Una gota de miel y mil noches obscuras.
Julio Ortega Bobadilla.
julius@cartapsi.org
“Si quieres hacer reír a Dios, cuéntale tus planes.”
Vanessa Bauche (Susana) en Amores Perros.
"People come, people go. Nothing ever happens."
Lewis Stone (Dr. Otternschlag) en Gran Hotel.
Babel (Color. 2006). Dir. Alejandro González Iñárritu. Guión: Guillermo Arriaga.
Existe, entre los muchos cuentos de Las mil y una noches, uno que relata la destrucción de dos pueblos a causa de una chispa de miel. El relato narra cómo, un vecino al mostrar un tarro del producto de sus abejas, riega una gota al suelo que hace que una avispa se precipite sobre ella y luego un gato contra la avispa; un perro sobre el gato y el dueño del gato sobre el perro con intenciones asesinas. Luego será el dueño del gato quien irá sobre el propietario del perro, hasta que se generalice la contienda entre dos pueblos con resultados funestos.
Sobre un dispositivo equivalente de causas aleatorias que se remontan a la desventura, se ha construido la película premiada por la Asociación de Prensa extranjera en Hollywood con el Globo de Oro, con la que había obtenido González Iñárritu la Palma de Oro 2006, como mejor director en la 59 edición del festival de Cannes. No es la primera vez que utiliza esa forma narrativa y las cintas grandes anteriores a Babel y que conformarían una trilogía que incluiría Amores perros (2000) y 21 Gramos (2003), se basan sobre guiones semejantes de Arriaga que explotan como protagonista principal al accidente del azar.
Los tres filmes tienen una estructura afín: una combinación de personajes coinciden en un acorde, y se combina el seguimiento intercalado en tiempo y espacio de personajes que Robert Altman practicó magistralmente en Short cuts (1993), con el agregado de un rompecabezas temporal, recurso no completamente desusado, puesto en escena – más ó menos recientemente – por Peter Howitt en Sliding doors (1998). Todas éstas cintas exploran la tragedia de lo inesperado alcanzando las vidas de los protagonistas, que simplemente no esperan ninguno de los acontecimientos que les tiene deparado el destino, eventos que los enfrentarán a su propia castración.
La gota de miel – en este caso – se trata de un rifle obsequiado por un turista japonés a su guía en Marruecos, que desencadenará una serie de eventos inesperados. Este pretexto revelará las historias de cuatro familias divididas por su pertenencia a universos diferentes: por un lado, los rezagados y pobres; en otro, el mundo de los desarrollados.
Respecto a sus filmes anteriores, se nota un avance impresionante en su narrativa que no consiente a las fórmulas cómodas de Amores Perros (2000), en la que en un ataque de egotismo extremo, se incluía un cameo del propio director y escenas de un comercial de televisión dirigido por él mismo, durante el tiempo que estuvo a cargo de la producción publicitaria de Televisa, amén de un par de bromas muy personales del niño malcriado de la estación pop rock WFM.
La última película de González Iñárritu, no tiene los errores de continuidad de aquella – que no viene a caso detallar – y su otra película con Sean Penn y Benicio del Toro. La cámara se encuentra más asentada y menos nerviosa. Parece haber superado por fin, su afán por la forma y lo que más importa hoy en sus películas es el fondo. No sólo es la más lograda de sus películas, sino la primera que podría – personalmente – calificar de obra de arte y un importante acontecimiento para el cine mexicano.
Los personajes, se encuentran mejor construidos, son más creíbles y auténticos, menos melodramáticos y mucho más reales. No sólo la actuación hace la diferencia, puesto que ha contado antes con grandes estrellas del cinematógrafo. El cambio se encuentra en una profundidad emocional y una verosimilitud en juego, como antes no la habíamos experimentado en sus filmes, además de que la historia no tiene las connotaciones morales que podrían derivarse de los otros relatos.
“El negro” como se le conoce en los medios de comunicación, ha progresado, quizás a pesar de sí mismo, y alcanzado una madurez reflexiva sorprendente en este trabajo con Arriaga (que se anuncia como el último), ayudado por el trabajo de un espléndido equipo de producción, una fotografía impecable de Rodrigo Prieto (responsable de la cinematografía de la premiada Brokeback mountain de Ang Lee, 2005) y una edición completamente perfecta. Cierto es también, que resulta ser la más cara de las producciones que ha ensamblado, pero el dinero – lo sabemos muy bien – no siempre hace la diferencia.
El trabajo de Brad Pitt (Richard) y Cate Blanchet (Susan), es elocuente y conmovedor, apoyado por un reparto multiétnico que, a pesar de sus contrastes, muestra pasión en cada historia, dónde el capricho, la pendencia familiar, la ambivalencia, el egoísmo, hacen que las diferencias entre los seres humanos resulten pocas, no así su suerte de acuerdo a su condición económica y política.
La historia de la nana de sus hijos (magnífica en su papel: Adriana Barraza) es enternecedora y patética a la vez, uno se pregunta desde el principio: ¿por qué están tan lejos los padres de sus hijos y cómo es que se ocupan tan poco de ellos? (y sí, de explorar países extraños y poblados por habitantes roñosos). La respuesta no viene fácil, mientras observamos el abandono de esos pequeños en manos de una niñera tierna y cariñosa, pero empujada por el destino a tomar una puerta falsa. Esos niños estarían mejor con su madre, ocupada en cuidar que el marido beba sólo Coca – cola, no se acueste con las nativas ó agregue hielitos contaminados por el oscuro entorno y los gérmenes de Medio Oriente.
Se nos muestra también, un México peligroso para los norteamericanos, tan extraño, primitivo y difícil como la tierra de Bin Laden. Tijuana parece más temible que el centro de Marruecos y esos chicos, más acostumbrados al Kentucky Fried Chicken que a las incidencias de la vida del campo, sufrirán indeciblemente el sacrificio de la gallina que se comerán, más tarde, sin culpa en un mole.
La fiesta de bodas, será retratada con sinceridad y apego al kitsch folklore de nuestro México, no se disimula una mirada analítica del director a ese ambiente tan particular de una fiesta popular del norte, que será vista a los ojos del espectador extranjero (Los seis miembros del jurado Ecuménico de Cannes fueron Gianna Urizio, de Italia; Michel Kubler, de Francia; Stefan Foerner, de Alemania; Anita Uzulniece, de Letonia; Waltraud Verlaguet, de Francia y Jos Horemans, de Bélgica) como un rito pagano incomprensible.
En el contexto de la problemática fronteriza, seremos testigos de los prejuicios y monomanías de la border patrol, que apreciará como un enigma espeluznante el que unos pequeños güeritos se encuentren a cargo de una doméstica mexicana acompañada por un muchacho borracho (Gael García Bernal) y a bordo de un coche destartalado. La realidad cotidiana de los mojados que cruzan la frontera sin abrigo ni garantías, será impuesta a esos inocentes que estarán a punto de perder la vida, pero que regresaran más tarde a la comodidad de su hogar, lo mismo que los padres quienes serán prácticamente salvados por la caballería norteamericana: Happy end para los amos.
Esas llamadas al teléfono encontradas entre la nana y su patrón, documentarán una muestra de la incomunicación que prevalece entre dos pueblos, cosidos por circunstancias geográficas, pero desunidos por relaciones de poder, cultura, valores y vida cotidiana.
La paranoia estilo Bush que ve al terrorismo en cualquier rincón, es un fantasma que acompaña a los norteamericanos al recorrer el mundo, pero también, la manifestación de profundos temores a la diferencia, que considerada contra ley ó indecente, intentará ser borrada ó reducida a fin de imponer su propio orden moral, económico y de gramática del deseo. No consideramos excesiva nuestra interpretación, la broma (“Tengo mis papeles en orden”) que hizo “El negro” al recibir de manos del supergobernador de California (Schwarzeneeger) el Globo de Oro, y sus declaraciones posteriores acerca de los indocumentados, reafirman nuestra apreciación. El mundo se divide en dimensiones paralelas, coexisten y se influyen, pero que no llegan del todo a cotejarse. Principiando por la suerte de quienes están arriba en los rascacielos, podrá ser triste, dramática, pero el carácter de esas tragedias siempre tiene algo de subjetivo, de drama psicológico más que social, lo que no convierte en menos trágicas las historias, pero siempre con salida entreabierta a la vida.
La historia de la familia marroquí que compra el rifle lo prueba, la rivalidad natural entre dos hermanos, su búsqueda de identidad y las fechorías propias de la edad, desembocan en una vereda sin salida. El hermano menor (Yussef) más despierto y hábil con el rifle que el mayor (Ahmed) en un afán de presunción adolescente, prueba su puntería contra el camión de turistas occidentales. Ahí se desatará la tormenta que llevará a su familia a la desgracia. Importará menos el estado de la víctima – que vemos sobrevivir al final – que su condición de norteamericana en suelo árabe.
Kant sostenía que el imperativo categórico (“Obra de tal manera que la máxima de tu voluntad pueda ser ley universal para todos") es la balanza de justicia que se traduce en leyes dentro de la vida social. Con tal principio se mediría lo razonable y lo injusto, lo correcto o incorrecto. Pero para este chico de país rezagado, la justicia no es equitativa, para él no habrá piedad, ni aclaraciones que valgan. El poder es más bien inicuo con los débiles, más todavía, tratándose de un atentado contra una mujer blanca, anglosajona y protestante. Lo que podría ser una jácara familiar desemboca en la muerte de su hermano a manos de los perros de la policía local.
Interesante por otras razones, es la pequeña historia de Chieko (¡Rinko Kikuchi haciendo el papel de una adolescente!), ángel sordomuda cercada en la tierra por su diferencia física. Su silencio es elocuente a pesar de lo que dictarían las formas exteriores y nos transmite un drama sensible, que muda la antipatía inicial del espectador hacia el personaje, en compasión.
Su panorama vital está complicado por el reciente suicidio de su madre, la vida alocada de los jóvenes en Tokio, y una crisis juvenil que le empuja a romper el circuito de su ansiedad hacia el sexo opuesto. En ese camino, mentirá al joven detective para intentar seducirlo, terminando su experimento en una orfandad que la hará aterrizar desnuda y necesitada de afecto, en una vida difícil que apenas empieza.
¿Qué dice la nota que entrega al policía? Podría ser una disculpa, una confesión apenada, tal vez agradezca su nobleza ¿Acaso le anotó su celular citándole a un nuevo encuentro? Se agradece la sutileza de no mostrarnos el contenido y dejar a cada espectador figurarse ese mensaje.
Todas estas historias muestran la difícil, cuando no imposible comunicación entre los hombres (Lacan dix it), independientemente del sexo, el idioma y las diferencias culturales, mostrando en toda su plenitud el desamparo final de una humanidad compuesta de seres de marcha gris y sombra pesada. Quienes, a pesar de la noche interminable de los tiempos que sufren, son capaces de guardar la esperanza en el mañana.
Julio Ortega Bobadilla.
julius@cartapsi.org
“Si quieres hacer reír a Dios, cuéntale tus planes.”
Vanessa Bauche (Susana) en Amores Perros.
"People come, people go. Nothing ever happens."
Lewis Stone (Dr. Otternschlag) en Gran Hotel.
Babel (Color. 2006). Dir. Alejandro González Iñárritu. Guión: Guillermo Arriaga.
Existe, entre los muchos cuentos de Las mil y una noches, uno que relata la destrucción de dos pueblos a causa de una chispa de miel. El relato narra cómo, un vecino al mostrar un tarro del producto de sus abejas, riega una gota al suelo que hace que una avispa se precipite sobre ella y luego un gato contra la avispa; un perro sobre el gato y el dueño del gato sobre el perro con intenciones asesinas. Luego será el dueño del gato quien irá sobre el propietario del perro, hasta que se generalice la contienda entre dos pueblos con resultados funestos.
Sobre un dispositivo equivalente de causas aleatorias que se remontan a la desventura, se ha construido la película premiada por la Asociación de Prensa extranjera en Hollywood con el Globo de Oro, con la que había obtenido González Iñárritu la Palma de Oro 2006, como mejor director en la 59 edición del festival de Cannes. No es la primera vez que utiliza esa forma narrativa y las cintas grandes anteriores a Babel y que conformarían una trilogía que incluiría Amores perros (2000) y 21 Gramos (2003), se basan sobre guiones semejantes de Arriaga que explotan como protagonista principal al accidente del azar.
Los tres filmes tienen una estructura afín: una combinación de personajes coinciden en un acorde, y se combina el seguimiento intercalado en tiempo y espacio de personajes que Robert Altman practicó magistralmente en Short cuts (1993), con el agregado de un rompecabezas temporal, recurso no completamente desusado, puesto en escena – más ó menos recientemente – por Peter Howitt en Sliding doors (1998). Todas éstas cintas exploran la tragedia de lo inesperado alcanzando las vidas de los protagonistas, que simplemente no esperan ninguno de los acontecimientos que les tiene deparado el destino, eventos que los enfrentarán a su propia castración.
La gota de miel – en este caso – se trata de un rifle obsequiado por un turista japonés a su guía en Marruecos, que desencadenará una serie de eventos inesperados. Este pretexto revelará las historias de cuatro familias divididas por su pertenencia a universos diferentes: por un lado, los rezagados y pobres; en otro, el mundo de los desarrollados.
Respecto a sus filmes anteriores, se nota un avance impresionante en su narrativa que no consiente a las fórmulas cómodas de Amores Perros (2000), en la que en un ataque de egotismo extremo, se incluía un cameo del propio director y escenas de un comercial de televisión dirigido por él mismo, durante el tiempo que estuvo a cargo de la producción publicitaria de Televisa, amén de un par de bromas muy personales del niño malcriado de la estación pop rock WFM.
La última película de González Iñárritu, no tiene los errores de continuidad de aquella – que no viene a caso detallar – y su otra película con Sean Penn y Benicio del Toro. La cámara se encuentra más asentada y menos nerviosa. Parece haber superado por fin, su afán por la forma y lo que más importa hoy en sus películas es el fondo. No sólo es la más lograda de sus películas, sino la primera que podría – personalmente – calificar de obra de arte y un importante acontecimiento para el cine mexicano.
Los personajes, se encuentran mejor construidos, son más creíbles y auténticos, menos melodramáticos y mucho más reales. No sólo la actuación hace la diferencia, puesto que ha contado antes con grandes estrellas del cinematógrafo. El cambio se encuentra en una profundidad emocional y una verosimilitud en juego, como antes no la habíamos experimentado en sus filmes, además de que la historia no tiene las connotaciones morales que podrían derivarse de los otros relatos.
“El negro” como se le conoce en los medios de comunicación, ha progresado, quizás a pesar de sí mismo, y alcanzado una madurez reflexiva sorprendente en este trabajo con Arriaga (que se anuncia como el último), ayudado por el trabajo de un espléndido equipo de producción, una fotografía impecable de Rodrigo Prieto (responsable de la cinematografía de la premiada Brokeback mountain de Ang Lee, 2005) y una edición completamente perfecta. Cierto es también, que resulta ser la más cara de las producciones que ha ensamblado, pero el dinero – lo sabemos muy bien – no siempre hace la diferencia.
El trabajo de Brad Pitt (Richard) y Cate Blanchet (Susan), es elocuente y conmovedor, apoyado por un reparto multiétnico que, a pesar de sus contrastes, muestra pasión en cada historia, dónde el capricho, la pendencia familiar, la ambivalencia, el egoísmo, hacen que las diferencias entre los seres humanos resulten pocas, no así su suerte de acuerdo a su condición económica y política.
La historia de la nana de sus hijos (magnífica en su papel: Adriana Barraza) es enternecedora y patética a la vez, uno se pregunta desde el principio: ¿por qué están tan lejos los padres de sus hijos y cómo es que se ocupan tan poco de ellos? (y sí, de explorar países extraños y poblados por habitantes roñosos). La respuesta no viene fácil, mientras observamos el abandono de esos pequeños en manos de una niñera tierna y cariñosa, pero empujada por el destino a tomar una puerta falsa. Esos niños estarían mejor con su madre, ocupada en cuidar que el marido beba sólo Coca – cola, no se acueste con las nativas ó agregue hielitos contaminados por el oscuro entorno y los gérmenes de Medio Oriente.
Se nos muestra también, un México peligroso para los norteamericanos, tan extraño, primitivo y difícil como la tierra de Bin Laden. Tijuana parece más temible que el centro de Marruecos y esos chicos, más acostumbrados al Kentucky Fried Chicken que a las incidencias de la vida del campo, sufrirán indeciblemente el sacrificio de la gallina que se comerán, más tarde, sin culpa en un mole.
La fiesta de bodas, será retratada con sinceridad y apego al kitsch folklore de nuestro México, no se disimula una mirada analítica del director a ese ambiente tan particular de una fiesta popular del norte, que será vista a los ojos del espectador extranjero (Los seis miembros del jurado Ecuménico de Cannes fueron Gianna Urizio, de Italia; Michel Kubler, de Francia; Stefan Foerner, de Alemania; Anita Uzulniece, de Letonia; Waltraud Verlaguet, de Francia y Jos Horemans, de Bélgica) como un rito pagano incomprensible.
En el contexto de la problemática fronteriza, seremos testigos de los prejuicios y monomanías de la border patrol, que apreciará como un enigma espeluznante el que unos pequeños güeritos se encuentren a cargo de una doméstica mexicana acompañada por un muchacho borracho (Gael García Bernal) y a bordo de un coche destartalado. La realidad cotidiana de los mojados que cruzan la frontera sin abrigo ni garantías, será impuesta a esos inocentes que estarán a punto de perder la vida, pero que regresaran más tarde a la comodidad de su hogar, lo mismo que los padres quienes serán prácticamente salvados por la caballería norteamericana: Happy end para los amos.
Esas llamadas al teléfono encontradas entre la nana y su patrón, documentarán una muestra de la incomunicación que prevalece entre dos pueblos, cosidos por circunstancias geográficas, pero desunidos por relaciones de poder, cultura, valores y vida cotidiana.
La paranoia estilo Bush que ve al terrorismo en cualquier rincón, es un fantasma que acompaña a los norteamericanos al recorrer el mundo, pero también, la manifestación de profundos temores a la diferencia, que considerada contra ley ó indecente, intentará ser borrada ó reducida a fin de imponer su propio orden moral, económico y de gramática del deseo. No consideramos excesiva nuestra interpretación, la broma (“Tengo mis papeles en orden”) que hizo “El negro” al recibir de manos del supergobernador de California (Schwarzeneeger) el Globo de Oro, y sus declaraciones posteriores acerca de los indocumentados, reafirman nuestra apreciación. El mundo se divide en dimensiones paralelas, coexisten y se influyen, pero que no llegan del todo a cotejarse. Principiando por la suerte de quienes están arriba en los rascacielos, podrá ser triste, dramática, pero el carácter de esas tragedias siempre tiene algo de subjetivo, de drama psicológico más que social, lo que no convierte en menos trágicas las historias, pero siempre con salida entreabierta a la vida.
La historia de la familia marroquí que compra el rifle lo prueba, la rivalidad natural entre dos hermanos, su búsqueda de identidad y las fechorías propias de la edad, desembocan en una vereda sin salida. El hermano menor (Yussef) más despierto y hábil con el rifle que el mayor (Ahmed) en un afán de presunción adolescente, prueba su puntería contra el camión de turistas occidentales. Ahí se desatará la tormenta que llevará a su familia a la desgracia. Importará menos el estado de la víctima – que vemos sobrevivir al final – que su condición de norteamericana en suelo árabe.
Kant sostenía que el imperativo categórico (“Obra de tal manera que la máxima de tu voluntad pueda ser ley universal para todos") es la balanza de justicia que se traduce en leyes dentro de la vida social. Con tal principio se mediría lo razonable y lo injusto, lo correcto o incorrecto. Pero para este chico de país rezagado, la justicia no es equitativa, para él no habrá piedad, ni aclaraciones que valgan. El poder es más bien inicuo con los débiles, más todavía, tratándose de un atentado contra una mujer blanca, anglosajona y protestante. Lo que podría ser una jácara familiar desemboca en la muerte de su hermano a manos de los perros de la policía local.
Interesante por otras razones, es la pequeña historia de Chieko (¡Rinko Kikuchi haciendo el papel de una adolescente!), ángel sordomuda cercada en la tierra por su diferencia física. Su silencio es elocuente a pesar de lo que dictarían las formas exteriores y nos transmite un drama sensible, que muda la antipatía inicial del espectador hacia el personaje, en compasión.
Su panorama vital está complicado por el reciente suicidio de su madre, la vida alocada de los jóvenes en Tokio, y una crisis juvenil que le empuja a romper el circuito de su ansiedad hacia el sexo opuesto. En ese camino, mentirá al joven detective para intentar seducirlo, terminando su experimento en una orfandad que la hará aterrizar desnuda y necesitada de afecto, en una vida difícil que apenas empieza.
¿Qué dice la nota que entrega al policía? Podría ser una disculpa, una confesión apenada, tal vez agradezca su nobleza ¿Acaso le anotó su celular citándole a un nuevo encuentro? Se agradece la sutileza de no mostrarnos el contenido y dejar a cada espectador figurarse ese mensaje.
Todas estas historias muestran la difícil, cuando no imposible comunicación entre los hombres (Lacan dix it), independientemente del sexo, el idioma y las diferencias culturales, mostrando en toda su plenitud el desamparo final de una humanidad compuesta de seres de marcha gris y sombra pesada. Quienes, a pesar de la noche interminable de los tiempos que sufren, son capaces de guardar la esperanza en el mañana.
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