Inside me I'm screaming, nobody pays any
attention. If I had arms, I could kill myself. If I had legs, I could run away.
If I had a voice, I could talk and be some kind of company for myself. I could
yell for help, but nobody would help me.
Johnny Got His Gun (1971) de Dalton Trumbo.
Existe
una nueva problemática en lo que se refiere al hombre y que se empareja con las
elucubraciones de ese género tan malamente llamado ciencia-ficción, pues sabemos
nosotros que la ilusión, el sueño y la fantasía son la morada oculta del saber
y la verdad, por tanto no hay ficción sino propiamente anticipación. Las
promesas de la modernidad, basadas en buena parte en el desarrollo de la
técnica han dado a la luz un nuevo ensueño prodigioso y siniestro tan
formidable como la invención del monstruo del Dr. Frankenstein, producto del
desvelo de la tierna, grácil: Mary W. Shelley. La Posmodernidad hendida por una
incertidumbre gozosa y transformaciones sin antecedentes en el campo de la
intimidad, plantea nuevos escenarios para el juicio ético que amenazan los
valores considerados tradicionalmente como inalienables al hombre.
El
rol del médico ha cambiado del papel de luchador contra el Mal, chamán eficaz,
pastor y guardián de la vida de la persona, al de un ser casi omnipotente que
puede decidir sobre el futuro del hombre de manera sobrecogedora. Su poder
sobre el paciente, es tal que, nos recuerda al mismísimo poder de la Madre
sobre su producto, al cual puede con su pasión o indiferencia marcar o borrar
del todo.
Digámoslo
en otras palabras y con nuestro ejemplo hagamos un comentario psicoanalítico y
por qué no: filosófico. El niño en su relación con la Madre, se topa con un ser
prácticamente omnipotente. Su vida pende del fino hilo de amor por el cual se
sostiene vivo en este mundo, alimentación, cariño y deseo de vivir le son
proporcionados por esa presencia en mucho indescifrable. Esta sombra, esa Cosa
carnal e invasiva que es mamá juega para él un rol determinante en su origen y
en su posterior forma de encarar su destino, así entonces el Edipo ya está ahí
presente como una Demanda de amor y un deseo de madre. Bebé quiere
presencia absoluta, servidumbre completa por parte de mamá. Mamá va y viene,
aparece y desaparece en un juego de presencias y ausencias (1, 0, 1, 0, 1,
0...) que revitalizan el deseo e inauguran el protopensamiento, siempre
dirigido a encontrar la respuesta de esa falta, a buscar también la forma de
paliarla a través del juego y la imaginación, de la representación simbólica.
Es
un juego de vida y de muerte, de oscuridad y luz, que establece una primera
dialéctica en el sujeto, juego dual que repetiremos una y mil veces a lo largo
de nuestras vidas a través de los desencuentros y encuentros con la venturosa
dicha del amor o las cartas marcadas de la suerte. Aquí tendrá su origen una
división estructural, un desgarramiento germinal que hace que el ser humano
esté abierto siempre a algo distinto de lo que se imagina obsceno e
inconsciente, azaroso e incontrolable, que le hace estar condenado a alienarse
en las barreras de la "salud" para no precipitarse en los abismos de
la "locura".
Esta
dialéctica marca nuestra visión del mundo y nos clava, a veces, en
cosmovisiones pletóricas de prejuicios y estilos que no recogen sino ese
espíritu banal, dual y maniqueo comprensible sólo a partir de esa historia
infantil de todo o nada. De aquí, por otro lado, se derivan ideas que
reproducen en diferentes niveles, esas contradicciones imaginarias, pero
fundamentales que rigen la lógica del sentido común frente a la dualidad
normalidad y patología. Ya los antiguos chinos estructuraban en una dialéctica
curiosa del Ying y del Yang de la que tal vez no nos hayamos
desprendido aún y a la que hemos ido agregando sin pensar series de oposiciones
como: Bueno − Malo; Luz − Sombra; Activo
− Pasivo; Cordura − Locura; Masculino
− Femenino; Vida − Muerte.
El
tejido de la materia compleja que ahora nos ocupa, además de tocar la oposición
Vida − Muerte en un paciente, roza cuestiones como la autonomía y la libertad.
Una nueva violencia se ejerce sobre el hombre, más sutil y al mismo tiempo más
efectiva. Foucault ha previsto el hecho de diferentes formas, al leer en la
benevolencia de las intenciones más humanísticas el asomo de nuevas prisiones y
cadenas al espíritu humano.
Según
este autor, el cuerpo no es más la prisión del alma, sino que el alma es la
prisión del cuerpo.
Y
aquí uno debe preguntarse: ¿Qué nuevas reflexiones podrían suscitarle el
desarrollo sin precedentes de la biotecnología? Aquí, el cuerpo desde el
dominio mismo de eso Real salta desde donde ha sido forcluido, expulsado y toma
venganza cruel de la miopía y el descuido judeo-cristiano de Occidente por la
carne. La temática general de la bioética puede enunciarse con preguntas como
las siguientes: ¿Qué es preferible, salvar la vida o mirar por la calidad de
ella? ¿Todo lo que técnicamente es posible hacer, puede o debe éticamente
hacerse? La materia concreta abarca cuestiones como: aborto, eutanasia, dejar morir
a recién nacidos deficientes, experimentación fetal, inseminación artificial y
fecundación in vitro, experimentación e investigación sobre humanos,
manipulación genética, clonación, trasplante de órganos, todo eso que implica
sin que se mencione a voz en cuello, las relaciones entre médico y enfermo.
Recuerdo
que Johnny
Got His Gun (1971) de Dalton Trumbo readaptada para un
video de Metallica y luego refilmada en 2008 (movimientos inútiles para un
clásico), el protagonista se encuentra prácticamente enterrado en lo que
sería su cama de hospital. Está vivo pero no puede hablar, oye pero no puede
comunicarse… simplemente está ahí, vegetando e imaginando a sus seres queridos
del pasado, haciendo recuento de sus momentos placenteros y pagando por sus pecados.
Todo es doloroso, porque no tiene piernas ni brazos y no puede elegir entre
vivir o morir. simplemente está ahí para vegetar y mantener en alto la conciencia
moral de sus médicos.
Estos
problemas son sólo algunas posibilidades de las complicaciones éticas que
surgen con los nuevos desarrollos de la medicina y las ciencias biológicas.
Este asunto, conocido como bioética, comprende una reflexión interdisciplinaria
entre médicos, abogados, psicólogos, científicos, religiosos y filósofos en la
toma de decisiones concernientes a la salud y la vida. Se han establecido
centros para la investigación en bioética en Australia, Gran Bretaña, Canadá, y
los Estados Unidos. Muchas escuelas médicas han agregado con pertinencia, la
discusión de problemas éticos en medicina a sus planes de estudios. Distintos
gobiernos han buscado tratar con los problemas más polémicos fijando comités
especiales para proporcionar consejos éticos.
Recientemente
el código ético de los médicos españoles ya admite la pluralidad ideológica (¡Vaya!)
entre sus 160 mil asociados. En la nueva redacción aprobada en el pasado
octubre y en relación con el aborto, la frase: "el médico es un servidor
de la vida humana" da lugar a una interpretación que atiende a la calidad
de vida y sustituye a la anterior que no consideraba deontológico:
"...admitir en la existencia humana un período en el que la vida humana
carece de valor. En consecuencia el médico está obligado a respetarla desde su
comienzo."
Estos
mismos médicos españoles han cerrado filas, no obstante, en cuanto a mantener
su condena a la eutanasia activa aunque el término mismo desaparece del texto
anterior y en consecuencia, también su anterior definición como:
"homicidio por compasión". Al parecer no hay una legislación completa
sobre el hecho en la legislación española como no sea en el Código penal que la
contempla como un homicidio, si bien atenuado por sus motivaciones que podrían
ser las de conmiseración o misericordia.
Holanda,
Bélgica y la ciudad de Oregon parecen ser las únicas partes en el mundo que han
legislado sobre el tema de manera explícita y permiten la intervención del
médico para interrumpir una vida cuando esta decisión ha sido justificada y
anticipada por el paciente.
Pero,
varios temas significativos en el plano filosófico son atravesados por los
asuntos que comprenden la bioética. Una pregunta trascendental es, si la
calidad de una vida humana puede ser una razón para acabar con la existencia
misma o si se debe decidir prolongarla a toda costa.
Hoy
en día la ciencia médica puede conservar la vida a infantes discapacitados o
inválidos que hace unos años se habrían muerto poco después de su nacimiento,
los pediatras contemporáneos se enfrentan regularmente con esta pregunta antes
reservada al azar, al destino o a Dios.
Recordemos
aquí que 1981 en la Gran Bretaña cobró publicidad nacional un pediatra que
cometió un asesinato siguiendo las instrucciones de los padres con un niño con
síndrome de Down, el tribunal descargó, en esa ocasión, al galeno de
responsabilidad. Al año siguiente, en los Estados Unidos se despertó un gran
descontento por la decisión de otro doctor para no proceder con cierta cirugía
que aseguraría la vida de otro bebé con síndrome de Down, siguiendo también los
deseos de los padres. La sentencia hacia el doctor por la Suprema Corte de
Indiana fue aplazada y el bebé se murió antes de que una posterior apelación
pudiera hacerse en la Suprema Corte Americana.
A
pesar de los esfuerzos por los diferentes Estados de asegurar que a esos
infantes discapacitados se les proporcione el tratamiento adecuado que
salvaguarde sus vidas a toda costa, países a la vanguardia de estas cuestiones
como la Gran Bretaña o los Estados Unidos no han llegado a un acuerdo sobre las
decisiones que deben tomarse cuando estos niños "con características
especiales" nacen o quien debe tomar estas decisiones.
Los
adelantos científicos en materia de medicina han planteado muchas preguntas sin
una respuesta clara. Ni siquiera aquellos que defienden la sacralidad de la
vida humana están seguros de que los doctores tienen que usar su criterio para
prolongar la existencia del paciente y la distinción entre lo ordinario y
extraordinario, entre los actos y omisiones, es una materia compleja y de
márgenes imprecisos. Muchos afirman que los deseos del paciente deben
respetarse sobre cualquier otra consideración y si éstos no pueden
determinarse, la calidad de la vida del paciente es la base más pertinente para
tomar una decisión sobre el destino del enfermo.
El
Consejo de Europa a través del Convenio de Asturias de Bioética, ha signado una
serie de disposiciones generales en lo que respecta a la protección de los
Derechos Humanos y la dignidad del ser humano con respecto de las aplicaciones
de la Biomedicina que siguen los principios considerados más elementales de
respeto a la dignidad humana. Entre los capítulos de dicho convenio está
reservado uno que habla del respeto o la toma en consideración de los deseos
del paciente. Es curioso, que en una sociedad capitalista occidental como la
nuestra donde la marca de la represión y el acondicionamiento del deseo a
patrones sociales permisibles señala una resistencia al deseo en sus formas más
puras, se respete el deseo de un... casi muerto. Formulación sencilla, en
realidad alude a una cuestión compleja y trascendental y que refiere al
estatuto del deseo en situaciones críticas donde el deseo es precisamente lo
que ha abandonado el cuerpo y digámoslo claro, el deseo es siempre disconfort.
De paso, señalemos que, las concepciones de R. Leriche tan caras a la reflexión
médica son claramente absurdas y fuera de lugar en casos de muerte cerebral,
pero quizá no resistan un análisis detenido. Dice el autor: "La salud
es el silencio de los órganos". Cuando se afirma esto se olvida que la
tensión del deseo sexual y del hambre no cumplen con este requisito. Una buena
salud sin deseo sexual, sin hambre, sin sed, sin fatiga, sin necesidad de
dormir, no es en realidad, una salud en absoluto. Más aún, esas tensiones no
son desagradables del todo y no sólo por la promesa de saciedad. Y no es
tampoco inútil traer a colación que el dolor mismo puede ser experimentado como
placentero como en el caso del masoquismo.
Pero
volvamos al tema central en esta reflexión, que no es otro que el de autonomía
del paciente. Esta no sólo se refiere al caso de la eutanasia activa sino
también comprende el área de experimentación sobre seres humanos en la que han
sido detectados una serie de abusos que nos recuerdan tristemente a Menguele.
Generalmente se está de acuerdo que los pacientes deben dar consentimiento
formal a cualquier procedimiento experimental. ¿Pero cuánta y cómo se da dicha
información a los pacientes en un momento dado? El problema es particularmente
sutil en el caso de experimentos al azar controlados, en la que los científicos
consideran que la manera más deseable de comprobación de la eficacia de un
nuevo procedimiento es la ignorancia de un paciente.
La
misma asignación de recursos médicos se ha vuelto un problema que involucra la
decisión entre vida y muerte. Cuando los hospitales tienen un número limitado
de máquinas de diálisis los médicos deben establecer criterios sobre cuáles de
sus pacientes que padecen alguna enfermedad que hace disfuncionales sus
riñones, pueden utilizar las escasas máquinas.
Algunos
médicos han defendido el criterio de que se atienda a los enfermos por orden de
llegada, considerando que es una medida de elemental justicia. Sin embargo, la
mayoría ha pensado que, pacientes más jóvenes o enfermos con dependientes
económicos a cargo deben tener preferencia.
Pensemos
también en el ventilador mecánico que ayuda a respirar a la persona cuando hay
insuficiencia respiratoria y el cuerpo no puede exhalar e inhalar por sí sólo o
la respiración es muy insuficiente para la supervivencia como es en el caso de:
Infartos cerebrales, infarto del corazón, insuficiencia cardiaca, neumonías
severas, estados de coma, comas diabéticos, infección generalizada, problemas
neurológicos, tumor cerebral entre algunos otras enfermedades en casos como
éstos, la decisión médica es más bien espontánea y confiada en un criterio no
claro. Reflexionemos también sobre el conflicto que para el médico representa
enfrentar la tradición de ciertos grupos religiosos que entre sus normas
morales sostienen la no transfusión de sangre o que prefieren que los pacientes
sean llevados a morir a su casa en casos en los que la medicina podría quizá
prolongar la vida artificialmente. ¿Qué debe hacer el médico? ¿Respetar el
deseo del paciente?.
Nuevos
problemas éticos surgen a medida que se realizan nuevos adelantos en biología y
medicina. El nacimiento en 1978 del primer ser humano concebido fuera del
cuerpo humano comenzó un debate sobre la justeza ética de las técnicas de
fertilización in vitro. Esto ha conducido al planteamiento de preguntas
sobre la validez del congelamiento de embriones humanos y qué debe hacerse con
ellos, tal y como sucedió en 1984 con dos de ellos congelados por un equipo
médico australiano que quedó ante ese dilema cuando los padres fallecieron
súbitamente. Una controversia más en este campo, se ha levantado con
indignación sobre ciertas clínicas y agencias que ofrecieron, en un momento
dado, una madre substituta como un recipiente que albergaría un bebé producto
de la esperma del marido de una madre infecunda para ser entregado después al
nacer a la pareja que ha pagado por el encargo. Varias preguntas surgieron:
¿Debemos permitir que las mujeres puedan alquilar sus úteros al postor más
alto? Si una mujer que ha estado de acuerdo en actuar como madre substituta
cambia de parecer y decide guardar al bebé: ¿Debe permitírsele llevar a cabo su
repentino deseo?
Estos
problemas han sido sólo el adelanto de lo que en la discusión sobre la
reproducción humana será el dominio de la ingeniería genética. Los films: Gattaca
de Andrew Niccol y THX 1138 de Georges Luckas, plantean de manera
sorprendente, la posibilidad de una sociedad estructurada sobre la base de la
manipulación genética que discrimina entre seres humanos "Válidos" e
"Inválidos", suministrando sin más a sus miembros de un entorno
asfixiante, controlado y perfecto que se asemeja más a la cárcel de un útero
materno, que a la vida y sus descalabros, salpicados por encuentros fugaces con
la felicidad y el placer.
Por
otro lado, no deja de inquietarnos y mucho, una pregunta siempre que nos la
planteamos: ¿Es la vida un valor que deba situarse sobre toda otra
consideración ética? Recordemos aquí algunos nombres de personas que decidieron
bajarse del tren de la vida y cuya brillantez opaca a la de casi cualquier ser
viviente: Empédocles, Geràrd de Nerval, Virginia Wolf, Marlyn Monroe, Jorge
Cuesta, Maiakovski, Vincent Van Gogh, Amadeo Modigliani, Malcom Lowry, Ernest
Hemingway, Alfosina Storni, Paul Celan, etc.
Todos
ellos, muertos célebres, inmortales que alcanzaron con su elección, la tarea de
llevar a cabo el máximo su deseo tal y como Antígona lo hizo para con su deseo conseguir una estatura superior, más allá de la Ley, jugándose
finalmente por una decisión implacable que ennoblece trágicamente, la condición
humana.
H.
G. Wells visionario de la circunstancia humana y sus abismos, expuso hace
tiempo en su novela "La Isla del Dr. Moreau" − Prometeo demente protagonizado en el cine en
1933, 1977 y 1996, respectivamente, por una tríada sobrecogedora: Charles
Laughton, Burt Lancaster y Marlon Brando −, una visión pesadillesca de las
implicaciones del deseo de semejarse a Dios del hombre e intervenir en el curso
de la Naturaleza, al punto de negar al Omnipotente y recordar la frase de
Dostoievski: "Si Dios no existe, todo está permitido". No puedo menos
que recordar aquí a Lacan quien dando una vuelta de tuerca más al asunto ha
dicho: "Si no hay Dios (Nombre del Padre, Institución, Ley), entonces todo
está prohibido". Esta lógica del impedimento ha sido recalcada por Zizek
con una sola explicación posible: el Goce en sí, que nosotros experimentamos
como "trasgresión", es en su estatuto más profundo algo impuesto, (agreguemos:
calculado) y ordenado.
Es
en este contexto, que llama más la atención la problemática que nos ocupa y que
al gremio médico no le hace ningún inconveniente, cuando deciden apoyar un
respeto a los deseos del paciente cuya presunción de base es la de una unidad
del Sujeto casado con un deseo sin más. Cómo si el paciente supiera siempre lo
que quiere, lo que es mejor para él y lo que debe hacer.
El
sujeto escindido siempre está en lucha consigo mismo, engañado por la imagen de
sí mismo está confundido frente a su propio deseo. El deseo no es en sí cuestionado
como cara de una moneda: cuyo envés, siempre lleva un revés. El deseo del
paciente no es para el médico cuestionable porque ignora que, como Lacan ha
dicho: "El deseo es el deseo del Otro". ¿Hay alguien que no haya
sufrido en carne propia eso? ¿Todavía hay quien pueda negar al psicoanálisis su
perspicacia? La fábula de los tres deseos que a Freud tanto le gustaba citar,
es elocuente. El deseo allí es motor y condena que surge del Otro siempre.
Perderse un poco en Freud y más en Lacan no estaría de más para los médicos, de
hecho el mago del verbo francés remitiría a los galenos como primer paso para
su reflexión a la lectura presurosa de:
La Crítica de la razón práctica, La
filosofía del tocador, Los diez
Mandamientos y La epístola a los
romanos.
Y…
desde luego… Sigmund Freud… un hombre que escogió la eutanasia cuando el dolor
de la vida le hizo perder el sentido de ésta. Quizá ese sea un criterio en sí
que no han considerado demasiado los galenos y que deberían masticar un poco
antes de sentirse dioses domésticos.
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