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miércoles, 22 de junio de 2022
Comentario al libro de Alejandro Cerda: En la Penumbra del Sujeto. Aportaciones para una metapsicología freudiana. Comentario de Julio Ortega.
Alejandro Cerda Rueda es psicoanalista mexicano radicado en la Ciudad de México. Obtuvo su doctorado en la European Graduate School (Suiza) bajo la dirección de Alenka Zupančič, Mladen Dolar y Slavoj Žižek. Profesor de posgrado de la Universidad Iberoamericana (UIA) así como profesor invitado por la Sociedad Freudiana de la Ciudad de México (SFCM). Desde su fundación en 2009, ha ejercido como senior editor de Paradiso editores.
Ha publicado Schreber. Los archivos de la locura (UIA, 2009), Sex and Nothing: Bridges From Psychoanalysis to Philosophy (Routledge, 2016) y En la penumbra del sujeto. Aportaciones para una metapsicología freudiana (Prometeo, 2020). El próximo año saldrá su libro A Witch Metapsychology: Apropos Psychoanalysis and the Outcome of Freud’s Legacy (Routledge, 2023). Beneficiario de la Andrew Mellon Foundation para ser becado y participar en la investigación Extimacies: Critical Theory from the Global South (2019-2022).
Leer este texto es acercarse a una experiencia científica y estética. Como impresión general, diré que no es un libro común ni un texto psicoanalítico que transmita la teoría de manera lisa y redonda, con fórmulas cansadas y comunes. Creo que eso es un acierto, porque hay mucho de asociación libre en él que es puesto en letra. Algunas metáforas son más que afortunadas y me gusta que traiga citas literarias y las mezcle con filmografía... a mí personalmente no me gusta Volver al futuro... pero me encanta que el autor haga uso de cine, poesía, arte y literatura... estamos hoy día los analistas en un tiempo, que debe rechazar la falacia del argumentum ad baculum. Creo que debemos aprender a pensar y eso es precisamente lo que hace este libro: pensar en voz alta. Me gusta que use a Freud como la base permanente de su texto y creo que las citas a Lacan están muy bien pensadas, no como otros libros que intentan demostrar que siguen bien el evangelio lacaniano. El hecho de que Badiou, Nancy, Nietzsche... y otros autores, no necesariamemte del campo del psicoanálisis estén presentes es un acierto, pues recuerda en mucho el verdadero estilo freudiano.
A diferencia de tantos libros que se producen hoy en nuestra teoría, que rondan por la admiración del discurso de Lacan a tal punto que parecen querer implantar una religión con algoritmos y nudos, vemos aquí emerger un texto original que no usa un solo autor, sino además de Lacan, vuelve los ojos a Winnicot, René Spitz, Piera Aulagnier, André Green, Fairbain, Otto Rank, Esther Bick y Lucy Irigaray. Esa pluralidad de autores, la rica discusión entre ellos, es para mí el espíritu que debe reinar en el psicoanálisis si de verdad quiere adquirir no digamos la talla de una ciencia, sino la de una disciplina formal, para mí la denominación psicoanálisis lacaniano es una negación del verdadero espíritu del psicoanálisis que debe ser plural en sus fuentes de investigación y conocimiento.
Ayuda mucho a la constitución del texto la amplia cultura de nuestro amigo Alejandro, su deseo de combinar aquello que parece incompatible (astronomía, historia, lingüística, filosofía) para hacer un enjambre de ideas que van tomando forma poco a poco para decirnos, aquello que parecería por momentos obvio, pero que no lo hemos reconocido del todo aún en el psicoanálisis.
Me gusta su forma de rastrear el origen de los conceptos y su transformación en el tiempo, consciente de que el logos se apoya precisamente en esa metamorfosis dialéctica. También me encanta que presente su clínica de una manera tan fascinante como simple. El psicoanálisis es ante todo clínica y eso no lo olvida el autor que nos presenta sus impresiones para que nosotros nos adentremos en su práctica, nos invita a ser sus acompañantes en el difícil arte de la primera entrevista.
La puerta al estudio de la metapsicología la hace a través del estudio de la relación madre – hijo. Nos recuerda que el bebé es un animal prematuro arrojado a un mundo difícil y agresivo, la precariedad de su carga instintiva, y la torpeza de su adaptación natural son instrumentos precarios con los que el bebé se enfrenta a la naturaleza. En el hombre, las cosas suceden de manera prematura, pues el parto se adelanta al fin de su gestación completa, si el feto permaneciera en el vientre materno por un tiempo extendido a los nueve meses, su nacimiento correría peligro o incluso podría morir. Recuerdo cómo me llamaba la atención de niño, la mollera de otros niños más pequeños, me preguntaba por qué tenían que nacer incompletos, mucho más tarde al adentrarme en el estudio del psicoanálisis tuve a bien reconocer que la incompletud es la estrella de nuestra existencia y que somos seres trasquilados, imperfectos para toda la vida.
Winnicott estableció que la necesidad básica para un bebé no es el alimento, sino el ser alimentado por un Otro que desee alimentarlo. Asimismo, Lacan enfatizó que en el acto de alimentar al bebé, la madre siempre ofrece algo más que leche materna: brinda contención, angustia, placer, satisfacción, y también una dependencia con incertidumbre. Por su parte, Aulagnier menciona que “el aporte alimenticio se acompaña siempre con la absorción de un alimento psíquico que la madre interpretará como absorción de una oferta de sentido”.
Así pues, hay una inadaptabilidad desde el principio del niño ante el mundo, una asimetría entre el mundo y aquello con lo cual nacemos y que nos fue provisto por nuestra vida intrauterina. Por otro lado, no podemos hacer de principio una diferenciación entre el bebé y su madre, la precariedad del niño hace que esté atado a ella durante algún tiempo, hasta que más adelante él mismo busque desprenderse de ese lazo. Pero la identidad entre el Yo y el Otro es algo que se realizará muy poco a poco y no siempre con la cooperación de la madre, asimismo no habrá diferenciación entre “lo exterior, el objeto, lo odiado, que son idénticos al principio”. Así pues, cuando tiene que tomar una posición respecto a la constitución del Yo, Cerda se coloca junto al Freud de Introducción al Narcisismo (1914) que no considera unificado el Yo ante frente al mundo al principio de su enfrentamiento con el exterior, frente a las posiciones de la escuela kleiniana, Winnicott o de la escuela inglesa de las relaciones objetales. El Yo no es innato sino que tiene que ser desarrollado, no se nace con inconsciente dice Freud, se hace pellejo que luego toma forma de Yo – Piel y de ahí lo demás. Cerda trae a colación la posición de René Spitz en la que expresa que en el mundo del neonato no existe propiamente una diferenciación clara entre el Yo y el objeto, adentro y afuera, interior y exterior permanecen difusos. Esta prematuración del niño, requiere los cuidados de papá y mamá, que cuando no se presentan o se esconden, conducen a la locura al estilo de la paciente Reneé, de Madame Séchehaye.
Ser arrojado al mundo para el bebé significa no solamente establecer un intercambio de deseo y demanda, sino ser atrapado en una cadena significante que está más allá de las exigencias de la carne.
Las pulsiones son la génesis de nuestro dispositivo psíquico, apoyado sobre el primado de las pulsiones de autoconservación, se instaura el predominio de las pulsiones sexuales que toman distancia poco a poco del instinto. Así a partir de un remolino de fuerzas variables se va contruyendo la base sobre la cual se constituye el Yo, un dispositivo que nunca estará unificado del todo sino que siempre será un corpus escindido que trabaja en principio, al servicio del principio del placer y la coalición de las diversas investiduras yoicas; jalado también por el principio de realidad.
Dice Safouan en Pleasure and Being: “El ser verdadero, es un ser que disfruta de la permanencia, y que el logos puede usar como apoyo, está del lado de las Ideas, y éstas constituyen un mundo que es distinto del mundo sensible”
Otro problema en el que Cerda está particularmente interesado es la naturaleza de placer, que en el mundo griego orientaba no sólo hacia el disfrute sino al conocimiento de lo real, aunque Epicuro hacía notar que ese mismo placer podría producir una ruptura temporal con la vivencia misma. Por ello, el placer y la vida, tienen la característica de ser de naturaleza temporal y no constante.
Refuta las enseñanzas de Sándor Rado que designa el afecto como un rol fundamental en cada conducta, al grado de modificar la noción freudiana del placer (lust) por la de emoción (emotion), o incluso la describe como un afecto pero no derivado ya de la pulsión sino como una respuesta biológica dirigida a fomentar la motivación. Asimismo rechaza la concepción bioenergética del placer de Wilheim Reich , que retoma las características cuantitativas de la exitación basándose en la motricidad del instinto, dejando también atrás el énfasis de Freud en la amalgama pulsional. Lo escencial de su elección freudiana es dejar atrás el mundo biológico como soporte único del sujeto.
Platón en Filebo concebía al placer como lo indeterminable, y Aristótleles en Ética a Nicómaco dice “que el placer es el acto de un hábito conforme a la naturaleza”, en otras palabras no es una actividad o práctica, sino una disposición constante, si bien Aristóteles se muestra cauteloso ante la naturaleza del mismo, pues piensa que puede llegar a ser perjudicial. Pero es gracias al uso de la palabra que las sensaciones de placer y dolor, logran significarse. Más allá del hedonismo, el placer se sitúa en ámbito de deontología con un sentido político, es decir, el placer está siempre en virtud de la polis para alcanzar la areté o la excelencia. Según Hipias de Élide el fin de la enseñanza era conseguir la areté, para pensar, hablar y obrar con éxito, que es el caso de la obra que hoy presentamos a ustedes.
Es interesante que traiga a colación la postura de Schulster en The Trouble with Pleasure dónde el placer aparecería ante la disminución de tensión tras un largo período de excitación, produciéndose entonces el alivio. Dice Schulster: “Lo que realmente impulsa a la vida es el dolor y el deseo de escapar de él; el placer solo es un alivio efímero en la corriente más grade del deseo y sufrimiento” . Ésta es la postura de Platón, y muy cercana a ella está el Proyecto de una Psicología para neurólogos de Freud.
Así entre los griegos encontramos dos vertientes del placer, una postura negativa que le coloca como la cicatriz de una falta, y otra positiva que lo concibe como la perfección de una actividad. Mucho después en el Renacimiento, la función biológica del placer cobró mayor importancia, de tal manera que Telesio lo consideraba como una función vital para la conservación del organismo. Descartes le atribuyó un carácter de emoción, Spinoza lo definiría como una pasión. Hobbes retomará la función biológica del placer, pensando que es un efecto ante la receptividad o repulsión de alguno de los sentidos. Así se estableció que el placer era una experiencia netamente de la percepción, de tal manera que uno se podría cuestionar si el placer era real o fantaseado. Más tarde, la corriente hedonista, que se expresaba en contra de reducir el placer a un mero sentimiento, llegó a ubicarlo como un pilar del sustento moral, ya que si una acción libre es una acción deseada, todo lo que deseamos está motivado por el placer que resultaba de dicha acción.
La psicología moderna ha ubicado la noción del placer a una mera cuestión de receptividad y respuesta. En algunos casos, el placer se encasilla dentro de los fundamentos del afecto, llegando a afirmar la presencia de afectos innatos. Pero los seres humanos no somos perros ni ratones.
Freud en su Proyecto de psicología, ofrece una alternativa para pensar el carácter metapsicológico del placer sin descuidar su fuente orgánica. Como neurólogo, posiciona al dolor como la primera experiencia de vida, que a su vez impulsa a la búsqueda de placer. Pero esta dinámica no queda atrapada en la biología porque el trabajo psíquico se orienta a la relación interior – exterior. Las pulsiones tiene como origen su fuente somática pero dentro de la vida anímica no pueden ser conocidas sino a partir de sus metas.
Widlöcher destaca la importancia de distinguir el placer psíquico como una función expresiva, mientras que puntualiza al placer psíquico como algo más complejo. Los dos mecanismos inseparables para la obtención de placer son: la satisfacción de una tendencia pulsional y el ahorro mínimo de energía.
Cada ser humano es un individuo singular, y lo es gracias a su historia de placeres y sufrimientos . Pero estos archivos no tienen una sola regulación a través de la búsqueda de placer y el evitamiento del dolor, el displacer puede transmudarse en una experiencia de satisfacción, de tal manera que lo que se conserve sea el primado de las investiduras yoicas entendidas como la piel del narcisimo. La clínica lo demuestra claramente a través de los síntomas, las dificultades de enunciación de discurso y hasta las tendencias mismas de lectura y cultura.
Barthes al retomar a Sade, destaca la importancia del placer de la lectura proveniente de ciertas rupturas o choques, incluso afirma que “el placer del texto no es forzosamente un placer de tipo triunfante, heroico, musculoso” . Y sin embargo durante el estado de no – diferenciación primario pareciera que lo que se juega es la fórmula: ¡Todo el placer es mío!
Lagache enfatiza que la oposición entre fantasía y realidad nunca es tan radical, y que mucho de este antagonismo se debe a una insistencia de cierta objetividad como regla moral de las ciencias. Hace una afirmación sorprendente: “La realidad no sólo es una fantasía acerca del otro, sino también es en gran medida la fantasía del otro”.
Bion por su parte, expone que aunque no haya mucha distinción entre el mundo interno del infante y el mundo externo de los objetos, se puede establecer que van conformándose objetos protoreales que pertenecen a una proto-realidad, como los primeros objetos de existencia, más allá de la conservación de sus huellas sensoriales dentro del aparato psíquico, es decir, anteriores al principio de realidad.
Lacan en su conferencia “Más allá del “principio de realidad”” (1936), establece que el bebé será sostenido por la voz de la madre, su carne, su alimento, su demanda de amor y lo más importante, una red de significantes a la que poco a poco se irá acomodando. El infante es arrojado a un mundo simbólico, no se nace a la nada sino a una estructura lingüística, el funcionamiento del aparato psíquico (también el principio de realidad) sólo son posibles a través y centrándose en el lenguaje. Quizá debiésemos agregar que no es una red de significantes pura, sino ligada a un habla con tono de voz, ritmo, índice melódico, armónico. La importancia de las canciones de cuna, consiste precisamente en que tapizan la relación del niño con el mundo de afecto, antes de que éste se halle completamente metido en el lenguaje simbólico.
Al analizar a Hartmann y su propuesta sobre un principio de realidad de índole adaptativa, que reduce como un acomodo a la realidad convencional, nos indica que esa idea no resuelve mucho del intercambio que subsiste entre el sujeto y el mundo.
Por otro lado, en el desarrollo de su texto, nos enfrenta al hecho poco tomado en cuenta, de que muchas palabras del lenguaje cotidiano tienen raíz latina, pero en el caso del lenguaje freudiano, hay que tomar en cuenta que de su lenguaje debe su fuente a una etimología germánica. Así Laplanche al utilizar Lust, dice que desde su raíz germánica puede significar: placer o deseo.
Deleuze y Guattari manifiestan: “la realidad del objeto en tanto que producido por el deseo es, por tanto, realidad psíquica”. Aún así, ante las múltiples opciones posibles de vivencias de satisfacción, Cerda indica que el paso lógico es el del uno al dos. Freud menciona que el relevo del principio de placer por el de realidad “no se cumple de una sola vez ni simultáneamente”. El concepto de placer conserva su dominio a partir de nuevas coordenadas expuestas en la realidad y con sustento en la fantasía. El acto del pensar se instaura gracias a la presencia del prójimo. En este vértigo, según Lacan, se introduce el fantôme del Otro, donde se produce el dispositivo en el cual “el inconsciente es el discurso del Otro” . No hay un significante primario que instaure un sujeto ni una lógica o cadena de significantes: un significante es lo que representa a un significante para otro significante. Freud afirmaba con lucidez, que el odio antecede al amor, el amor se instala en la esfera del puro vínculo de placer del yo con el objeto, y se fija en definitiva en los objetos sexuales que satisfacen a las pulsiones sexuales sublimadas. El Yo narcisista “odia, aborrece y persigue con fines destructivos a todos los objetos que se constituyen para él en fuente de sensaciones displacenteras, indiferentemente de que le signifiquen una frustración de una satisfacción sexual o de la satisfacción de necesidades de conservación” .
Interesante lectura de Cerda hace del Señor de los anillos de Tolkien, un texto nacido del horror de la 1ª guerra mundial que nos develó escenas nunca antes vividas, como la batalla del Somme una de las más largas y sangrientas con más de un millón de víctimas. Interpreta al anillo que posee Frodo como un falo en el sentido más freudiano posible. Una joya que seduce y otorga todo el poder de la Tierra media, un poder de deidad, a cambio de eclipsar a su poseedor. Hay muchas críticas feroces al psicoanálisis pensando que al definir Freud al falo se refiere únicamente al miembro sexual del varón, incomprensión reduccionista fatal. El falo no es un órgano, no es una fantasía, ni un objeto concreto como el pene o el clítoris. El falo es una función de causa del deseo, un significante sin una significación concreta. Falo es la espada Excalibur, pero también unos tacones altos en la ropa de una mujer, un traje de Giorgio Armani, pero también un saco Carolina Herrera. Frodo desea algo más que el poder absoluto que otorga el anillo, ya que al ostentar brevemente ese falo, se produce el efecto de hacer que desee algo más y algo más, lo que conduce al borramiento del sujeto.
Es la misma imagen que produce la fotografía de Dieter Appelt La marca en el espejo hecha por la respiración (1977) dónde la huella en el espejo es una etiqueta vital, momentánea como lo es nuestra vida, que hace desaparecer al semblante del sujeto ocultándolo.
Esto es sólo parte del contenido del libro de Alejandro Cerda, que no deja atrás la filosofía para hacer psicoanálisis, pues no se queda con la idea de que éste es una teología, una deontología o sólo una técnica mecánica.
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