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jueves, 13 de febrero de 2014

Henry E. Ellenberger: La primera psiquiatría dinámica (1775-1900) De “El descubrimiento del Inconsciente. Historia y evolución de la Psiquiatría Dinámica”, Madrid, ed Gredos, 1976 (FRAGMENTOS)



La experiencia acumulativa de varias generaciones de magnetizadores e hipnotizadores dio lugar al lento desarrollo de un sistema perfeccionado de psiquiatría dinámica. Estos pioneros llevaron a cabo con gran audacia la exploración y utilización terapéutica de las energías psicológicas inconscientes. Basándose en sus hallazgos, elaboraron teorías nuevas acerca de la mente humana y la psicogénesis de la enfermedad. La primera psiquiatría dinámica fue una conquista impresionante, tanto más cuanto que había sido elaborada en su mayor parte fuera de, cuando no en oposición directa con, la medicina oficial.
Como no fue obra de un solo hombre, no hubo , en contraste con otros muchos sistemas, un esquema conceptual rígido que dirigiera su crecimiento. Los principios más importantes proceden de Mesmer y Puységur. A ellos siguieron un gran número de legos y médicos, que trabajaban individualmente o en grupos o escuelas no sistematizados e incluso rivales, sobre todo en Francia y Alemania, y posteriormente también en Inglaterra y Norteamérica. La evolución no fue continua: durante todo el siglo XIX hubo una serie de altibajos y de fases estacionarias.
Hacia 1880 tuvo lugar un gran resurgimiento, y la primera psiquiatría dinámica consiguió el reconocimiento universal gracias a Charcot y Bernheim. Siguió un rápido desarrollo. Emergió entonces lentamente una nueva psiquiatría dinámica, y durante algún tiempo coexistieron los dos sistemas, hasta 1900, en que las nuevas escuelas pasaron a primer plano. No obstante, hay que destacar dos hechos:
1) En las nuevas escuelas dinámicas, mucho de lo que nos parece más original tenía de hecho sus raíces en la primera psiquiatría dinámica. 2) Aunque el nuevo sistema parecía en ocasiones radicalmente opuesto a la primera psiquiatría dinámica, en realidad no la suplantaba, sino que venía a completarla.

Características principales.

A través de las innumerables variantes de la primera psiquiatría dinámica, algunas características principales han permanecido constantes:
1. Se adoptó el hipnotismo como vía principal de aproximación, o vía regia, al inconciente. A finales del siglo se añadieron otras vías suplementarias (mediumnismo, escritura automática y contemplación de un cristal).
2. Se dedicó atención particular a ciertos cuadros clínicos (a veces denominados enfermedades magnéticas): sonambulismo espontáneo, letargía, catalepsia, personalidad múltiple; a finales de siglo, el interés se centró cada vez más en la histeria.
3. Se generalizó un nuevo modelo de la mente humana, basado en la dualidad de psiquismo consciente e inconsciente. Más tarde se modificó, dándole la forma de un manojo de subpersonalidades yacentes bajo la personalidad consciente.
4. Las nuevas teorías sobre la patogénesis de la enfermedad nerviosa, que al principio se basaron en el concepto un fluido desconocido, fueron pronto reemplazadas por el concepto de energía mental. A finales del siglo XIX surgieron los conceptos de la actividad autónoma de fragmentos escindidos de la personalidad y de la actividad mitopoética del inconsciente.
5. La psicoterapia se apoyaba sobre todo en el uso del hipnotismo y de la sugestión, y se concedía una atención especial a la relación entre el paciente y el magnetizador. Surgieron nuevos tipos de terapeutas: el magnetizador y, posteriormente, el hipnotizador, que no era sino una variante del primero.
En este capítulo consideraremos brevemente las fuentes de la primera psiquiatría dinámica, daremos una visión general de las características principales arriba enumeradas, y a continuación estudiaremos la influencia de la misma sobre la vida cultural de aquellos días.

Las fuentes de la primera psiquiatría dinámica.

Entre los numerosos orígenes de la primera psiquiatría dinámica, hay que destacar tres en especial.
Ya hemos descrito la evolución histórica del magnetismo animal a partir de la antigua práctica del exorcismo, comprobando cómo la crisis de Mesmer era inducida exactamente igual que el exorcismus probativus de Gassner; se demostraba el mal como primer paso para su eliminación. Desaparecida la posesión, fue sustituida por la manifestación de una personalidad múltiple. No obstante, en el curso del siglo XIX se observaron casos aislados de posesión, en el sur de Alemania, y hombres como Justinius Kerner trataban a los poseídos con un método que era una curiosa mezcla de magnetismo y exorcismo (1).
Otra fuente muy importante de la primera psiquiatría dinámica fue el viejo concepto de "imaginación". En la época del Renacimiento, filósofos y médicos se interesaron mucho por un poder de la mente, la imaginatio, que tenía un significado mucho más amplio que el actual y contenía lo que denominamos sugestión y autosugestión. A la imaginatio se le dedicaron numerosos trabajos, una vez famosos pero olvidados en la actualidad. En un capítulo de sus Ensayos, Montaigne resume algunas de las ideas prevalecientes en su tiempo (2). Adscribe a la imaginación el efecto contagioso de las emociones humanas. La imaginación, según él, era una causa frecuente de enfermedad física, emocional y mental, e incluso de muerte, así como todas las manifestaciones atribuidas comúnmente a la magia. Podía causar fenómenos físicos llamativos, como la aparición de estigmas e incluso la transformación de un sexo en otro. Pero se podía utilizar también para curar alteraciones físicas y mentales. En el siglo XVIII, el italiano Muratori escribió un tratado, Sobre el poder de la imaginación humana, ampliamente leído y citado (3). Entre las numerosas manifestaciones de la imaginación describía los sueños, visiones, ilusiones, las ideas fijas, la antipatía (es decir, las fobias) y, sobre todo, el sonambulismo. En la segunda mitad del siglo XVIII, el sonambulismo se convirtió en el punto central de las discusiones sobre la imaginación. Por todas partes se publicaban historias maravillosas a cerca de durmientes paseadores que escribían, cruzaban ríos a nado o caminaban sobre los tejados en las noches de luna llena, y cuyas vidas peligraban si se les llamaba bruscamente por su nombre o se les despertaba. Hoy nos resulta difícil apreciar cuán increíble y fantástica debió parecer a los contemporáneos de Puységur la aserción de éste de que el sonambulismo se podía inducir y detener de forma artificial casi a voluntad, y emplearse en la investigación de los secretos más recónditos de la mente humana.
Una tercera fuente fue el conocimiento del propio hipnotismo, el cual, en el curso de la historia humana, había sido descubierto, olvidado y vuelto a descubrir (4). Sin remontarnos a los antiguos egipcios o incluso a los estudiosos renacentistas de la magia natural, vemos que Gassner curaba a muchos de sus pacientes mediante el hipnotismo (como queda claro al leer los relatos del abbé Bourgeois). El propio Mesmer, cuando magnetizaba, lo que hacía era colocar a algunos de sus pacientes en sueño hipnótico. El informe de los comisionados mencionaba que “... todos ellos estaban sometidos de forma impresionante al hombre que los magnetizaba; a pesar de la somnolencia, se despertaban con su voz, su mirada o cualquier señal suya”. Sin embargo, ni Gassner ni Mesmer habían comprendido con claridad las implicaciones de lo que hacían, y fue Puységur quien, en 1784, descubrió que la crisis perfecta que había hecho surgir en sus pacientes no era sino un sonambulismo inducido artificialmente.

El camino real hacia la mente desconocida : hipnotismo.

Desde 1784 hasta aproximadamente 1880, el sonambulismo artificial era el principal medio de acceso al inconsciente. Denominado en un principio crisis perfecta por Poységur, sueño magnético o sonambulismo artificial, Braid le dio el nombre de hipnotismo en 1843 (5).
Su naturaleza fue discutida desde el principio. Mesmer se negó a ver en él algo más que una forma particular de crisis. Se desarrolló una vigorosa polémica entre los fluidistas, que lo explicaban en términos del pretendido fluido magnético, y los animistas, que afirmaban que era un fenómeno psicológico. Pero la identidad de naturaleza del sonambulismo espontáneo y del sueño mesmérico no se planteó nunca con seriedad durante todo el siglo XIX (6).
Los principales argumentos a favor de tal concepción fueron resumidos más tarde por Janet (7). Primero, los individuos propensos al sonambulismo espontáneo son también magnetizados e hipnotizados con facilidad. Segundo, es fácil entablar relación con un individuo que está en sonambulismo espontáneo, así como hacerle pasar de este estado al de sueño hipnótico típico. Tercero, una persona que ha padecido un ataque de sonambulismo espontáneo del cual no recuerda nada en su estado vigil, lo recordara todo bajo hipnosis, y a la inversa.
Por otra parte, sin embargo existe una diferencia esencial entre el sonambulismo natural y el artificial, y es que este ultimo está dirigido y bajo el control estricto del hombre, el magnetizador, que es el que lo induce, moldea sus manifestaciones y lo hace terminar a voluntad.
Ya desde el principio, la peculiar relación existente entre el magnetizador y el magnetizado fue objeto de gran curiosidad y discusión. Puységur notó que Víctor no se limitaba a cumplir sus órdenes con exactitud, sino que parecía anticiparse a ellas o adivinarlas. Inmediatamente se preguntó si podría oponer limitaciones a su voluntad o ser inducido a cometer actos inmorales o delictivos. La relación especial entre el magnetizador y el sujeto, impresionó también desde el principio a los mesmeristas. Se comprobó claramente que la persona magnetizada se olvidaba de todo excepto del magnetizador, y que solo podía percibir el mundo exterior a través de este último. Pronto se descubrió que la relación extendía su influencia más allá de la sesión del sueño magnético: la persona colocada en este situación por segunda vez recordaba todo lo que ocurrió durante la primera. El magnetizador hacía surgir así en su sujeto una vida especial, separada de la vida consciente normal, es decir, una segunda condición con su propia continuidad, y en dependencia cada vez mayor de él.
Una de las pruebas más concluyentes y llamativas de que la influencia del hipnotismo se extiende a la vida consiente normal la proporcionan la amnesia y la sugestión poshipnóticas. Los primeros mesmeristas notaron que el sujeto en condición normal no recordaba nada de lo que le había ocurrido durante el sueño magnético y compararon acertadamente este estado con el que sigue a los ataques de sonambulismo espontáneo. Poco después descubrieron que el sujeto podía, en estado de vigilia, ejecutar una orden que se le había dado durante el sueño hipnótico. Este fenómeno de sugestión pos hipnótica, descrito ya en 1787 (8) fue abundantemente experimentado por Deleuze (9) y Bertrand (10), y luego por Berheim y la Escuela de Nancy. El hecho de que la amnesia poshipnótica no es absoluta y de que el individuo puede ser inducido, mediante ciertos procedimientos, a recordar en estado de vigilia lo que le ocurrió durante la sesión hipnótica fue también conocido precozmente y nunca olvidado por completo hasta que fue descubierto por Berheim (11).
En cuanto a los medios de inducir el sueño mesmérico (al que de aquí en adelante designaremos por su último nombre de hipnosis), los primeros magnetizadores utilizaban la técnica de Mesmer de los pases, que pronto fue abandonada a favor de otras dos. La primera fue la fascinación (método ya conocido por los antiguos egipcios, por Cornelius Agrippa, y por muchos otros). Se hacía al paciente mirar a un punto fijo o en movimiento luminosos o no, posiblemente a los ojos del hipnotizador. Este fue el método popularizado más tarde por Braid, y también el utilizado por la Escuela de la Salpêtrière. El abbé Faria combinaba esta técnica con la verbal; sentaba a su sujeto en una silla cómoda y le daba la orden imperativa: “¡Duerme!”. Otros hipnotizadores impartían la orden en una voz más suave y baja. La técnica de Faria fue adoptada más tarde por Liébeault y la Escuela de Nancy. Para terminar con el estado hipnótico, los primeros mesmeristas utilizaban métodos tales como el de soplar a los ojos de los sujetos.
Los magnetizadores pronto se dieron cuenta de que había otros requisitos no menos importantes, de naturaleza más general. Comprendieron bien lo que en la actualidad denominamos la situación hipnótica y la imposibilidad de hipnotizar a alguien contra su voluntad. El sujeto debe estar cómodo, tranquilo y relajado. El elemento de autosugestión en la hipnosis era también conocido y fue plenamente utilizado por Braid y luego por la Escuela de Nancy. El papel de la sugestión mutua era igualmente conocido por los primeros magnetizadores, los cuales, siguiendo el ejemplo de Mesmer, trataban a los pacientes en grupo. En primer lugar se hipnotizaba a uno o a dos sujetos, que ya estaban familiarizados con el procedimiento, en presencia de los demás. Se sabía que una persona puede hacerse más receptiva por el mero hecho de ver hipnotizar a otro. El método colectivo se aplicó ampliamente desde Mesmer hasta Berheim y Charcot, y luego lo emplearon los hipnotizadores populares del teatro.
Los primeros magnetizadores no captaron, sin embargo, hasta qué punto el estado hipnótico es moldeado por el hipnotizador y tiene que ser aprendido por el sujeto. Janet ha explicado por completo este último punto (12). Si vuestro sujeto no ha oído hablar nunca de hipnotismo, decía Janet, es poco probable que podáis inducir en él el estado hipnótico usual; si ha padecido alguna vez sonambulismo espontáneo o crisis convulsivas, probablemente caerá en su situación anterior de sonambulismo o crisis convulsivas, o quizás en un estado vago de nerviosismo, a menos que el hipnotizador le explique lo que espera de él y le prepare por tanto para interpretar su papel. Esta es también la razón de que el estado hipnótico difiera según el hipnotizador particular, la escuela a la que pertenece, y los períodos sucesivos en la historia de la primera psiquiatría dinámica. Así es como los primeros mesmeristas habían modelado inconscientemente un tipo específico de estado hipnótico, que creían era el normal del sueño magnético. Según lo desarrollaron, comprendía numerosas manifestaciones, unas bastantes corrientes y no muy separadas de los estados psicológicos normales, y otras raras y extraordinarias.
Una de las características del sueño magnético que antes llamo la atención de los primeros mesmeritas era la gran agudeza de percepción desplegada por los sujetos. Los individuos hipnotizados eran capaces de percibir estímulos que normalmente están por debajo del umbral de percepción. Puységur se sorprendió al oír a Víctor cantar en voz alta melodías que él tarareaba para sí mismo. Aparentemente, Víctor reconocía los sonidos por los movimientos involuntarios de los labios del marqués, ya que la mayoría de la gente mueve los labios en tales casos. Esta hipersensibilidad se extiende a todos los campos de la percepción y puede explicar numerosos ejemplos de pretendida clarividencia bajo hipnosis. No menos destacables es la gran capacidad de la memoria; la persona hipnotizada puede recordar incidentes antiguos y aparentemente olvidos de su infancia y describir acontecimientos durante el sonambulismo artificial o espontáneo o durante la intoxicación. Esta hipermnesia se extiende a cosas de las que aparentemente no tenía conocimiento.
Pronto se descubrió que el hipnotismo abre un acceso directo a ciertos procesos psicológicos. El sujeto no solamente es capaz de desplegar una fuerza física mayor de la que él mismo se cree capaz en su estado normal de vigilia, sino también –de forma espontánea o bajo el mandato del hipnotizador– de quedarse sordo, ciego, alucinado, paralizado, espástico, cataléptico o anestésico. Esta anestesia puede ser tan perfecta que se llegaron a realizar operaciones quirúrgicas sin dolor bajo hipnosis. Se cree que fue Récamier el primero en intervenir en estas condiciones, en 1821. Es sorprendente que se prestara tan poca atención a hallazgos que podían haber evitado muchos sufrimientos. Cuando Esdaile comenzó a aplicar anestesia hipnótica sistemática en las operaciones quirúrgicas, tropezó con un gran escepticismo y hostilidad. Por otra parte, la aplicación del sueño mesmérico para la curación de alteraciones físicas era corriente entre los mesmeristas, y nunca se olvidó por completo. Sobre todo debido a la influencia de Liébeault, al final de la década de 1880 se sabía que numerosas situaciones se podían curar o aliviar mediante la sugestión hipnótica (neuralgias, reumatismos, gota y dismenorrea). Ya en la primera mitad del siglo XIX, Charpignon y Du Potet (13) llevaron a cabo experimentos sobre las modificaciones fisiológicas producidas bajo hipnosis.
Desde el principio, los mesmeristas se quedaron sorprendidos de la capacidad de sus sujetos para representar emociones y encarnar papeles con extraña perfección, con la máxima sinceridad aparente y, les parecía a ellos, con más talento que los actores experimentados. Recordamos cómo Víctor impresionó a Puységur demostrando más vivacidad e inteligencia bajo hipnosis que en su estado normal de vigilia. Esta capacidad llegó tan lejos que Du Potet habló en 1849 de una metamorfosis de la personalidad, y este fenómeno fue el punto de partida del problema todavía en discusión de la regresión de la edad (14).
Los primeros magnetizadores prestaron tanta atención a las manifestaciones objetivas de la hipnosis que no profundizaron demasiado en la experiencia subjetiva de ser hipnotizado. Suponían que era un sueño, aunque de tipo peculiar, ya que muchas veces se podía decir que el sujeto estaba más despierto que en su estado de vigilia. No se esforzaron mucho en reconciliar esta aparente contradicción, la coexistencia de sueño y vigilia. Hasta casi el fin de siglo, y bajo la influencia de la Escuela de Nancy, no se realizaron estudios sistemáticos. Hasta entonces, el mejor relato de una persona hipnotizada es quizá el que nos proporcionó Eugen Bleuler, hipnotizado por su colega, el Dr. Von Speyr de Berna.
Von Speyr utilizó la técnica de Liébeault de fijación combinada con sugestión verbal. Bleuler se esforzó en cooperar mientras se mantenía tan despierto como podía. Pronto se dio cuenta de que perdía zonas de su campo visual. Después, estos puntos vacíos se extendieron y quedó velado el resto de campo visual. Por último, sólo pudo percibir el contraste entre la luz y la sombra. Notaba como si tuviera los ojos húmedos y sentía una sensación ligera de quemazón, pero se encontraba relajado. Un calor confortable invadía su cuerpo desde la cabeza hasta los pies; no sentía deseos de moverse ni de hacer nada, y le parecía que sus pensamientos eran completamente claros. Oyó que el hipnotizador le decía que moviera los brazos; trató de resistir a la orden, pero fracasó en parte. A continuación, el hipnotizador le dijo que el dorso de su mano era insensible; Bleuler pensó que no podía ser verdad y que Von Speyr bromeaba cuando le decía que le estaba pinchando (lo cual era cierto). A la orden del hipnotizador, despertó como si surgiera de un sueño. No halló amnesia y recordó la sugestión poshipnótica de que se despertaría a las seis y cuarto exactamente de la mañana siguiente. Trató sin éxito de permanecer despierto durante esa noche. A las seis y cuarto se despertó repentinamente: alguien acababa de llamar a la puerta. Bleuleur llegó a la conclusión de que el proceso hipnótico había influido sobre su inconsciente más de lo que su consciente le permitía creer. Dos o tres sesiones posteriores con Von Speyr y Forel produjeron los mismos resultados que la primera (15).
Sería interesante comparar las experiencias subjetivas de diversos tipos de individuos y de personas hipnotizadas por hipnotizadores pertenecientes a distintas escuelas. Un estudio reciente de Stokvis apunta de forma inequívoca al papel que desempeña el elemento inconsciente que se manifiesta en la hipnosis (16).
Entre las numerosas manifestaciones del sueño mesmérico, una que impresionó de forma particular a Puységur y sus seguidores fue la inesperada lucidez desplegada por el sujeto. Esta extraordinaria agudeza de percepción llevó a los primeros hipnotizadores a ahondar más y más en el campo de lo maravilloso. Como vimos en el capítulo anterior, hallaron que el paciente podía no solo diagnosticar sus propias enfermedades, predecir su curso y prescribir el remedio, sino también hacer lo mismo para personas con las que había sido puesto en relación. Más aún, se afirmaba que algunos de los sujetos hipnotizados, los denominados sonámbulos extralúcidos, podían leer con los ojos cubiertos, adivinar los pensamientos de otros, encontrar objetos perdidos, e incluso predecir el futuro. En la actualidad sabemos que todos ellos eran resultados de la sugestión mutua que se desarrollaba entre el magnetizador y el magnetizado. Pero, al contrario de lo que suponían los primeros magnetizadores, se hizo evidente que una persona hipnotizada es perfectamente capaz de mentir, no sólo mediante sugestión, sino por su propia volición.
Uno de los temas más sujetos a controversia dentro del hipnotismo fue el de la regresión de edad, reconocido precozmente por algunos hipnotizadores y sujeto a estudio entre 1880 y 1890. Se dice al sujeto hipnotizado que está retrocediendo en el tiempo, por ejemplo hasta su adolescencia o infancia, hasta un momento dado de su pasado. Su conducta, movimiento y voz cambian de forma concordante. Parece haber olvidado todo lo que le ocurrió desde el momento que está representando, y da un relato detallado de acontecimiento de ese período de su vida ¿Se trata de una “regresión verdadera”, es decir, de una reminiscencia de lo que el sujeto experimentó realmente a tal edad, o únicamente de una excelente imitación de lo que cree que experimentó? Fue un problema muy discutido. El coronel De Rochas, hipnotizador famoso en su tiempo, llevó estos experimentos a sus limites extremos, incluso ad absurdum (17). De este modo obtuvo de sus sujetos una regresión de edad que llegaba hasta la representación de la primera infancia, el nacimiento o el período fetal. Sobrevenía un oscurecimiento, seguido de la descripción de la vida anterior de la persona, que retrocedía desde la edad adulta hasta la infancia, el nacimiento y el período fetal, y luego, tras un nuevo oscurecimiento, la representación de la segunda vida anterior. De este modo, los sujetos de De Rochas reencarnaban varias vidas anteriores, alternando siempre la de un hombre con la de una mujer. Las descripciones de estas vidas previas eran muchas veces plausibles, aunque con algunos anacronismos. Algunos creyeron que el coronel De Rochas había hallado una confirmación experimental de la doctrina de la reencarnación. Pero las dudas surgieron cuando indujo a personas jóvenes a representar los diversos estadios posteriores de su vida. El escepticismo aumentó cuando pretendía haber suscitado una exteriorización de la sensibilidad: extraía la sensibilidad del sujeto hipnotizado y la transfería a cualquier objeto externo. Así, cuando pinchaba al sujeto, éste no sentía nada; pero cuando pinchaba dicho objeto material, aquel sentía como si le estuvieran pinchando a él. Durante todo el siglo XIX, la literatura sobre magnetismo e hipnotismo estuvo plagada de historias fantásticas semejantes y ésta fue sin duda una de las razones principales de la oposición de los círculos científicos a la primera psiquiatría dinámica.
Otra razón de la oposición al hipnotismo era la certeza de ciertos inconvenientes y peligros asociados con su práctica. Ante todo, se expresó grave temor ante el hecho de que, bajo hipnosis, el sujeto parecía estar bajo el hechizo del hipnotizador, obedeciendo incluso sus peticiones desagradables o ridículas. Ya en 1785 se polemizó en París sobre si la mujer cedería a una orden inmoral dada por el magnetizador. Tardif de Montrevel afirmó que si un magnetizador falto de escrúpulos trataba de seducir a una mujer, ésta despertaría (18). Sin embargo, personalidades como Deleuze, Gauthier, Charpignon y otros subrayaron la necesidad de mostrar grandes precauciones al respecto. Teste notó que el sujeto era capaz de detectar los deseos secretos del magnetizador y se protegía contra los peligros, no sólo de una seducción sexual cruda, sino de caer en una relación amorosa sincera y verdadera (19). El Padre Debreyne, sacerdote y educador con conocimientos médicos, destacó que el magnetizador era generalmente un hombre sano y fuerte, y el sujeto una hermosa joven (en raras ocasiones vieja o fea), y que tenía buenas razones para creer que la seducción era frecuente (20). Otro peligro era que el paciente confiara algún secreto importante al magnetizador. Como veremos después, el problema de los delitos y actos inmorales cometidos bajo hipnosis se convirtió en tema de apasionadas discusiones en las décadas de 1880 y 1890.
Los hipnotizadores inexpertos o imprudentes tropezaban en ocasiones con grandes dificultades para sacar a sus pacientes del sueño hipnótico. En un relato autobiográfico, Du Potet refiere cómo, en su juventud, magnetizó a dos muchachas jóvenes y se desesperó cuando las vio caer en un estado cataléptico y durante horas hizo esfuerzos desesperados para sacarlas de él, hasta que finalmente despertaron (21). No menos importantes eran las alteraciones experimentadas por el sujeto tras las sesiones hipnóticas demasiado largas o extenuantes, en especial tras los experimentos que incluían clarividencia y extra-lucidité. Otra manifestación patológica era el vigilambulismo, estado peculiar de semisonambulismo permanente en personas que, hipnotizadas repetidas veces, no habían sido sometidas a las maniobras normales que harían concluir su sueño magnético. Parecían estar completamente despiertas, pero eran capaces de recibir sugestiones de cualquiera que les hablara.
Tan pronto como se conoció el fenómeno de la sugestión poshipnótica, se pusieron de manifiesto sus peligros potenciales y empezaron a oírse historias de individuos a los que hipnotizadores faltos de escrúpulos habían ordenado realizar actos absurdos una vez despiertos. Volveremos a este punto al tratar de las implicaciones forenses de la primera psiquiatría dinámica. Bernheim subrayó que bajo hipnotismo se pueden sugerir falsas memorias. Una vez despierto, el paciente creerá que vio o hizo algo según la sugestión del hipnotizador (22).
Ya Deleuze y los primeros mesmeristas describieron los peligros derivados de las sesiones hipnóticas demasiado frecuentes o prolongadas. Los sujetos se convertían gradualmente en adictos a la hipnosis; no solo necesitaban un aumento de la frecuencia de la hipnotización, sino que se hacían dependientes de su magnetizador particular, dependencia ésta que en muchas ocasiones tomaba un sesgo sexual. Este hecho conocido fue redescubierto por Charcot, que contó el caso de una mujer que había sido hipnotizada cinco veces en un intervalo de tres semanas, y que no podía pensar en otra cosa que no fuera su hipnotizador, hasta que se fugó de su hogar para vivir con él (23). Su marido la recogió, pero ella comenzó a manifestar graves alteraciones histéricas que hicieron necesario su ingreso en un hospital. Se acusó asimismo al tratamiento hipnótico prolongado de precipitar la aparición de psicosis en los sujetos predispuestos.
Por último, la totalidad de las epidemias psíquicas fueron provocadas por hipnotizadores de teatro y charlatanes, en especial entre jóvenes y niños en edad escolar que jugaban a hipnotizarse unos a otros (24).
Comprobado que el hipnotismo fue el fenómeno central en la primera psiquiatría dinámica, no debe sorprendernos que acerca de su naturaleza se formulara un gran número de teorías y especulaciones. Una opinión extrema era la mantenida por los escépticos, que se limitaban a negar su existencia o veían en él, como mucho, un tipo de autosugestión. El punto de vista opuesto, mantenido por los místicos, afirmaba que la hipnosis era un nexo de unión entre los mundos natural y sobrenatural, el medio a través del cual el alma humana individual podía tener acceso al Alma Universal. Entre estos dos extremos había todo tipo de opiniones intermedias.
Mesmer y los fluidistas concebían la hipnosis como un fluido físico que circulaba por el cuerpo del magnetizador o entre éste y el sujeto. Posteriormente, tales especulaciones fueron reemplazadas por teorías en las que se hablaba de energía nerviosa o del reparto de zonas de excitación e inhibición dentro del cerebro. Es de destacar que ya desde un principio se adujeron diversas teorías sexuales. En un apéndice secreto al Informe de los comisionados al rey Luis XVI se afirmaba que las “crisis” sufridas por las mujeres magnetizadas eran en muchas ocasiones de una naturaleza claramente sexual (25). Meynert basó su oposición al hipnotismo en el hecho de que la actitud global de la mujer hacia el hipnotizador estaba impregnada de fuertes matices sexuales, y que las emociones sexuales desempeñaban también un papel en los hombres hipnotizados (26). En cuanto a las teorías psicológicas enunciadas primeramente por Puységur y desarrolladas por Bertrand, consiguieron la aceptación en las postrimerías del siglo. Volveremos a tocar este tema.
No se puede criticar a los primeros mesmeritas porque no organizaran una investigación científica del hipnotismo. La psicología experimental era inexistente entonces y, como ha destacado Janet, Bertrand merece todos los elogios por su estudio verdaderamente objetivo y sistemático del tema. Al mismo tiempo, realizaban investigaciones Deleuze y Noizet, y posteriormente Despine, Charpignon, Du Potet, Durand (de Gros), etc. Janet subraya que las manifestaciones esenciales del hipnotismo eran conocidas desde el comienzo, y durante el siglo XIX no se añadió nada importante.
El gran defecto del estudio del hipnotismo fue el de que, desde el comienzo, los hipnotizadores no llegaron a comprender todas las implicaciones de la relación que establecían con el paciente. Eran conscientes de que, mediante la repetición de las sesiones hipnóticas, hacían surgir una vida nueva y escondida en la mente del sujeto; pero no supieron reconocer hasta que punto esa vida secreta ejercía una atracción específica sobre el propio hipnotizador. Involuntariamente, el hipnotizador sugería al paciente más de lo que creía, y este último le devolvía mucho de lo que esperaba secretamente. De este modo se puede desarrollar un proceso de sugestión mutua; la historia de la psiquiatría dinámica abunda en mitos y fábulas fantásticas que se desarrollaron gracias a la colaboración inconsciente de hipnotizador e hipnotizado. Así podemos entender porque todo el siglo XIX se sintió a la vez atraído y repelido por el fenómeno del hipnotismo. A primera vista, parecía abrir un acceso a un campo nuevo y misterioso del alma , aumento de la sensibilidad, aguzamiento de la memoria, nuevo dominio de los procesos fisiológicos, revelación de habilidades insospechadas en el sujeto, todo lo cual parecía prometer descubrimientos maravillosos. Pero, una vez comenzada la exploración, el explorador perdía muchas veces la orientación y se convertía en el juguete de una ilusoria y engañosa Fata Morgana.
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Cuadros Clínicos Típicos: Histeria.

Desde un punto de vista clínico, el primitivo foco de atención de la primera psiquiatría dinámica fue el sonambulismo. La personalidad múltiple tomó el mando en un período posterior, pero, a fines del siglo XIX, la histeria pasó a primer plano, y fue en este momento cuando se logró una síntesis entre las enseñanzas de los hipnotizadores por una parte y la psiquiatría oficial por otra.
Durante veinticinco siglos, la histeria había sido considerada como una enfermedad extraña, con síntomas incoherentes e incomprensibles. La mayoría de los médicos consideraban que era una enfermedad propia de las mujeres y con origen en el útero. A comienzos del siglo XVI, algunos médicos afirmaron que su sede estaba en el cerebro y que también se podía producir ocasionalmente en el hombre. El estudio verdaderamente objetivo y sistemático de la histeria comienza con el medico francés Briquet, cuyo celebrado Traité de l'hystérie fue publicado en 1859 (27). Como internista, Briquet había sido nombrado director de un departamento de pacientes histéricos del Hospital de la Charité de París. No pasó mucho tiempo sin que descubriera que eran muy distintos de lo que se creía, y que la histeria nunca había sido estudiada con propiedad. En el transcurso de diez años y con la ayuda de su equipo, realizó una investigación sobre 430 pacientes histéricos. Definió la histeria como “una neurosis del cerebro, cuyas manifestaciones consisten fundamentalmente en una perturbación de los actos vitales relacionados con la expresión de emociones y pasiones”. Halló que había un caso de histeria masculina por cada veinte de histeria femenina, lo que atribuyó a la mayor impresionabilidad de las mujeres. Denegó absolutamente la opinión mantenida entonces de que fueran los deseos eróticos o frustraciones la causa de la enfermedad (la histeria era prácticamente inexistente entre las monjas, pero muy frecuente entre las prostitutas de París). Dio mucha importancia a los factores hereditarios (halló que el 25 por 100 de las hijas de mujeres histéricas se convertían en histéricas a su vez). Observó además que la histeria era más frecuente en las clases sociales bajas que en los altos estratos de la sociedad, más en el campo que en la ciudad, y llegó a la conclusión de que se producía -por efecto de emociones violentas, penas prolongadas, conflictos familiares o amores frustrados- en personas predispuestas e hipersensibles. Posteriormente, Charcot haría suyas las líneas principales de este concepto.
En el intervalo, los magnetizadores e hipnotizadores habían acumulado una gran cantidad de datos acerca de la histeria y su relación con el sonambulismo y otras enfermedades magnéticas. Por último, llegó un momento en que la histeria se consideró como una gran síntesis de todos estos diversos estados. El nuevo concepto se basaba en tres argumentos:
Primero, la frecuente asociación de varios de estos estados en pacientes no histéricos e histéricos. Se sabia de antiguo que el letargo, la catalepsia y el éxtasis de daban con frecuencia en histéricos. En 1787 Pétetin mantuvo que la catalepsia no era sino una subforma de histeria. Durante los ataques histéricos, el paciente podía mostrar de forma cíclica fases de letargo, catalepsia, sonambulismo, éxtasis y alucinaciones. Se demostró que las personalidades múltiples aparecían frecuentemente en individuos histéricos, y que el paso de una personalidad a otra iba precedido muchas veces de un ataque de letargo o de otro estado magnético.
Segundo, mediante el hipnotismo podían inducirse cuadros clínicos exactamente iguales a los descritos. Desde un principio se consideró la propia hipnosis como un sonambulismo inducido artificialmente, pero se había demostrado asimismo que el hipnotismo generaba estados tales como los de letargo, catalepsia, éxtasis, ciertos tipos de alucinaciones y cambios transitorios de la personalidad. Más aún, fue bajo sesiones repetidas de hipnotismo como se descubrió el fenómeno de desdoblamiento de la personalidad. Los primeros magnetizadores ya habían descrito las personalidades inducidas por el magnetismo, que en ocasiones incluso adoptaron un nombre mesmérico (28).
Tercero, la experiencia había demostrado que todos estos estados, al menos en condiciones favorables, podían ser curados por el hipnotismo. Los primeros magnetizadores ya habían obtenido curas aparentemente milagrosas magnetizando a pacientes histéricos y, como hemos visto, fueron las curaciones de parálisis histéricas graves mediante sugestión en el estado de vigilia las que dieron a Charcot la reputación de gran mago médico.
Durante todo este tiempo, nunca se abandonó por completo la teoría de que la histeria derivaba de deseos sexuales frustrados: no sólo permanecías viva en la mente del pueblo, sino que era sostenida por ginecólogos y numerosos neurólogos. Como ya se ha afirmado, el concepto de la histeria que tenía Charcot se inspiraba en el de Briquet, el cual rechazaba la teoría sexual de la misma. Charcot convenía con él en la inadmisibilidad de la histeria como una neurosis sexual per se. A pesar de ello, reconoció que el elemento sexual desempeñaba un papel muy importante en la vida de sus pacientes histéricas, como se puede deducir de la lectura del libro sobre la grande hystérie de su discípulo Paul Richer (29). Las alucinaciones y acciones del paciente durante las crisis histéricas, decía Richer, podrían ser representación de un trauma psíquico experimentado antes por el paciente (como por ejemplo, la huida ante un perro rabioso), pero en la mayoría de los casos se referían a acontecimientos sexuales (bien dramáticos, como un intento de violación, o escenas francamente eróticas, o escenas amorosas de una naturaleza más reservada). El mismo paciente podía en otros momentos tener alucinaciones de tipo imaginario. El ataque histérico podría expresar también sus deseos secretos, como ocurrió con una de las pacientes de Richer que se había enamorado de un hombre al que había visto una sola vez y que expresaba en su delirio histérico sus sentimientos por él, que ocultaba en estado normal.
A finales del siglo XIX, se trató de combinar la teoría sexual de la histeria entonces de moda con la de la personalidad doble procedente de la primera psiquiatría dinámica. Binet declaró en 1887: “Creo que está establecido de forma satisfactoria, en términos generales, que en la mente de un paciente histérico pueden coexistir dos estados de conciencia, sin conocerse uno al otro”. En 1889 proclamó: “El problema que trato de resolver es el de comprender cómo y porqué, en pacientes histéricos, tiene lugar una división de la conciencia” (30). Un ginecólogo americano, A. F. A. King, trató de dar una respuesta. La clave del problema, dijo, es que existen dos departamento de gobierno fisiológico en el individuo, el “departamento de auto-conservación” y el “departamento de reproducción” (31). En ciertas circunstancias, la vida civilizada puede privar a una mujer de satisfacción en el “departamento de reproducción”. El proceso histérico expresa el funcionamiento automático de esa necesidad y, viendo que dicho proceso no alcanza su objetivo, se repite asimismo una y otra vez, durante meses e incluso años.
En apoyo de esta teoría, King adujo un análisis fenomenológico detallado de la crisis histérica; primero, dijo, aunque “se han registrado cientos de casos de histeria en hombres”, es fundamentalmente una enfermedad de mujeres que se hallan entre la pubertad y la menopausia, y sobre todo de mujeres cuyos deseos sexuales permanecen insatisfechos; los ataques son más frecuentes en la primavera y en el verano, y más en la mujeres ociosas que en las que se encuentran inmersas en la lucha por la existencia. El ataque nunca ocurre cuando la paciente está sola. Parece inconsciente, pero no lo está; durante el ataque no parece demasiado enferma, “su belleza no resulta afectada” y en muchas ocasiones tiene un atractivo particular para los hombres. Mientras está en esa condición, un toque suave con la mano producirá dolores violentos, que desaparecen con una fuerte y dura presión. Cuando el ataque ha cesado, la mujer se siente invariablemente avergonzada; se complace en despertar simpatía, pero cuanto más se le da, más empeora su condición. En resumen, se puede decir que “existe un método en su locura”; todo está dirigido y la mujer “parece actuar”. Su actitud entera recuerda la de quien se expone a ser violada mientras aparentemente rechaza la idea. El hecho de que no sea consciente de la relación existente entre los ataques y sus deseos sexuales se explica por la teoría de la personalidad doble. Este concepto de histeria, como veremos más tarde, es muy semejante al que formulaba Moritz Benedikt en Viena en la misma época.
Es interesante mencionar que el mismo concepto está también presente en la descripción que hace Flaubert del carácter de Salambó en su novela del mismo título publicada en 1859. Es el retrato de una virgen histérica que padece deseos eróticos, cuya naturaleza no comprende, pero que dicta sus sentimientos, actitudes y acciones. Las alteraciones neuróticas desaparecen cuando Salambó, sacrificándose por el bien del país, se entrega al jefe enemigo (32).
Fue Charcot quien hizo la primera síntesis entre las dos tradiciones, la de los hipnotizadores y la de la psiquiatría oficial. Adoptó la teoría de Briquet de que la histeria es una neurosis del cerebro que se da en individuos predispuesto constitucionalmente (en ocasiones también en hombres), así como su origen psicogenético. Asimiló además la hipnosis y la histeria y (sin darse cuenta) tomó de los antiguos magnetizadores la relación entre el sonambulismo, el letargo y la catalepsia. Relacionó también numerosos casos de automatismo ambulatorio y de personalidades múltiples con la histeria.
Aparte esta síntesis clínica, se comenzó a explicar el mecanismo de la propia histeria basándose en conceptos de la primera psiquiatría dinámica. Charcot describió ocasionalmente la histeria como un estado permanente de semisonambulismo. Este concepto fue elaborado posteriormente por Sollier, el cual dio a tal estado el nombre de “vigilambulismo”. Otro concepto, sugerido por Binet y desarrollado de forma más completa por Janet, explicaba la histeria como un estado permanente de personalidad doble. Realmente, tales conceptos no eran solo la culminación de la primera psiquiatría dinámica, sino, como veremos después, también el punto de comienzo de los nuevo sistemas de la psiquiatría dinámica, en especial los de Janet, Breuer, Freud y Jung.

Modelos de la mente humana.

El estudio y práctica del magnetismo e hipnotismo había llevado a reflexionar, sobre la constitución de la mente humana. Se desarrollaron así dos modelos: primero, la idea de la dualidad de la mente humana (dipsiquismo); posteriormente, la noción de la mente humana como un racimo de subpersonalidades (polipsiquismo).
Dipsiquismo.
Los primeros magnetizadores quedaron muy sorprendidos al advertir que, cuando inducían el sueño magnético en una persona, se manifestaba una nueva vida de la que el sujeto no tenía conocimiento, y surgía una personalidad nueva y en muchas ocasiones más brillante, con una vida propia continua. Todo el siglo XIX estuvo preocupado por el problema de la coexistencia de estas dos mentes y de su interrelación. De aquí el concepto del “doble yo” o “dipsiquismo”.
Desde el comienzo, hubo ideas opuestas sobre si esa otra mente, o escondida, tenía que ser considerada “cerrada” o “abierta”. Según la primera concepción, está “cerrada”, en el sentido de que solamente contiene cosas que, en un momento u otro, pasan a la mente consciente, en especial recuerdos olvidados o reminiscencias de impresiones que la mente consciente sólo había percibido de forma fugaz, así como recuerdos de ensueños y fantasías. Algunos autores pretendían que este material olvidado podía seguir un desarrollo autónomo, independiente de la mente consciente. La teoría del dipsiquismo fue desarrollada particularmente por Dessoir, autor del libro, famoso en su tiempo, El doble yo (1890), en el que exponía la idea de que la mente humana consta normalmente de dos estratos distintos, cada uno de ellos con sus propias características (33). Cada uno de estos dos yoes consta a su vez de cadenas complejas de asociaciones. Dessoir las denominó Oberbewusstsein y Unterbewusstsein, “conciencia superior” y “conciencia inferior”; de esta última tenemos un atisbo durante los sueños, e impresiones más claras durante el sonambulismo espontáneo. La hipnosis inducida no es sino una forma de hacer surgir el yo secundario, que de este modo pasa de forma temporal a un primer plano. En cuanto a la doble personalidad, Dessoir creía que la personalidad segunda había adquirido tal fuerza que luchaba por la predominancia con la principal. Todo el mundo, añadía, lleva dentro de si las semillas de una personalidad doble. Los autores siguientes completaron esta teoría con materiales tan ricos como la inspiración, el misticismo y las manifestaciones de los mediums (34).
Otros autores pretendían que la mente inconsciente escondida estaba “abierta”, en comunicación virtual con un campo extra-individual y misteriosos. Recordemos que muchos de los primeros magnetizadores alemanes creían que el sueño magnético ponía a algunos sujetos en comunicación con el Alma Universal; de ahí su capacidad para ver en el pasado y predecir el futuro. Algunos, como el sonámbulo Alexis en París, afirmaban que la historia del hombre está conservada en su totalidad y que él, cuando estaba en trance magnético, poseía la facultad de viajar por el tiempo y el espacio, por lo que podía presenciar cualquier acontecimiento que hubiera tenido lugar en cualquier momento del pasado. Alexis tenía fama de haber encontrado múltiples objetos perdidos gracias a esta preciosa capacidad (35). Otros pretendían que los recuerdos de vidas anteriores eran accesibles a los humanos en trance de médium o en sueño hipnótico. Incluso antes de la gran ola espiritista de la década de 1850, había magnetizadores que afirmaban que el sueño magnético permitía la comunicación con los espíritus desencarnados. Por último, algunos pensaban que la mente inconsciente podía comprender realidades superiores, bien directamente o en forma de símbolos universales.

Polipsiquismo.

Esta palabra parece haber sido acuñada por el magnetizador Durand (de Gros). Pretendía que el organismo humano está constituido por segmentos anatómicos, cada uno de ellos con su propio yo psíquico, y todos sujetos a un yo general, el yo jefe, que es nuestra conciencia normal. En esta legión, cada sub-yo tiene una conciencia de si mismo, puede percibir y conservar recuerdos y elaborar operaciones psíquicas complejas. La suma total de estos sub-yos constituye nuestra vida inconsciente. Durand (de Gros) llegó a decir que, en la cirugía bajo anestesia, varios de estos sub-yos sufren de forma atroz, aunque el yo consiente permanece totalmente ignorante de tales sufrimientos. En la hipnosis, el yo principal es retirado a un lado y el hipnotizador tiene acceso directo a una serie de sub-yos (36). Colsenet recogió y dio una elaboración filosófica a la teoría del polipsiquismo, que relacionó con el concepto de Leibniz de la jerarquía de mónadas (37).
Los magnetizadores y otros reunieron numeroso datos psicológicos a favor de esta teoría. Ya en 1803 Reil relacionó el fenómenos de las personalidades disociadas con un acontecimiento similar que se manifiesta en cierto tipo de sueños normales:
Aparecen los actores, se distribuyen los papeles; de ellos, el soñador toma solamente uno que relaciona con su propia personalidad. Todos los demás actores son para él tan extraños como los forasteros, aunque tanto ellos como sus acciones son creación de la propia fantasía del soñador. Oye a la gente hablar en lenguas extrañas, admira el talento de un gran orador, queda asombrado por la gran sabiduría de un profesor que explica cosas que no recordamos haber oído nunca (38).
En tales sueños encontramos el modelo del complejo racimo de personalidades, con una de las cuales se identifica el propio soñador, aunque otras de las personalidades tengan su curso independiente y sean más inteligentes que él. Como hemos visto en el capítulo I, el chamán vivía entre un grupo de espíritus, unos amigos y subordinados, y otros hostiles. Lo mismo ocurre con los poseídos: pueden ser poseídos no sólo por uno o varios espíritus, sino (como el endemoniado de Gadara) por una “legión” de ellos. El espiritismo nos ha familiarizado con la noción de un médium que hace surgir, por turno, un gran número de espíritus, que en ocasiones se dividen en grupos en una especie de orden jerárquico, como testificó la famosa médium americana Piper. Un estado similar existía en esos casos complejos de personalidades múltiples como el de la señorita Beauchamp y Doris Fisher, donde encontramos una serie de personalidades, cada una de ellas con su papel y todas relacionadas por un complejo sistema de relaciones interpersonales. Casos como éstos hicieron insuficiente la teoría del doble ego, y surgió la necesidad de recurrir al concepto de polipsiquismo. G. N.M Tyrrell expresó bien esta idea, a la que apuntaban tanto la investigación psíquica como la tradición del magnetismo: “La personalidad es una multiplicidad en unidad, de tal tipo que es casi imposible expresarla en palabras” (39). Esta multiplicidad de personalidades implica que pertenecen a grados de diversa profundidad y también que están colocadas en un cierto orden jerárquico. “Lo que debemos aprender de ello es seguramente que la identidad de la personalidad no depende de la separación numérica en la forma que habitualmente pesamos... La personalidad no tiene el tipo de unidad que nosotros asociamos con la separación numérica”.
No debemos sobrevalorar la influencia que estos dos modelos de la mente, el dipsiquismo y el polipsiquismo, ejercieron sobre los sistemas de la nueva psiquiatría dinámica. El dipsiquismo en su variedad cerrada fue el modelo del que Janet derivó su concepto del subconsciente y Freud su primer concepto del inconsciente como suma total de recuerdos y tendencias reprimidos. La teoría de Jung sobre el inconsciente fue pronto de la variedad abierta, en tanto que el inconsciente individual está abierto al inconsciente colectivo de los arquetipos. Tanto Freud como Jung evolucionaron de un modelo dipsíquico a otro polipsiquico de la personalidad humana. En el primero, esto ocurrió cuando sustituyó su primer modelo del conciente-inconciente por su triple modelo posterior del yo-ello-superyó, mientras que Jung desarrolló un sistema aún más complejo.

Conceptos de Psicogénesis y enfermedad.

Uno de los temas más constantes de la primera psiquiatría dinámica fue el de la psicogénesis de numerosas situaciones mentales y físicas. La psicogénesis de la enfermedad se evidenció sobre todo por las curas realizadas con ayuda del magnetismo e hipnotismo. También se crearon teorías con relacion a la patogénesis.
La teoría fluidista Mesmer creía haber descubierto la existencia de un fluido físico universal, cuyo equilibrio o alteraciones explicaban la salud o la enfermedad. Sus discípulos dieron tres explicaciones de la enfermedad: insuficiencia, mala distribución, o mala calidad del fluido. Se suponía que el magnetizador, por medio de la relación, transmitía al paciente su propio fluido, más fuerte y mejor, restableciendo de este modo el equilibrio de aquél. Ciertos magnetizadores eran capaces de hacer que sus pacientes vieran el propio fluido, cuya forma y color describían. Incluso después de que Puységur hubiera demostrado la naturaleza psicológica de la curación magnética, la teoría fluidista persistió al lado de la psicología durante todo el siglo XIX. Luego reaparecería en versiones modernizadas; por ejemplo, hacia 1880, con la teoría de Reichenbach del “Od”, y todavía tiene adeptos que creen en la teoría de la transmisión de ondas cerebrales desde el hipnotizador hasta el sujeto.
Abandonada la teoría del fluido, se recurrió a conceptos psicológicos, como el poder de la voluntad (Puységur), o posteriormente la idea de fuerzas psicológicas o de energía nerviosa. A finales del siglo XIX, los hipnotizadores mantenían la idea, compartida por muchos médicos académicos, de que la enfermedad era el resultado de la falta de energía nerviosa. A pesar de su vaguedad, este concepto estuvo presente en la primera psiquiatría dinámica y fue desarrollado posteriormente por Janet, Freud, Jung y otros.

Ideodinamismo.
El fenómeno de la hipnosis demostró como la implantación de una idea en condiciones de sonambulismo podía llevar a la evolución autónoma de la misma y a su materialización en el sentido de realización de la sugestión poshipnótica. Los primeros magnetizadores se maravillaron de este hecho, que encajaba bien dentro de las teorías asociacionistas dinámicas de Herbart en Alemania, así como en la filosofía de Laromiguiére en Francia (40). Se llegó a sí de forma completamente natural a la suposición de que ciertos síntomas morbosos podían derivar de ideas implantadas en la mente mediante algún tipo de sugestión. La idea progresó en la segunda mitad del siglo XIX. Liébeault escribió en 1873:
Una idea inducida durante el sonambulismo artificial se convierte en idea fija y permanece de forma inconsciente al despertar... Sigue su curso a pesar de la actividad cerebral corriente, con un ímpetu que nada puede parar. Más aún, mientras la mente está ocupada con las acciones diarias de la vida normal que el sujeto realiza de forma consciente y por propia voluntad, algunas de las ideas sugeridas en ese estado pasivo anterior continúan su movimiento oculto. Ningún obstáculo puede detenerlas en su curso fatal...(41)
En una clase sobre parálisis histéricas dada en mayo de 1885, Charcot mencionó que era un hecho bien conocido que, por medio de la sugestión,
... una idea, un grupo coherente de historias asociadas, toman posesión de la mente como parásitos, permaneciendo aisladas del resto de la mente y expresándose al exterior a través de fenómenos motores... El grupo de ideas sugeridas se encuentra aislado y separado del control del gran número de ideas personales acumuladas y organizadas durante largo tiempo, que constituyen la conciencia propiamente dicha, es decir, el yo (42).
Charcot llegó a la conclusión de que la parálisis histérica se originaba de la misma forma, aunque espontáneamente. A partir de ahí se sostuvo la tesis de que fragmentos pequeños y extinguidos de la personalidad podían seguir un desarrollo invisible propio y manifestarse por medio de alteraciones clínicas. Janet denominó a este fenómeno ideas fijas subconscientes y declaró:
Habría que recorrer toda la patología mental y parte de la patología física para mostrar las alteraciones producidas por una idea separada de la conciencia personal... La idea, al igual que un virus, se desarrolla en un extremo de la personalidad inaccesible para el sujeto, trabaja de forma subconsciente, y hace surgir todos los trastornos de la histeria y de la enfermedad mental (43).
Posteriormente, cuando Jung definió lo que denominó “complejo”, lo equiparó con lo que Janet había denominado idée fixe subconsciente.
La vieja teoría de la imaginación, descartada por Mesmer y reemplazada por su teoría fluidista, se consideró superada durante el siglo XIX. Sin embargo, rechazada a su vez la teoría del fluido, había que buscar una nueva explicación para las diversas y misteriosas apariciones, desapariciones y metamorfosis de los fenómenos comprobados en los pacientes hipnotizados, en las enfermedades magnéticas y en pacientes histéricos. El viejo término de “sugestión” encontró de nuevo apoyo junto con la autosugestión, y ambos fueron a designar todo el campo cubierto anteriormente por la noción de imaginación.
En las postrimerías del siglo XIX, magnetizadores y médicos tomaron cada vez más conciencia de la existencia de una tendencia entre los individuos histéricos e hipnotizados a simular, de forma más o menos consciente, toda clase de síntomas, y a producir situaciones en las que trataban de involucrarles a ellos. Se advirtió también que la “mitomanía”, acuñada posteriormente por Dupré, era aplicable a un gran número de histéricos. En realidad, la mitomanía debería entenderse como un aspecto particular de un concepto más amplio, el de la función mitopoética del inconsciente. Con la excepción de algunos estudios brillantes como el de Flournoy sobre su médium Helene Smith, dicha función no ha recibido la atención que merece, y es lamentable que los nuevos sistemas de psiquiatría dinámica no hayan llenado todavía esta laguna.

Procedimientos Psicoterapéuticos.

El siglo XIX fue una gran era para la psicoterapia. En 1803 Reil, en su libro Rhapsodien, presentó un programa completo de métodos psicoterapéuticos para la curación de enfermedades mentales. En países como Francia, Inglaterra y los Estados Unidos se aplicaron diversos métodos de terapia moral con grado variable de éxito. Tanto los magnetizadores como los hipnotizadores dedicaban esfuerzos considerables a la curación de enfermedades nerviosas y de alteraciones físicas.
La terapia mesmerica, con la magnetización mediante pases, trataba de provocar la crisis. Como hemos visto, esta crisis era a la vez la forma de hacer surgir los síntomas y el primer paso hacía su eliminación. En realidad, era una variedad de lo que en la actualidad denominamos terapia catártica.
Surgiendo con Puységur, el sonambulismo artificial se convirtió en el arma más importante, posición que mantuvo hasta finales del siglo. Se debería destacar que el hipnotismo ejerce sus efectos terapéuticos de diversas formas. En ocasiones el paciente mejora debido al efecto benéfico del propio sueño hipnótico, sueño del que algunos daban descripciones maravillosas. Uno de los pacientes de Bjerre, por ejemplo, habló de una “... sensación de lo más maravilloso, un sentimiento de concentración del propio yo con el propio cuerpo, como si uno se encontrara aislado dentro del propio yo. Todo desaparece, solo queda el yo consciente. Esta concentración es el reposo más absoluto que se puede imaginar” (44).
Bjerre supuso que “la hipnosis es un retroceso temporal hacia el estado primario de reposo propio de la vida fetal”. Utilizada de esta forma, la hipnosis actuó aparentemente como un poderoso sedante.
En ocasiones, pero no siempre, el hipnotismo actuó por medio de la sugestión, es decir, la implantación directa de una idea en la mente pasiva del paciente. Sin embargo, esta acción ha sido mal entendida muchas veces. Las sugestiones hipnóticas no se forzaban necesariamente en el sujeto. Es cierto que ha existido una tendencia a la sugestión imperativa, que se puede seguir históricamente desde Faria a través de Noizet hasta Liébeault y la Escuela de Nancy. Tales sugestiones imperativas actuaban mejor en personas que ocupaban puestos subalternos en la vida y estaban acostumbradas a obedecer órdenes (soldados y obreros), o en las de voluntad débil o que estaban ansiosas de someterlas a la del hipnotizador. Pero aún en tales casos, su poder tenía limitaciones. Cuando se utilizaban con una persona que no deseaba someterse, no se obtenían resultados en absoluto, o bien sugerían únicamente una eliminación temporal de los síntomas, que posteriormente reaparecían o eran reemplazados por otros.
Otro tipo de curación hipnótica que no ha recibido atención suficiente implica una especie de regateo entre el paciente y el hipnotizador. Es una reminiscencia de lo que ocurría muchas veces en el exorcismo, de las largas discusiones entre el exorcista y los espíritus malignos, y de la conformidad por parte del espíritu de alejarse en un momento dado y bajo ciertas condiciones. Algo semejante ocurría de forma repetida en la cura magnética. Durante el sueño sonámbulo, el paciente predecía la evolución de sus síntomas y profetizaba la fecha exacta de su curación definitiva. También podía prescribir su propio tratamiento. Para el magnetizador no era nada fácil encontrar el punto de equilibrio con las peticiones de su paciente sin exponerse a ser manejado por él. La historia de Estelle es un ejemplo característico; mientras que aparentemente aceptaba sus numeroso caprichos, Despine trataba de conseguir un retroceso constante y gradual de sus síntomas, de forma que cada uno de dichos retrocesos fuera aceptado por la paciente. No obstante, incluso con Bernheim se encuentran en ocasiones algunas características de este primer método (45). Se sabe, por ejemplo, que Bernheim dijo a una mujer afectada de afonía histérica que pronto recuperaría la voz y que ella sabía la fecha en que eso ocurriría. La respuesta de la paciente fue “en ocho días”; en efecto, ocho días más tarde la paciente pudo hablar.
A finales del siglo XIX se comenzó a aplicar un nuevo método de curación hipnótica: el método catártico, que consistía en descubrir y atacar la raíz inconsciente del síntoma. Sin embargo, queda todavía por explicar hasta que punto se consiguieron ciertas curas supuestamente “catárticas” mediante un proceso de compromiso entre el paciente y el médico, del que este último no era consciente.
La sugestión en estado de vigilia, el tercer y gran procedimiento terapeútico, ya se practicaba a comienzos del siglo XIX bajo el nombre de fascinación. Su uso se extendió en la década de 1880 con Liébeault, Berheim y la Escuela de Nancy. La sugestión está basada en el concepto de “ideodinamismo”, es decir, en frase de Bernheim, “la tendencia de una idea a materializarse en un acto”. Según él, el estado hipnótico era el resultado de una sugestión inducida con vistas a facilitar otra sugestión. Por otra parte, no había diferencias fundamentales entre la sugestión bajo hipnosis y la sugestión en estado de vigilia. Hacia finales del siglo XIX, la palabra “sugestión” se utilizó con tal profusión que llegó a perder su significado.

El camino terapéutico: La relación [rapport].

Cualquiera que fuese el procedimiento psicoterapeútico, mostraba la misma característica básica: la presencia y utilización de la relación. Este término fue utilizado por Mesmer desde el comienzo y manejado por generaciones de magnetizadores e hipnotizadores hasta comienzos del siglo XX, mientras que el concepto se desarrollaba y perfeccionaba de forma gradual. Parece que Mesmer tomó la palabra de la física contemporánea: en experimentos populares en aquella época, las personas formaban cadenas tocándose unas a otras, transmitiendo de este modo la corriente eléctrica originada en la máquina; para conseguir esto, se habían puesto en relación unas con otras. De la misma forma, Mesmer puso a sus pacientes en relación directa con el baquet o bien unos con otros. Cuando magnetizaba a un paciente, se consideraba asimismo como una fuente de fluido magnético, con la cual se tenía que poner en relación aquél según ciertas condiciones. No se sabe hasta que punto Mesmer tuvo conciencia de que la relación así establecida con sus pacientes sobrepasaba lo estrictamente físico. Puységur sí que comprendió sus implicaciones psicológicas. Al leer los escritos de los primeros magnetizadores, uno se siente sorprendido por la tremenda importancia que atribuían a la relación.
En realidad, el fenómeno no era tan nuevo como parecía; ya era conocido en los métodos del exorcismo. Aldous Huxley señala que “la relación entre el endemoniado y el exorcista probablemente sea incluso más intima que la existente entre el psiquiatra y el neurótico” (46). Desde luego, era bien conocido el tipo específico de relación existente entre el confesor y el penitente, y Noizet probablemente se refirió a él cuando comparó al magnetizador con el directeur (es decir, directeur de conscience o “director espiritual”) (47).
Al lado de estas semejanzas, la relación magnética tenía ciertas características propias, que fueron objeto de estudios intensivos por parte de los primeros mesmeristas. Lo que más les impresionaba era la sensibilidad peculiar del magnetizado hacia el magnetizador, y su capacidad para percibir los pensamientos de este último e incluso sus sensaciones corporales. Se conocía también la veracidad de la relación inversa y, ya en 1784, se introdujo el término “reciprocidad magnética” (48).
Se conocía igualmente desde el principio la posibilidad de una connotación erótica en la relación magnética, ya que, como hemos visto, se sometió a la atención del rey en un apéndice secreto al Informe de los comisionados. Hemos visto asimismo que se consideró la posibilidad de seducción, desechada en 1785 por Tardif de Montrevel, aunque este mismo autor admitió que se podría desarrollar cierto tipo de relación platónica entre el magnetizador y el magnetizado (49). En 1787 un novelista escribió que, dado que el magnetizador era activo mientras que el magnetizado era pasivo, se podía desarrollar con facilidad una situación peligrosa siempre que el magnetizador varón y la magnetizada hembra fueran jóvenes (50). En 1817 un tal Klinger escribió una curiosa tesis en latín que contiene una prolija comparación entre el commercium magneticum (la relación magnética) y el acto de la generación (51). En Alemania, la estructura de la relación se analizó desde el punto de vista de la “simpatía”, concepto este elaborado por los promotores de la filosofía de la Naturaleza. Friedrich Hufeland (52) afirmó que es la relación más íntima que puede existir entre dos seres humanos y la única comparable con la existente entre el feto y el claustro materno. Según Hufeland, cada curación seguida mediante el magnetismo animal sigue las mismas fases que el niño todavía no nacido dentro del claustro materno.
Todos los magnetizadores franceses estudiaron la relación con detalle y la distinguieron de la influencia, esto es, su prolongación entre las sesiones. Aubin Gauthier distinguió meticulosamente entre las crisis magnéticas (sonambulismo inducido) y el estado magnético, durante el cual el magnetizador podría ejercer todavía un cierto efecto sobre su sujeto. Charpignon sostenía que no era raro que entre una y otra sesión un sujeto recibiera de su magnetizador una visión tan clara y verdadera que no se sintiera alterado por ella (53). En Alemania, Von Schubert destacó la fascinación ejercida sobre el sujeto por cualquier cosa que proviniera del magnetizador. Algunos pacientes beberían solamente aquello que hubiera sido tocado por él. Von Schubert destacó además que adoptarían las teorías médicas presentes en la mente del magnetizador y darían prescripciones en tal sentido encaminadas a su propia curación (54).
Los alemanes Gmelin y Heinecken habían notado que pacientes magnetizados por el mismo magnetizador sentían una irresistible atracción entre sí. Un autor escocés anónimo observó exactamente el mismo fenómeno; los pacientes a los que él había magnetizado se sentían muy magnetizados entre sí, se daban unos a otros nombres mesméricos, y se consideraban como hermanos y hermanas (55).
La noción de relación, que había sido tan fuerte y clara a comienzos del siglo XIX, se desdibujó posteriormente algo, debido en parte a la insistencia de Braid sobre la hipnosis autoinducida y sobre el papel del paciente. Ni Charcot ni Bernheim prestaron mucha atención a ello. Pero a partir de 1885 hubo un resurgir del interés tras los primeros experimentos de Janet con “Leónie”. En busca de una explicación plausible para este hecho de sugestión mental, Ruault analizó cuidadosamente la estructura de la relación existente entre el hipnotizador y su sujeto (56). Halló que este último tenía los pensamientos constantemente fijos en la persona del hipnotizador, tanto durante las sesiones como en los intervalos entre ellas. Durante las sesiones era hipersensible al hipnotizador hasta el punto de que podía percibir los signos más tenues de este último. Por efecto de la costumbre y del entrenamiento se desarrollaba entre ellos un proceso de mutua comprensión mediante signos, del cual no era consciente ninguno de los dos. El sujeto se hacía sensible a los matices más delicados de los pensamientos del hipnotizador sin saber cómo, y sin que éste mismo fuera consiente de ello. Más aún, había sido entrenado por el magnetizador y creía en él y en sus poderes sobrenaturales. Ruault añadió que muchos magnetizadores inculcaban en la mente de sus pacientes que nadie sino ellos era capaz de magnetizarlos. Algunos incluso repetían esta sugestión al término de cada sesión o daban a sus pacientes un talismán que debían conservar siempre sobre su cuerpo. Así es como la influencia del magnetizador se hizo lo suficientemente poderosa como para poder actuar sobre sus sujetos a distancia, y en ocasiones incluso involuntariamente. Se confirmaba así la creencia del magnetizador en sus propios poderes, su autoconfianza, con el consiguiente aumento de su poder sobre sus diversos sujetos.
En 1889 Janet mencionó brevemente este tema en su Automatisme Psychologique (57). Subrayó la importancia de la electividad en la relación y el hecho de que el sujeto tenía una especie de alucinación negativa para todo lo que no estuviera conectado directamente con el magnetizador (lo que en lenguaje moderno se denominaría “escotoma”). El mismo factor fue subrayado por Mol en 1892 (58). En el Congreso Internacional de Psicología celebrado en Munich en 1896, Janet presentó una teoría bien elaborada sobre la relación y la influencia sonámbula (59). Había analizado el detalle lo que ocurría en la mente de sus pacientes en los intervalos entre las sesiones hipnóticas y halló que, en una primera fase (de influencia propiamente dicha), se producía aparentemente una gran mejoría. El paciente histérico se encontraba libre de la mayoría de sus síntomas; se sentía más feliz, más activo y más inteligente, y no pensaba mucho en su hipnotizador. Seguía una segunda fase, la de pasión sonámbula, en la que reaparecían los síntomas, y el paciente sentía cada vez mayor necesidad de ver al hipnotizador y de ser hipnotizado. Esta necesidad asumía muchas veces la forma de pasión. Según el caso podía traducirse en amor ardiente, celos, miedo supersticioso o respeto profundo, y se acompañaba del sentimiento de haber sido aceptado o rechazado. En ocasiones el sujeto veía al hipnotizador en sueños o en alucinaciones. Janet descubrió el hecho muy importante de que las sugestiones poshipnóticas se obedecían fundamentalmente durante el período de influencia sonámbula, y en mucho menor grado durante la fase de pasión sonámbula. Destacó las implicaciones terapéuticas de estas observaciones.
Janet amplió su trabajo y lo publicó de nuevo una año más tarde, en 1897 (60). Basándose en experiencias con 30 pacientes, confirmó que las sugestiones poshipnóticas se debían llevar a cabo mientras durase la influencia sonámbula. Más aún, analizó el sentimiento del sujeto hacia el hipnotizador durante el período de pasión sonámbula y encontró que era una mezcla, diferente de un paciente a otro, de pasión erótica, de amor filial o maternal, y otros sentimientos en los que siempre había un cierto tipo de amor. Sin embargo, el factor fundamental era la besoin de direction del paciente, la necesidad de ser dirigido. Las implicaciones terapéuticas eran dobles; primero, el terapeuta tenía que tomar por completo el mando de la mente del paciente. Una vez conseguido éste, tenía que enseñar al paciente a manejarse sin él, espaciando de forma gradual los intervalos entre las sesiones. El paciente debía ser consciente además de sus propios sentimientos.
Las investigaciones de Janet sobre la influencia sonámbula despertaron un interés considerable y estimularon otras observaciones sobre el mismo tema. Sollier concordó con la descripción de Janet y añadió otro hecho de su propia experiencia; para el sujeto era muy importante que el hipnotizador supiera muchas cosas acerca de él, en particular cuando se habían llevado a cabo experiencias sobre regresión de edad (61). Sentía entonces como si aquel le conociera de toda la vida.
Mucho había cambiado desde el primer concepto eléctrico de Mesmer sobre la relación. Esta nueva noción recibió una elaboración psicológica compleja por parte de magnetizadores e hipnotizadores antes de culminar con Janet, que consideró la influencia como una variedad peculiar de sentimientos hacia el hipnotizador mezclada con la necesidad del paciente de ser dirigido por aquel, lo que el hipnotizador podía utilizar como una poderosa arma terapéutica.

El psicoterapeuta.

Magnetizadores e hipnotizadores constituyeron un nuevo tipo de terapeuta, que tenía mucho en común y era al mismo tiempo muy distinto de todos los existentes antes. No sólo consideraban ambos grupos a Mesmer y Puységur como sus grandes fundadores, y no sólo compartían doctrinas y técnicas similares, sino que tenían también sus asociaciones, sus publicaciones y su ética profesional.
En la actualidad nos resulta difícil imaginar su aspecto, sus pensamientos y sus modo de trabajar en la práctica diaria. Podemos, sin embargo, arrojar algo de luz sobre este tema leyendo algunos de sus viejos libros de textos, como los de Deleuze, Bertrand, Charpignon y en especial el de Aubin Gauthier (62). El magnetizador dice Gauthier debe estar sano para no transmitir sus propias enfermedades a sus pacientes; en caso de enfermar tendrá que “purificarse” antes de volver a su trabajo. Debe llevar una vida “sabia y regular”, ser sobrio, tranquilo, reservado, amable y digno, y no hablar demasiado, así como ser rigurosamente honrado y escrupuloso. Para hacerse magnetizador hay que seguir un curso de enseñanza y leer los trabajos de Mesmer, Puységur y todos los clásicos del magnetismo. Ya no se puede aceptar, dice Gauthier, el viejo principio mantenido por Puységur de que el magnetizador no debe aceptar pago alguno por el tratamiento, ya que un hombre que dedica tal cantidad de tiempo al estudio del magnetismo posiblemente no pueda dar el tratamiento gratis. Merece incluso unos honorarios más altos que el médico, ya que debe poseer todas las cualidades de éste, y además conocer el magnetismo y tener una salud perfecta. No sólo ofrece su conocimiento como hacen los médicos sino que transmite sus fuerzas vitales a los pacientes. Para estos, la elección del magnetizador adecuado es de importancia capital; ciertos magnetizadores tienen más éxito con algunos pacientes que con otros. El magnetizador nunca debe aceptar a un paciente si no está preparado para llevar el tratamiento hasta el final, porque en muchas ocasiones la interrupción del mismo puede ser peligrosa. Antes de comenzarlo, se debe concretar la cuestión de los honorario, así como decidir los días y horas del tratamiento, tras lo cual el paciente deberá asistir puntualmente a las sesiones. Este no debe guardar secretos para el magnetizador en lo referente a su enfermedad o a cualquier otra cosa que pueda ayudar a explicarla. Durante el tratamiento, se abstendrá de todo tipo de excesos, guardará una dieta moderada y se abstendrá de fumar. La duración del tratamiento puede variar desde una semana hasta seis meses o más, pero nunca se harán más de dos sesiones diarias. El magnetizador debe llevar un diario de cada paciente en el que registrará cada una de la sesiones. Ninguna mujer será hipnotizada a menos que este presente su marido u otro testigo. Una regla básica es la abstención de cualquier tipo de experimentación con los propios pacientes. Los hechos clínicos proporcionaran al magnetizador la experiencia suficiente para satisfacer su curiosidad científica. Gauthier propuso un “juramento del magnetizador” inspirado en el hipocrático.
Otro problema que surgió en este periodo fue el de la pretensión de los colegios médicos de que sólo fueron autorizados para la práctica del magnetismo los doctores en medicina. Los magnetizadores profanos se opusieron violentamente a esta petición. En 1831 la Academie de Medicine de París resolvió que podían ser autorizados para la práctica del magnetismo, pero bajo control médico; tendrían que remitir sus diarios a intervalos regulares para que fueran inspeccionados por médicos. Esta regla se cumplió en muy raras ocasiones.
Tenemos una serie de interesantes autobiografías, la mayoría de ellas escritas por magnetizadores de teatro o ambulantes. Uno de los más celebres en Francia, el Baron Du Potet de Sennevoy, nos relata que nació en 1796 en el seno de una familia aristocrática arruinada (63). Admite haber sido un mal alumno y un niño rebelde. Habiendo oído hablar del magnetismo, trató de ponerlo en práctica con dos muchachas jóvenes, quedando aterrorizado cuando durante horas fue incapaz de sacarlas de sus condición magnética. No obstante este incidente le llevó a la convicción de que poseía grandes poderes magnéticos. Marchó a París para estudiar la nueva ciencia, pero no pasó mucho tiempo sin que rompiera con sus colegas y fundara su propia escuela. Hombre orgulloso y arrogante, estaba convencido de que “era la encarnación del magnetismo” y que tenía una misión que cumplir. Tras introducir la técnica del “espejo mágico” evolucionó de forma gradual hacia la magia y parece haber desarrollado verdaderos delirios de grandeza.
El conde de Maricout, otro magnetizador muy conocido en esta época, había pasado su infancia en Nápoles, donde fue introducido en el magnetismo por un anciano sacerdote irlandés y un viejo médico italiano que lo practicaba. Sus primeros intentos fueron casi tan desgraciados como los de Du Potet. De regreso a Francia, asistió a una representación dada por un magnetizador ambulante para los estudiantes de su colegio, uno de los cuales sufrió graves accidentes después de haber sido magnetizado. Sin embargo el joven De Maricout no se desanimó por ello. Tan pronto como llegó a Paris fue a ver al magnetizador Marcillet y a su ilustre sonámbulo Alexis. Posteriormente adoptó las enseñanzas de Du Potet y escribió una larga comparación entre el puysegurimo (que implica el sueño magnético) y el potetismo (estado de fascinación sin sueño). Más tarde se convirtió en espiritista y estudió la relación entre los espíritus encarnados y los desencarnados (64).
Un trabajo deliciosos y olvidado es la autobiografía de Charles Lafontaine (65). Nacido en 1803, también afirmó pertenecer a una de las más antiguas y aristocráticas familias francesas. Su padre ocupó un importante cargo administrativo, y el joven Charles empezó a trabajar con él. Sin embargo, deseando convertirse en actor, abandonó a su familia y marchó a París, donde trabajó en compañías de teatro durante varios años, experimentando muchas “subidas” y “bajadas”. En una ocasión magnetizó por accidente a una mujer en la que descubrió una lúcida sonámbula y, al mismo tiempo, su propia posesión de grandes poderes magnéticos. Relata que el día que se convirtió en magnetizador fue ignorado por su familia, sus amigos y sus antiguas amistades y tratado como un proscrito. Entonces se dedicó al magnetismo, que se convirtió en su único interés en una vida de constante vagabundeo y lucha. Llevó a cabo grandes representaciones teatrales, que en ocasiones terminaban en tumultos en los que tenía que intervenir la policía. También trató de forma privada a numerosos pacientes. Según su propio relato, dondequiera que iba los ciegos veían, los sordos oían y los paralíticos andaban. En la ciudad de Rennes magnetizó a una mujer y le enseñó un papel teatral que ella representaba maravillosamente en escena ante una gran audiencia y del que no recordaba nada en estado de vigilia. Viajó a Londres, donde fue tal su éxito que los ladrones quedaron atemorizados, hasta el punto de que podía visitar con toda seguridad los peores tugurios. Tras su viaje a Manchester, un cirujano de esta ciudad llamado Braid se convirtió al magnetismo y posteriormente se dio a conocer como el promotor del braidismo. El libro de Lafontaine se lee como una entretenida novela de aventura.
Otra autobiografía digna de mención, aunque escrita en un estilo ampuloso, es la de Auguste Lassaigne (66). Nacido en Tolouse en 1819, trabajó al principio en una fábrica, a la vez que leía historia fantásticas y aprendía juegos de manos en su tiempo libre. Sus trucos le proporcionaron tanto éxito que decidió vivir de esta habilidad. Durante una de sus giras encontró a una joven de dieciocho años, Prudence Bernard, sonámbula natural. Observó cómo era tratada por un magnetizador, con lo que desapareció su escepticismo acerca del magnetismo; pronto se convirtió en un apóstol de esa doctrina. Se casó con Prudence y la llevó consigo en sus viajes, magnetizándola públicamente. Lassaigne creía estar destinado a una misión sagrada; consideraba el magnetismo como una ciencia sublime, capaz de llegar a los misterios más profundos de la naturaleza humana. Admitía, sin embargo, que debía haber también algo muy humano alrededor de tales misterios. Notó que el magnetismo podía producir una “voluptuosidad divina” en la mujer magnetizada, y que estas sensaciones serían infinitamente más deliciosas si la mujer amaba al magnetizador. De Prudence dijo que “en estado de vigilia es una mujer; en estado sonámbulo, un ángel”. Creía que el destino de ella era devolver a Francia a la Verdadera Fe, y la comparaba con Juana de Arco. El libro está lleno de ácidas invectivas contra los enemigos del magnetismo. Contiene también curiosas disquisiciones sobre la influencia del matrimonio sobre la relación existente entre el magnetizador y su sonámbula. Las dificultades resultantes de una pequeña desarmonía matrimonial dan lugar al fallo del experimento sonámbulo. “El magnetismo”, concluye Lassaigne, “es la ciencia del futuro”.
Hay que tener en cuenta que estas autobiografías nos informan únicamente de un tipo de magnetizador. En realidad, la mayoría de los magnetizadores eran hombres tranquilos, reservados, que, además de su profesión, médica o no, practicaban el magnetismo sobre unos pocos pacientes y registraban cuidadosamente sus observaciones, que discutían en pequeñas sociedades locales. Con ellos entró Janet en contacto cuando era un joven profesor en El Havre. En repetidas ocasiones diría después que eran ellos los que habían descubierto todo lo que Charcot, Bernheim y sus contemporáneos se atribuían.

El impacto cultural de la primera psiquiatría dinámica.

La primera psiquiatría dinámica ejerció una gran influencia sobre la filosofía, la literatura e incluso sobre las artes. Tres tendencias fundamentales de esa ciencia surgieron en orden correlativo: el magnetismo animal, el espiritismo y las enseñanzas del hipnotismo y la personalidad múltiple.
Ya en 1787 un escritor, Charles de Villers, que había servido como oficial de artillería bajo las ordenes de Puységur, publicó una novela, Le magnétiseur amoureux, en la que desarrollaba una teoría filosófica deducida del fenómeno del magnetismo.
En 1790 el magnetismo animal se había extendido tanto en Alemania que era una práctica casi común consultar a sonámbulos sobre los problemas de enfermedad y salud, pedirles consejos prácticos y, en ocasiones, incluso guía espiritual. No faltaba tampoco una aguda oposición a esa tendencia, y los enemigos del mesmerismo la convertían en blanco fácil de sus burlas. En 1786 se contó que una actriz simulaba de forma tan convincente enfermedades y sonambulismo que engañó a varios médicos (67). El propio Federico Guillermo II, rey de Prusia y sucesor de Federico el Grande, fue víctima de una extraordinaria intriga elaborada a su alrededor por un grupo de cínicos cortesanos. Contrataron la ayuda de una sonámbula, una jorobada a la que instruyeron para simular un trance y actuar como si su espíritu estuviera en comunicación con Dios omnipotente. Las pretendidas palabras divinas que ella transmitía al rey tenían su origen, desde luego, en quienes la empleaban. De esta forma obtuvieron del rey todos los honores y riquezas que ambicionaban, y asimismo influyeron en sus decisiones políticas hasta que se enfrentaron con la condesa Lichtenau, reina consorte. El rey dejó entonces de creer en la sonámbula, que perdió su favor (68).
A despecho de tales incidentes, el mesmerismo progresó de forma constante en Alemania. Desde 1790 a 1820 no sólo lo profesaron hombres como Gmelin, Kluge y Kieser, sino que consiguió introducirse también en las universidades de Bonn y Berlin. Médicos famosos como Wolfart, Hufeland y Reil estaban convencidos de su validez. Entre los filósofos y escritores, algunos se mantuvieron escépticos; Goethe, por ejemplo, nunca demostró el menor interés por él. En cambio, los promotores de la filosofía de la Naturaleza lo aclamaron como un descubrimiento de los que hacen época. Schelling vio en el sonambulismo magnético un medio de establecer conexión entre el hombre y el Alma Universal y de sentar la base de la metafísica experimental. Fichte se mostró más crítico pero, habiendo observado varias demostraciones con sonámbulos, llegó a la conclusión de la relatividad del yo y dijo que la individualidad del hombre podía ser alterada, dividida o sujeta a la voluntad de otro (69).  Schopenhauer, que había quedado profundamente impresionado por las demostraciones públicas de Regazzoni en 1854, expresó repetidamente en sus escritos su interés por el magnetismo (70). “Aunque no desde un punto de vista económico o técnico, sino filosófico, el magnetismo animal es el descubrimiento más trascendental (inhaltsschwer) jamas realizado, aun cuando, en el momento actual, plantee mas enigmas de los que resuelve” (71).
El impacto del magnetismo lo acusaron por igual los teólogos protestantes y católicos, y tuvo una importancia particular para un grupo de filósofos místicos católicos. Windischmann propugnó un “arte curativo cristiano”, que practicarían los sacerdotes combinando los sacramentos de la Iglesia con la ciencia del magnetismo (72). Ennemoser recomendó la magnetización de los niños en el vientre materno y la de los arboles en los campos (73). Ringseis se convirtió en el promotor de una “medicina alemana cristiana” (74). Ya hemos visto el tremendo interés despertado en filósofos y teólogos por Friedericke Hauffe, la adivina de Prevorst, y como Clemens Brentano, después de su conversión, paso cinco años en Dulmen, recogiendo las revelaciones de Katharina Emmerich.
El mismo interés se reflejo en la literatura de la época. Apenas se hallará un poeta romántico alemán que no fuera influido por el magnetismo animal. El escritor cuyo trabajo, mas que el de cualquier otro, acusa esa influencia, es E. T. A. Hoffmann. A partir de sus novelas y cuentos se puede recopilar un libro de texto completo sobre el magnetismo (75).
Hoffmann ve el sonambulismo magnético como la penetración verdadera de una persona en otra, por lo que lo compara al fenómeno de la posesión. Durante el sonambulismo, el magnetizado (la parte femenina pasiva) está en relación con el magnetizador (la parte masculina activa), pero hay más, el magnetizador es también un mediador (ein Mittler) entre el magnetizado y la armonía universal. Mas la sesión magnética no es sino un caso particular de un fenómeno mas general. Las personas se magnetizan entre si de forma inconsciente e inintencionada; de aquí la formación de “cadenas magnéticas” que unen a los individuos unos con otros. El mundo es un sistema de voluntades en el que la mas débil resulta dominada por la mas fuerte. El poder desconocido, del cual el magnetizador es un médium, tiene dos vertientes, puede ser bueno o malo. El magnetizador malo es una especie de vampiro moral que destruye a su sujeto. El magnetizado suele ser una personalidad débil, cándida, crédula e hipersensible. Por tanto, la relación magnética puede ser buena (amigable, paternal), o mala (demoníaca). Las nociones de personalidad dual y doble son particularmente destacables en la obra de Hoffmann.
Hoffmann dio algunas descripciones de curas magnéticas, en especial en el cuento Das Sanktus.(76) Bettina, una cantante, ha perdido su maravillosa voz, para desesperación del Kapellmeister (director) y del médico que fue incapaz de curarla. Éste se encuentra con una enfermedad misteriosa: Bettina puede hablar en voz alta, pero tan pronto como intenta cantar reaparece la afonía. No hace absolutamente ningún progreso. La enfermedad comenzó el Domingo de Resurrección cuando, después de haber cantado algunos solos, abandonó la iglesia cuando el tenor comenzaba a cantar el Sanctus. Un magnetizador que advirtió que iba a salir le pidió que no abandonara la iglesia todavía. Desde entonces, no pudo volver a cantar. El magnetizador, causante involuntario de la enfermedad, decide curarla. Mientras Bettina escucha detrás de la puerta, él le cuenta al Kapellmeister la historia de una mujer que había perdido la voz debido a un acto limpio y que la recobró cuando alivio su conciencia. Al regresar tres meses mas tarde, el magnetizador encuentra a Bettina curada. Esta historia demuestra que la cura magnética no es necesariamente el resultado de una orden sugestiva grabada en la mente del paciente, sino que también puede provenir de un procedimiento psicológico mas refinado. La enfermedad de Bettina había sido producida por una infortunada sugestión hecha en un momento en que ella se sentía culpable; no era consciente de la causa de su situación. El magnetizador le hace darse cuenta indirectamente de ella, y este es ya el mecanismo de una cura catártica.
Como ya hemos visto, el mesmerismo encontró más resistencia y escepticismo en Francia que en Alemania. Mucha gente lo rechazó por completo, como hizo Napoleón cuando habló con Puységur: “Si su sonámbula es tan lista, hágale adivinar lo que haré dentro de ocho días y cuales serán los números premiados en la lotería de mañana” (77). El magnetismo fue condenado por la Académie y despreciado por las universidades. Entre los psiquiatras, se sabía que los experimentos realizados en los hospitales de Pinel y Esquirol no habían dado resultado y se decía que Georget había sido engañado por una paciente histérica. Los círculos religiosos se mostraban reacios o positivamente hostiles. Sin embargo, en 1846, el famosos predicador dominico padre Lacordaire declaró en unos sermones en la cátedra de Notre-Dame que creía en el magnetismo, el cual consideraba como una serie de “fuerzas naturales aunque irregulares que no se pueden reducir a fórmulas científicas y que son utilizadas por Dios para confundir al materialismo contemporáneo” (78). La influencia del magnetismo fue mucho más fuerte entre ciertos grupos de filósofos espiritualistas, místicos y esotéricos, así como en los círculos románticos. Varios de los más importantes escritores mostraron también gran interés por él.
Balzac era un convencido del magnetismo, lo recomendaba como tratamiento, e incluso lo practicó ocasionalmente; aparece además en varias de sus obras (79). Paul Bourget ha demostrado que la “teoría de la voluntad” contenida en la novela Louis Lambert de Balzac es idéntica a la del fluido magnético según la interpretó Deleuze (80). En Ursule Mirouet, otra de las obras de Balzac, un médico escéptico es presentado a un magnetizador que trabaja con una mujer sonámbula cuyo espíritu puede ser enviado a cualquier parte del mundo. A petición del médico, el espíritu de la sonámbula visita su casa en una ciudad de provincias y relata lo que allí está ocurriendo en aquel momento; cuenta incluso lo que el ama de llaves dice en sus oraciones. Al volver a casa, el médico comprueba que todos los detalles dados por la mujer eran exactos. Alejandro Dumas creía que estaba revestido de poderes magnéticos, y su villa era escenario de experimentos magnéticos (81). En una de sus novelas históricas, presenta a Cagliostro no como el impostor que era en realidad, sino como un gran mago y magnetizador (82). Flaubert, en un episodio de su novela publicada a título póstumo, Bouvard et Pécuchet, da un retrato cómico de lo que podía llegar a ser el magnetismo en manos de autodidactas inexpertos. Los dos personajes organizan sesiones colectivas alrededor de un peral magnetizado, y tratan de curar a una vaca enferma por el mismo medio. Pero el magnetismo fue más explotado por los escritores populares que por los grandes. Un éxito de ventas de aquella época fue la novela de Frédéric Soulié, Le Magnétiseur (83). El villano, un alemán, magnetiza a una loca y de este modo averigua un incidente secreto que aquélla había presenciado en el pasado y que en la actualidad tenía olvidado en estado de vigilia. El magnetizador explota este secreto con propósitos de coacción.
En Inglaterra, Robert Browing escribió un poema bastante oscuro, Mesmerism (1855), en el que un magnetizador ordena a distancia a una mujer que acuda a su casa en una noche lluviosa. Queda aterrado por la influencia que su mente puede ejercer sobre otras y pide a Dios no hacer nunca mal uso de ella (84).
En los Estados Unidos, el interés por el magnetismo se desarrolló de forma más lenta, pero aumentó en importancia durante la década de 1830. Ya hemos visto su conexión con los orígenes de la Ciencia Cristiana y del espiritismo. Edgar Allan Poe quedó impresionado por la doctrina del magnetismo. Se ha supuesto que él fue el autor de un libro anónimo en el que se expresa el convencimiento de la realidad del fluido magnético, que cualquier sonámbulo podría supuestamente ver, “blanco como la luz” desparramando chispas brillantes (85). Es conocido el cuento  de Poe The Facts in the Case of Mr. Valdemar: el espíritu de un hombre agonizante está unido a su cuerpo muerto gracias a un magnetizador que fue amigo suyo. Semanas más tarde, cuando el espíritu resulta liberado al fin, el cuerpo entra instantáneamente en descomposición (86). De modo incidental, esta cuento cruzó el Atlántico en una época en que Poe no era conocido todavía en Francia, lo que podría explicar por qué fue aceptado como cierto en algunos lugares y dio pie a que Mabru lo citara como ejemplo de los inconcebibles absurdos en que creían los magnetizadores (87).
El tema de la personalidad dual, que inspiraría a tantos escritores durante la segunda mitad del siglo, apareció en la literatura en la forma del “doble”, o personalidad dual proyectada (88). El prototipo de este estilo es el cuento de E.T.A. Hoffman Los elixires del diablo.
El monje Medard, al beber un elixir mágico que encuentra en el monasterio, sufre una transformación secreta de su personalidad, que se convierte en la de un hombre perverso. Enviado por sus superiores para cumplir una misión a Roma, comete varios delitos y escapa. Pero encuentra a su Doble: un monje, procedente del mismo monasterio, que ha cometido los mismos delitos y sufre los mismos sentimientos de culpabilidad. El Doble bebe el resto del exilir, enferma y es recluido en un asilo. Medard va a la Corte, y allí prosigue su vida delictiva. El Doble reaparece, es culpado de los actos de Medard, arrestado y sentenciado a muerte. Pero antes de la ejecución. Medard confiesa su culpa y escapa, seguido por el Doble, que desaparece. Medard recupera la conciencia en un hospital de Italia, y después de la debida penitencia vuelve al monasterio, donde encuentra de nuevo la paz de la mente (89).
Este relato es notable como anticipación del concepto de Jung de la “sombra”. Medard ha proyectado su sombra (el lado malo de su personalidad) sobre otro ser; de ahí su vida perversa y errática. Una vez que ha aceptado su culpa y asimilado la sombra, consigue una integración mayor de su personalidad. Edgar Allan Poe entiende el concepto de doble en una forma distinta en su cuento William Wilson:
El narrador se ha dado cuenta de la presencia en su escuela de otro muchacho que parece tener su mismo nombre y fecha de nacimiento, es muy semejante a él, pero habla en voz más baja. Este otro muchacho le disgusta y se asusta tanto al verle que se escapa de la escuela. Se embarca en una vida de libertinaje, pero en cada momento crucial, el doble aparece de repente y le acusa, hasta que un día William Wilson le asesina y oye cómo el Doble agonizante le dice que se ha asesinado a sí mismo y que por tanto está muerto también (90).
Aquí, el doble es entendido como la conciencia moral en el sentido clásico de lucha entre el bien y el mal en el interior del hombre (como, posteriormente, en El retrato de Dorian Gray de Oscar Wilde). Una noción completamente diferente es la que da Dostoievski en su novela Dvoinik (El doble):
Golyadking, un funcionario insignificante, comienza a mostrar un comportamiento excéntrico, que llama la atención de sus superiores y colegas. Encuentra a un hombre que tiene exactamente sus características físicas y viste ropas semejantes. Al día siguiente, el doble es introducido en la oficina como un nuevo funcionario que tiene el mismo nombre y fecha de nacimiento que Goldyaking, le habla en tono humilde y solicita a Golyadking que le proteja. Este lo lleva consigo a su apartamento. Pero al pasar el tiempo, el doble se comporta de forma cada vez más arrogante con él, le desposee de su puesto, vive a sus expensas y le separa de sus amigos. Golyadking está cada vez más confuso, hasta que un día el doble ayuda a colocarle en el carruaje que le conducirá al hospital mental (91).
En esta novela, el doble se concibe sin lugar a dudas como la personalidad morbosa de un hombre que se está volviendo psicótico, el “otro yo” misterioso, que al principio es débil pero que de forma progresiva toma el control sobre el yo sano.
El gran movimiento espiritista, que comenzó en los Estados Unidos en 1848 y se extendió por toda Europa a principios de la década de 1850, relegó el magnetismo a un segundo plano. Las experiencias espiritistas se pusieron de moda, y los grandes médiums eran las atracciones del día. Hubo un aluvión de obras escritas por espíritus o dictadas desde el otro mundo. Durante su exilio en Jersey, Victor Hugo celebró sesiones espiritistas en su hogar, en las que su hijo Charles era probablemente el médium. Esquilo, Shakespeare y los espíritus de otros hombres ilustres dictaban elegantes versos franceses, que parecían hábiles imitaciones de la propia poesía de Hugo (92). El astrónomo Flammarion, espiritista entusiasta, publicó revelaciones hechas por espíritus de personas famosas, entre las que se encontraba un Génesis supuestamente dictado por el espíritu de Galileo (93). Ciertos médiums de formación mas bien mediocre escribieron novelas que en algunos casos, y según determinados críticos, tenían un nivel inesperadamente alto. Es probable que el ejemplo mejor conocido sea el de Pearl Lenore Curran, nacida en Illinois de padres ingleses en 1883. Aunque un tío suyo era médium, ella nunca pareció interesada por el espiritismo. En 1912, sin embargo, comenzó a experimentar con el tablero Ouija. De forma gradual, le llegaron cartas con rapidez creciente, y a continuación desarrolló vívidos cuadros mentales. Inesperadamente, el 8 de julio de 1913, recibió una comunicación de un personaje que se denominaba a si mismo Patience Worth, mujer que pretendía haber vivido en una granja de Dorset en Inglaterra en el siglo XVII, y que le dictó una gran cantidad de composiciones literarias, entre las que se incluían poemas y novelas. Varias de estas novelas y una selección de poemas fueron publicados (94). Estaban escritos en antiguos y peculiares dialectos ingleses, que nunca se habían hablado. Estos dialectos (uno diferente en cada trabajo), así como el conocimiento histórico contenido en cada novela, desconcertaron a los expertos Casper S. Yost (95) y Walter Franklin Prince (96), que entrevistaron a la señora Curran y consideraron su caso como un ejemplo poco corriente de los poderes creadores de la mente subconsciente (97).

La practica de la escritura automática condujo de forma natural a la del dibujo automático, del que pronto se apoderaron los mediums y miembros de los grupos espiritistas (98). El dramaturgo Victorien Sardou atrajo la atención con sus curiosos dibujos que representaban supuestas escenas pictóricas del planeta Jupiter, y en las que se caracterizaban, entre otras. las casas propiedad de Zoroastro, el profeta Elias y Mozart en este planeta. Fernand Desmoulins, artista profesional, realizaba en sus trances retratos de personas fallecidas con gran rapidez, incluso en la oscuridad. El numero de tales retratos automáticos era lo suficientemente amplio como para poder someter a estudio la estética de los espíritus. Jules Bois describió las características fundamentales de estas producciones artísticas del inconsciente, como son la tendencia a la asimetría, los detalles abundantes e innecesarios, la sustitución de trazos firmes por trazos “equívocos” y la irregularidad en la producción. Creía que el arte mediumnístico ejerció una influencia definitiva sobre la escuela de los simbolistas, que surgió alrededor de 1891.
La ola espiritista retrocedió lentamente, y el magnetismo se volvió a poner de moda en su forma modernizada de hipnotismo y con el problema de la personalidad múltiple. El aspecto que más impresionaba al publico era el de la seducción y el delito bajo hipnosis. Charpignon dedicó un serio estudio a este problema en 1860 (99). En la década de 1880, la cuestión atrajo una atención considerable, debido a la creencia unánime por parte de la Escuela de Nancy en la posibilidad de tales delitos, y fue ampliamente discutido en periódicos, revistas y novelas. La Escuela de la Salpêtrière, sin embargo, se negó a admitir la posibilidad de tales delitos, con lo que, siempre que en los tribunales se invocaba el hipnotismo en la génesis de los hechos inculpados, era casi inevitable la discusión entre los expertos de las dos escuelas. Bernheim no aseguró, desde luego, que cualquiera pudiera ser hipnotizado para cometer un delito, aunque creía que ello podría ocurrir en ciertas circunstancias , bien en un sujeto amoral que no ofreciera resistencia a una sugestión criminal, en un individuo débil que cometiera el delito de forma impulsiva, como podría ser un epiléptico o, indirectamente, en un individuo al que se hubieran sugerido delirios de persecución que dieran lugar a la realización del acto. Igualmente era posible sugerir falsos recuerdos a un sujeto y transformarlo de este modo en un testigo falso. Bernheim creía asimismo que la autosugestión desempeñaba un papel importante en muchos casos penales. Ciertos delincuentes, decía, eran víctimas de autosugestión, y por lo tanto, no eran responsables (100). En Alemania, Schrenck-Notzing creía firmemente en la criminogenesis hipnótica y describía una amplia gama de delitos que podían haber sido cometidos bajo el efecto de la hipnosis y la sugestión (101).
En la actualidad nos resulta difícil concebir hasta qué punto se invocaban en la década de 1880 el hipnotismo y la sugestión para explicar incontables hechos históricos, antropológicos y sociológicos, tales como la génesis de las religiones, los milagros y las guerras. Gustave Le Bon popularizó una teoría de psicología colectiva basada en la suposición de que el “alma colectiva” de la multitud se podía comparar a la mente hipnotizada, y el dirigente al hipnotizador (102). Todos los sistemas educativos estaban basados en el concepto de sugestión. Se demostraba un gran interés por los sujetos que, bajo hipnosis, interpretaban papeles teatrales, o podían pintar o cantar maravillosamente (103).

El hipnotismo inspiro una multitud de novelas. Algunas tomaron como tema un crimen cometido en estado normal pero confesado bajo hipnosis (104), o bajo el efecto de una sugestión realizada por la víctima agonizante sobre su asesino (105). En otras el criminal hipnotizaba a una persona inocente para que cometiera el hecho bajo su dirección, pero él era descubierto si el experto psiquiatra se mostraba lo suficientemente listo como para hipnotizarle a su vez (106). Quizá la novela de mas éxito basada en el hipnotismo fue Trilby, de George du Maurier (107). Trilby, hija de un noble ingles, es educada en París como costurera y llega a ser modelo de un artista. Un pérfido profesor de música, Svengalí, la hipnotiza y la prepara hasta convertirla en una brillante cantante, tras lo cual se casa con ella. Pero Trilby solo puede cantar cuando está en trance hipnótico, mientras Svengali mantiene sus ojos fijos en ella desde una localidad del teatro. Cuando Svengali muere de un ataque cardiaco al comienzo de una representación, Trilby, que ya no está hipnotizada, es incapaz de cantar, y su carrera termina de forma catastrófica. De no menos interés es Le Horla, cuento escrito por De Maupassant poco antes de sufrir su parálisis general (108). Un hombre se ve invadido por la ansiedad cuando nota que en su casa tienen lugar acontecimientos extraños inexplicables, como si la hubieran invadido misteriosos seres invisibles. Marcha a París, donde, presenciando una sesión hipnótica, queda aturdido al ver como una mujer cumple una orden que se le había dado el día anterior, sin saber por qué lo hace. El hombre, reconociendo que es esto mismo lo que ocurre en su propia mente, queda consternado: “Alguien posee mi alma y la gobierna. Alguien dirige todas mis acciones, todos mis movimientos, todos mis pensamientos. Yo mismo no soy mas que un espectador asustado, esclavizado, de las cosas que realizo”.
No menos numerosas fueron las novelas inspiradas en el tema de la personalidad múltiple. En Francia, un éxito popular de aquella época fue una novela de Gozlan, Le medecin du Pecq. Durante una escapada sonámbula, un joven rico neurótico internado en un sanatorio deja embarazada a una joven, de la que no tiene el menor recuerdo en estado de vigilia (109.) El medico aclara su confusión analizando los sueños que el joven le describe todas las mañanas. A partir de 1880, aumentó el numero de novelas sobre personalidades múltiples. Jules Claretie recogió cuidadosamente documentos de la Salpêtrière antes de escribir L’obsession, historia de un pintor obsesionado por el conocimiento de que su personalidad secundaria toma en ocasiones el control de su cuerpo, y que nunca sabe qué perjuicios le podía haber ocasionado ésta (110). Finalmente, el pintor es curado por un médico alsaciano que le sugiere la muerte y enterramiento del otro. Sister Marthe, de Charles Epheyre, fue otra sensacional novela de esa época: durante unas vacaciones en el campo, le piden a un joven médico que trate a una huérfana que ésta a punto de hacerse monja (111). Hipnotiza a la hermana Marta para curarle de sus síntomas nerviosos, pero aparece otra personalidad: Angèle, que se sabe hija de un hombre rico y heredera de una gran fortuna (pero que la Hermana no parecía sospechar). Angéle está enamorada del joven doctor y quiere fugarse con él. Sin embargo, en la mañana de la fuga reaparece súbitamente en la estación de ferrocarril la personalidad de la hermana Marta, produciéndole una gran confusión. Pronuncia los votos y muere de tuberculosis poco después. Pocos lectores de la Revue des Deux Mondes sospechaban que Epheyre fuera el seudónimo del conocido fisiólogo Charles Richet. Otro éxito fue Minnie Brandon, de Hennique. Un joven francés está enamorado de una joven inglesa encantadora y distinguida, Minnie, que al beber la más pequeña cantidad de alcohol se transforma en un horrible arpía, Brandon (112). En la lucha entre Minnie y Brandon vence finalmente esta última, y el joven, con gran pena, se ve obligado a abandonar a las dos. Aún peor es el destino del héroe de la novela The somnambulist de Mintorn. Un digno ministro protestante, buen marido y padre, se transforma en estado sonámbulo en un criminal que seduce y viola mujeres, y asesina niños, mientras que su personalidad normal está completamente ignorante (113). Paul Lindau escribió un famoso éxito teatral, El otro (114): un juez lleva a cabo una investigación sobre un crimen y descubre que el autor es él, o mejor, su segunda personalidad insospechada. Pero quizá la mejor obra de este tipo de literatura sea la novela de Stevenson El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde.(115) Tiene un interés especial por la forma como fue concebida y escrita. Stevenson mantenía que, a lo largo de los años, había desarrollado una intensa vida onírica. En sus sueños, la “gente menuda” llegaba a él y le sugería ideas para sus novelas. Esta aguda distinción entre sus personalidades de vigilia y de sueño pudo sugerirle el tema de su novela. Añadía que muchos detalles de ella le fueron dictados por la “gente menuda” (116). Es importante destacar que, al lado de algunas obras buenas, se publicaron en la década de 1880 una multitud de novelas populares y de literatura barata, completamente olvidadas en la actualidad, que tocaban los temas del sonambulismo, la personalidad múltiple y los delitos bajo hipnosis, lo que contribuyó ciertamente a modelar la mentalidad de ese período.
En realidad, se produjo una evolución gradual de estos temas demasiado simplificados a otros más refinados. Hemos visto que Binet, Lucka y otros autores insistían en que no solamente había casos espectaculares de escisión de la personalidad, sino también todos los tipos de extravíos transitorios entre la verdadera escisión y la aparición normal de facetas de la personalidad. Esta tendencia se reflejó en la literatura. Algunos autores eligieron como temas para sus novelas los cambios súbitos de una faceta de la personalidad a otra. Paul Bourget escribio en 1883 L’Irréparable, donde escribe la historia de una mujer que, antes de su matrimonio, habia sido abierta, descuidada y alegre, y que repentinamente se transforma en una persona depresiva y apesadumbrada (117). Uno de los personajes de la novela, filósofo al estilo de Ribot, explica la metamorfosis al lector. En su novela Le Jardín secret, (118) Marcel Prévost cuenta la historia de una mujer que dejó atrás su personalidad cuando se casó. Trece años después encuentra su diario de soltera y de esta forma vuelve a descubrir su personalidad anterior. El descubrimiento hace que su mente se active y tome una conciencia más clara del mundo que la rodea. Obtiene pruebas de la infidelidad de su marido y piensa en divorciarse. Pero después de un largo conflicto interno, decide permanecer con él y reorganizar su vida. Conserva así su segunda personalidad, aunque en un nivel más alto de vigilancia.
A principios del siglo XX, la literatura comenzó a dar descripciones más sutiles de las numerosas facetas de la personalidad humana, de su interrelación y de la estructura polipsíquica de la mente, como se ve en los trabajos de Pirandello, Joyce, Italo Svevo, Lenormand, Virginia Woolf y, sobre todo, en los de Marcel Proust. El lance clásico de la personalidad múltiple estaba ahora casi anticuado; sólo se menciona una vez en la obra de Marcel Proust, durante una charla ociosa en el salón de madame Verdurin, cuando alguien menciona el caso de un hombre honrado que, en su personalidad secundaria, se transforma en un canalla (119). Es de destacar que esta verdadera historia había sido publicada por el padre del autor, Adrien Proust, como caso psicopatológico significativo (120). Lo que Marcel analizó de forma infatigable fueron las numerosas manifestaciones del polipsiquismo, las múltiples facetas de nuestra personalidad. Consideraba el yo humano compuesto de numerosos yoes pequeños, distintos aunque situados uno al lado del otro, y relacionados más o menos íntimamente. Nuestra personalidad cambia así de un momento a otro, dependiendo de las circunstancias, del lugar, de la gente con la que estamos. Los acontecimientos afectan a unas partes de nuestra personalidad y dejan libres a otras. En una descripción muy conocida, el narrador cuenta cómo, al ser informado de la muerte de una mujer, Albertine, la noticia es comprendida sucesivamente por diversas partes de la personalidad. La suma de nuestros yoes pasados es generalmente un campo cerrado, aunque algunos de ellos pueden reaparecer súbitamente, provocando una reminiscencia del pasado. Es entonces uno de nuestros yoes pasados el que está en primer plano, viviendo para nosotros. Entre nuestros numerosos yoes hay algunos elementos hereditarios. Otros (nuestro yo social, por ejemplo) son una creación de los pensamientos y de la influencia de los demás sobre nosotros. Así se explica la continua fluidez de la mente, debida a estas metamorfosis de la personalidad. La obra de Marcel Proust es de particular interés porque sus sutiles análisis no estaban influidos por Freud y los otros representantes de la nueva psiquiatría dinámica. Sus fuentes académicas no fueron otras que Ribot y Bergson. Sería posible extraer de su obra un tratado sobre la mente, que daría una descripción plausible de lo que habría llegado a ser la primera psiquiatría dinámica si hubiera seguido su curso natural.
Los filósofos profesionales centraron su atención en los fenómenos del hipnotismo y la personalidad múltiple. Taine (121) y Ribot (122) estaban muy impresionados por ellos. Janet afirma que la historia de Félida fue el argumento más importante utilizado en Francia por los psicólogos positivistas frente a la escuela de Cousin de la psicología filosófica dogmática. “Aunque para Félida, no es seguro que hubiera habido una cátedra de psicología en el College de France” (123), Fouillée vio en los fenómenos del hipnotismo y sonambulismo una confirmación de la doctrina de las idées-forces. Sin embargo, uno de sus biógrafos sugiere que el hipnotismo posiblemente inspiró más que confirmó esta concepción (124). Bergson tuvo un conocimiento personal del hipnotismo: fue profesor en Clermont-Ferrand desde 1883 hasta 1888, y participó activamente en las sesiones hipnóticas organizadas de forma privada por Moutin, médico de aquella ciudad (125). El propio Bergson hizo algunos experimentos notables sobre la simulación inconsciente de sujetos hipnotizados (126). Posteriormente, en una de sus obras principales, afirmó que las artes son una versión refinada y espiritualizada de los medios utilizados por el hipnotismo (127).

Los críticos literarios recurrieron también al fenómeno de la personalidad múltiple para explicar ciertos enigmas. En su interpretación de Novalis, Spenlé lanzó la hipótesis de una dualidad de personalidad (128). Siendo todavía un niño, Novalis desarrolló una segunda personalidad de ensueños e imaginación. Dicha personalidad creció, y mientras Novalis vivía una vida aparentemente normal como ingeniero de minas, proclamó que su sueño poético era superior a cualquier realidad. Paul Valéry explicó de forma semejante la personalidad de Swedenborg, el gran místico sueco: hacia los cincuenta y seis años, los ojos de Swedenborg se “abrieron al mundo espiritual” (129). Vivió de forma simultánea en dos mundos, el real y un “mundo espiritual” en el cual estaba en relación continua con ángeles y espíritus. Como señaló certeramente Valéry, no había una confusión de dos mundos, como ocurre en el delirio, sino una superposición de ambos, entre los cuales Swedenborg podía ir y venir a voluntad.
Los fenómenos de creación literaria eran de gran interés para la primera psiquiatría dinámica; muchas veces se recurrió a los conceptos de mente doble, dipsiquismo y polipsiquismo, así como a los poderes desconocidos de la mente.
El hipnotismo proporcionó un primer modelo de la mente humana como un yo doble; un yo consciente aunque restringido, al que el individuo considera como único, y otro subconsciente, mucho más amplio, desconocido para el consciente, pero dotado de poderes perceptivos y creadores desconocidos. El fenómeno de la inspiración se podría explicar como una erupción más o menos intermitente dentro de la mente consciente de material psíquico, almacenado hasta entonces en la mente subconsciente, Francis Galton expresó una idea similar: “Parece haber en mi mente un salón de audiencias donde reside la conciencia plena, y donde están en audiencia al mismo tiempo dos o tres ideas, y una antecámara llena de ideas más o menos relacionadas, situada fuera del alcance de la consciencia” (130). Un trabajo fructífero de la mente implica una “gran asistencia”, una combinación ordenada de ideas en la “antecámara”, y una salida de la producción. En ocasiones ocurre que este material acumulado surge de forma automática en la mente; entonces, “la dividualidad reemplaza a la individualidad, y una porción de la mente de comunica con otra como si fulera una persona diferente”.
Chabaneix desarrolló un concepto más elaborado (131); distinguió varios niveles de subconsciente diurno y nocturno y describió diversos tipos de relaciones entre el subconsciente y el consciente (contacto intermitente o permanente, incontrolado o controlado), y su influencia sobre la creación, artística, científica y literaria.
El fenómeno de la inspiración se comparó también en muchas ocasiones al de una segunda personalidad, que se desarrolla poco a poco de forma subterránea y emerge súbitamente durante un momento; de aquí la sensación de realizar el trabajo dictado por algún tipo de ser desconocido, aunque no de forma tan manifiesta como ocurrió con la Sra. Curran y “Patience Worth”- C. G. Jung interpretó el Zarathustra de Nietzsche como el resultado de una segunda personalidad, que se había desarrollado silenciosamente hasta que un día surgió a la luz repentinamente (132). En las propias palabras de Nietzsche:
Da, plötzlich, Freundin! Wurde Eins zu Zwei
Und Zarathustra gieng an mir vorbei...
(Entonces repentinamente, amiga, uno se convirtió en dos
y Zarathustra pasó por mí.)

Otra teoría sobre la creación literaria se centraba en el modelo polipsiquico de la mente humana; dado que la mente humana es un racimo de subpersonalidades, podemos imaginar que un gran novelista, como Balzac, es capaz de dar a muchas de ellas una identidad, una ocupación, rasgos personales, y dejarlas desarrollarse lentamente a su modo. Hablando de la multitud de personajes diferenciados en las novelas de Balzac, Jules Romain supone que cada uno de ellos era una de las “personalidades embrionarias” del escritor, es decir, que no eran personalidades inconscientes o reprimidas, sino “sistemas psicológicos completos, orgánicos e individualizados, cada uno con todo lo necesario para proporcionar, en contacto con las situaciones vitales y los condicionamientos sociales, un destino completo de hombre o mujer” (133). También Jean Delay piensa que el novelista tenía este poder de desarrollar en sí mismo sus personalidades latentes y de transformarlas en caracteres literarios (134). Resalta asimismo el proceso de la “creación de un doble”: todo aquel que lleve un diario personal tiende a desarrollar una personalidad dual que emerge gradualmente en dicho diario, de modo que de desarrolla una relación interpersonal peculiar entre el autor y su segundo yo ficticio. Este segundo yo puede en un momento determinado surgir a la vida, y hablar como un personaje literario en el que el escritor verterá sus problemas secretos, sus “ponzoñas” (como hizo Goethe en Los sufrimientos del joven Werther, y André Gide en André Walter).
El proceso de creación literaria se relacionó por último con la noción de “criptomnesia”. Este termino, que parece haber sido creado por Flournoy, designa un fenómeno conocido por los magnetizadores e hipnotizadores. En trance hipnótico, y especialmente en la forma de regresión hipnótica, un individuo es capaz de relatar muchos hechos que en estado normal de vigilia ha olvidado por completo. Nuestra memoria verdadera, críptica, es por tanto mucho más amplia que nuestra memoria consciente. Pruebas de criptomnesia se dan también en los sueños, en la fiebre, o en otras situaciones físicas (135). Flourrnoy demostró que los “relatos de imaginación subliminal” de su médium Hélene Smith surgían en gran parte de “criptomnesías” de libros que había leído cuando niña y que posteriormente había olvidado. La criptomnesia permitió explicar los casos de pseudoplagio literario. Jung, por ejemplo, descubrió que un párrafo completo de Zarathustra de Nietzsche provenía de un artículo del cuarto volumen del Blätter von Prevorst (el periódico editado por Justinus Kerner), publicación que se sabía había sido leída por Nietzsche en su juventud. La naturaleza inconsciente del plagio se pudo deducir del hecho de que el texto original estaba modificado de forma rústica e insertado de modo completamente innecesario en la historia de Zarathustra (136). Desde entonces se han reconocido muchos otros casos de pseudoplagio; incluso parecería que ciertos autores son particularmente propensos a él. Volvamos a Nietzsche. Lou Andreas Salomé aseguró que la esencia de la Genealogía de la moral provenía de Paul Rée, quien había estado discutiendo su concepción en una conversación con Nietzsche; éste le escucho cuidadosamente, hizo suyos sus pensamientos y posteriormente se enfrentó con él (137). Según H. Wagenvoort, tenía una capacidad excepcional para asimilar con increible rapidez los pensamientos de otros y olvidar que lo había hecho (138). De este modo, cuando el pensamiento volvía a él de nuevo, no reconocía su origen extraño y creía que provenía de su propia mente. Así es como, dice Wagenvoort, Nietzsche tomó los conceptos principales desarrollados en El nacimiento de la tragedia del libro La Bible de l’Humanité de Michelet. Según otros historiadores literarios, los principales conceptos originales de Nietzsche tendrían su origen en Emerson, por medio de la criptomnesia (139). De hecho, la criptomnesia parece ser un caso de aparición frecuente al que Paul Valéry llegó a considerar como la fuente principal de la creación literaria. “Un plagiario es el que ha digerido de forma imperfecta la esencia de los pensamientos de otros: permite que los bocados sean reconocidos” (140).


El declinar de la primera psiquiatria dinamica
La historia de la primera psiquiatría dinámica es la de una paradoja: durante todo un siglo (1784 a 1882) los nuevos descubrimientos lucharon por ser reconocidos; luego, una vez que lograron el reconocimiento de la “medicina oficial” con Charcot y Bernheim, disfrutaron de una fase brillante de éxito de menos de veinte años, seguida de un rápido declinar. El problema de estas subidas y bajadas ha desconcertado a muchas mentes. Janet afirmó que existen tendencias, no sólo en la forma de vida, sino también en la medicina. A partir de 1882 el mundo médico quedó cegado por el hipnotismo; las publicaciones sobre este tema se contaron por centenares, hasta que se alcanzó la saturación y se abandonó la tendencia. Quizá sea cierto, pero también debió haber factores inherentes al hipnotismo causantes de su rápido declinar.
El repaso de la literatura sobre el hipnotismo en esa época muestra cuáles pudieron haber sido dichos factores. Numerosos hipnotizadores que al principio habían sido entusiastas defensores suyos, pronto descubrieron graves inconvenientes. No todo el mundo podía convertirse en un buen hipnotizador; ni siquiera el mejor de ellos era capaz de hipnotizar a todo el mundo. Numerosos enfermos pretendían estar hipnotizados cuando en realidad no lo estaban. Benedikt, por ejemplo, relató que había permitido a varios de sus estudiantes que hipnotizaran pacientes en sus servicios de policlínica; los sujetos dijeron luego que habían estado en sueño hipnótico, pero los médicos de más edad les confesaron que sólo lo habían afirmado para agradar a los médicos jóvenes (141). Se describe que lo mismo ocurrió no sólo a Charcot (como se vio antes), sino también a Forel, Wetterstrand y otros experimentados hipnotizadores, cuyos pacientes pretendieron incluso estar curados porque no se atrevían a contradecir a sus autoritarios médicos.
Ocurrió también que algunos sujetos simulaban la hipnosis para desprenderse de secretos dolorosos, que de otra forma les habría resultado embarazoso revelar. Debió ocurrir así desde los primeros comienzos del magnetismo. Ya hemos contado la extraña historia de un hombre que estaba ciego por un amigo en el que tenía la máxima confianza en estado de vigilia, pero que, en estado magnético, reveló al conde de Lutzelbourg que su supuesto amigo le traicionaba e injuriaba, y explicó lo que tenía que hacer para trasvasar dicho conocimiento de su estado de "crisis" al de vigilia (142). Se podrían citar numerosos casos semejantes. El Dr. Bonjour (143), psicoterapeuta suizo, cuenta cómo en 1895 se enteró de que ciertos pacientes podrían revelar, bajo hipnosis, cosas dolorosas que pretendían no conocer en estado de vigilia, aunque posteriormente admitieron haber sabido siempre, sintiéndose demasiado avergonzados para hablar de ellas. Un inconveniente más importante era la tendencia a la simulación inconsciente, que se desarrollaba en muchos individuos hipnotizados y que les hacía adivinar la voluntad del hipnotizador y cumplirla. Bernheim, por ejemplo, dijo: “Es increíble la agudeza con que ciertos sujetos hipnotizados detectan la idea que deben llevar a cabo. Una palabra, un gesto, una entonación les pone sobre la pista” (144). Bergson, que había realizado algunos estudios sobre la supuesta lectura del pensamiento en la hipnosis, llegó a la conclusión de que el paciente al que se ordena llevar a cabo un tour de force “actuará de buena fe y hará lo mismo que haría el menos escrupuloso y más experimentado de los charlatanes, utilizando de forma inconciente medios de los que ni siquiera sospechamos la existencia” (145). El médico belga Croq contaba cómo, después de haber obtenido maravillosos resultados con el hipnotismo, llegó por último a advertir algunos hechos raros:
He practicado mucho la experimentación hipnótica y he obtenido resultados aparentemente maravillosos; por ello me he vuelto extremadamente cauto. He suscitado de la forma más sorprendente la exteriorización de la sensibilidad, la visibilidad de los efluvios magnéticos y eléctricos, y casi he llegado a convertirme en la víctima de mis sujetos, tan maravillosos fueron los experimentos. Pero un examen cuidadoso de los hechos me convenció de que no habia otra cosa que un efecto de autosugestión. No debemos olvidar que el sujeto hipnotizado cuenta con todos los medios a su disposición para ratificar los deseos de su hipnotizador, y para cumplir no sólo sus órdenes, sino también sus pensamientos. Escudriña el cerebro del hipnotizador, que por lo general no se da cuenta de la extraordinaria sensibilidad del sujeto y no percibe que un signo, imperceptible en estado de vigilia, puede adquirir la máxima importancia para éste (146).

Croq añadió que lo mismo sucedía en la histeria, y advirtió: “Si quieres ser engañado, experimenta con pacientes histéricos”.
Delboeuf, tambien belga, que visitó la Salpêtrière y la Escuela de Nancy en 1886, comentó las grandes diferencias existentes entre los logros de Charcot, Bernheim y el hipnotizador de teatro Donato (147). Llegó a la conclusión de que no sólo había una innegable acción del hipnotizador sobre su sujeto (“según el maestro, así el discipulo”) sino también, en grado incluso mayor, una acción sugestiva del hipnotizado sobre el hipnotizador (“según el discípulo, así el maestro”); el primer sujeto hipnotizado imprime sobre el hipnotizador un método y una esperanza determinada de resultados, que modifican el método y los resultados ulteriores. Más aun, el hipnotizador que ha seguido ciertas enseñanzas transfiere su método y sus esperanzas de resultados a sus discípulos, lo que explica el origen de escuelas rivales, cada una con el monopolio de unos fenómenos hipnóticos específicos. De forma incidental, es de destacar que estos hallazgos de Delboeuf se han repetido, basándose en una investigación nueva e independiente, por Martin Orne (148). No es de extrañar que la situación hipnótica se haya comparado muchas veces a una folie a deux, donde “no se sabe cual de los dos está más loco”. En los últimos años del siglo XIX, estos informes negativos se acumularon hasta el punto de que se produjo una reacción poderosa contra el uso del hipnotismo y contra las teorías contemporáneas sobre la histeria. A la cabeza de esta reacción figuraban personas que habían experimentado durante años con medios tales como la metaloscopia, la acción de la medicación a distancia, y la transferencia de síntomas de un paciente a otro. Janet, que había sido más cauto y había experimentado con hipnotismo y pacientes histéricos sin caer en ninguna de sus trampas, fue uno de los pocos que fomentó las enseñanzas de la primera psiquiatría dinámica que se habían mostrado ciertas.
El rechazo de la primera psiquiatría dinámica fue tan irracional y súbito como había sido la moda que produjo su auge en la década de 1880. Ocurrió a pesar de la gran resistencia de ciertos adeptos, autores de hallazgos nuevos y muy prometedores. Entre ellos se encontraban, por ejemplo, los nuevos métodos de catarsis hipnótica, con los que Janet experimentaba desde 1886, y Breuer y Frued en 1893 y 1895, y de los que hablaremos en otra parte de este libro. Hubo también un método inventado por Oskar Vogt, que recibió el nombre de “hipnosis parcial” (149). Debía limitarse a sujetos fácilmente hipnotizables y que además fueran capaces de retener su sentido crítico agudizado bajo hipnosis. El sujeto era hipnotizado y se mantenía centrada su atención sobre un hecho o recuerdo bien delimitado, lo que le permitía explorar el sustrato inconsciente de un sentimiento, asociación, sueño o síntoma psicopátologico particular presente o pasado. Casualmente, esta forma particular de hipnosis es muy semejante a lo que Ainslie Meares describió como “estado Y” (150). Frederick Myers, que conocía bien los fallos y falsedades del hipnotismo, la histeria y la personalidad dual subrayó de forma coherente el verdadero progreso que estas nociones habían significado sobre nuestro conocimiento de la mente humana y el progreso aún mayor que se debía esperar en el futuro (151). Uno de los puntos confirmados era el de que una personalidad secundaria no tenía por qué ser inferior a la principal, sino que en ocasiones significaba, por el contrario, una mejoría notable (idea ésta que posteriormente desarrollaría Jung ). De cualquier modo, “los descubrimientos sucesivos de los tóxicos, los narcóticos propiamente dichos y los anestésicos, representaron tres estadios importantes en nuestro control del sistema nervioso”, y el descubrimiento de la hipnosis es un estadio más avanzado. La hipnosis permite a muchas personas una expansión y libertad de mente que son incapaces de conseguir en estado de vigilia: “Mantengo que el trance hipnótico (...) tiene algunas analogías tanto con la genialidad como en la histeria. Mantengo que, en sujetos ineducados, es el estado mental más alto en el que nunca han estado; y que, cuando se comprenda mejor y se aplique a sujetos de características superiores, dará lugar a una fluidez de pensamiento más ininterrumpida y firme de la que podemos mantener mediante el esfuerzo en estado vigil en nuestros ajetreados y fragmentarios días”. Llegará un día en que el hombre no sólo alternará entre los estados de sueño y vigilia, sino en el que “vendrán otros estados a coexistir con éstos”. Por último, Myers recordó que se habían conseguido curas notables y permanentes bajo hipnósis. Con vistas al futuro, creía que nuestro conocimiento de estos estados se podía ampliar y utilizar de tres nuevas formas: primero, suscitando el perfeccionamiento moral mediante la impresión de "sugestiones hipnóticas de tipo beneficioso"; segundo, adquiriendo "un estado de falta de susceptibilidad al dolor físico"; y tercero, aumentando el poder mediante la disociación de los elementos de nuestro ser en nuevas formas. Estas predicciones de Myers se materializaron en el método de autosugestión de Coué, en la técnica del parto sin dolor y en el entrenamiento autógeno de Schultz.
Pero es más fácil, desde luego, rechazar en bloc una enseñanza que ha incorporado errores que llevar a cabo el dificil trabajo de seleccionar el grano de la paja, y, como tuvo que concluir Janet, “el hipnotismo ha muerto... hasta el día en que resucite”.

Conclusión.
La primera psiquiatría dinámica constituyó un cuerpo de conocimientos bien construido que, a pesar de las inevitables fluctuaciones, tuvo una unidad orgánica mayor de lo que se suele suponer. Es opinión común que desapareció alrededor de 1900, siendo reemplazada por otros sistemas totalmente nuevos de psiquiatría dinámica. Pero un examen cuidadoso de los hechos revela que no hubo una revolución súbita sino, por el contrario, una transición gradual, y que las nuevas psiquiatrías dinámicas tomaron de ella mucho más de lo que se ha creído. La influencia cultural de la primera psiquiatría dinámica ha sido extremadamente persistente y todavía influye sobre la vida contemporánea en un grado insospechado.
Las nuevas psiquiatrías dinámicas, además de incorporar muchas características de la primera, asimilaron también una gran cantidad de conocimientos de otras fuentes. Sólo podremos comprenderlas estudiando antes el entorno sociológico y cultural del siglo XIX. Este será el tema del capítulo siguiente.

Notas
1. Justinius Kerner, Gaeschichten Beessener neuerer Zeiten, Beobachtungen aus den Gebiete kakodämonischer-magnetischer Erscheinungen (...) nebst Reflexionen von C. A. Eschenmayer über Besessenseyn und Zauber, 2a. ed. ampliada, Karsruhe, G. Braun, 1835.
2. Montaigne, Essais, 1581, París, Pléiade, 1940, págs. 110-120. Traducción inglesa, The Essays, Great Books of the Western World, vol. 25, Chicago, Encyclopedia Britannica. 1952, págs. 36-42.
3. Lodovico Antonio Muratori, Della Forza della Fantasia Umana, Venecia, Presso Giambatista Pasquali, 1745.
4. Otto Stoll, Suggestion und Hypnotismus in der Völkerpsychologie, 2a. ed., Liepzig, Von Weit und Co., 1904.
5. James Braid, Neurohypnology; or, the Rationale of Nervous Sleep, Considered in Relation with Animal Magnetism, Londres, Jhon Churchill, 1843.
6. Según Janet, esta teoría fue sostenida por Bertrand, Deleuze, Braid, Noizet, Liébeault, Charcot y la Escuela de la Salpêtrière. En realidad, Puységur escribió ya en 1809 sobre el "sonambulisme magnétique", Suite des mémoires pour servir a l’histoire et a l’établissement du magnétime animal, 2a. ed., París, Cellot, 1809, pág. 221.
7. Pierre Janet, Les Médications psychologiques, I, París, Alcan, 1919, págs. 267-271.
8. Mouillesaux, citado por Rudalf Tischner, en "Franz Anton Mesmer, Leben, Werk und Wirkungen", Münchner Beiträge zur Geschichte und Literatur des Naturwissenschaften und Medizin, I, núms. 9/10 (1928), 541-714.
9. J. P. F. Deleuze, Instruction pratique sur le magnétisme animal, París, Bailliére, 1825, pág. 118.
10. A. Bertrand, Traité du comnambulisme, París, Dentu, 1823, págs. 298-299.
11. Conde de Lövenhielm, Bibliotheque du magnétisme animal, V, 1818, págs. 228-240.
12. Pierre Janet, Les Médications psychologiques, I, París, Alcan, 1919, págs. 281-283.
13. J. Charpignon, Physiologie, médecine et métaphysique du magnétisme, París, Bailliére, 1848, págs, 364-365.
14. Barón Du Potet, citado por Pierre Janet en Les Médications psychologiques, I, París, Alcan, 1919, pág. 141
15. Eugen Bleuler, "Zur Psychologie der Hypnose", Münchener medizinische Wochenschrift, XXXVI (1889), 76-77.
16. Berthold Stokvis, "Selbsterleben im hypnotischen Experiment", Zeitschrift für Psychotherapie, VI (1956), 97-107.
17. Albert de Rochas, Les Vies successives, Documents pour l’étude de cette question, París, Chacornac, 1911.
18. Tardif de Montrevel, Essai sur la théorie du somnambulisme magnétique, Londres, noviembre 1785.
19. Alphonse Teste, Manuel pratique du magnétisme animal, 3a. ed., París, Bailliére, 1846, págs. 486-493.
20. P. J. C. Debreyne, Pensées d’un croyant catholique, París, Poussielgue-Rusand, 1844, págs, 340-457.
21. Barón Du Potet, La Magie dévoilée, ou principes de science occulte, 3a. ed., París, Vgot, 1893, págs. 1-58.
22. H. Bernheim, "Les Hallucinations rétroactives suggérées dans le sommeil naturel ou artificiel", Premier Congres International de l’Hypnotisme Expérimental et thérapeutique (París, aoút 8-12, 1889), París, Doin, 1890, págs. 291-294.
23. J. M. Charcot, Leçons du mardi á la Salpêtrière. Policlinique, 1888-1889, París, Progres Mádical, 1889, págs. 247-257.
24. En la literatura moderna, ver particularmente J. H. Shultz, Gesundheitsschädigungen nach Hypnose, Ergebnisse einer Sammelforschung, Halle, C, Marhold, 1922.
25. Reimpreso en la Histoire académique du magnétisme animal de Claude Burdin y Fréderic Dibois, París, Bailliere, 1841.
26. Theodor Meynert, Klinische Vorlesungen über Psychiatrie auf wissenschaftlichen Grundlagen, Viena, W. Braumüller, 1889-1890, pág. 197.
27. P. Briquet, Traité clinique et therapeutique de l’hystérie, París, J. B. Bailliére 1859.
28. Anón, Mesmerism: Its Hitory, Phenomena, and Practice: with Reports of Cases Developed in Scotland, Edimburgo, Fraser and Co., 1843, págs. 101-106.
29. Paul Richer, Études cliniques sur l´hystéro-épilepsie ou grande hystérie (...), París, Delahaye y Lecrosnier, 1881.
30. Alfred Binet, On Double Consciousness, Experimental Psychological Studies, Chicago, Open Court Publishing Company, 1889-1890.
31. A. F. A. King, "Hysteria", The American Journal of Obstetrics, XXIV, núm. 5 (mayo 1891), 513-532.
32. Este detalle ha sido bien comprendido y comentado por Jules de Gaultier, Le Génie de Flaubert, París, Mercure de France, 1913, págs. 101-110.
33. Max Dessoir, Das Doppel-Ich, Leipzig, Günter, 1890. (Las siguientes ediciones ampliadas se vieron enriquecidas con hechos tomados de Binet, Janet, Myers, Gurney y otros)
34. Richard Hennig, "Beiträge zur Psychologie des Dopple-Ich", Zeitschrift für Psychologie, XLIX (1908), 1-55.
35. Le sommeil magnétique expliqué par le somnambule Alexis en état de lucidité, introducción por Henry Delaage, París, Dentu, 1856.
36. J. P. Durand (de Gros), Polyzoïsme ou pluralité animale chez l’homme, París, Imprimerie Hennuyer, 1868. J. P. Philips (seudónimo de Durand), Electrodynamisme vital, París, J. B. Bailliere, 1855; J. P. Durand (de Gros), Ontologie et psychologie psysiologiques, París, J. B. Bailliere, 1871.
37. Edmond Colsenet, Études sur la vie inconsciente de l’esprit, París, Bailliere, 1880.
38. J. C. Reil, Rhapsodien über die Anwendung der psychischen Curmethode auf Geisteszerrüttungen, Halle, Curt, 1803, pág. 93.
39. G. N. M. Tyrrell, Personality of Man, Baltimore, Penguim Books, Inc., 1947, págs. 158-160, 198.
40. Según J. De Morsier, el principio de ideodinamismo fue inroducido en psiquiatría por Esquirol, el cual lo había tomado de la psicología de las "facultades del alma" enseñada por Laromiguiere, a cuyos cursos había asistido. Ver "Les Hallucinations" de G. De Morsier, Revue d’Oto-Neuro-Opthalmologie, XVI (1938), 244-352.
41. A. A Liébeault, Ebauche de psychologie, París, Masson, 1873, pág. 176.
42. J. M. Charcot, Leçons sur les maladies du systeme nerveux, en Oeuvres Completes, III, págs. 335-337.
43 Pierre Janet, L´Automatisme psychologique, París, Alcan, 1889, pág. 436.
44 Poul Bjerre, The History and Practice of Psychoanalysis, trad. ingl., edición revisada, Boston, Badger, 1920, págs. 198-217.
45. Hippolyte Bernheim, De la suggestion et de ses applications à la therapeutique, París, Doin, 1886.
46. Aldous Huxley, The Devils of Loudun, Nueva York, Harper and Row, 1952. Pág. 183.
47 Noizet, Mémoire sur le somnambulime et le magnétisme animal, dirigida en 1820 a la Academia Real de Berlin, París, Plon, 1854, pág. 96.
48. Anón., La Vision, contenant l’explication de l´écrit intitulé:Traces du magnétisme, et la theorie des vrais sages. A Memphis, París, Courturier, 1784, págs. 22, 26.
49. Tardif de Montrevel, Essais sur la theorie du somnabulisme magnétique, Londres, 1785.
50. Villers, Le Magnétiseur amoureux, Génova, 1787.
51 J. A. Klinger, De Magnetismo Animali, Wirceburgi, Nitribit, 1817.
52. Friedrich Hufeland, Über Sympathie, Weimar, Verlag des Landes-Industrie-Comptoir, 1811, pág. 110.
53. Charpignon, Physiologie, médecine et métaphysique du magnétisme, 2a. ed., París, Bailliere, 1848.
54. Gotthilf Heinrich von Schubert, Ansichten von der Nachtseite der Naturwissenschaft, Leipzig, Weigel, 1808.
55. Mesmerism, Its History, Phenomena, and Practice: with Reports of Cases Developed in Scotland, Edimburgo, Fraser and Co, 1843, págs. 101-106.
56. Albert Ruault, "Le Mécanisme de la suggestion hypnotique", Revue Philosophique, XX, II, (1886), 676-697.
57. Pierret Janet, L’Automatisme psychologique, París, Alcan, 1889, págs. 283-290.
58. Albert Moll, "Der Rapport in der Hypnose", Schriften der Gesellschaft für psychologische Forschung, Leipzig, Abel, III, IV (1892), 273-514.
59. Pierre Janet, "L’Influence somnambulique et le basoin de direction", III Internationaler Congress für Psychologie in München, 1896, Munich, J. F. Lehmann, 1897, págs, 143-147.
60. Ibid, Revue Philosophique, XLIII, I (1897), 113-143.
61. Paul Sollier, L’Hystérie et son traitement, París, Alcan, 1901, pág. 161.
62. Aubin Gauthier, Traité pratique du magnétisme et du somnambulisme, París, Bailliere, 1845, 20-75, 309-354.
63. Barón Du Potet, La Megie dévoilée, ou principes de science occulte, 3a. ed, París, Vigot, 1893, págs. 1-58.
64. R., Conde de Maricourt, Souvenirs d’un magnétiseur, París, Plon, 1884.
65. Charles Lafontaine, Mémoires d’un magnétiseur, 2 vols., París, Germer-B, Bailliere, 1886.
66. Auguste Lassaigne, Mémoires d’un magnétiseur, contenant la biographie de la somnambule Prudence Bernard, París, Baillière et Dentu, 1851.
67. Lichtenbergs Magazin für das Neueste aus der Physik und Naturgeschichte, IV, (1786), 201-203.
68. Henri Brunschwig, La Crise de l’état prussien a la fin du 18e siecle et la genése de la mentalité romantique, París, Presses Universitaires de France, 1947, págs, 197-200.
69. Xavier Leon, Fichte et son temps. II. Fichte à Berlin, 1789-1813; 2a. parte, París, Colin, 1927, 280-282.
70. Wilhem Gwinner, Arthur Schopenhauer aus persönlichem Umgang dargestellt, Leipzig, Brockhaus, 1922.
71. Arthur Schopenhauer, Versuch über das Geistersehn und was damit zusammenhängt, en Parerga und Paralipomena I. Sämmtliche Werke, IV, Leipzig, Reclam, s.d., pág. 304.
72. K. J. H. Windischmann, Versuch über den Gang der Bildung in der heilenden Kunst, Francfort, Andreä, 1809; Ueber Etwas, das der Heilkunst Noth thut, Leipzig, Cnobloch, 1824.
73. Joseph Ennemoser, Der Magnetismus nach der allseitigen Beziehung seines Wesens, seiner Erscheinungen, Anwendung und Enträthselung, Leipzig, Brockhaus, 1819; Der Magnetismus im Verhältnis zur Natur und Religion, Stuttgart y Tubinga, Cotta, 1842.
74. Johann Nepomuk von Ringseis, System der Medizing, Ratisbona, Manz, 1841.
75. Paul Sucher, Les Sources du merveilleuz chez E. T. A. Hoffmann, París, Libraire Felix Alcan, 1912.
76. E. T.A. Hofmann, Das Sanktus, en Sämtliche Werke, ed, Rudolf Frank, Munich y Leipzig, Rösl, IX (1924), 143-163.
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78. Henri Dominique Lacordaire, Conférences de Notre-Dame de París, II, París Saigner et Bray, 1847, págs, 467-470.
79. Fernand Baldensperger, Orientations étrangères chez Honoré de Balzac, París, Champion, 1927.
80. Paul Bourget, Au Service de l’ordre, I, París, Plon, 1929, pág. 243.
81. Joseph Adolphe Gentil, Initiation aux mystères secrets de la théorie et de la pratique du Magnetisme, suivie d’experiences faites à Monte-Cristo chez Alexandre Dumas, París, Robert, 1849.
82. Alexandre Dumas, Mémories d’un medecin, Joseph Balsamo, París, Fellens et Dufour, 1846-1848.
83. Fréderic Soulié, Le Magnétiseur, 2 vols., París, Dumont, 1834.
84. Ver "Robert Browning and Mesmerism", de Jerome M. Schneck, Bulletin of the Medical Library Association, XLIV (1956), 443-451.
85. Joseph Jackson, ed., The Philosophy of Animal Magnetism by a Gentleman of Philadelphia, Filadelfia, 1928.
86. Edgard Alan Poe, "The Facts in the Case of Mr. Valdemar", The American Review (diciembre 1845); Mesmerism in Articulo Mortis. An Astouding and Horrifying Narrative, Showing the Extraordinary Power of Mesmerism in Arresting the Progress of Death, por Edgard A. Poe, Esq., New York, Londres, Short and Co., 1846.
87. G. Mabru, Les Magnétiseur jugés par eux-memes. Nouvelle enquête sur le magnétisme animal, París, Mallet-Bachelier, 1858, págs. 512-517.
88. Un estudio de la literatura sobre el tema ha sido realizado por E. Menninger Lencherthal, Der Doppelgänger, Berna, Hans Huber, 1946, págs, 75-83.
89. E. T. A. Hoffmann, "Die Elixiere des Teufels", Sämtliche Werke, Rudolf Frank, ed., Munich y Leipzig, Rösl, IV (1924), 13-365.
90. Edgard Allan Poe, William Wilson, publicado primeramente en el Gentleman´s Magazine de Burton, octubre 1839.
91. Feodor Dostoievski, Dvoinik, publicado por primera vez en el periódico Otechestvennye zapiski (1846). Traducción inglesa, The Double, en The Short Novels of Dostoevski, con una introducción de Thomas Mann, Nueva York, Dial Press, 1945.
92. Gustave Simon, Les Tables tournantes de Jersey, París, Conard, 1923.
93. Camille Flammarion, Les Habitants de l’autre monde, révélations d’outretombe, París, Ledoyen, 1862-1863.
94. Patience Worth, The Sorry Tale: A Story of the Time of Christ, Nueva York, Holt, Rinehart and Winston, Inc, 1917; Hope Truebood, Nueva York, Holt, Rinehart and Winston, Inc, 1918; The Pot upon the Wheel, St. Louis, The Dorset Press, 1921; Light from Beyond, Brooklyn, Patience Worth Publishing Co., s.d.; Telka, An Idyl of Medieval England, Nueva York, Patience Worth Publishing Co., Londres, Routledge and Kegan Paul Ltd., 1928.
95. Casper S. Yost, Patience Worth: A Psychic Mystery, Nueva York, Holt, Rinehart and Winston, Inc, 1916.
96. Walter Franklin Prince, The Case of Patience Worth. A Critical Stidy of Certain Unusual Phenomena, Boston. Society for Psychical Research, 1927.
97. G. N. M. Tyrrell, Personality of Man, Baltimore, Penguin Books, Inc., 1947, págs. 134-143.
98. Jules Bois, Le Miracle moderne, París, Ollendorf, 1907, págs, 145-163.
99. Charpignon, Rapports du magnétime avec la jurisprudence et la médecine légale, París, Baillière, 1860.
100. Citado por Crocq, L’Hypnotisme scientifique, París, Societé d’Editions Scientifiques, 1900, págs, 267-269.
101. Barón von Schrenck-Notzing, "La Suggestion et l’hypnotisme dans leurs rapports avec la jurisprudence", IIe Congress International d’Hypnotisme, París, 1900, compte-rendu, París, Vigot, 1902, págs. 121-131.
102. Gustave Le Bon, Psychologie des foules, París, Libraire Félix Alcan, 1895.
103. Emile Magnin. L’Art et l’Hypnose, París, Alcan, 1907.
104. Hector Malot, Conscience, Paris, Charpentier, 1888.
105. Gilbert Augustin Thierry, Marfa. Le Palimpseste, Perís, Dumont, 1887.
106. Jules Claretie, Jean Mornas, París, Dentu, 1885.
107. George du Maurier, Trilby, Nueva York, Harper and Row, Publishers, 1894.
108 Guy de Mauppasant, "Le Horla" (1886); en Oeuvres Completes, XII, París, Louis Conard, 1927.
109. Leon Gozlan, Le Médecin du Pecq, 3 vols, París, Werdet, 1839.
110. Jules Claretie, L'Obsession-Moi et l’autre, París, Lafitte, 1908.
111. Charles Epheyre, "Soeur Marthe", Revue des Deux Mondes, XCIII (1889), 384-431.
112. Leon Hennique, Minnie Brandon, París, Fasquelle, 1899.
113. William Mintorn, Le Somnambule, París, Ghio, 1880.
114. Paul Lindau, Der Andere, I. Nueva York, Goldmann, 1893. Adaptación francesa, Le Procureur Hallers, en Petite Illustration, núm. 46, París, enero 1914.
115. Robert Louis Stevenson, The Strange Case of Dr. Jekyll and Mr. Hyde, Londres, Longmans and Co., 1886
116. Robert Louis Stevenson, "A Chapter on Dreams", en Across the Plains, with Other Memories and Essays, Nueva York, Scribner’s Sons, 1892.
117. Paul Bourget, L’Irreparable, París, Lemèrre, 1883.
118. Marcel Prevost, Le Jardin secret, Perís, Lemèrre, 1897.
119. Marcel Proust, "Le Temps retrouvé", en À la recherche du temps perdu, París, Gallimard, III (1961), 716.
120. Adrien Proust, "Automatisme ambulatoire chez un hystérique", Bulletin Médical, IV, I (1890), 107-108.
121. Hippolyte Taine, De l’Intelligence, 2 vols., París, Hachette, 1870.
122. Th. Ribot, Les Maladies de la mémoire, París, Bailliere, 1885; Les Maladies de la personnalite, París, Alcan, 1885.
123. Pierre Janet, The Major Symptoms of Hysteria, Nueva York, Macmillan, 1907, pág.78.
124. Elizabeth Ganne de Beaucoudrey, La Psychologie et la métaphysique des idées-forces chez Alfred Fouillee, París, Vrin, 1936, págs. 87-88.
125. Gilbert Maire, Bergson, mon maître, París, Grasset, 1935.
126. Henri Bergson, "Simulation Inconsciente dans l’etat d’hypnotisme", Revue Philosophique, XXII, II (1886), 525-531.
127. H. Bergson, Essai sur les donnes immediates de la conscience, París, Alcan 1889.
128. E. Spenié, Essais sur l’idealisme romantique en Allemagne, París, Hachette, 1904.
129. Paul Valery, "Svedenborg", Nouvelle Revue Françoise, CLVI (1936), 825-844; Oeuvres, ed. Pleiade, París, Gallimard, I (1957), 867-883.
130. Francis Galton, "Antechamber of Consciousness", reimpreso en Inquiries into Human Faculty, Londres, Dent, 1907, págs. 146-149.
131. Paul Chabaneix, Physiologie cérébrale. Le Subconcient chez les artistes, les savants et les écrivains, París, Bailliere, 1897.
132. C. G. Jung, Zarathustra- lectures (no publicado), Zurich, C. G. Jung Institute, Spring, 1934. Estos versos de Nietzsche pertenecen al poema "Sils-María", dedicados probablemnte a Lou Andreas-Salomé.
133. Jules Romains, Souvenirs et confidences d’un écrivain, París, Fayard, 1958, págs. 113-114, 235-239; Saints de notre calendrier, París, Flammarion, 1952, págs. 46-47.
134. Jean Delay, La Jeunesse d’André Gide, 2 vols., París, Gallimard, 1956-1957.
135. Entre otros muchos ejemplos, ver Henri Freeborn, "Temporary Reminiscence of a Long-Forgotten Language During the Delirium of Broncho-Pneumonía" The Lancet, LXXX, I (1902), 1685-1686.
136. C. G. Jung. Zur Psychologie und Psychopathologie sogenannter occulter Phänomene, Leipzig, Oswald Mütze, 1902.
137. Lou Andreas-Salomé, Friedrich Nietzsche in seinen Werken, Viena, Carl Konegen, 1894, págs. 189-190.
138. H. Wagenvoort, "Die Entstehung von Nietsches Geburt der Tragödie", Mnemosyne, Ser. 4, XII (1959), 1-23.
139. Régis Michaud, Autour d’Emerson, París, Bossard, 1924.
140. Paul Valéry, Autres Rhums, París, Gallimard, 1927; reimpreso en Oeuvres, ed, Plëiade, II, París, Gallimard, 1960, pág. 677.
141. Moritz Benedikt, Hypnotismus und Suggestion. Eine klinisch-psychologische Studie, Leipzig y Viena, Breitenstein, 1894, págs. 66-77.
142. Conde de Lutzelborg, Extraits des journaux d’un magnétiseur attaché a la Societé des Amis Réunis de Strasbourg, Estrasburgo, Librairie Académique, 1786, pág. 47.
143. Dr. Bonjour, "La Psychanalyse", Bibliothèque Universelle et Revue Suisse, año 125, vol. 97 (1920), 226-239, 337-354.
144. H. Bernheim, "De l'action médicamenteuse a distance", Revue de l´hypnotisme, 1888, pág. 164.
145. Henri Bergson, "Simulation inconsciente dans l’etat d’hypnotisme", Revue Philosophique, XXII (1886), 525-531.
146. Crocq, "Discussion d’une communication de Félix Regnault", IIe Congrèss International de l’Hypnotisme, París, 1900; París, Vigot, 1902, págs, 95-96.
147. J. Delboeuf, "De l’Influence de l’education et de l’imitation dans le somnambulisme provoqié", Revue Philosophique, XXXII, núm, 2 (1886), 146-171.
148. Martín T. Orne, "Implications for Psychoterapy Derived from Current Research on the Nature of Hypnosis", American Journal of Psychiatry, CXVIII (1962), 1097-1103.
149. Oskar Vogt, "Valeur de l´hypnotisme comme moyen d’investigation psychologique", IIe Congrèss International de l´Hypnotisme, Paris, 1900; París, Vogot, 1902, págs, 63-71.
150. Ainslie Meares, "The Y-State An Hypnotic Variant", International Journal of Clinical and Experimental Hypnosis, VIII (1960), 237-241.
151. Frederick W. H. Myers, "Multiplex Personality", The Nineteenth Century, XX (1886), 648-666.

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Christopher Bollas: Mental pain

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