BLOG de JULIO ORTEGA B. SUEÑOS, ASOCIACIONES LIBRES, INVESTIGACIONES Y CONFESIONES DE UN ANALISTA EN LA WEB.
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sábado, 13 de agosto de 2022
El sueño de la Razón. Julio Ortega.
Los fenómenos culturales sólo pueden entenderse como un complejo resultado de cambios en la deliberación y el quehacer de los hombres. La cultura medieval teológica fue poco a poco cediendo espacio al pensamiento racional, estableciéndose al final un cambio violento y definitivo en el quehacer del hombre. La racionalidad y el fracaso de la tarea de la religión como significación total del quehacer humano, vino aparejada con un narcisismo creciente que encumbraba al hombre como aparente constructor de su propio destino, el principio de un humanismo con múltiples contradicciones, entre ellas la característica de que, en comparación con otros antropoides, siguió siendo una de las particularidades principales del hombre, su superior irracionalidad y capacidad de destrucción.
No quiero decir con esto que esa irracionalidad, sea en sí negativa. Cabe destacar que a diferencia de otros antropoides esa disposición crónica al error, la maldad, las fantasías desorbitadas, el error, las alucinaciones y hasta la oposición a la Ley (el delito), también el sacrificio, y la crueldad son parte de esa niebla obscura en la que se adivina el Inconsciente. De hecho, estas características fueron las que le empujaron a abandonar su animalidad, haciendo que en su pensamiento mezclase fantasías y proyecciones, deseos, designios, abstracciones e ideologías con los lugares comunes de la experiencia cotidiana .
La razón, más allá de ser una función intelectual, vino a presentarse como una nueva metodología para la definición tanto de los objetos del pensamiento, como del enlace entre el pensamiento y la acción en los mundos objetivo, subjetivo y social. Con ello, se va decantando una modalidad de pensamiento y de acción práctica, en función de lo que Kant y, hoy en día, Habermas denominan razón práctica, que rechaza o desecha – según sea el caso – “viejas” formas de pensar, incluyendo el vitalismo, el organicismo, el misticismo y muchas de las corrientes del pensamiento deductivista clásico, y que da paso -por ello- a la constitución de nuevas formas de subjetividad.
Según Jameson la entrada en la modernidad se adivina ya en las pinturas del renacimiento y la estética de Rubens y Carvaggio, teniendo como elemento de significación principal el sacrilegio de la carne reflejada entre luces y sombras, de las cuales nace un discurso narrativo, y hasta una exposición que va más allá en definitiva, de cualquier discurso religioso, aún y cuándo algunos personajes estén entresacados de la Biblia, como el caso de Judith y Holofernes, o Sansón y Dalila. Estas historias que no prescinden de una fuerte expresión sexual, lo que revelan son dramas que nos cuentan el movimiento hacia la búsqueda y hasta el sacrificio por el poder, motor intenso de la naturaleza humana, tal y cómo nos lo mostró en letras en el siglo XX, Michel Foucault.
Estas ideas alcanzan su máximo sentido cuando pensamos en la obra de Goya, un pintor que en la segunda parte de su vida padeció de sordera a causa de una grave enfermedad y que como resultado de esta retraimiento llegó a aislarse significativamente del mundo.
El grabado de Goya realizado en 1797 bajo el nombre “El sueño de la Razón produce monstruos” tiene otras dos copias que atestiguan la importancia del tema. Estas obras se encuentran habitualmente guardadas y no expuestas a la luz del sol, pues están sobre papel y si hay algo que es delicado, es la tinta plasmada sobre éste. Tuve la oportunidad de ver esta obra y otras 124 más en 2016 en el Museo de San Carlos aquí en México, y guardo una impresión aún grande de esa visita. No es lo mismo ver en un libro o en el internet un grabado o pintura, que estar ante la mismísima obra de arte.
La obra en cuestión, pertenece a los llamados “Caprichos” que se conocieron bien a bien sobre el siglo XX pues cuando salieron a la venta en su momento, no estuvieron mucho tiempo a la venta, pues eran caros, su temática difícil y Goya decidió retirarlos temiendo que la Inquisición pudiera ejercer algún tipo de acción contra él. Los “Caprichos” eran obras extremadamente modernas para el siglo XVIII y comienzos del siglo XIX, aventajadas a su tiempo pues hacían una crítica extremadamente aguda a la sociedad de su tiempo. El romantisismo de Goya es gótico y siniestro, “unheimlich” como diríamos los freudianos. Es hacia finales del siglo XVIII que pone a la venta una serie de grabados (80 estampas) hechos con técnica del aguafuerte precisamente con el título que mencionamos: “Caprichos”, son grabados satíricos dónde trata desde un punto crítico los temas a discusión en la ilustración: la razón, lo irracional, la educación de los niños, el estatus social, la superstición, el abuso del poder, la inmoralidad sexual, la hipocresía religiosa, y la crítica a la medicina de su época que mata a los pacientes en lugar de curarlos.
Es pertiente interrogarse por qué hace estos grabados. Desde luego, lo que lo mueve no es el arte por encargo y para complacencia de un señor aristócrata. De hecho, también hay en ellos una diatriba en contra del status quo. Hay un gusto por crear esta obra personalísima que la realiza a pesar de ser un funcionario pintor prestigioso.
Unos años más tarde, para autoprotegerse, se los va a donar al rey, y evitarse problemas.
Los “Caprichos” se publican en 1799 y son 80 dibujos. Había pensado en principio en titularles “Sueños” así como en “Los sueños y discursos de verdades descubridoras de abusos, vicios y engaños en todos los oficios y estados del mundo” obra filosófica escrita en 1627 por Miguel Ángel de Quevedo.
Poco tiempo después, el artista atormentado por las desgracias de la guerra empieza a trabajar en 1810 otras planchas que termina en 1815 y a las que les va a poner por título Los desastres de la Guerra, esta obra no se publica en vida del autor, son una protesta contra los valores tradicionales, contra la lealtad al rey, al Estado y el patriotismo. Se revela en ellos la furia terrible del soldado, la indefensión de las víctimas. La muerte refleja su cara inhumana, el humanismo ha dado lugar a su contradicción, todo es crueldad, sordidez. Aquí hay también una crítica a las clases pudientes y a su falta de piedad, a su barbarie.
La temática del grabado “El sueño de la Razón produce monstruos” sigue presente, como si dijese: Detrás de tantas justificaciones y argumentos el hombre sólo alberga crueldad, y se olvida del hombre mismo. Es la modernidad emergiendo brutalmente a través de la máquina del fúsil y el cañón y potencializando la megamáquina humana como le llamaría Mumford, para la destrucción, alimentándose de la sangre de sus obreros, soldados y víctimas. Entre 1820 y 1823 pinta Saturno devorando a su hijo dónde el Padre engulle el cuerpo ensangrentado de su vástago con un rostro de crueldad y goce que demuestra impiedad ante el encuentro generacional, deseo de aniquilación del sucesor como Layo ante Edipo. El patriarca no piensa en sus hijos, lo que anhela es sostener su posición de rey eterno, de todopoderoso severo e inclemente.
Pero llama la atención el grabado que da nombre a nuestro trabajo porque parece que Goya profetizara que el sueño de la Ilustración por llevar todo al mundo de la Razón, de las ideas, el concepto de que la Ciencia tenga que ser el modo único y definitivo del hombre por contactar y modificar la realidad sin un sostén ético, engendrase pesadillas, monstruos.
Es aquí curioso que en el tiempo puedan identificarse una especie de sucesión de ideas críticas al sueño de hacer Dios al hombre de la Ilustración. Me atrevería a decir que se adivina una coincidencia quizá no casual. Primero a través de la imagen, el ojo y luego a través de las palabras, cómo tantas veces sucede en la historia de las ideas. Mary W. Shelley concibió aproximadamente por esos años, la idea de lo que sería su novela Frankenstein, el nuevo prometeo que corregida por su querido Percy, fue publicada por primera vez en 1818.
El argumento de la novela es producto de los fantasmas de su época, tales como el creciente avance del industrialismo que iba profundizando las diferencias entre las clases sociales, el descubrimiento de la fuerza eléctrica que entonces parecía bastante misteriosa, y la maquinización de la cultura que se iba imponiendo, sin mejorar del todo la vida de los hombres.
Mary W. Shelley inaugura prácticamente un tipo de terror que es completamente materialista y que nos transmite que el mayor peligro a los hombres, no son criaturas fantasmales o venidas de otros mundos, sino es el propio hombre. El cual a partir de su curiosidad sin freno, y prescindiendo de cualquier reflexión ética, llega a un conocimiento que excede los límites de su circunstancia. No acepta la castración y ésta vuelve sobre él de manera funesta. El sueño de la inmortalidad anhelado por los hombres desde el principio de los tiempos, se hace realidad con tono grotesco.
Sin saber del todo lo que estaba vislumbrando, nos legó un sueño, una pesadilla en la que un hombre crea a otro hombre, que no es una criatura perfecta, sino un muñeco dinámico hecho de retazos de otros cuerpos mutilados después de su muerte. Hay en esta novelita restos del mito judío del Golem que habría nacido a partir de la palabra de Dios, pero muerto Dios en el siglo XIX, como lo vendrá a decir Nietzche poco más adelante, quién sino el hombre parece ocupar su lugar y dar vida a la carne extinta.
Podemos atrevernos a señalar que es la primera reflexión novelada cuyo fondo es de crítica moral y prevención ante la ideología de autonomía absoluta del hombre, por no decir, un completo ensayo de filosofía bioética.
Mumford previó desde 1936 el lazo ominoso, entre el “autómata” y el “Ello”. El Ello y el inconsciente son una pieza, que busca la descarga sin miramientos en la realidad cumpliendo el deseo enredado entre el goce y la pulsión de muerte, la máquina potencializa este fenómeno. Así, una malla de inscripciones lleva irremediablemente al pasaje al acto, que se hace uno con la aparente conciencia, dónde el sonido, la imagen y la representación adquieren una unidad fundamental, pero según este autor, la máquina adquirió una independencia que no entendemos por completo y agregaría que por tanto no podemos asimilar para un fin humano.
¿Han significado algo para nuestro tiempo éstas críticas al pensamiento racionalista despótico del hombre? Desafortunadamente la respuesta no puede ser un simple sí o no, hay algunos intelectuales que sí escucharon estas advertencias y otros que a pesar de darse cuenta de los peligros del modernismo y la técnica asociada a él, tuvieron una posición ambigua y hasta contradictoria.
Pensemos en Heidegger y su filosofía de la sospecha ante el progreso tecnológico. Un filósofo que cambió nuestra manera de pensar respecto al ser y que influyó toda la filosofía posterior, además de cavar un sitio en campos tan aparentemente disímiles como la arquitectura, la crítica literaria, etc. Cabe decir que el problema de la técnica se convirtió en un tema central del análisis de la relación entre el ser y el hombre. Martin Heidegger percibió una radical ambigüedad en el fenómeno de la técnica moderna: por un lado, revela el destino que emerge del ser mismo y que podría provocar el surgimiento de una relación más originaria entre el hombre y el ser; por otro, sin embargo, conlleva el mayor peligro para la subsistencia del carácter específico del ser del hombre. Esta doble apariencia de la técnica contemporánea, como amenaza y como esperanza, se funda en las dos dimensiones pensadas por Heidegger respecto de la técnica: como objeto a la mano (instrumento) y como imperativo o estructura de acción en el mundo. Así, pues, la pregunta heideggeriana por la técnica distinguió entre la técnica como objeto (artefactos y sistemas técnicos) y la esencia de la técnica, que no puede confundirse con nada técnico. Para Heidegger, la amenaza para el ser del hombre, pero también la posibilidad de una revolución ontológica, no residen en la técnica en tanto objeto, sino en tanto imperativo que emplaza al hombre a dominar la naturaleza. Por ello, la humanidad se halla frente a un dilema ante ese imperativo proveniente de la esencia de la técnica moderna: puede ser totalmente absorbida por su influjo o puede preparar una relación más originaria y profunda con el ser. Pero si la humanidad perdiera la oportunidad de desentrañar el sentido del ser, más allá del modo tecnológico predominante ahora, ello implicaría también la desfiguración de la autoconciencia y la disminución de la libertad del hombre —y he ahí el peligro principal advertido por Heidegger en la fascinación humana por el poder tecnológico en el mundo contemporáneo . Y me referí a Heidegger como contradictorio en su posición, porque es uno de los filósofos cuya personalidad, obra y quehacer han generado más controversia por su actitud durante el periodo 1933-1934, mientras fue rector de la Universidad de Friburgo tras la llegada de Adolf Hitler al poder entre 1933 y 1945, ya que, además de ser uno de los principales intelectuales del movimiento revolucionario conservador, fue miembro y orgulloso seguidor del Partido Nazi. Lo cual plantea si su crítica a los peligros del progreso técnico no fuese seguida hasta sus últimas consecuencias en favor de una posición de poder junto a la ideología dominante.
Una de las aportaciones principales de Heidegger a la filosofía contemporánea de la técnica consiste en esa distinción que permite comprender, por un lado, cómo aparece la técnica en tanto útil en los ámbitos pragmáticos inmediatos y, por otro, cómo actúa la técnica (en tanto emplazamiento no objetual) que se manifiesta en grandes sistemas tecnológicos como una central nuclear, así como en las insondables redes de telecomunicaciones satelitales o en el inescrutable mundo del ciberespacio informático , la técnica puede subsumir objetos procesos y al hombre mismo, de ahí el peligro que representa.
Pero Heidegger tuvo alumnos como Gunther Anders y Hanna Arendt. Arendt en Los orígenes del totalitarismo , sostiene que los totalitarismos se basan en interpretar la ley como «ley natural», visión con la que justifican la exterminación de las clases y razas teóricamente «condenadas» por la naturaleza y la historia. Y en Eichmann en Jerusalén expone como un hombre cualquiera puede llegar según las circunstancias a ser un asesino especializado, tomando como base las afirmaciones del funcionario nazi que se declaraba inocente y solamente un experto en transporte.
En el caso de Anders tenemos a un hombre preocupado por los avances de la técnica a partir de los desarrollos armamentistas de la 2ª Guerra mundial. La amenaza y fascinación provocada por los nuevos aparatos técnicos (a los que, en efecto, nos hallamos destinados pero también entregados) y el mismo sistema técnico, han ido, paradójicamente minimizando y disminuyendo su impacto casi de forma exclusiva debido a que sus efectos nocivos se han ido cubriendo y hasta borrando, o bien, se hallan simplemente ocultos a la opinión pública de un modo políticamente intencional y manifiesto . Su obra nos muestra la fascinación por un porvenir regido por la máquina, por la teckhné más allá de cualquier fin humano, los dispositivos nucleares son la prueba más patente de esto suficientes para una destrucción total, y pensemos en los errores de las mismas máquinas como en Rusia 1983 que se detectó un ataque estadounidense que estuvo por desencadenar una guerra total. Por no mencionar Chernovyl, Three Mans island y Fukushima.
En La obsolescencia del hombre plantea que el actual mundo técnico, el sistema de aparatos, ha tornado al mundo abiertamente más peligroso, un riesgo latente, falto casi de manera absoluta de toda previsibilidad; pues no somos capaces de imaginar siquiera o representarnos totalmente los efectos de los productos que somos capaces de producir. Hemos hecho de nuestra vida en la tierra, de nuestro mundo un lugar de peligro y de amenaza constante, por nuestros inventos y aparatos (empezando por el Smartphone), y nos hemos vuelto incapaces de sentir y de imaginar porque nos han vuelto unos iconómaniacos, que ya no leen ni piensan, sólo acumulan datos sin sentido y reducen nuestra relación con el mundo a la fantasía del internet. La técnica no buscaba como hoy el sometimiento de la naturaleza, sino el empleo cuidadoso de ella, su extensión, ampliación. La cuestión no ha resultado así, el calentamiento global que da lugar al derretimiento de los polos, la extinción de miles de especies, la reducción del mundo animal a bestias en granjas listas para el sacrificio o domesticadas, la contaminación de los mares y el aire son el resultado de la técnica. El mundo del porvenir quizá sea la desaparición del hombre antes de que lleguemos a terminar el siglo XXII, todo depende de la posibilidad de cambio y comprensión de nuestra relación con la máquina, lo cual no aparece como probable pues dependemos completamente de ellas, especialmente en momentos de crisis como el que estamos viviendo hoy por el Coronavirus.
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