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sábado, 28 de septiembre de 2013

Karen Souza, cantante de jazz...


Karen Souza, cantante argentina de jazz, magnífica voz aterciopelada (me recordó a Paticia Barber). Recién llegada a México... les recomiendo mucho el verla si tienen oportunidad. También los músicos que la acompañan son magníficos.

viernes, 20 de septiembre de 2013

The Honeymoon Killers o La voluptuosidad del amor - pasión. Julio Ortega B.





USA (1970). Blanco y negro. 108 min.
Título en español: Los amantes sanguinarios.



El film de Leonard Kastle es anómalo y fascinante por varios motivos, entre ellos, podemos contar el hecho de que es el único que se le conoce, opera prima y quizás el final de una carrera prometedora y  que resultó ser corta. Curiosamente, ha creado un culto que necesita hoy, explicación. A los espectadores jóvenes puede parecer aburrida y hasta insulsa en comparación con otras historias semejantes que corren con más tersura y refinamiento en su realización, como Natural Born Killers (1994), del disparejo Oliver Stone basada en un guión de Tarantino que ha sido, obviamente, inspirado en la misma historia y probablemente, en las repetidas pasadas de la cinta de Kastle a los ojos fascinados del muchacho Quentin. Otro filme emparentado con el que nos ocupa, es sin duda, la aplaudida en Cannes: Profundo Carmesí (1996), de Arturo Ripstein, que cuenta con variantes mínimas, pero con un toque de humor negro, la misma historia.  Las imágenes alucinantes de la pantalla fueron entresacadas de la realidad, el público norteamericano guardó durante mucho tiempo memoria de los horrendos crímenes  cometidos por Martha Beck y Raymond Fernández, dos sujetos marginales de esa sociedad de la opulencia que financiaron su pasión exaltada y complementaron su goce sexual, arrasando a mujeres solitarias como las que rondaban los clubes del corazón en las épocas anteriores al correo electrónico y el ICQ.
Se trata de una película de bajo presupuesto realizada con medios modestos y que corrió al margen de algunos de los estándares de la industria, sobreviviendo a las normas estrictas de los distribuidores que buscan seguridades sobre la recuperación de su inversión.
Un director de cine es uno de los personajes más extraños del mundo del arte, tiene algo de pintor, escritor, fotógrafo, pero sobretodo algo de Dios. Se dice que el guionista visitó a varios productores y directores cinematográficos para ofrecer la historia. Martin Scorsese fue elegido para ser el director, luego fue substituido por Donald Volkman, para finalmente terminar en manos del propio escritor para su realización. Kastle parece haber caminado, esperando encontrar a ese pequeño Dios que sacase la historia adelante  para finalmente saltar él mismo a la plató y darle ese tono extraño, grotesco y kitsch al filme que evoca el  estilo semidocumental que, dos años antes, utilizara  Georges Romero en su también película de culto que inaugurara el cine gore: “La noche de los muertos vivientes”.
La historia  está contada de una manera directa, obsesiva, sin concesiones al espectador y con una narrativa  a tono con los modelos de las películas Z de los años 40’s y 50’s referidas a temas detectivescos y policiales. Su primera media hora es, en este sentido, anodina. El planteo de los personajes, la interpretación un poco tiesa de los actores, la iluminación directa y los planos americanos  no hacen esperar demasiado del filme que cuenta de manera realista y seca los acontecimientos, aderezados con un toque leve de humor negro que supone, utilizar como fondo la música wagneriana favorita de los nazis.
Esa misma forma de narrativa puntual ¾un poco desesperante¾ se convierte en un mérito, cuando empezamos a ver en la pantalla los detalles de los crímenes de esos crueles amantes que no ahorran al espectador ninguna gota de sangre, mostrándonos al martillo y la lavadora  asesinas, el sexo inflamado al ardor del ansia criminal.
Shirley Stoler representa a Martha Beck en una actuación que le valió futuros papeles de Dominatrix en películas como Siete  bellezas (1976) de Lina Wertmuller, la  cantinera de Frankenhooker (1990), y la mujer que en Miami Blues (1990) expresa su disgusto contra Alec Baldwin cortándole sus dedos con un machete. Su impresionante porte, de ciento y tantos kilos la hace ver al espectador como una matrona lasciva sin ningún freno de  decencia, todo en su presencia llama al exceso.
Su personaje Martha al encontrar a su alma gemela decide con naturalidad recluir a su mamá a la que cuidaba con rencor soterrado, en un asilo.  Sigue, sin más, a su latin lover, el relamido Raymond Fernández. Queda fuera cualquier  consideración moral y ética, ella ha sido tocada por el amor ¾ pasión, esa extraña figura que Denis de Rougemont (1) ve aparecer en lo que llama la revolución  psíquica del siglo XII.
Esa transformación del ánimo parece haberse dado de golpe y privilegia el amor cortés sobre el matrimonio. Lo que se ama es el amor, el hecho mismo de amar. Se trata de abandonar la conciencia  y zozobrar en la sombra, entregarse a la pasión hasta morir, pues, la vida sin amor no vale nada. El fondo de esta inmersión de los corazones en la noche del deseo es, curiosamente, un deseo de saber, un modo de conocer, que sólo puede abrirse paso a través del sufrimiento.
Al parecer, este estilo de amar, está relacionado con el relajamiento de los vínculos feudales y por tanto, patriarcales. Esto trajo consigo un cuestionamiento a la autoridad del Señor y de las instituciones mismas, incluyendo a la iglesia. Es una especie de prerrenacimiento de la individualidad que tiene como manifestaciones más notables: el culto al amor y el nacimiento  de religiones dualistas como las de los cátaros y albigenses. Éstas últimas, que tuvieron su importancia en esa Europa medieval fueron exterminadas por el papado de manera salvaje y radical, quizá también  la iglesia hubiese querido eliminar al amor cortés mismo, pero: ¿Cómo extinguir las flamas del corazón?
Entre los resultados más importantes de esta rebelión del espíritu está la revaloración de la mujer y la divinización de la feminidad que podemos observar en los cantos y romances de los trovadores que exaltan al objeto de su amor con cualidades celestiales, al punto de retomar la fuerza de la  religión en un culto pagano al objeto de amor.
He aquí un par de ejemplos entresacados del libro de Rougemont que nos muestran esta pasión herética:

¡Tomad mi vida en homenaje, bella que me dais gracia, mientras me concedáis que por vos al cielo tienda! (Uc de Saint Circ)

Mejoro y me purifico a cada día que pasa, pues sirvo y reverencio a la dama más gentil del mundo. (Arnaut Daniel)


Cabe preguntarse cuál es la diferencia entre este género de amor, diferente al sostenido por los modelos griego y latino. No podemos ser exhaustivos en este análisis, pero anotemos tan sólo que el modelo griego platónico sostiene de una diferencia entre erastés (amante) y eromenós (amado) dónde el amante ejerce un papel activo y el amado es el de objeto de esa pasión. Por ello será más valorado siempre  el sacrificio del amado a favor del amante, pues pone en él un esfuerzo que va más allá de la  espontaneidad  y el sacrificio desprendido connatural del amante. También,  el amor más excelso en las categorías  clásicas es el de filia, que sobrepone el valor de la amistad a cualquier otro sentimiento.
El amor ¾ pasión supone reciprocidad, correspondencia, deseo de fundición no sólo de las almas sino de los cuerpos. Este amor se ve como un producto pleno en sí y no como un defecto de la razón, es colmado contra razón y lo que quiere es centellear sin importar la fuente del combustible, aún sean los cuerpos de los amantes.  No concordamos con Trías, quien en su “Tratado de la pasión” (2) vela la brillantez de algunas de sus tesis al afirmar que este amor supone necesariamente la heterosexualidad. Los amantes se quisieran sin sexo, fusionados más allá de toda diferencia.
Ese deseo de refundición se ve reflejado y prolongado en la petición de fidelidad que no encontramos en los latinos. Los ideales en juego en este tipo de amor demandan no sólo concordancia sino dependencia, franqueza más allá de la amistad y la compatibilidad total, sueños guajiros de los que están tan prendidos Beck y Fernández que están dispuestos a ofrendar la vida, exactamente de la misma manera que ustedes y  yo.
El amante en este esquema se comporta como un poseído que valora al amor por encima de cualquier otra cosa. Libertad, placer y felicidad se hallan muy por debajo de las aspiraciones del endemoniado, que quiere y se procura al amor mismo, no importa que implique sufrimiento o congoja. Los enamorados son náufragos que desean ser arrastrados al remolino, ahogados por la corriente y  ser hechos pedazos por una fuerza que se presiente poderosa e indomeñable, extraña e íntima al sujeto que ama.
Amor y muerte se encuentran en esa pasión, entrelazados intensamente y constituyendo  las dos caras de una misma moneda. La liga que los une es ese deseo imposible  de aspirar a ser uno, que los condena a ser víctimas de un ímpetu que no duda en intentar formar con los pedazos desbaratados de la carne de dos, al gracioso ser andrógino del que Platón nos habla a través de la boca de Aristófanes en esa borrachera maravillosa que conocemos como El Banquete. Allí encontramos, también, como origen del demonio Eros, el encuentro fortuito y propiciado por el alcohol entre Penia  (la pobreza) y Poro (el recurso). El amor ¾ pasión rechaza ese origen, se trata más bien, del encuentro de destino entre el fuego y la carne.
La palabra que describe este juego mortífero es pasión. Si desglosamos cuidadosamente el término y encontraremos ciertas fallas si tratamos de interpretar a la pasión según el modelo tomista de acto y passio. La pasión es pasiva porque supone el abandono, pero a su vez,  es activa pues supone una positividad espontánea que induce a la acción. La pasión, es así, sensación de poder (que no significa necesariamente:  poder). Pasión es padecimiento pero también  dicha por padecer. El amante pierde el sueño, baja o sube de peso, se viste y se desviste compulsivamente, conjetura y en base a sus obsesiones echa a funcionar la máquina de su cuerpo hasta alcanzar altas velocidades destinadas a quemarla.
¿Qué inflama la pasión de los amantes? ¿Acaso es la belleza del cuerpo? ¿Quizá la del alma? La respuesta no puede ser sino freudiana: el brillo de la nariz. Eso que convierte en fetiche al objeto de amor. Para el público lego expliquemos con calma esta cuestión, en el  artículo sobre El fetichismo de 1927 (4) nos informa Freud de cómo se elige al objeto fetiche. Nada esencial hay en él que lo convierta en ese objeto especial... nada sino la mirada de linterna del amante que rebota en la nariz del amado y le proporciona ese brillo cegador que vuelve deslumbrante al objeto amado. De manera magistralmente poética, encontramos esta idea en esa pequeña obra maestra de Carson MacCullers que lleva el nombre de  La balada del café triste (4), ahí podemos leer:

Hay el amante y hay el amado y cada uno proviene de regiones distintas. Con mucha frecuencia el amado no es más que un estímulo para el amor acumulado durante años en el corazón del amante. No hay amante que no se de cuenta de esto con mayor o menor claridad; en el fondo sabe que su amor es un amor solitario.

Para quienes no han leído esta novela, la recomendamos entusiastamente, encontraran allí muchas coincidencias con lo que sucede entre Martha Beck y el tal Fernández (Tony Lo Bianco).  Por supuesto que no es la belleza  de las almas, ni la de los cuerpos, la que determina el amor, más bien, se trata de una llama que arde solitaria en el faro del corazón del amante y que lanza su luz a esa oscuridad de los objetos, a través de las ventanas que son los ojos.
Llevemos la metáfora más lejos, en el amor ¾ pasión, esa luz no es blanca, sino teñida del color de nuestras ilusiones y es por eso que el objeto de amor se ilumina con un resplandor que disimula sus asperezas y  desniveles, para ofrecernos al amado como una superficie lisa y perfecta, su cuerpo real no es sino una pantalla de proyección de nuestras fantasías y ensueños. 
Martha cede al crimen espontáneamente porque percibe que el lugar de cómplice, la hace una compañera puntual, correspondiente de su amado. La sangre la baña de luz y su cuerpo se convierte en el hogar maternal e incestuoso de su amante, que más que buscar un compinche quiere la mirada de un testigo que admire y goce sus crímenes. Pero Martha va más allá de ser espectadora, los celos la empujan a ser coautora de los asesinatos y entra en una vorágine que le lleva a rivalizar con la crueldad de Raymond. Finalmente, comprende que a pesar de la culpa compartida, la fusión de los amantes no puede ser total, que uno más uno da siempre dos. Ese descubrimiento  la llevará a entregar a la justicia al mismo objeto de su amor, culpable, no de los espeluznantes crímenes que hemos visto en la pantalla, más bien, de no diluirse y perderse para siempre en los pliegues de esa masa de carne hasta ser uno totalmente  con su amada.
El final de la película es tan espantoso, a su manera, como todo lo que hemos visto anteriormente y no le pide nada prestado a cineastas maduros y contemporáneos como el gran Kieslowski.
Nos preguntamos sobre Kastle y sus impresiones después de ver su filme, no sabemos de cierto este hecho, pero no nos parece descabellado adivinarlo enfrentado a su obra como a la de un desconocido ¿Por qué no? Cómo quien observa su crimen horrendo, cometido sin conciencia,  que de pronto, salta a la vista en la forma de un cuerpo yaciente y sin vida. Lo imaginamos horrorizado, culpable y víctima de una repulsión sin medida, no lo vemos satisfecho de su obra, sino mortificado... abandonando el trabajo de director de cine a quien pueda tener más estómago.



Notas:
(1) Rougemont Denis de (1978). El amor y occidente. Ed. Kairós. Barcelona.
(2) Trías Eugenio (1998). Tratado de la pasión. Editorial Mondadori. Madrid.
(3) Freud Sigmund. (1927) El fetichismo. Freud Total 1.0. CD Room. Ediciones Nueva Hélade.
(4) Carson MacCullers (1971). La balada del café triste. Ed. Salvat. España.

martes, 10 de septiembre de 2013

En la quietud de la noche o Bajo Sospecha (1982). Dirigida por Robert Benton. Fotografía Néstor Almendros. Roy Scheider, Meryl Streep, Jessica Tandy.




La película En la quietud de la noche o Bajo Sospecha, es una súper producción hollywodense escrita y dirigida por Robert Benton, quien había sido muy celebrado por su película anterior, premiada con nada menos que 9 Oscars: Kramer vs. Kramer, y había adquirido fama como intimista de realidad cotidiana. Demuestra hasta qué punto se puede sobrevalorar a un director y por supuesto, reproduce de manera puntual todos los prejuicios y mitos acerca de un psicoanalista y del psicoanálisis en general, haciendo un filme que intenta retomar el consabido género cinematográfico del thriller psicológico desarrollado a su máxima dimensión por Alfred Hitchcock, sin el genio cinematográfico del inglés, y sin la imaginación visual de otro director norteamericano que exploró ese tipo de dramas y hoy casi olvidado: Brian de Palma, director de clásicos del cine de terror como Carrie, Las  gemelas satánicas y Vestida para matar.
De entre mis recuerdos la saqué para comentárselas, pensando en que quizá nos sirviese para tocar algunos de los mitos más comunes acerca de un tratamiento psicoanalítico, la vi en 1982 cuando estaba al final de la carrera de psicología en la UNAM y me había adentrado por la libre en el mundo del psicoanálisis en un mundo muy distinto del que nos muestra la película. Un psicoanálisis que estaba influido por el estructuralismo y el marxismo, y en el cual parecía obvio que el psicoanálisis sólo habría de sobrevivir vinculado a la ideología marxista, así cómo algunos piensan hoy que el psicoanálisis sólo puede ser una disciplina seria, y sobrevivir, ligado al discurso de Lacan. Mi opinión hoy es que, aún valorando al psicoanalista francés como una piedra de toque del psicoanálisis contemporáneo, no podemos repetir sus fórmulas cual si fuesen dogmas, a menos que consideremos al psicoanálisis como una religión, lo cual nos haría caer nuevamente en el abismo de los ideales que atormentaron el siglo XX aún cercano.
En ella, encontramos a Roy Scheider como un exitoso psicoanalista - psiquiatra neoyorkino, que se acaba de separar de su mujer (como tantos otros analistas que pasan por varias separaciones y encuentros), que tiene un bonito consultorio con pisos de madera, usa siempre corbata cuando atiende, y carga en su cartera tarjetas Mastercard, Visa, American Express, es un sujeto refinado que sin embargo, tiene un Edipo severo con su madre que también es psicoanalista y que tiene una actitud de franqueza y apertura curiosa que hace que él comente sus casos con ella en un tête à tête, dónde ella el aconseja qué hacer con sus pacientes, y con la que discute de la manera más idiota posible, la traducción de los sueños de sus pacientes. La película es una mezcla de ignorancia del psicoanálisis, una magnífica fotografía del grandioso Néstor Almendros que ustedes conocen por La Laguna Azul, el mismo Kramer vs. Kramer citado, y pésimas actuaciones de grandes actores, que fueron fieles a los deseos de Benton, y ofrecieron unos performances más tiesos que intensos para sus personajes (La única escena memorable del filme parece ser la del masaje en desnudo de Meryl Streep).
Reproduce un mundo high class que en EUA tiene acceso al psicoanálisis basado en esa psicología del Yo que tanto odiaba Lacan y que pensaba había prostituido al psicoanálisis al servicio de los intereses de adaptación de una sociedad de consumo, con ansia por la superficialidad, la competencia, la vida reglada por el dinero, el snobismo, y la imagen. El piso de lujo de Schneider, nos muestra sin embargo, una vida miserable por parte del analista que busca cualquier oportunidad para buscar a su mamá y platicarle sus más íntimos secretos.
En una de las escenas nos adentramos en una subasta de arte como las que caracterizan a Sotheby’s dónde se subastan obras que alcanzan precios extraordianrios y que son disputadas por un público que no repara en gastar hasta un millón de dólares en lo que se define como una obra de arte.
El analista ha sufrido la pérdida de un paciente que fue apuñalado aparentemente por una mujer y que sostenía un amorío con una sofisticada y hermosa rubia que lo visita para pedirle el favor de devolver el reloj del amante a su esposa. Él - ¡Cómo no! - cede sin más a la demanda y accede a realizar el favor a la chica de la que se enamora a primera vista. Por ella “se vuelve cómplice de un crimen, oculta pruebas, obstruye la justicia, puede ir a la cárcel, y gasta 15 mil dlls en una pintura que no le gusta”.
El detective a cargo del caso, le pregunta al médico psiquiatra (y en la película no hay diferencia entre un psiquiatra y un psicoanalista) de qué enfermedad trataba al paciente, a lo que el analista responde que no podría violar el secreto profesional y proporcionar datos sobre su paciente, lo que no obsta para que más tarde se relacione amorosamente con su ex – amante, cediendo de alguna manera a la seducción, no tanto de la guapa Meryl sino del grosero paciente que se la pasa vacilando al doctor, diciéndole que ella es su tipo, su novia, y finalmente empujándolo al pasaje al acto que representa cortejar a la amante que dejará vacante después de su asesinato.
Uno se preguntaría si para un analista sería posible ceder así de fácil a las fantasías del paciente y relacionarse con la rubia en cuestión, sin detenerse a pensar un poco sobre las implicaciones éticas que supondría meterse en el mundo de su paciente, más aún, fallecido en circunstancias tan misteriosas. Incluso, la trama misma, hace sospechosa a la dama en cuestión, de ser la asesina, él lo sabe y aún así la protege en diferentes momentos.
A lo largo del filme se ofrecen flashbacks de las sesiones con Josef Sommer, que demuestra una soltura moral que raya en el cinismo, para desde su posición de jefe, acosar sexualmente a sus empleadas sin ningún escrúpulo e iniciar relaciones amorosas, sin importar su condición de casado. Uno se pregunta, al oír el contenido de las sesiones cuál es su encanto y qué es lo que sus sofisticadas, hermosas empleadas ven en tremendo pendejo.
Una de las escenas claves de la película, es un sueño del paciente muerto, y en el que cruza un bosque misterioso y se acerca a una casa aparentemente abandonada, obscura y en la que se adentra para encontrar una cajita verde, una niña siniestra con un osito al que le arranca un ojo que sangra, manchando la ropa de la chica y sus piernas expuestas por su faldita corta. En balde podría interpretarse el sueño como un enfrentamiento del paciente con la mujer o incluso un rastro de pedofilia, aún cuando para cualquier analista freudiano clásico, podría tener resonancias a la sexualidad femenina, la menstruación y la castración. Inútil cualquier razonamiento de este tipo, pues para los dos analistas (madre e hijo), remite a la madre, a una hermana, a un recuerdo, quizá a la figura violenta de la asesina. La madre, de hecho, supervisa el caso con la conclusión de que el analista debería llamar a la policía, y no correr ningún riesgo.
Por supuesto, todas estas tonterías, pasan por alto la soledad del analista siempre en su trabajo, su riesgo siempre presente, y su disposición para la escucha, su capacidad de soporte del discurso del paciente, su paciencia y finalmente el hecho de que el analista no está para interpretar de manera simple y hermenéutica el discurso del paciente, sino que el analista no es otra cosa que una de las voces del propio analizante.
Roy Scheider, parece que se ha excitado bastante con el relato de su paciente muerto y quiere probar suerte con la rubia. Está dispuesto a arriesgar su vida, incluso es asaltado en Central Park y pierde cartera, abrigo; casualmente sobrevive porque el asaltante es confundido por la chamarra exclusiva, sacrificado por la asesina, otra amante del comerciante de arte.
Meryl Streep parece que también ansia relacionarse con el analista. El amante muerto, parece haber sido un simple puente para llegar a un hombre más interesante, más culto y más guapo. El analista en este caso, ignora por completo el asunto que involucra centralmente a un psicoanálisis  y que llamamos transferencia. Para él, todos los sentimientos que despierta en su paciente son reales, incluso parece querer vengarse de su paciente que lo desprecia, acostándose con la amante. También el amor de la fulana en cuestión es real, él se encuentra fascinado por la imagen y desprecia cualquier análisis detenido de la situación que le llevaría a buscar más bien a un analista, y empezar a contarle su vida a alguien que no fuese su mamá.
De hecho, la ética y los escrúpulos que debieran caracterizarle, ceden a su deseo y su búsqueda de amor. En la escena final de la película, dónde descubre la casa del sueño, decide contarle sin problema a la ex – amante, el contenido de la sesión del sueño misterioso, llegando a la conclusión de que todas las escenas tienen un sustento concreto y real, traumático, que es verificado por el relato de esa mujer cuya madre ha muerto siendo ella niña, en condiciones misteriosas, y cuyo padre es un perverso que la ha puesto en contra suya. La misma rubia, le llega a decir a Schneider: “No sé por qué haces todo esto”. E incluso traduce el sueño, atendiendo a las resonancias lingüísticas, más que a las imágenes que tanto fascinan a Scheider, para convertir en un texto las escenas de la experiencia onírica.
La interpretación de ese sueño, lleva a una escena traumática que ella cuenta y que consiste en una pelea con su progenitor, en la que accidentalmente, ella lo mata para volverse una histérica, que necesita ser masajeada desnuda tres veces por semana, además de buscarse flamantes amantes con mucho dinero.
Todos los errores técnicos posibles en los que caería un analista, los comete Roy Scheider empezando por no cobrarle a su primer paciente que dice que no puede darse el lujo de pagar un análisis y a lo que él responde: “Sólo porque no tiene usted dinero, cree que lo dejaría de atender… nos vemos la próxima sesión”.
Uno de los mayores méritos de Freud ha sido concebir el peso de la realidad psíquica, de la inutilidad de la presencia del trauma que puede o no estar. Nos ha llevado a concebir que podemos enfermar no sólo a partir de hechos, sino de la imaginación. Para Benton, que ha hecho una película sobre un psicoanalista sin tomarse nunca la molestia de leer a Freud, todo esto es simple utilería para confeccionar un pobre drama psicológico a partir de una mediocre novelita de detectives.
Hitchcock tenía a su lado a Joseph Stefano, un guionista que hizo años de análisis, y que tenía lecturas de Freud, cuando realizó el guión del clásico del cine de terror y de suspenso: Psicosis, que ante la pobreza de los guionistas modernos, fue repetido una y otra vez en el cine, y ha derivado hoy día en la pésima serie de televisión Motel Bates. Benton, no se ha tomado la molestia de tratar al psicoanálisis más que por la superficie, de hacer pedazos la práctica freudiana y volverla un pretexto para construir personajes sin ninguna profundidad.
La traía hoy día a ustedes, para demostrarles que se puede construir un discurso sobre un tema como el psicoanálisis sin realmente haber tenido contacto con el psicoanálisis, sin haber profundizado en las consecuencias de la teoría y la práctica de este saber. También se puede construir libros y discursos sobre el psicoanálisis sin haber pasado por análisis y sin ninguna ética profesional, y a pesar de eso llegar a ser un autor consagrado. Se hace literatura, un poco al estilo de Benton, literatura de ficción sin el peso verdadero que asienta al discurso analítico.
Me preguntaba una alumna hoy en clase de Introducción al psicoanálisis, cómo se distingue un analista “bueno” de uno “malo”, le respondía: por la práctica, por la recomendación de sus pacientes que han pasado por un proceso de cura bajo su dirección y han realizado cambios en su vida positivos; por su trayectoria, su pertenencia a una institución, su interés por la escucha del paciente, su exposición social, pero sobre todo por su posición analítica ética, que va más allá de actuar sus conflictos con sus pacientes, aconsejarlos o entrometerse en sus vidas directamente. Diría yo también, y desgraciadamente, por la experiencia, de la misma forma que se reconoce una película mala (pésima en este caso) de una buena.

Comentario hecho por Julio Ortega B. en el Cineclub del CPM Xalapa, Veracruz. Todos los lunes se realiza esta actividad en Rayón # 44. Xalapa, Centro. 


Christopher Bollas: Mental pain

Conferencia de Christopher Bollas: Mental Pain.