BLOG de JULIO ORTEGA B. SUEÑOS, ASOCIACIONES LIBRES, INVESTIGACIONES Y CONFESIONES DE UN ANALISTA EN LA WEB.
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sábado, 28 de septiembre de 2013
Karen Souza, cantante de jazz...
Karen Souza, cantante argentina de jazz, magnífica voz aterciopelada (me recordó a Paticia Barber). Recién llegada a México... les recomiendo mucho el verla si tienen oportunidad. También los músicos que la acompañan son magníficos.
viernes, 20 de septiembre de 2013
The Honeymoon Killers o La voluptuosidad del amor - pasión. Julio Ortega B.
USA (1970). Blanco y negro. 108
min.
Título en español: Los amantes sanguinarios.
El film de Leonard Kastle es
anómalo y fascinante por varios motivos, entre ellos, podemos contar el hecho
de que es el único que se le conoce, opera prima y quizás el final de una
carrera prometedora y que resultó ser
corta. Curiosamente, ha creado un culto que necesita hoy, explicación. A los espectadores
jóvenes puede parecer aburrida y hasta insulsa en comparación con otras
historias semejantes que corren con más tersura y refinamiento en su
realización, como Natural Born Killers (1994), del disparejo Oliver Stone
basada en un guión de Tarantino que ha sido, obviamente, inspirado en la misma
historia y probablemente, en las repetidas pasadas de la cinta de Kastle a los
ojos fascinados del muchacho Quentin. Otro filme emparentado con el que nos
ocupa, es sin duda, la aplaudida en Cannes: Profundo Carmesí (1996), de Arturo
Ripstein, que cuenta con variantes mínimas, pero con un toque de humor negro,
la misma historia. Las imágenes
alucinantes de la pantalla fueron entresacadas de la realidad, el público norteamericano
guardó durante mucho tiempo memoria de los horrendos crímenes cometidos por Martha Beck y Raymond
Fernández, dos sujetos marginales de esa sociedad de la opulencia que
financiaron su pasión exaltada y complementaron su goce sexual, arrasando a
mujeres solitarias como las que rondaban los clubes del corazón en las épocas
anteriores al correo electrónico y el ICQ.
Se trata de una película de bajo
presupuesto realizada con medios modestos y que corrió al margen de algunos de
los estándares de la industria, sobreviviendo a las normas estrictas de los
distribuidores que buscan seguridades sobre la recuperación de su inversión.
Un director de cine es uno de los
personajes más extraños del mundo del arte, tiene algo de pintor, escritor,
fotógrafo, pero sobretodo algo de Dios. Se dice que el guionista visitó a
varios productores y directores cinematográficos para ofrecer la historia.
Martin Scorsese fue elegido para ser el director, luego fue substituido por
Donald Volkman, para finalmente terminar en manos del propio escritor para su
realización. Kastle parece haber caminado, esperando encontrar a ese pequeño
Dios que sacase la historia adelante
para finalmente saltar él mismo a la plató y darle ese tono extraño,
grotesco y kitsch al filme que evoca el
estilo semidocumental que, dos años antes, utilizara Georges Romero en su también película de
culto que inaugurara el cine gore: “La noche de los muertos vivientes”.
La historia está contada de una manera directa, obsesiva,
sin concesiones al espectador y con una narrativa a tono con los modelos de las películas Z de
los años 40’s y 50’s referidas a temas detectivescos y policiales. Su primera
media hora es, en este sentido, anodina. El planteo de los personajes, la
interpretación un poco tiesa de los actores, la iluminación directa y los planos
americanos no hacen esperar demasiado
del filme que cuenta de manera realista y seca los acontecimientos, aderezados
con un toque leve de humor negro que supone, utilizar como fondo la música
wagneriana favorita de los nazis.
Esa misma forma de narrativa
puntual ¾un
poco desesperante¾
se convierte en un mérito, cuando empezamos a ver en la pantalla los detalles
de los crímenes de esos crueles amantes que no ahorran al espectador ninguna
gota de sangre, mostrándonos al martillo y la lavadora asesinas, el sexo inflamado al ardor del
ansia criminal.
Shirley Stoler representa a
Martha Beck en una actuación que le valió futuros papeles de Dominatrix
en películas como Siete bellezas (1976)
de Lina Wertmuller, la cantinera de
Frankenhooker (1990), y la mujer que en Miami Blues (1990) expresa su disgusto
contra Alec Baldwin cortándole sus dedos con un machete. Su impresionante
porte, de ciento y tantos kilos la hace ver al espectador como una matrona
lasciva sin ningún freno de decencia,
todo en su presencia llama al exceso.
Su personaje Martha al encontrar
a su alma gemela decide con naturalidad recluir a su mamá a la que cuidaba con
rencor soterrado, en un asilo. Sigue,
sin más, a su latin lover, el relamido Raymond Fernández. Queda
fuera cualquier consideración moral y
ética, ella ha sido tocada por el amor ¾ pasión, esa extraña
figura que Denis de Rougemont (1) ve aparecer en lo que llama la
revolución psíquica del siglo XII.
Esa transformación del ánimo
parece haberse dado de golpe y privilegia el amor cortés sobre el matrimonio.
Lo que se ama es el amor, el hecho mismo de amar. Se trata de abandonar la
conciencia y zozobrar en la sombra,
entregarse a la pasión hasta morir, pues, la vida sin amor no vale nada. El
fondo de esta inmersión de los corazones en la noche del deseo es,
curiosamente, un deseo de saber, un modo de conocer, que sólo puede abrirse
paso a través del sufrimiento.
Al parecer, este estilo de amar,
está relacionado con el relajamiento de los vínculos feudales y por tanto,
patriarcales. Esto trajo consigo un cuestionamiento a la autoridad del Señor y
de las instituciones mismas, incluyendo a la iglesia. Es una especie de
prerrenacimiento de la individualidad que tiene como manifestaciones más
notables: el culto al amor y el nacimiento
de religiones dualistas como las de los cátaros y albigenses. Éstas
últimas, que tuvieron su importancia en esa Europa medieval fueron exterminadas
por el papado de manera salvaje y radical, quizá también la iglesia hubiese querido eliminar al amor
cortés mismo, pero: ¿Cómo extinguir las flamas del corazón?
Entre los resultados más
importantes de esta rebelión del espíritu está la revaloración de la mujer y la
divinización de la feminidad que podemos observar en los cantos y romances de
los trovadores que exaltan al objeto de su amor con cualidades celestiales, al
punto de retomar la fuerza de la
religión en un culto pagano al objeto de amor.
He aquí un par de ejemplos
entresacados del libro de Rougemont que nos muestran esta pasión herética:
¡Tomad mi vida en homenaje, bella
que me dais gracia, mientras me concedáis que por vos al cielo tienda! (Uc de Saint Circ)
Mejoro y me purifico a cada día
que pasa, pues sirvo y reverencio a la dama más gentil del mundo. (Arnaut
Daniel)
Cabe preguntarse cuál es la
diferencia entre este género de amor, diferente al sostenido por los modelos
griego y latino. No podemos ser exhaustivos en este análisis, pero anotemos tan
sólo que el modelo griego platónico sostiene de una diferencia entre erastés
(amante) y eromenós (amado) dónde el amante ejerce un papel activo y el
amado es el de objeto de esa pasión. Por ello será más valorado siempre el sacrificio del amado a favor del amante,
pues pone en él un esfuerzo que va más allá de la espontaneidad
y el sacrificio desprendido connatural del amante. También, el amor más excelso en las categorías clásicas es el de filia, que sobrepone
el valor de la amistad a cualquier otro sentimiento.
El amor ¾ pasión supone
reciprocidad, correspondencia, deseo de fundición no sólo de las almas sino de
los cuerpos. Este amor se ve como un producto pleno en sí y no como un defecto
de la razón, es colmado contra razón y lo que quiere es centellear sin importar
la fuente del combustible, aún sean los cuerpos de los amantes. No concordamos con Trías, quien en su “Tratado
de la pasión” (2) vela la brillantez de algunas de sus tesis al afirmar que
este amor supone necesariamente la heterosexualidad. Los amantes se quisieran
sin sexo, fusionados más allá de toda diferencia.
Ese deseo de refundición se ve
reflejado y prolongado en la petición de fidelidad que no encontramos en los
latinos. Los ideales en juego en este tipo de amor demandan no sólo
concordancia sino dependencia, franqueza más allá de la amistad y la
compatibilidad total, sueños guajiros de los que están tan prendidos Beck y
Fernández que están dispuestos a ofrendar la vida, exactamente de la misma
manera que ustedes y yo.
El amante en este esquema se
comporta como un poseído que valora al amor por encima de cualquier otra cosa.
Libertad, placer y felicidad se hallan muy por debajo de las aspiraciones del
endemoniado, que quiere y se procura al amor mismo, no importa que implique
sufrimiento o congoja. Los enamorados son náufragos que desean ser arrastrados
al remolino, ahogados por la corriente y
ser hechos pedazos por una fuerza que se presiente poderosa e
indomeñable, extraña e íntima al sujeto que ama.
Amor y muerte se encuentran en
esa pasión, entrelazados intensamente y constituyendo las dos caras de una misma moneda. La liga
que los une es ese deseo imposible de
aspirar a ser uno, que los condena a ser víctimas de un ímpetu que no duda en
intentar formar con los pedazos desbaratados de la carne de dos, al gracioso
ser andrógino del que Platón nos habla a través de la boca de Aristófanes en
esa borrachera maravillosa que conocemos como El Banquete. Allí encontramos,
también, como origen del demonio Eros, el encuentro fortuito y
propiciado por el alcohol entre Penia
(la pobreza) y Poro (el recurso). El amor ¾ pasión rechaza ese
origen, se trata más bien, del encuentro de destino entre el fuego y la carne.
La palabra que describe este
juego mortífero es pasión. Si desglosamos cuidadosamente el término y
encontraremos ciertas fallas si tratamos de interpretar a la pasión según el
modelo tomista de acto y passio. La pasión es pasiva porque
supone el abandono, pero a su vez, es
activa pues supone una positividad espontánea que induce a la acción. La
pasión, es así, sensación de poder (que no significa necesariamente: poder). Pasión es padecimiento pero
también dicha por padecer. El amante
pierde el sueño, baja o sube de peso, se viste y se desviste compulsivamente,
conjetura y en base a sus obsesiones echa a funcionar la máquina de su cuerpo
hasta alcanzar altas velocidades destinadas a quemarla.
¿Qué inflama la pasión de los
amantes? ¿Acaso es la belleza del cuerpo? ¿Quizá la del alma? La respuesta no
puede ser sino freudiana: el brillo de la nariz. Eso que convierte en fetiche
al objeto de amor. Para el público lego expliquemos con calma esta cuestión, en
el artículo sobre El fetichismo
de 1927 (4) nos informa Freud de cómo se elige al objeto fetiche. Nada esencial
hay en él que lo convierta en ese objeto especial... nada sino la mirada de
linterna del amante que rebota en la nariz del amado y le proporciona ese
brillo cegador que vuelve deslumbrante al objeto amado. De manera
magistralmente poética, encontramos esta idea en esa pequeña obra maestra de
Carson MacCullers que lleva el nombre de
La balada del café triste (4), ahí podemos leer:
Hay el amante y hay el amado y
cada uno proviene de regiones distintas. Con mucha frecuencia el amado no es
más que un estímulo para el amor acumulado durante años en el corazón del
amante. No hay amante que no se de cuenta de esto con mayor o menor claridad;
en el fondo sabe que su amor es un amor solitario.
Para quienes no han leído esta
novela, la recomendamos entusiastamente, encontraran allí muchas coincidencias
con lo que sucede entre Martha Beck y el tal Fernández (Tony Lo Bianco). Por supuesto que no es la belleza de las almas, ni la de los cuerpos, la que
determina el amor, más bien, se trata de una llama que arde solitaria en el
faro del corazón del amante y que lanza su luz a esa oscuridad de los objetos,
a través de las ventanas que son los ojos.
Llevemos la metáfora más lejos,
en el amor ¾
pasión, esa luz no es blanca, sino teñida del color de nuestras ilusiones y es
por eso que el objeto de amor se ilumina con un resplandor que disimula sus
asperezas y desniveles, para ofrecernos
al amado como una superficie lisa y perfecta, su cuerpo real no es sino una
pantalla de proyección de nuestras fantasías y ensueños.
Martha cede al crimen espontáneamente
porque percibe que el lugar de cómplice, la hace una compañera puntual,
correspondiente de su amado. La sangre la baña de luz y su cuerpo se convierte
en el hogar maternal e incestuoso de su amante, que más que buscar un compinche
quiere la mirada de un testigo que admire y goce sus crímenes. Pero Martha va
más allá de ser espectadora, los celos la empujan a ser coautora de los
asesinatos y entra en una vorágine que le lleva a rivalizar con la crueldad de
Raymond. Finalmente, comprende que a pesar de la culpa compartida, la fusión de
los amantes no puede ser total, que uno más uno da siempre dos. Ese
descubrimiento la llevará a entregar a
la justicia al mismo objeto de su amor, culpable, no de los espeluznantes
crímenes que hemos visto en la pantalla, más bien, de no diluirse y perderse para
siempre en los pliegues de esa masa de carne hasta ser uno totalmente con su amada.
El final de la película es tan
espantoso, a su manera, como todo lo que hemos visto anteriormente y no le pide
nada prestado a cineastas maduros y contemporáneos como el gran Kieslowski.
Nos preguntamos sobre Kastle y
sus impresiones después de ver su filme, no sabemos de cierto este hecho, pero
no nos parece descabellado adivinarlo enfrentado a su obra como a la de un
desconocido ¿Por qué no? Cómo quien observa su crimen horrendo, cometido sin
conciencia, que de pronto, salta a la
vista en la forma de un cuerpo yaciente y sin vida. Lo imaginamos horrorizado,
culpable y víctima de una repulsión sin medida, no lo vemos satisfecho de su
obra, sino mortificado... abandonando el trabajo de director de cine a quien
pueda tener más estómago.
Notas:
(1) Rougemont Denis de (1978). El amor y
occidente. Ed. Kairós. Barcelona.
(2) Trías Eugenio (1998). Tratado
de la pasión. Editorial Mondadori. Madrid.
(3) Freud Sigmund. (1927) El
fetichismo. Freud Total 1.0. CD
Room. Ediciones Nueva Hélade.
(4) Carson MacCullers (1971). La
balada del café triste. Ed. Salvat. España.
domingo, 15 de septiembre de 2013
viernes, 13 de septiembre de 2013
martes, 10 de septiembre de 2013
En la quietud de la noche o Bajo Sospecha (1982). Dirigida por Robert Benton. Fotografía Néstor Almendros. Roy Scheider, Meryl Streep, Jessica Tandy.
La película En
la quietud de la noche o Bajo
Sospecha, es una súper producción hollywodense escrita y dirigida por
Robert Benton, quien había sido muy celebrado por su película anterior,
premiada con nada menos que 9 Oscars: Kramer vs. Kramer, y había adquirido fama
como intimista de realidad cotidiana. Demuestra hasta qué punto se puede
sobrevalorar a un director y por supuesto, reproduce de manera puntual todos
los prejuicios y mitos acerca de un psicoanalista y del psicoanálisis en
general, haciendo un filme que intenta retomar el consabido género
cinematográfico del thriller psicológico desarrollado a su máxima dimensión por
Alfred Hitchcock, sin el genio cinematográfico del inglés, y sin la imaginación
visual de otro director norteamericano que exploró ese tipo de dramas y hoy
casi olvidado: Brian de Palma, director de clásicos del cine de terror como Carrie,
Las gemelas satánicas y Vestida para
matar.
De entre mis recuerdos la saqué para
comentárselas, pensando en que quizá nos sirviese para tocar algunos de los
mitos más comunes acerca de un tratamiento psicoanalítico, la vi en 1982 cuando
estaba al final de la carrera de
psicología en la UNAM y me había adentrado por la libre en el mundo del
psicoanálisis en un mundo muy distinto del que nos muestra la película. Un
psicoanálisis que estaba influido por el estructuralismo y el marxismo, y en el
cual parecía obvio que el psicoanálisis sólo habría de sobrevivir vinculado a
la ideología marxista, así cómo algunos piensan hoy que el psicoanálisis sólo puede
ser una disciplina seria, y sobrevivir, ligado al discurso de Lacan. Mi opinión
hoy es que, aún valorando al psicoanalista francés como una piedra de toque del
psicoanálisis contemporáneo, no podemos repetir sus fórmulas cual si fuesen
dogmas, a menos que consideremos al psicoanálisis como una religión, lo cual
nos haría caer nuevamente en el abismo de los ideales que atormentaron el siglo
XX aún cercano.
En ella, encontramos a Roy Scheider como un
exitoso psicoanalista - psiquiatra neoyorkino, que se acaba de separar de su
mujer (como tantos otros analistas que pasan por varias separaciones y
encuentros), que tiene un bonito consultorio con pisos de madera, usa siempre
corbata cuando atiende, y carga en su cartera tarjetas Mastercard, Visa, American Express, es un sujeto refinado
que sin embargo, tiene un Edipo severo con su madre que también es
psicoanalista y que tiene una actitud de franqueza y apertura curiosa que hace
que él comente sus casos con ella en un tête à tête, dónde ella el aconseja qué
hacer con sus pacientes, y con la que discute de la manera más idiota posible,
la traducción de los sueños de sus pacientes. La película es una mezcla de
ignorancia del psicoanálisis, una magnífica fotografía del grandioso Néstor
Almendros que ustedes conocen por La
Laguna Azul, el mismo Kramer vs.
Kramer citado, y pésimas actuaciones de grandes actores, que fueron fieles
a los deseos de Benton, y ofrecieron unos performances
más tiesos que intensos para sus personajes (La única escena memorable del
filme parece ser la del masaje en desnudo de Meryl Streep).
Reproduce un mundo high class que en EUA tiene acceso al psicoanálisis basado en esa psicología del Yo que tanto odiaba Lacan
y que pensaba había prostituido al psicoanálisis al servicio de los intereses
de adaptación de una sociedad de consumo, con ansia por la superficialidad, la
competencia, la vida reglada por el dinero, el snobismo, y la imagen. El piso
de lujo de Schneider, nos muestra sin embargo, una vida miserable por parte del
analista que busca cualquier oportunidad para buscar a su mamá y platicarle sus
más íntimos secretos.
En una de las escenas nos adentramos en una
subasta de arte como las que caracterizan a Sotheby’s dónde se subastan obras
que alcanzan precios extraordianrios y que son disputadas por un público que no
repara en gastar hasta un millón de dólares en lo que se define como una obra
de arte.
El analista ha sufrido la pérdida de un paciente que
fue apuñalado aparentemente por una mujer y que sostenía un amorío con una
sofisticada y hermosa rubia que lo visita para pedirle el favor de devolver el
reloj del amante a su esposa. Él - ¡Cómo no! - cede sin más a la demanda y
accede a realizar el favor a la chica de la que se enamora a primera vista. Por
ella “se vuelve cómplice de un crimen,
oculta pruebas, obstruye la justicia, puede ir a la cárcel, y gasta 15 mil dlls
en una pintura que no le gusta”.
El detective a cargo del caso, le pregunta al médico
psiquiatra (y en la película no hay diferencia entre un psiquiatra y un
psicoanalista) de qué enfermedad trataba al paciente, a lo que el analista
responde que no podría violar el secreto profesional y proporcionar datos sobre
su paciente, lo que no obsta para que más tarde se relacione amorosamente con
su ex – amante, cediendo de alguna manera a la seducción, no tanto de la guapa
Meryl sino del grosero paciente que se la pasa vacilando al doctor, diciéndole
que ella es su tipo, su novia, y finalmente empujándolo al pasaje al acto que
representa cortejar a la amante que dejará vacante después de su asesinato.
Uno se preguntaría si para un analista sería
posible ceder así de fácil a las fantasías del paciente y relacionarse con la
rubia en cuestión, sin detenerse a pensar un poco sobre las implicaciones
éticas que supondría meterse en el mundo de su paciente, más aún, fallecido en
circunstancias tan misteriosas. Incluso, la trama misma, hace sospechosa a la
dama en cuestión, de ser la asesina, él lo sabe y aún así la protege en
diferentes momentos.
A lo largo del filme se ofrecen flashbacks de las sesiones con Josef
Sommer, que demuestra una soltura moral que raya en el cinismo, para desde su
posición de jefe, acosar sexualmente a sus empleadas sin ningún escrúpulo e
iniciar relaciones amorosas, sin importar su condición de casado. Uno se
pregunta, al oír el contenido de las sesiones cuál es su encanto y qué es lo
que sus sofisticadas, hermosas empleadas ven en tremendo pendejo.
Una de las escenas claves de la película, es un
sueño del paciente muerto, y en el que cruza un bosque misterioso y se acerca a
una casa aparentemente abandonada, obscura y en la que se adentra para
encontrar una cajita verde, una niña siniestra con un osito al que le arranca
un ojo que sangra, manchando la ropa de la chica y sus piernas expuestas por su
faldita corta. En balde podría interpretarse el sueño como un enfrentamiento
del paciente con la mujer o incluso un rastro de pedofilia, aún cuando para
cualquier analista freudiano clásico, podría tener resonancias a la sexualidad
femenina, la menstruación y la castración. Inútil cualquier razonamiento de
este tipo, pues para los dos analistas (madre e hijo), remite a la madre, a una
hermana, a un recuerdo, quizá a la figura violenta de la asesina. La madre, de
hecho, supervisa el caso con la conclusión de que el analista debería llamar a
la policía, y no correr ningún riesgo.
Por supuesto, todas estas tonterías, pasan por
alto la soledad del analista siempre en su trabajo, su riesgo siempre presente,
y su disposición para la escucha, su capacidad de soporte del discurso del
paciente, su paciencia y finalmente el hecho de que el analista no está para
interpretar de manera simple y hermenéutica el discurso del paciente, sino que
el analista no es otra cosa que una de las voces del propio analizante.
Roy Scheider, parece que se ha excitado bastante
con el relato de su paciente muerto y quiere probar suerte con la rubia. Está
dispuesto a arriesgar su vida, incluso es asaltado en Central Park y pierde
cartera, abrigo; casualmente sobrevive porque el asaltante es confundido por la
chamarra exclusiva, sacrificado por la asesina, otra amante del comerciante de
arte.
Meryl Streep parece que también ansia
relacionarse con el analista. El amante muerto, parece haber sido un simple
puente para llegar a un hombre más interesante, más culto y más guapo. El
analista en este caso, ignora por completo el asunto que involucra centralmente
a un psicoanálisis y que llamamos
transferencia. Para él, todos los sentimientos que despierta en su paciente son
reales, incluso parece querer vengarse de su paciente que lo desprecia,
acostándose con la amante. También el amor de la fulana en cuestión es real, él
se encuentra fascinado por la imagen y desprecia cualquier análisis detenido de
la situación que le llevaría a buscar más bien a un analista, y empezar a
contarle su vida a alguien que no fuese su mamá.
De hecho, la ética y los escrúpulos que debieran
caracterizarle, ceden a su deseo y su búsqueda de amor. En la escena final de
la película, dónde descubre la casa del sueño, decide contarle sin problema a
la ex – amante, el contenido de la sesión del sueño misterioso, llegando a la
conclusión de que todas las escenas tienen un sustento concreto y real, traumático,
que es verificado por el relato de esa mujer cuya madre ha muerto siendo ella
niña, en condiciones misteriosas, y cuyo padre es un perverso que la ha puesto
en contra suya. La misma rubia, le llega a decir a Schneider: “No sé por qué haces todo esto”. E
incluso traduce el sueño, atendiendo a las resonancias lingüísticas, más que a
las imágenes que tanto fascinan a Scheider, para convertir en un texto las
escenas de la experiencia onírica.
La interpretación de ese sueño, lleva a una escena
traumática que ella cuenta y que consiste en una pelea con su progenitor, en la
que accidentalmente, ella lo mata para volverse una histérica, que necesita ser
masajeada desnuda tres veces por semana, además de buscarse flamantes amantes
con mucho dinero.
Todos los errores técnicos posibles en los que
caería un analista, los comete Roy Scheider empezando por no cobrarle a su
primer paciente que dice que no puede darse el lujo de pagar un análisis y a lo
que él responde: “Sólo porque no tiene
usted dinero, cree que lo dejaría de atender… nos vemos la próxima sesión”.
Uno de los mayores méritos de Freud ha sido
concebir el peso de la realidad psíquica, de la inutilidad de la presencia del
trauma que puede o no estar. Nos ha llevado a concebir que podemos enfermar no
sólo a partir de hechos, sino de la imaginación. Para Benton, que ha hecho una
película sobre un psicoanalista sin tomarse nunca la molestia de leer a Freud,
todo esto es simple utilería para confeccionar un pobre drama psicológico a
partir de una mediocre novelita de detectives.
Hitchcock tenía a su lado a Joseph Stefano, un
guionista que hizo años de análisis, y que tenía lecturas de Freud, cuando
realizó el guión del clásico del cine de terror y de suspenso: Psicosis, que ante la pobreza de los
guionistas modernos, fue repetido una y otra vez en el cine, y ha derivado hoy
día en la pésima serie de televisión Motel
Bates. Benton, no se ha tomado la molestia de tratar al psicoanálisis más
que por la superficie, de hacer pedazos la práctica freudiana y volverla un
pretexto para construir personajes sin ninguna profundidad.
La traía hoy día a ustedes, para demostrarles que
se puede construir un discurso sobre un tema como el psicoanálisis sin
realmente haber tenido contacto con el psicoanálisis, sin haber profundizado en
las consecuencias de la teoría y la práctica de este saber. También se puede
construir libros y discursos sobre el psicoanálisis sin haber pasado por
análisis y sin ninguna ética profesional, y a pesar de eso llegar a ser un
autor consagrado. Se hace literatura, un poco al estilo de Benton, literatura
de ficción sin el peso verdadero que asienta al discurso analítico.
Me preguntaba una alumna hoy en clase de Introducción al psicoanálisis, cómo se
distingue un analista “bueno” de uno “malo”, le respondía: por la práctica, por
la recomendación de sus pacientes que han pasado por un proceso de cura bajo su
dirección y han realizado cambios en su vida positivos; por su trayectoria, su
pertenencia a una institución, su interés por la escucha del paciente, su
exposición social, pero sobre todo por su posición analítica ética, que va más
allá de actuar sus conflictos con sus pacientes, aconsejarlos o entrometerse en
sus vidas directamente. Diría yo también, y desgraciadamente, por la
experiencia, de la misma forma que se reconoce una película mala (pésima en
este caso) de una buena.
Comentario hecho por Julio Ortega B. en el Cineclub del CPM Xalapa, Veracruz. Todos los lunes se realiza esta actividad en Rayón # 44. Xalapa, Centro.
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