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lunes, 26 de junio de 2017

El Otro. Un cuento.

EL OTRO.



¿Por qué una mujer acepta a un hombre como suyo? ¿Su consentimiento depende de esa sensación ácida, dulce y picante llamada amor? ¿Eso que llamamos amor, no perdura? ¿Por qué los hombres y las mujeres necesitan a un otro, que no acaban de comprender nunca? ¿Qué quiere una mujer?


Estas preguntas le habían acompañado como una picazón ardiente toda su vida. No eran grandes interrogantes y lo sabía muy bien. El carnicero de la esquina y el portero del edificio se preguntaban lo mismo y seguramente tenían alguna respuesta que les satisfacía. Pablo se quedaba absorto y petrificado ante esas preguntas, tratando de olvidarlas y deseando que éstas se resolvieran solas con el paso del tiempo.


Las respuestas no vinieron y las interrogantes parecían tener la intención de quedarse a fastidiarlo. Atravesaron la vida de su cuerpo adolescente que tiraba hacia delante y buscaba llenar un vacío que se antojaba insondable. La neblina del tiempo, sepultó su juventud y se despreció a sí mismo por ocuparse de esas necedades amargas.


Se decía que el amor inextinguible no era más que una mentira que nos contamos. La amarga realidad consistía en que la gente se olvida de cualquier cosa al darse la vuelta, no importa lo mucho que suceda entre dos amantes: las vueltas y sudores en la cama, las promesas hechas en la oscuridad. Pero, quería en el fondo: encontrar un amor ideal. Una mujer que le tratara con cariño y admiración, que lo mimase en las mañanas al despertar, discutiese con él sobre cine, literatura ó filosofía, y pudiera también, volverse una niña traviesa dispuesta a gritar de alegría ante las cosas más simples.


Tratando de olvidar esta búsqueda y no querer saber más de asuntos que sólo le generaban angustia, se había casado con una esposa sin dobleces que le había hecho padre de dos hijos y había sellado – pensó – el sobre con esas interrogantes. Quería conformarse con una felicidad con minúscula, al fin y al cabo, la única posible. Pero en su corazón, siempre permaneció ese espacio interno de soledad que él identificaba a un paraje sombrío y horrendo, un Maelstrom que le sorbía siempre hacia la tristeza. Aún así, convirtió a su consorte, en la razón que modulaba sus emociones y la madre limitante de sus locuras, que afortunadamente él llevaba a cabo a escondidas.


Y la felicidad poquita que había encontrado: cómo vino, se fue. Su compañera desapareció del mundo, después de casi tres lustros, dejándolo más desamparado que nunca frente a un universo de relaciones humanas ininteligible.


Cuando desapareció el luto, los hijos fueron creciendo como tercas yerbas silvestres, sin necesitarle demasiado y más rápidamente de lo que esperaba. Le asombraba que tuvieran más seguridad y más decisión para vivir, que su padre con toda una carrera académica.


Vino de nuevo la tormenta. Siguieron en su vida encuentros fortuitos con mujeres que nunca amó demasiado por no comprenderlas o porque de plano, rechazaron su egoísmo y el lastimero extravío que le amargaba. Una mujer atinó a decirle: "No sabes escuchar a las personas... sólo te oyes a ti mismo" Otra le dijo: "Las personas son juguetes para ti y además acabas por romperlas". Su vida siguió más sola que nunca. Sus hijos crecieron, siempre más fuertes y mejor preparados para afrontar, cualquier tipo de dificultades. Si tan sólo hubiese tenido una hija, quizá eso le hubiese aproximado con la naturaleza femenina, con el cosmos, en el fondo con su propia alma. Pero su destino había sido diferente y había permanecido fuera de cualquier reconciliación posible con el otro sexo.


Decidió no volver a casarse y dedicar su vida a la Universidad, a ser el maestro de la voz monocorde y sabia, que dice todo sobre nada. Se había convertido en el puntual maniquí que las jóvenes alumnas admiraban, sin distinguir al hombre que les miraba con hambre insaciable desde dentro.


Aprendió con los años el arte de parecer un buen padre, un triste solitario, de los que dicen haber atravesado cualquier tipo de experiencias, hasta alcanzar eso que llaman madurez. A pesar de su máscara, despertó la compasión de Ella, brillante estudiante de la maestría, que empezó a escucharle como mujer y terminó arrimándose como enfermera dispuesta a ofrecer sus cuidados al animal herido.


Se resistió con todas sus fuerzas a ese amor, trabajo le había costado alcanzar su torre inexpugnable, para tirarse de rodillas ante una fémina a la que llevaba, nada más y nada menos, que 23 años. Sus hijos "felizmente" casados y aproximadamente de la misma edad que ella, vieron con recelo el interés de esa mujer animosa y con aire adolescente – mucho más bella que sus esposas – que aleteaba alrededor de ese viejo, a quien habían terminado por despreciar, cada vez más, desde la muerte de su madre. Les molestaba que fuera guapa, inteligente, elegante y despierta, dulce y sensual. La miraban con positiva rabia y en el fondo con deseo.


La boda se produjo a los pocos meses con desencanto, pocos invitados asistieron y hubo que regalar al jefe de meseros, gran parte del banquete dispuesto para la ocasión. Para él, empezó una nauseabunda sensación de humillación frente a esa espléndida mujer. Mientras más convivía con Ella, más se daba cuenta de que se había ganado la lotería, pero empezó a sospechar que había de por medio una trampa, ó un precio que pagar por su fortuna. Se percibía a sí mismo frágil, viejo y cansado, imaginaba que para los que los veían juntos resultaba inexplicable que un árbol añoso se apoyara en una rosa floreciente. Empezó a sospechar burlas y comentarios que darían cuenta de la fragilidad de la relación. No aguantaría el paso de una joven, un viejo que usaba – desde hace años – dentadura postiza.


El viaje de bodas logró atemperar un poco la cascada de dudas y reproches que él mismo se hacía. Después de todo – el argumento recurrente que hace la infelicidad de otros – tenía derecho a la felicidad. Esta vez, estaba ante sí, la oportunidad de consumar sus sueños y llenar ese horrendo vacío que le había acompañado toda su vida. Quería interrogar a esa niña que resumía todas las mujeres del mundo y encontrar por primera vez respuestas. Se decía en una broma algo patética, que por fin había encontrado la mujer de su vida – y por esos años que les separaban –, la de su muerte.


La admiración casi infantil que tenía por él, le proporcionaba una sensación de afinada seguridad, de relajante sosiego que recordaba un baño caliente y perezoso de tina en un día vacacional. Su confianza flaqueaba cuando pensaba con angustia que el tiempo corre aunque se cierren los ojos y quizás un día se despertase impotente. Más aún, con alguna enfermedad terminal dispuesta a truncar su paraíso. Se imaginaba que cuando estuviese moribundo en el lecho de enfermo, Ella sería un fruto maduro y jugoso en el cual se habrían afinado más, todos los rasgos sutiles y bellos que hoy la hacían brillar entre otras mujeres. Entonces venían las peores inquietudes que lo atacaban, cómo los pájaros del filme de Hitchcock.


Su morbo depravado le empujaba a pronosticar que no se mantendría casta y fiel ante la basura de hombre en que se convertiría, y que no estaría allí esperando con paciencia, cerrar amorosamente, sus ojos sin vida. La imaginaba entonces, revolcándose con otros hombres: siempre mejor parecidos que él, más atrevidos, más salvajes, y sobre todo, más jóvenes.


El regreso a la cotidianeidad revolvió de manera extraña sus turbios pensamientos. ¿Por qué había aceptado su amor? Un destello de rencor empezó a crecer en él y las que habían aparecido como razones de su fortuna se transformaron en el material de su desdicha. Se decía que Ella no le había tenido amor, sino lástima y que ese sentimiento es más propio hacia un perro que conveniente a un amante. Empezó a sospechar de todos sus movimientos y salidas, imaginó que empezaría a engañarlo pronto, si no es que ya estaba saliendo con algún imbécil diplomado en arte, ciencias administrativas ó comunicación. Luego empezó la sospecha de que no tendría por qué ser sólo un amante. Una hembra a su edad, está en el punto más crecido de su apetito sexual.


Lo más importante era la sensación de humillación, de sentirse traicionado por alguien en quien había depositado toda su confianza y fortuna. Nunca pudo probar que todo fuese sólo una sospecha con fundamentos y algo más que su imaginación, pero aún así, no dejaba de atormentarse. Una de las cosas que más le molestaron desde el principio de la relación hizo crisis: él la precisaba y no podía tolerar esa necesidad. Se sentía un crío desvalido ante ese sentimiento de dependencia que había abominado y, paradójicamente, deseado por tanto tiempo.


Al cabo de unos meses de mortificarle con sus celos, notó los signos obscuros del desamor. La dulzura y paciencia que le había conocido cedieron su lugar a un enfado e irritación constantes que él no se daba cuenta, había provocado con sus amargores y desconfianzas. Sucedió que dejaron de hacer el amor y buscar el antes cálido y complementario cuerpo del otro. Empezaron a echar a un lado, invitaciones y salidas con amigos, las excursiones de los dos, antes deseadas con entusiasmo, terminaban en reproches: Ella había sido demasiado amable con el mesero ó volteado a ver coquetamente algún comensal en otra mesa.


Su mundo empezó a volverse negro como el abismo que se retorcía en su dentro y Ella parecía moverse a la discordia que a él siempre lo embargó. Empezaron a encerrarse en sí mismos: el odio, la tristeza y la miseria, los iban consumiendo sin más.


Los pocos amigos que les rodeaban empezaron a retirarse sin que esto les importase. ¿Cómo podrían hacerse cargo de alguien más? ¿Debía importarles el mundo exterior cuando su intimidad se hallaba rota en pedazos?


Un amigo médico con las mejores intenciones, les recomendó tomar una terapia de pareja. La idea escurrió de su cabeza como baba de caracol, pues siempre fue impermeable a todo psicologismo. Se repetía – cada vez que podía – que la psicología no era otra cosa sino "filosofía sin rigor, ética sin exigencia, medicina sin control". Para salir de cualquier atolladero, estaba la razón y la inteligencia, no artificios ni supercherías.


En un momento de verdad, Ella entrevió que quizás esa posibilidad fuese su última esperanza. Tras una amarga discusión comprendió cuán inútil era tratar de hacerle entender tal cosa, al señor en su torre inexpugnable. Él parloteaba que quería tirar dinero a charlatanes sin autoridad moral, ni conocimientos suficientes para dar un buen consejo. Remataba gritando: "¡La psicología y sobre todo el psicoanálisis son para pendejos!" ¡"Los psicoanalistas creen tener la verdad y no son más que usufructuarios del confesionario!". Se decidió entonces a dar un paso adelante en la dirección que él más detestaba. Tomó el directorio telefónico y buscó una referencia. Si quería salvarse – pensó – sería sola, y quería encontrar la claridad necesaria para tomar los pasos hacia su liberación. Llamó al primer nombre de la lista y se animó a solicitar entrevista con un psicoanalista.


Los celos de Pablo, se acrecentaron. Y, de pronto, en su torcida mente empezó a pensar que tal vez esa terapia podría cambiarla no sólo a Ella, sino toda la situación. Especuló que, después de todo, la labor de un buen curandero consiste en hacer que el paciente se adapte a su realidad de la manera mejor posible. Comprendería que la elección que tomó con él era juiciosa, quién sino él, podría ofrecerle una vida segura y estable. Con suerte la dejaría soltera pronto, para que buscase otro amante más a su medida. Si en verdad lo quería, debía comprender sus inseguridades y aceptar con paciencia sus exabruptos, por absurdos e irracionales que fuesen. El verdadero amor – se repetía mentalmente – está en el sacrificio por los otros y en el cumplimiento con la sociedad del compromiso contraído, no había hijos de por medio pero así sería más sublime su entrega.


Al principio las cosas empezaron a caminar de manera diferente, la veía regresar de sus sesiones liberada y para tomar a broma sus reclamos. Parecía más jovial y más fresca que antes, era cómo si el análisis la hubiese entonado en una clave diferente. Sus bromas tenían un aire sarcástico que lo desarmaba completamente y le hacían soltar la carcajada para acabar riéndose de sí mismo. Le empezó a mimar de nuevo con un cariño agigantado que prácticamente lo asfixiaba, de pronto había sucedido el cambio que él codiciaba y aún así, se sentía mal. Se había acomodado en el tren desdicha y no podía salir de ese riel.


Conforme pasaba el tiempo, las cosas volvieron a estancarse en la medida que la terapia progresaba. A pesar de que tenían nuevamente relaciones sexuales, empezó a notar, paulatinamente, un aire de pasmo ante todo y alejamiento del mundo.


Se preguntó que le estaba ocurriendo con desesperación. Tal vez se estaba culpando del mal rumbo de su relación, cuando no era su culpa lo que había estado pasando. Quizá esa vuelta del cariño inicial era solamente una actuación ó período ciclotímico en su carácter variable, a lo mejor necesitaba medicación y no palabras ó simple escucha.


Pensó en la famosa transferencia de amor y empezó a sospechar que se estaba chiflando por su psicoanalista. Le horrorizó sobremanera pensar en la posibilidad de que un profesional no ético se aprovechase de su confianza. Cada día que transcurría, se hallaba más extraña, como fuera de este mundo.


El extraño misterio que en Ella ocurría siguió avanzando.


Sus sesiones nocturnas de análisis se incrementaron de dos a cuatro veces a la semana. De pronto, empezó a mirar a través de él. Su vista iba siempre más allá de donde él estaba, incluso hacia ninguna parte. Una furia se empezó a desatar en su dentro ante su conducta, él había dejado de existir y no lo esperaba para comer ni para acostarse. Parecía que hacía su vida de soltera y que no le importaba en absoluto seguir compartiendo el mismo espacio. Más pronto que tarde, llegó un momento en que cada quien ocupó una habitación diferente.


La indiferencia, cuál virus silencioso, fue destruyendo toda desconfianza y reproche. Empezó a reconsiderar su miserable actitud, a cortejarla de nuevo. Comprendió que su estupidez la había arrastrado a esa indolencia insoportable. Lo más que lograba es que Ella se limitara a echarle una ojeada con unos ojos tristes y sin vida, pero, escasamente le hablaba.


Y de nuevo vinieron los celos. Se preguntó si su cambio de actitud, no sería producto de esos supuestos nuevos amores. Decidió observarla a escondidas y la sorpresa que se llevó es que prácticamente ella dormía todo el día y había dejado de comer. Sólo tomaba lácteos y, cada vez, en menores cantidades ¿Se trataba de anorexia nerviosa?


Eso sí, parecía que se reanimaba para sus sesiones de análisis y salía al ocaso del sol a pasear un poco por las calles y las tiendas antes de llegar a su sesión. Cuidadosamente la siguió y reconoció que las noches que no iba a su terapia, se dedicaba a vagar por ahí al amparo de la oscuridad. Luego, se le perdía misteriosamente en las calles sin que pudiera explicarse, qué senda había tomado.


Habló con un psiquiatra amigo suyo para exponerle el caso. El médico psicoanalista le preguntó el nombre de su terapeuta, pero no lo reconoció entre los colegas que frecuentaba ó conocía. ¡Había tantos psicoanalistas ahora! Algunos – provenidos del legendario exilio sudamericano – se habían formado prodigiosamente en el vuelo de camino a México. Aún así, le indicó que no interfiriera. Ese alejamiento, advertía un fenómeno normal y esperable en todo tratamiento psicoanalítico, le oyó decir:





– Durante el proceso terapéutico es normal que un paciente se apegue emocionalmente a su terapeuta. Sólo existe en este momento su analista en mente. Es absolutamente normal, te digo. Vas a ver cómo en un poco de tiempo, empezará a tomar las cosas con más calma. Es un período difícil, porque quienes sufren son las parejas. Tiene que revivir sus vínculos y dependencias infantiles en ese escenario. Se irá desprendiendo, poco a poco, de eso que técnicamente se llama transferencia, pero que es amor al fin y al cabo. Estoy seguro volverá a ti para rehacer sus vidas. Si no fuese así: ya se habría ido hace tiempo. Algo importante la retiene junto a ti.





La bondad de sus palabras le asustó más que tranquilizarlo. Le dolió y molestó, el tono pedagógico del sermón. Podía considerarse a sí mismo un hombre de criterio, pero eso de que su joven y vulnerable esposa, fuese a contar sus intimidades a un desconocido que podría aprovechar de esa información para – ¿por qué no? – seducirla, era algo que él no podría permitir.


¡Cuántos casos no había oído sobre el particular! Los dedos de sus manos no alcanzaban para contar los chismes sobre terapeutas que empujaban en abismos de amor y dependencia sin fondo a sus pacientes.


Fuera lo que estuviese pasando, se veía cada vez más perturbada. Ese interés perdido por la comida hizo crisis. Empezó a beber solamente agua natural y a bajar de peso aceleradamente. Su delgadez extrema y su color pálido comenzaron a asustarle.


Su mujer parecía víctima de un estado de depresión severo. Si una etapa del tratamiento producía esto: ¿Sobreviviría al resto?


La historia de que volvería anhelante, le sonaba a patraña. Se podía ver – objetivamente –, que se estaba alejando para siempre y además, su salud estaba en peligro.


Decidió tomar cartas en el asunto y hablar personalmente con su terapeuta para indagar qué estaba pasando. Llamó al consultorio identificándose con la secretaria y solicitó una cita para hablar con el analista. Cortésmente la secretaria indicó – tras de consultar con el doctor – que dicho encuentro no procedía, que con gusto le daría un par de referencias de otros colegas. Iba a gritar algo obsceno en el teléfono, pero, colgó sin discutir.


Una idea – devoradora como sus celos – empezó a invadirle. Tomaría por asalto el consultorio de ese charlatán y lo confrontaría. O quizás sería mejor confrontarlos a los dos, sorprenderlos si era preciso en el acto, y ver con sus propios ojos qué clase de terapia consumía la vida de su amada.


Esa noche, acudió al edificio del consultorio a la hora de la consulta. Desde la calle, esperó hasta que la vio entrar al edificio. Antes de que la puerta cerrase, pudo colarse detrás, sin ser advertido. Una vez que se percató del piso dónde Ella se dirigía, marcó el botón del ascensor y esperó a que llegara para alcanzarla.


Salió a un pasillo y buscó el despacho. La puerta estaba entreabierta, distinguió un pequeño escritorio custodiado por una secretaria madura de gafas. Entró y demandó por el doctor en cuestión. Se hallaba ocupado. Le preguntaron si tenía cita con él. Respondió que no, pero que tenía sumo interés en verle. Entonces – dijo la doña –, el doctor no podría atenderle. Pero si dejaba su nombre, quizás se podría arreglar una entrevista. Escupió un alias y dijo, que esperaría para hablar personalmente con él. La secretaria contestó molesta que tomara asiento. Obedeció, fingiendo contrariedad.


Ahora se hallaba más confuso que nunca. Estar ahí era una locura. Iba a levantarse para largarse, cuando sucedió algo inesperado. La mujer abrió el escritorio y sacó con discreción su bolsa, saliendo del despacho para dirigirse al baño en el pasillo.


Permaneció inmóvil unos momentos, sin saber qué hacer.


En aquel momento, su amor, sus celos y rabia volvieron mezclados en un remolino caudaloso de emociones. Sintió que la cabeza le iba a reventar.


Algo en su dentro, comenzó a encenderse hasta que las llamas inflamaron todo su cuerpo.


Violentamente se precipitó hacia la puerta, haciéndola crujir primero, para vencerla después con el peso de su cuerpo.


Ante su mirada apareció entonces un cuadro de horror perverso inimaginable.


Las tenues luces del lujoso consultorio no impidieron que sus ojos se clavasen en el diván. Ella se encontraba yerta, mientras un cuerpo de hombre la cubría parcialmente. El rostro del desconocido se borraba, ocupado en una caricia sobrecogedora.


Él se adelantó sin furia, con paso tembloroso, para atestiguar cómo el OTRO giraba su rostro, y mostraba cómo, de sus labios manaba la vida roja, que también fluía tibia del cuello del cisne.


Este cuento lo escribí en 1989. Ha sido publicado previamente en Carta Psicoanalítica No. 11.



viernes, 29 de enero de 2010

J.D. Salinger 1919 - 2010. Nota de El País.


Muere J.D. Salinger, autor de 'El guardián entre el centeno'

Autor de culto, innovador de la literatura de EE UU, vivió apartado de la escena pública.- Tenía 91 años

BARBARA CELIS - Nueva York - 28/01/2010

Un personaje misterioso, esquivo con los medios de comunicación, del que apenas se conocen imágenes. Jerome David Salinger, autor de El guardián entre el centeno (1951), una novela que ha marcado a miles de jóvenes de todo el mundo, falleció ayer a los 91 años en New Hampshire (EE UU). El diario The New York Times, el primero en dar la noticia, lo califica de "recluso literario".

Escritor "de talento infinito", como le definió Ernest Hemingway tras conocerle en París durante la segunda guerra mundial, años antes de que publicara su obra magna, Salinger llevaba lejos de la vida pública prácticamente cinco décadas, cuando tras el inesperado éxito de El Guardián entre el centeno, convertido en best seller el mismo año de su publicación, 1951, decidió abandonar Nueva York e instalarse en el campo, en la misma casa en la que falleció. Se acercaba así al deseo del mordaz y afilado protagonista de su novela, Holden Caufield, quien en un pasaje del libro afirma: "me gustaría encontrar una cabaña en algún sitio y con el dinero que gane instalarme allí el resto de mi vida, lejos de cualquier conversación estúpida con la gente".

[Lee aquí el arranque de El guardián entre el centeno ]

Aquel libro, del que se han vendido más de 60 millones de ejemplares en todo el mundo y del que aún se venden 250.000 cada año, estaba dirigido a los adultos pero su protagonista inmediatamente se convirtió en el antihéroe por excelencia de toda una generación, la de los adolescentes crecidos en plena guerra fría, que vieron en sus críticas feroces contra el mundo y la moral de los años cincuenta el reflejo de sus propias inquietudes y angustias. El enfrentamiento entre el mundo de los jóvenes y el de los adultos reflejaba también el deseo universal de no crecer, otra cara de uno de los muchos sueños americanos y que de alguna manera, se repite generación tras generación -de ahí su éxito universal-. La novela, en la que Holden Caufield rememora en primera persona desde un hospital psiquiátrico los días posteriores a su expulsión del colegio, se convirtió en novela de culto, algo que fue llevado al extremo por uno de sus máximos fans, Mark David Chapman, el hombre que asesinó a John Lennon en 1980. Chapman llegó a citar el libro del escritor como el lugar en el que encontrar la explicación a aquel acto.

Quizá parte de la fascinación que despierta El guardián... se deba también al halo de misterio que ha rodeado a su autor. Una de las pocas imágenes que de él se conservan lo muestran en actitud amenazante contra el fotógrafo. Huyó de los focos y del ruido mediático. Sólo concedió una entrevista, en 1974 a The New York Times y por vía telefónica, para defender su vida privada.

"Hay una paz maravillosa en no publicar. Es pacífico. Tranquilo. Publicar es una terrible invasión de mi vida privada. Me gusta escribir. Amo escribrir. Pero escribo sólo para mí mismo y para mi propio placer", dijo Salinger en aquella única entrevista [léela en inglés].

Un niño problemático

Al igual que Holden, Salinger también fue un niño problemático que fue expulsado de diferentes escuelas. Nacido en Nueva York en 1919, comenzó a escribir en su adolescencia, a la luz de una linterna bajo las sábanas y durante los cuatro años que sirvió en el ejército durante la II Guerra Mundial, siempre llevó consigo una máquina de escribir. Pronto comenzó a buscar colaboraciones en diversas revistas y fue The New Yorker (su revista de referencia, que hoy publica en versión digital todas sus colaboraciones) la que identificó su talento y con la que firmó un contrato de casi exclusividad. Fue ahí donde pudieron leerse los primeros fragmentos de El guardián entre el centeno, aunque Holden Caulfield había visto la luz años antes en una historia titulada Last Day of the Last Furlough, publicada en 1944.

En la cima de su fama Salinger decidió apartarse del mundo. Se mudó a Cornish e hizo de su casa una suerte de fortaleza inexpugnable. Encontrarle se convirtió casi en deporte nacional entre la prensa, que se ha pasado especulando sobre él y su extraña vida desde entonces. Todavía tres obras suyas verían la luz: Franny and Zooey (Franny y Zooey), en 1961, Raise High the Roof Beam, Carpenters and Seymour: An Introduction, en 1963 (Levantad, carpinteros, la viga del tejado y Seymour: una introducción) y, su última pieza publicada, Hapworth 16, 1924, un cuento corto que llenó las páginas de The New Yorker, en junio de 1965.

Contra las ediciones ilegales y contra lo que él consideraba invasiones a su intimidad, Salinger y sus abogados lanzaron numerosas querellas. La última, en julio de 2009, que prohíbe la publicación del libro de un autor sueco cuyo protagonista es un Holden Caulfield septuagenario.

En 2000 su hija, Margaret, publicó unas memorias tituladas Dream Catcher (El guardián de los sueños), que permitió a sus incondicionales descubrir algo más de la vida privada de Salinger: allí se retrata a un hombre que vivía en semirreclusión, consagrado a su obra y tiránico con sus familiares. Entregado primero al budismo, luego a la Cienciología y después a la Ciencia Cristiana: un enfermo que bebía su propia orina y estaba obsesionado con la religión. Margaret llega incluso a decir que abusó de su segunda mujer, Claire Douglas, a la que mantuvo como una "virtual prisionera".

Bibliografía de J.D Salinger

- The Catcher in the Rye (El guardián entre el centeno) (1951)

- Nine Stories (Nueve historias) (1953)

- Franny and Zooey (Franny y Zooey) (1961)

- Raise High the Roof Beam, Carpenters and Seymour: An Introduction (1963) (Levantad, carpinteros, la viga del tejado y Seymour: una introducción)

Cronología de la vida de Salinger

1) Nace en Nueva York, en 1911. De buena familia, el joven pasa por una academia militar y completa sus estudios en Europa, en Viena, Londres, París y Varsovia.

2) 1948: su primer gran éxito, Día perfecto para el pez plátano, aparece en New Yorker, la revista donde había conseguido publicar algunos relatos.

3) Su obra maestra llegaría en 1951, El guardián entre el centeno. La novela se convierte en un clásico.

4) El autor decide conceder una entrevista. Será la única que conceda en su vida. El privilegio fue para The New York Times. En una conversación por teléfono, el escritor aprovecha -una vez más- para recordar que no tolerará ediciones no autorizadas de sus cuentos.

5) El autor cumple los 90 años en 2009.A los pocos meses, una novela provoca su cólera. Se trata de 60 años después: llegando a través del centeno, una supuesta secuela de El guardián...Salinger se querella y gana el juicio.

6) Salinger muere en 2010, a los 91 años. No aparece nada desde 1965 que lleve su firma. Su última obra publicada es una carta que Seymour Glass, su personaje recurrente, dirige a sus padres desde un campamento de verano

R. G.

Ver: http://www.elpais.com/articulo/cultura/Muere/J/D/Salinger/autor/guardian/centeno/elpepucul/20100128elpepucul_5/Tes

miércoles, 20 de mayo de 2009

Biblioteca Google en línea.


He agregado entre los gadgets de mi Blog, un vínculo a mi selección de libros en Google, está abierta a todos ustedes. Hay verdaderas joyas y material interesantísimo, difícil de conseguir así nomás. Como en toda biblioteca, el que estén allí esos libros, no implica que los haya leido todos... pero sí me propongo hacerlo....
Espero se den una vuelta y disfruten de esta sabrosa ganga de la que nos provee la Red y la gente de Google.

jueves, 9 de octubre de 2008

Dios no juega a los dados: ¿o si?


Torstein Frode[1] cuenta que en Hising había una ciudad que estaba ligada en su suerte tanto a Noruega como a Suecia. Los dos reyes convinieron entonces en echar suertes por ver a quién de ellos les correspondería; arrojarían los dados y el ganador sería aquel que obtuviera el total de puntos mayor. El rey de Suecia sacó dos seises y dijo no valía la pena que el rey Olav[2] probara suerte, pero éste, mientras sacudía en la mano los dados le respondió: “Hay todavía dos seises en éstos dados, y no es difícil que Dios, mi Señor, los haga salir. Tiró los dados y obtuvo dos seis. El rey de Suecia volvió a echar los dados y obtuvo de nuevo dos seis. Luego el rey Olav tornó en jugar y uno de los dados mostró todavía un seis, pero el otro se quebró en dos pedazos, con tanta fortuna que indicó siete. Entonces la ciudad le tocó a él.
Según una tradición minoritaria pero bien atestiguada, el rey Olav Haraldsson en aquella ocasión había manipulado el azar. Algunos le atribuyen, desde el comienzo de una vida que debía llevarlo a la canonización, poderes milagrosos tales como curar a enfermos e inválidos o alcanzar ayuda del más allá para combatir junto a él. Se dice que también tenía el poder de hacer que los dados se detuvieran en la cara que deseaba. Para otros, lo mismo que ciertos combatientes llamados berserker, provistos en las grandes ocasiones de una fuerza sobrehumana que los hacía invulnerables, el rey Olav Haraldssѳn era capaz de una destreza sobrenatural que le permitía lanzar los dados tan hábilmente que su carrera terminaba naturalmente en la cara del dado que él había elegido. Un antiguo cronista hasta asegura que esa aptitud no era innata, y cuenta cómo el rey la adquirió entrenándose con dados cada vez más pequeños. Otros, por fin, lo acusan rotundamente de hacer trampas. Sus dados estaban cargados, lo cual explica que el número seis saliera con tanta regularidad, y uno de ellos estaba hábilmente astillado de suerte que no quedaba rastro aparente de nada. De manera que Olav Haraldsson había montado así todo el espectáculo hasta llegar a la sorpresa final, que sólo lo era para el rey de Suecia y su comitiva.


[1] Extraído de: Ekeland Ivar. El azar. Ed. Gedisa Barcelona 1998. P. 15 y 16.
[2] Olaf era hijo de un señor noruego llamado Harold Grenske. Después de practicar el pillaje y la piratería durante ocho años, en 1015, Olaf sucedió a su padre en el gobierno del señorío, cuando tenía veinte años de edad. En aquella época, la mayor parte de Noruega se hallaba en manos de los daneses y los suecos. Tras de efectuar la reconquista de sus feudos, Olaf se dedicó a trabajar por la evangelización del reino, pues el arzobispo Roberto le había conferido el bautismo en Rouen. Aunque ya se había iniciado la evangelización, eran muy pocos sus progresos, porque, según parece, los métodos misionales de Haakón el Bueno y de Olaf Trygvason eran bastante salvajes. En 1013, Olaf Haroldsson, el santo de que nos ocupamos, había ido a Inglaterra a ayudar al rey Etelredo en la lucha contra los daneses. Así pues, cuando se trató de evangelizar su propio reino, pidió ayuda a los ingleses. Cierto número de monjes y sacerdotes ingleses se trasladaron a Noruega. Entre ellos iba el monje Grimkel, quien fue elegido obispo de Nidaros, la capital del feudo de Olaf. Este, siguió el consejo del prelado, promulgó muchos decretos benéficos y abolió las leyes y costumbres que se oponían al Evangelio. Desgraciadamente, como San Vladimiro de Rusia y otros príncipes que quisieron convertir a sus súbditos, no se contentó con emplear la persuasión, sino que se dejó llevar de un celo indiscreto y recurrió a la violencia. Era verdaderamente implacable con sus enemigos y, por otra parte, sus decretos no eran bien mirados en todo el reino. Finalmente, sus enemigos se levantaron en armas y, con la ayuda de Canuto, rey de Inglaterra y Dinamarca, le derrotaron y le expulsaron del país. San Olaf volvió con refuerzos suecos a reconquistar su reino, pero pereció a manos de sus belicosos e infieles súbditos en la batalla de Stiklestad, el 29 de julio de 1030. Fue sepultado en el sitio en que murió, en un profundo banco de arena a orillas del río Nid. En su sepulcro brotó una fuente, a cuyas aguas atribuyó el pueblo propiedades milagrosas. Al año siguiente, el obispo Grimkel mandó erigir ahí una capilla y se empezó a venerarle como mártir. Los milagros se multiplicaron en el santuario y, cuando Magno, el hijo de Olaf, recuperó el trono, el culto del mártir se popularizó mucho. En 1075, se sustituyó la capilla por una catedral dedicada a Cristo y a San Olaf, que con el tiempo se transformó en la catedral de Nidaros (Trondheim). El santuario se convirtió en un importante centro de peregrinación. En la Edad Media, el culto del "perpetuo rey de Noruega" se extendió a Suecia, Dinamarca, Inglaterra y otros países. Los noruegos le consideran todavía como patrono y héroe nacional.

lunes, 22 de septiembre de 2008

Un inédito de Rimbaud,


El suplemento cultural del diario La Jornada (21/09/08) ofrece un artículo de Marco Antonio Campos que nos brinda y comenta el reciente descubrimiento de un cuento inédito de Arthur Rimbaud publicado a sus dieciséis años de edad. El hallazgo fue realizado en una librería de viejo de Charleville por Patrick Taliercio, cineasta francés de treinta y dos años de edad.
A él, debemos conocer ahora, una singular fantasía sobre el canciller alemán Otto von Bismarck en el período de la guerra franco-prusiana que revela la mordacidad del poeta ante todo tipo de poder absurdo y proyecto de dominación del alma humana.
Les recomiendo que visiten este vínculo:

Christopher Bollas: Mental pain

Conferencia de Christopher Bollas: Mental Pain.