciento de analfabetismo sobre la población total del país.
Cuando Porfirio dobló las manos ante el "Non Possumus" del clero (lo que no se atrevió a hacer Juárez por mera vanidad, pues prefirió imponerse el reto mayúsculo de precipitar a la nación en una metamorfosis que lo hiciera vivir de otro modo, lo que era mucho pedir y señal inequívoca de que el indio se creía mucho, aunque casi lo logra el jijo…) cuando Díaz se dobló ante los frailes, insisto, acendró entre nosotros esa convicción de que debe existir una manera, alguna por ahí escondida, de hacer subsistir en un mismo espacio tres entes nominalmente antagónicos y excluyentes: un ley, un gobierno encargado de hacerla cumplir y un sujeto que la viola continuamente, y más aún: afanosa y decididamente llegando a confundir esta práctica con el simple vivir y hasta con el ser.
El momento culminante de este reconocimiento de nosotros mismos como seres esencialmente hipócritas llegó en 1929, cuando, para dar fin a la guerra cristera (pues el conflicto petrolero del momento ya se había 'resuelto'; luego entonces esa guerra ya no tenía sentido) se obligó a la Iglesia y al gobierno nacional a firmar una paz ridícula sobre la base de que la ley no sería cambiada (como deseaba el gobierno), pero tampoco sería aplicada (como deseaba la Iglesia). Con máximo descaro, se le llamó, a esa subsistencia de contrarios, el "modus vivendi". Palabras favoritas para los que comprendieron de inmediato por dónde iba la cosa: los petroleros, los financieros, los presidentes, los gobernadores, los comerciantes, los narcos, los guerrilleros, los dueños de los antros, los que tienen carro, los que fuman mota, los que no declaran, en fin: todos los mexicanos hemos llevado un modus vivendi que gira en torno a ese acto tan simple, en el que podemos reconocernos todos: violar la ley.
Pero insisto, no es culpa nuestra esta 'deficiencia ciudadana'. Lo comprueba la ley de miradas lascivas, pues aquella vez, tras meditar largo rato en el asunto, salí a la calle encontrándome a la vuelta de la esquina a una mujer hermosa, no pudiendo albergar otro pensamiento que éste: "es imposible no violarla" (a la ley por supuesto) y grité para mis adentros: "¡que viva el modus vivendi!"
"¡Que viva!", alcancé a percibir que respondían a lo lejos las miradas de los demás patriotas.
Leonardo Tenorio. (sobrelalinea@gmail.com)

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