La desdicha, tenaz compañera de viaje de la leyenda del soul Terry
Callier, no quiso perderse tampoco la hora de su muerte. El cantante,
poeta, guitarrista y compositor fue hallado el domingo solo y sin vida
en su apartamento de Chicago. Sufría una de esas enfermedades que el
eufemismo suele definir como “largas”. Tenía 67 años.
Con la desaparición del hombre afable de voz sedosa e hipnótica se
pone fin a una existencia dedicada a la música a pesar de su industria;
alejada del éxito, aunque no de la grandeza. Su involuntaria trilogía de
álbumes grabados para Cadet entre 1972 y 1974 (Occasional rain, What color is love y I just cant’t help myself)
se encuentra entre los mejores corpus de la historia del soul, el jazz,
el folk o mejor de la suma de todo ello, pese a que nunca escalaron
ninguna lista de éxitos.
Registrados bajo los auspicios del excéntrico y sobresaliente
productor Charles Stepney, no alcanzaron el reconocimiento que, sin
duda, merecían. No fueron aquellas noticias novedosas para Callier; ya
paladeó los sinsabores del negocio con su primer disco, The new folk sound of Terry Callier,
sombrío repaso al cancionero americano en la compañía de dos
contrabajistas. Fue grabado en 1964 para el sello de jazz Prestige, pero
no se publicó hasta 1968. Entonces, nadie se molestó en comunicárselo a
su autor; Terry se enteró al ver su fotografía en sepia en la portada
destacada en el escaparate de una tienda de discos.
Antes, en 1963, el amigo de infancia de Curtis Mayfield, criado en el
gueto de Chicago de Cabrini Green, había publicado el sencillo Look at me now,
enorme himno sobre la dignidad en la derrota, que rescataría de la
oscuridad una década después la enfervorecida nación británica del northern soul.
En aquel escalofriante estribillo, Callier escribió en tono
involuntariamente profético: “Lo conseguiré algún día, lo lograré de
algún modo y entonces podré decir a todo al mundo: miradme ahora”.
Pero no, pese a las promesas, su hora no llegó tampoco con el
contrato de Cadet, ni siquiera cuando a finales de la década Elektra lo
fichó para grabar dos sofisticados álbumes, Fire on ice (1977) y Turn you to love
(1979), de menor significación social y política que los anteriores y
más acordes con el hedonismo de la era disco. Una oscura y vitalista
grabación de 1982, I don’t wanna see myself (without you), fue
la llave que a principios de la década de los noventa propició su
rescate para las nuevas generaciones, más interesadas en la belleza de
lo raro y en la administración de la justicia poética que en el relato
predominante de la historia de la música.
Cuando los cachorros del acid jazz comenzaron a agitarse en los
clubes londinenses al ritmo de aquel tema, Callier llevaba casi una
década retirado de la música, trabajando como programador informático en
la Universidad de Chicago, peleando por graduarse en Sociología y
cuidando de su hija, a la que conocimos en una fotografía en la
contraportada del disco Occasional rain.
Gracias a la labor de espeleología musical de Eddie Piller y, sobre todo, el célebre dj
de la BBC Gilles Peterson, Callier volvió a empuñar su guitarra en
giras británicas, primero, y en discos con nuevo material y escenarios
europeos, después. Timepeace (1997) marcó su regreso al estudio
desde algún lugar en los confines de la experiencia. A este seguirían
otros emocionantes trabajos y colaboraciones con músicos jóvenes, muchos
de los cuales firmaron al conocer su muerte en el gigantesco libro de
condolencias en que se ha convertido Twitter.
Su producción de la última década fue decreciendo en interés, aunque
lo trajo regularmente a España. También le valió un contrato fijo en el
club de Chicago Green Mill, donde cada lunes escuchaba en los descansos
entre el primer y el segundo set a jóvenes llegados de todo el mundo decir que su música les había cambiado la vida, al tiempo que recreaba éxitos como I’d rather be with you, el himno anti Nixon Ho Tsing Mee u Ordinary Joe, quizá su mejor creación,
un inconmensurable canto a los hombres corrientes como él, que ríen por
no llorar ante la contemplación del gran espectáculo de marionetas de
la vida y solo desearían emprender como un gorrión el vuelo de la
libertad.
Tras su último álbum, de 2009, vivía como un hombre retirado por la enfermedad. Este mismo año el éxito cinematográfico francés Intocable incluyó una de sus canciones, You're goin' miss your candyman, cuyos royalties contribuirán, al menos, a pagar su funeral.
Tomado de El País:
http://cultura.elpais.com/cultura/2012/10/29/actualidad/1351505471_547856.html
Primeramente señor Julio felicitarle por el cambio de estilo en su página i segundo decirle que no había oído hablar de Terry Callier, pero que hay que decir también que este siglo, para los que venimos del anterior es una especie de utopía hecha realidad, no ya para los nacidos en los lindares del anterior y menos en este, digo, de la democratización de la cultura con la red, he oído bastante de jazz, incluso de Acid Jazz, mire a mi hermano, un hombre templado, le regaló un amigo unos casetes de esta última música que me he quedado yo, y de vez en cuando las pongo en mi viejo reproductor de cintas, que como no, pasa por su médico particular de vez en cuando (nuestra generación aún lleva al médico los electrodomésticos), con lo que ante una muerte, a pesar de mi "creencia" en la eternidad me incluyo en los que ante la muerte de un artista de cualquier tipo, o mejor ante la muerte de un ser vivo se ruborizan o de vez en cuando, cuando nos toca a pesar de la lejanía, rozándonos con el llamémosle pecado original nos solemos emocionar.
ResponderEliminarUn abrazo y para siempre a este artista de la democracia.
Vicent