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domingo, 17 de febrero de 2019

En los reinos de lo Irreal: Henry Darger (2004). Un filme de Jessica Yu.

Impresionante filme de Jessica Yu sobre un personaje solitario, soñador, aislado del mundo, con una historia de marginalidad y sufrimiento que conmueve nuestros corazones, por mostrarnos hasta que punto la gente sencilla con la que nos cruzamos en la calle, la oficina, la escuela, guarda historias increíbles que jamás conoceremos. Un documental premiado, extraño y fascinante sobre la locura y los sueños de un hombre apartadio de la vida, un artista desconocido que nunca buscó el reconocimiento de nadie... la muestra de que la sublimación no es un problema sencillo. sino un proceso de desubjetivación del Otro, que produce en el plano imaginario, una inversión de las relaciones entre el yo y el otro, según Lacan. El olvido del Yo para caer en un mundo imaginario... dónde se eleva el objeto a la dignidad de La Cosa. 
También un caso que demuestra hasta qué punto es común y corriente un desconocido que alberga una "psicosis silenciosa" sin que nadie lo note y sin dañar al prójimo. Dramática y escalofriante salida a una mente atormentada. Si desean más información acerca de este complejo problema les recomiendo el artículo de Modesto Garrido: Alrededor de la sublimación o del cambio de objeto al objeto del cambio.  aparecido en el No. 1 de la Revista Carta Psicoanalítica.







miércoles, 10 de octubre de 2018

Cuatro tipos de amor


En lenguaje moderno, la palabra amor engloba una diversidad de sentimientos y emociones. Los griegos de la era clásica, sin embargo, eran más precisos. Tenían por lo menos cuatro términos para describir distintos aspectos del amor: storgē, philía, éros y agápē. 

Storgē todavía se emplea en el griego actual y más o menos corresponde a nuestro vocablo afecto,particularmente el que existe en el seno de una familia. También se puede emplear en el sentido de soportar oaguantar; como sabemos la mayoría, ese era el amor que abrigábamos por nuestros hermanitos cuando éramos chicos. Es un amor que se nutre de la tolerancia y el conocimiento. 

Philía también sigue usándose en griego moderno. En el griego clásico describía un amor virtuoso, desapasionado, que inspira lealtad. Actualmente equivale a amistad.

Éros, por contraste, sí representaba un amor apasionado, más intenso y profundo que la simple philía. Es el amor que se da en un matrimonio saludable o en una amistad muy estrecha. Sócrates sostuvo un famoso debate sobre el éros con sus alumnos, el cual quedó luego relatado en El banquete o El simposio de Platón. El mismo Platón refinó la idea expresando que no se trataba tanto de amor por una persona, sino de amor por la belleza de una persona. De ahí derivó la idea de una relación platónica, que es una relación sentimental sin connotación sexual.En la Biblia griega o Septuaginta —traducción del Antiguo Testamento que se terminó de hacer antes del nacimiento de Cristo— se recurrió con frecuencia el verbo agápao para describir diversos tipos de amor, que abarcaban desde la piedad divina hasta la pasión erótica. 

Fue precisamente en esa obra en la que el sustantivo agápē, el cuarto término empleado para expresar el concepto de amor, hizo su aparición en la literatura griega como figurativo del género más profundo de amor. Asoma con bastante regularidad en el Cantar de los cantares, ese sublime diálogo entre dos amantes atribuido al rey Salomón y que muchos exégetas bíblicos consideran evocativo de la relación entre Dios y los creyentes. También implica el gusto de dar sin esperar o recibir a cambio, dar, simplemente por el gusto de dar. Los autores del Nuevo Testamento fueron más lejos y emplearon agápē para encarnar los más altos ideales del amor. Un ejemplo de ello es el capítulo 13 de la Primera epístola de Pablo a los corintios. El término agápē aparece 250 veces en el Nuevo Testamento, incluida la famosa declaración de Juan el Apóstol, ho Theos agape estin: Dios es agape.

jueves, 11 de enero de 2018

FREAKS (ANIVERSARIO-DOCUMENTAL) Subtitulado al español



Una película fascinante, extraña con muchos elementos repugnantes pero que precisamente atrae la atención por ello. Quizá hoy en día no se filmaría debido a las restricciones y prejuicios sobre la expresión artística. Si no la han visto, búsquenla... es un clásico que vale la pena ver.

sábado, 11 de noviembre de 2017

La muerte de Eugenio Abraham Palomo.



Él - La noche de ayer fue extremadamente larga, mis pesadillas más terroríficas se combinaron con la noticia de la muerte de Eugenio Palomo. Cuándo R. me envío un mensaje dónde me mostraba que en el Facebook alguien preguntaba por la hermana de Eugenio pues éste se encontraba en un estado de salud grave, yo estaba a en el comienzo de un seminario sobre clínica psicoanalítica que doy los lunes, y sólo pude responderle que en unos minutos me pondría al tanto y averiguaría que pasaba. Al terminar, busqué en el dichoso Facebook noticias y me topé con una entrada puesta por M. el dueño de la librería Hyperión de Xalapa, dónde comunicaba la pena que sentía por la muerte de nuestro mutuo amigo. Luego, ya ves, se comunicó H.  para darnos la noticia en el diario de Xalapa. Decía el periódico que el casero había ido a cobrar la renta, vio entreabierta la puerta, se asomó por la ventana y vio un cuerpo tirado, decidió entrar y lo encontró junto a un librero, quién sabe cuánto tenía allí, dicen que no mucho pues el cuerpo no olía. Después, al hablar con M. me dijo que había gente que lo había visto hace unos tres días y que lo había visto deteriorado, la muerte parece haber sido a causa de una bronconeumonía, complicada con un ataque al corazón, una de esas enfermedades producto del descuido médico y la desatención personal.
Ella – No pude dormir tampoco anoche bien, di muchas vueltas pensando en si no pudimos hacer nada más por él ¡Cuántas charlas con él, quien fue nuestro primer amigo en común al principio de nuestra relación! ¿Te acuerdas que hubo un tiempo en que todos los días comíamos con él? ¿Por qué tuvo que morir así? R. me ha dicho que su historia es muy triste, pero yo creo que jamás lo vi triste… no sé qué pienses.



Él – No la verdad que jamás lo vimos triste y siempre fue muy animoso. Él no tenía tiempo para deprimirse por las penas de este mundo y alguien me dijo que hasta tuvo una pareja aquí en Xalapa, él nunca habló de eso, era discreto respecto a esos temas. Creo que sus  amigos más importantes fueron Aristóteles y Hegel, además tuvo como interlocutores a Marx y a Althusser. Si te puedo decir que eligió vivir como vivió, fue un hombre sin dobleces, ni mentiras. Siempre preocupado por compartir lo que sabía con otros que se le acercaban como moscas a la miel. Despreciaba a los que se decían filósofos y decía que no eran sino burócratas académicos. Conocía tanto de Freud como yo y lo mismo de Tausk o de Reich, las pláticas que tuvimos con él eran juguetonas y demoledoras. Pienso que hicimos por él todo lo humanamente posible, si hubiésemos sabido que estaba enfermo, allí habríamos estado, pero él quiso alejarse, no sé bien por qué, quizá para no molestar.
Ella – ¿No acabaré yo cómo él? La verdad tengo miedo.
Él –  Creo que todos tenemos miedo de acabar así, pero no pienso que eso te pase a ti o mí. Él fue producto de circunstancias y una época particulares. Creo que eso lo hizo tan libre como era, tan genial y a la vez tan loco. Pocas personas se atreven a vivir como se los dicta su deseo y en su caso, su único deseo era compartir lo que sabía, que era mucho. El alma se me quiebra al recordar todo esto.
Ella –  Me recuerdo que su familia no quería que leyera, buscaban que se alejara de los libros pues su vida estaba destinada al campo. Él escapaba de noche y se subía a un árbol para alumbrarse con la luz del farol, decía que así se había acabado la vista y que por eso usaba unos lentes tan gruesos. Después la familia se trasladó a vivir a Monterrey, y junto con un hermano iba a vender tacos y aguas en la madrugada a la zona de prostitución. En lo que esperaba a los clientes se dedicaba a leer a Homero y Hesíodo ¿Te recuerdas que llamó a sus perros como héroes griegos y sólo tenía 9 años? Así esos compañeros callejeros eran Hécuba y Príamo. Estudió filosofía, me parece que había sido compañero de Mauricio Beauchot quien lo apreciaba mucho, y también había estudiado cine.
Él –  Sí, en el CUEC.
Ella –  Es posiblemente el único filósofo de carne y hueso que he conocido.
Él –  Uno lee esas historias como la de que Heráclito vivía en un barril y que sólo comía lentejas.
Ella –  No, Diógenes de Sínope, quien nunca predicó el amor a las cosas materiales.
Él –  Es cierto, Diógenes, el cínico, aquél que enfrentó a Alejandro cuándo le preguntó qué es lo que deseaba y le contestó: Aléjate de mí, que estás tapando el sol con tu sombra.
Ella –  Recuerdo muy bien que no paraba de hablar cuando empezaba, en cierto modo era gracioso, y cómo tenía una facilidad para abordar prácticamente cualquier tema. Con él, hablé mucho sobre Filosofía de la Religión, que es algo de mi mayor interés y a pesar de ser un filósofo marxista, materialista dialéctico, consideraba que era un tema de suma importancia.



Él –  ¿Te acuerdas de esas pláticas sobre la importancia de Einsenstein y Pudovkin? También hablamos de Dziga Vértov, de mi favorito Bergman, Klossowski y George Cúkor, veíamos cine juntos los fines de semana. Fueron tiempos en los que no nos sobraba el dinero y que sin embargo, la pasábamos muy bien, compartiendo nuestro tiempo con nuestro amigo. Recuerdo muy bien de cómo vimos El exorcista de Friedkin alguna vez, o Shane el desconocido. Le encantaba Tarkowsky al igual que Hitchcock. Pasar tiempo junto a él era bañarse de ideas y puntualizaciones sobre las cosas que iban surgiendo en cascada.
Ella –  ¿Recuerdas ese viaje que hicimos juntos a Veracruz? ¡Cómo recorrimos San Juan de Ulúa! Creo que entonces traías la Lumix y nos tomamos unas fotos ¿No las tendrás por ahí? Me acuerdo que hasta el tripié llevabas, nos tomaste a los tres ¿Podrías pasármelas? Íbamos en la carretera y él no paraba de hablar de Cioran y de Kavafis. Recuerdo mucho esa comida junto al mar.
Él – Sí con gusto, déjame buscarlas. No sé por qué he dejado la fotografía de lado, voy a tratar de cargar más la cámara. Él me recuerdo que conocía muy bien a los fotógrafos del siglo XX, fue para mí una sorpresa reencontrarme con Cartier – Bresson, Robert Capa y Ansell Adams, en sus comentarios y relatos. Respetaba profundamente el psicoanálisis, había conocido a algunos analistas, no para analizarse sino para entablar discusiones con ellos. Tal vez,  a través de Mauricio Achar para quien trabajaba en la Libería Ghandi y que le pedía que lo acompañara en sus diálogos con intelectuales, filósofos, a casi todos les corregía la letra, contaba que muchas veces salía peleado con esa gente y diciéndole a su jefe que ya no lo acompañaría. Mauricio fue generoso también con él, además de su sueldo, le enviaba un cheque adicional cada mes cuando fue gerente de la Ghandi Xalapa, a él le daba igual.



Ella –  ¿Te acuerdas también cuándo por ahí de 2003, cosa así, salió un número especial de la revista Proceso? Estaba completamente dedicado al Subcomandante Marcos y revelaban su identidad como Sebastián Rafael Guillén. Al final de uno de los reportajes decían que había dado clases en la UAM y que se sabía que su mejor amigo se llamaba Eugenio Abraham Palomo Alvarado, quien era el gerente de una librería Ghandi en Xalapa. Al día siguiente, cuando nos vimos para comer, traía la revista en la mano, y nos dijo: “Eso que están publicando allí es mentira, yo no conozco a esa persona, no sé por qué publican semejantes tonterías”. Pero esa misma semana estaba renunciando a la gerencia de la librería sin ningún motivo aparente.
Él –  Y le ayudamos a cambiarse de casa. Fuimos a esa vivienda  de dos pisos que rentaba por la colonia Progreso, un fin de semana. Entramos y nos encontramos con una cantidad de libros cómo no había visto en mi vida en una biblioteca particular. Eso sí, todo desordenado y sucio el panorama. Pero lo que menos le importaba a él era el polvo… tenía su mente puesta en otras cosas más importantes.
Ella –  Nos preguntamos dónde estaba el comedor: ¿Por qué no había sala y por qué no tenía agua caliente la casa?
Él –  Incluso no tenía exactamente una recámara. Parecía que dormía en el piso como a descampado. Quizá cómo preparado para salir de allí en cualquier momento. La verdad no lo sé, pero eso no le avergonzaba o incomodaba de ningún modo. Te digo que como gerente de la librería pudo haberse comprado todo, vivir con comodidades, simplemente no le importaba. Prefería hacerse de libros y ahora sabemos que fue también generoso con algunas personas siempre que pudo hacerlo.
Ella –  Luego nos pidió permiso para dejar todos esos libros en nuestra casa. Ocuparon no sé cómo toda una habitación. Del piso al techo no podía meterse nada más. Incluso costaba trabajo abrir la puerta.
Él –  Y nosotros consentimos, pero eso duró meses y meses, por un momento creí que nos iba a dejar para siempre esas cajas. No sé bien qué será de tanto libro, luego llegó con un camión y me dijo que ya no era necesario que los guardáramos. Yo no sé dónde habrá quedado todo eso… pienso que lo que a él le hubiera gustado es que todo fuera a parar a una biblioteca pública.



Ella –  También clonaba libros de interés ¿Te recuerdas de cómo llegaban a ser casi como los originales? Estoy pensando en el libro sobre Foucault de Dreyfus y Rabinow, y los libros de psicoanálisis como el de Otto Rank sobre El Doble. Todavía lo llegué a ver en el centro hace poco y te dije.
Él –  Incluso fue a verte una tarde al trabajo. Un señor de la vigilancia, muy amable, pensó que era un maleante que venía a buscarte por el aspecto que la ropa raída le daba. Me pareció muy chistoso eso que contabas. 
Ella –  No exactamente. Pero sí me preguntó si quería que él se quedase mientras conversaba con ese desconocido. Lo veía asistir de vez en vez al cineclub que había allí en la Unidad de Posgrado.
Él –  Recuerdo también que en un momento dado, estuvo viviendo con nosotros cuando no tenía a dónde ir. Eso duró algunos meses, cuando vivíamos por el bosque  de Briones. Salía a pasear con el perro labrador que teníamos, jugábamos dominó los fines de semana. Éramos como parte de su familia y él nos consideraba así. No sé qué pasó al final, porque nunca nos peleamos ni nada por el estilo. Todavía el año 2016 para 2017 estuvo en la cena de Año Nuevo brindando y comiendo pavo, creo que el año pasado a ese también había estado presente, incluso tuvo un desencuentro digamos ideológico con G en casa, que tuve que pedirles cambiaran el tema.
Ella – Solamente lo vimos que perdió los estribos una vez, cuando K le dijo que con qué autoridad se atrevía a decir lo que decía, si no era un investigador, ni siquiera un profesor universitario y no había terminado una carrera, le dijo que sólo era un pinche librero. Y allí él lo mandó al carajo, porque no iba a permitir que lo ofendiera desde su altar institucional.
Él –  Fue una situación muy difícil, porque Palomo sabía lo que decía siempre, no hablaba nada más por hablar, tenía además una actitud generosa con el otro para orientarlo en lo que pudiese interesarle. Probablemente no escuchaba mucho cuestiones personales o quejas, porque a él siempre le movía el interés racional que trascendía a las personas en particular.
Ella –  No es del todo verdad eso ¿Te acuerdas que una vez nos trajo una barbacoa riquísima que hacían por su casa? ¿Qué llegaba a comer y trataba siempre de traer algo, una botella de vino o una barra de pan? ¿No te acuerdas cómo festejaba lo que cocinábamos?
Él –  Aún me resuena el tono de su voz en la cabeza. Y ni decir de la música... le gustaba la música clásica, el jazz, el blues y el rock ¡Cómo disfrutamos oír Leonard Cohen con él, B. B. King, y también James Brown, por no decir Coltrane o Billie Holiday! 
Ella –  A mí también, me parece increíble que ya no lo veremos, nunca vamos a volver a conocer alguien como él. Me acuerdo cómo me regaló en un cumpleaños el Martillo para las brujas de Kramer y Sprenger, que en ese tiempo antes del internet era muy difícil de conseguir. Y también en el 2000 nos trajo una serie de libros sobre el cambio de siglo, que aún tenemos por ahí.
Él –  Lo vamos a extrañar mucho. Era un visionario. Siempre pendiente de la política y siempre con un criterio de izquierda… cómo bien dices… era un materialista, él sabía que después de la muerte sólo está el abismo de la Nada y no le preocupaba en absoluto. Todos tenemos en algún punto la fantasía de que hay algo más, pero él sabía que esas eran patrañas. Inventos para hacer más llevadera la miserable realidad que vivimos. Había leído a Kierkegaard con mucho cuidado y se burlaba un poco de su búsqueda de Dios, no entendía cómo él mismo había podido escribir Diario de un seductor.
Ella –  Pero me queda la duda de si lo entendimos lo suficiente. Si no podríamos haber hecho algo más por él.
Él –  Tú te recuerdas que lo suscribimos a una fonda para que le dieran de comer y hasta de desayunar. Incluso, lo presenté como mi hermano y encargué que lo atendieran, más allá del menú. Pero una vez que fui a pagar el mes, me dijeron: No señor, él ya no se ha aparecido por aquí desde hace casi un mes. Insistí para que lo atendieran, pero no volvió y nunca me dijo por qué, yo creo que no quería cargar o molestar a nadie.
Ella –  Así también eligió su muerte. Sin molestar a nadie, pegado a sus libros que era lo que más le importaba, más fieles y generosos que los hombres. Creo que nunca vamos a conocer nuevamente a alguien como él, fuimos privilegiados.



Él –  No era un librero solamente, cómo bien dices, era un filósofo. Le gustaba ayudar a la gente, brindaba su saber al que se acercaba y despreciaba en el fondo todo el mundo académico y la burocracia institucional. Era un hombre que provenía de las ilusiones revolucionarias del siglo XX, que nunca dejó de soñar en que vendría el cambio social y creo que nunca dejó de tener contacto con cierto sector de la izquierda más radical.
Ella – ¿Te acuerdas de cómo nos hablaba de Magda grande y Magda chica? Eran amigas de su vida en la CDMX. Nos contaba algunas anécdotas graciosas, y reíamos con él. En realidad nunca supimos quiénes eran varias de las personas que mencionaba.
Él – Me dicen que también hablaba mucho de nosotros con su familia y con otros amigos. Yo creo que con otros y nuestra imagen, hacía algo parecido a lo que nos brindaba como relatos heroicos de otras personas. Sí me recuerdo muy bien que una vez, ya con algunos tragos encima, nos dijo que en cierta época de su vida daba clases y había discutido con Nicolás Guillén sobre lo que él opinaba con respecto a la sociedad y la revolución. Simplemente se le salió… pero lo importante es que en gestos como esos nos daba una imagen diferente de su figura… no era un hombre pasivo, la nota del periódico de Xalapa es muy escueta y hasta cruel. Lo pinta como un sexagenario vagabundo que vivía solo sin que le importara a nadie. Eso no es cierto, él dio mucho a mucha gente, creo que no fuimos los únicos en disfrutar de sus charlas y su amistad, simplemente él se brindaba sin problemas al otro y no cobraba por compartir sus conocimientos. Te citaba de memoria Berkeley y Spinoza, te hablaba de Foucault y Derrida sin problemas. Traté de llevarlo una vez a mi clase sobre Foucault en la Facultad de Filosofía, pero allí se sentía incómodo, creo que se perdió en la exposición, te digo, la academia no era para él.
Mucha gente pasó por su librería, oyó sus charlas, sus recomendaciones, sus consejos… dicen que tomaba mucho alcohol y que en parte eso lo mató. Yo no lo vi nunca incoherente ni alcoholizado al extremo de que no me interesara lo que decía. Eso sí, por momentos abrumaba… cansaba oír lo que soltaba y no acabar uno de captar lo que decía. Una vez me enseñó algunos apuntes, yo le quería animar para que los transcribiera, nunca lo hizo. De hecho, le mandé a un alumno para que lo ayudara a hacer eso, y acabó acomodando libros, trabajando para él.
También me recuerdo de la lista que le entresaqué de las 20 películas indispensables según su criterio entre las que estaban: Juana de Arco de Carl Th. Dreyer; El nacimiento de una nación de D. W. Griffith; Avaricia de Erich Von Stroheim; El acorazado Potemkin de Einsenstein; pero también Persona de Bergman; Blade Runner de Ridley Scott; La tierra de la gran promesa Andresej Wajda; y  Antonio Das mortes de Glauber Rocha.
En realidad es muy difícil decir quién era Eugenio,  a pesar de estar tan cerca de él, hay muchos aspectos de su vida que no conocimos, eso sí, no era un hombre triste, quizá solo pero no dolorido. Era un hombre honesto, orgulloso, sincero, sin resentimientos ni falsos rencores, no lo recuerdo haber odiado a nadie. Sí criticaba, no podía no hacerlo, estaba en su naturaleza. En todo caso, creo que todos tenemos algo de impostores, y creo que él a diferencia de la gente común, era un hombre auténtico.

miércoles, 6 de septiembre de 2017

La mujer temblorosa. Siri Husvedt


Mientras hablaba en un homenaje que le hacían en la universidad a su padre, fallecido dos años antes, Siri Hustvedt comenzó a temblar. Pudo terminar su discurso aunque sus brazos y sus piernas se estremecían de un modo casi incontrolable. Era como si se hubiera vuelto dos personas, una oradora serena, y la mujer que tem­blaba. Los ataques se repitieron. Ésta es la lúcida crónica de la búsqueda de un diagnóstico y que hará que la es­critora se interne en los vericuetos de la psiquiatría, la neurología y el psicoanálisis. Participará también en un grupo de estudio en el que los especialistas buscan crear un nuevo campo, el neuropsicoanálisis, y dará clases en talleres literarios para internos de hospitales psiquiátri­cos. También deberá enfrentarse a cuestiones complejas como la relación entre el cerebro y la mente o los meca­nismos de la memoria. Un libro inclasificable, que se nu­tre de las memorias, las investigaciones, el trabajo social y los intereses intelectuales de una novelista excepcional. «Un libro que encantará a los lectores de Sacks, porque tanto en Siri Hustvedt como en Oliver Sacks el conoci­miento científico y la capacidad de empatía están estre­chamente unidos» (Hilary Mantel, The Guardian);«Un li­bro erudito, fascinante, que hace que la relación entre mente y cuerpo nos asombre aún más» (Oliver Sacks). De la misma autora: las novelas Todo cuanto amé y Ele­gía para un americano.
La prensa española ha dicho:
 «Un libro inteligente, culto y apasionante… La autora analiza la bibliografía médica, desde los griegos a nuestro tiempo, a la vez que nos cuenta sus síntomas. Es decir, hace un relato de su padecimiento insertándolo en una búsqueda de sabiduría» (Juan Malpartida, Abc). «Hustvedt quiso llegar a las raíces del misterio de sus temblores. Para ello se dispuso audazmente a explorar el universo complejo, sinuoso y en buena parte inasible de la psiquiatría, la neurología y el psicoanálisis… La lectura nos implica y cautiva. Y nos sobrecoge el aplomo con que en resumidas cuentas acepta su realidad: “Yo soy la mujer temblorosa”» (Robert Saladrigas, La Vanguardia). «Se adentra en el conocimiento de un comportamiento que antiguamente se calificaba como “histeria”, y que parecía afectar mucho más a las mujeres que a los hombres… Siri Hustvedt no se limita sólo a explorar la enfermedad, sus síntomas y sus terapias, en sí misma, sino que quiere que su experiencia sea útil dentro de un marco más general. En esa busqueda intelectual, irá tocando muchos aspectos relacionados entre cuerpo y alma, racional e irracional, orgánico y no orgánico, lado izquierdo del cerebro y lado derecho del cerebro, el sentido de los sueños o el sinsentido de los niños, memoria y escritura, epilépsia y mística, Freud y antiFreud… Son precisamente los relatos sobre lo que no conocemos lo mejor del libro, también en la estela de Oliver Sacks, aunque incidiendo mucho más en las zonas misteriosas» (Félix Romeo, Heraldo de Aragón). «Una aventura que lleva a la autora a someterse a todo tipo de disciplinas relacionadas con el cerebro y la mente, de la neurología al psicoanálisis, pasando por el insólito maridaje de ambas llamado neuropsicoanálisis, de improbable aceptación en un mundo que recela de la interrelación entre el hecho fisiológico y el psicológico… La autora nos pide que la acompañemos en una indagación multidisciplinar, que aporta, naturalmente, más preguntas que respuestas» (Miquel Molina, La Vanguardia).«Un libro tan personal como profundo y erudito» (Matías Néspolo, El Mundo). «Hustvedt ahonda en planteos tan complejos y fundamentales –y por lo tanto literarios– como son los dispositivos de la memoria, la manera en que el cerebro y la mente se relacionan para dar lugar a esa tan temida división del yo. Y justamente es ahí donde reside el hallazgo de estas crónicas del temblor, en su cruce con lo narrado, en sus preguntas irresueltas sobre la naturaleza de la escisión del individuo que sólo logra reunirse con su otra mitad extraviada a través del lenguaje, pero sobre todo a través de la escritura» (Luciana De Mello, Página 12). «Un libro arriesgado y valiente» (Susan Menéndez, Elle).



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lunes, 26 de junio de 2017

El Otro. Un cuento.

EL OTRO.



¿Por qué una mujer acepta a un hombre como suyo? ¿Su consentimiento depende de esa sensación ácida, dulce y picante llamada amor? ¿Eso que llamamos amor, no perdura? ¿Por qué los hombres y las mujeres necesitan a un otro, que no acaban de comprender nunca? ¿Qué quiere una mujer?


Estas preguntas le habían acompañado como una picazón ardiente toda su vida. No eran grandes interrogantes y lo sabía muy bien. El carnicero de la esquina y el portero del edificio se preguntaban lo mismo y seguramente tenían alguna respuesta que les satisfacía. Pablo se quedaba absorto y petrificado ante esas preguntas, tratando de olvidarlas y deseando que éstas se resolvieran solas con el paso del tiempo.


Las respuestas no vinieron y las interrogantes parecían tener la intención de quedarse a fastidiarlo. Atravesaron la vida de su cuerpo adolescente que tiraba hacia delante y buscaba llenar un vacío que se antojaba insondable. La neblina del tiempo, sepultó su juventud y se despreció a sí mismo por ocuparse de esas necedades amargas.


Se decía que el amor inextinguible no era más que una mentira que nos contamos. La amarga realidad consistía en que la gente se olvida de cualquier cosa al darse la vuelta, no importa lo mucho que suceda entre dos amantes: las vueltas y sudores en la cama, las promesas hechas en la oscuridad. Pero, quería en el fondo: encontrar un amor ideal. Una mujer que le tratara con cariño y admiración, que lo mimase en las mañanas al despertar, discutiese con él sobre cine, literatura ó filosofía, y pudiera también, volverse una niña traviesa dispuesta a gritar de alegría ante las cosas más simples.


Tratando de olvidar esta búsqueda y no querer saber más de asuntos que sólo le generaban angustia, se había casado con una esposa sin dobleces que le había hecho padre de dos hijos y había sellado – pensó – el sobre con esas interrogantes. Quería conformarse con una felicidad con minúscula, al fin y al cabo, la única posible. Pero en su corazón, siempre permaneció ese espacio interno de soledad que él identificaba a un paraje sombrío y horrendo, un Maelstrom que le sorbía siempre hacia la tristeza. Aún así, convirtió a su consorte, en la razón que modulaba sus emociones y la madre limitante de sus locuras, que afortunadamente él llevaba a cabo a escondidas.


Y la felicidad poquita que había encontrado: cómo vino, se fue. Su compañera desapareció del mundo, después de casi tres lustros, dejándolo más desamparado que nunca frente a un universo de relaciones humanas ininteligible.


Cuando desapareció el luto, los hijos fueron creciendo como tercas yerbas silvestres, sin necesitarle demasiado y más rápidamente de lo que esperaba. Le asombraba que tuvieran más seguridad y más decisión para vivir, que su padre con toda una carrera académica.


Vino de nuevo la tormenta. Siguieron en su vida encuentros fortuitos con mujeres que nunca amó demasiado por no comprenderlas o porque de plano, rechazaron su egoísmo y el lastimero extravío que le amargaba. Una mujer atinó a decirle: "No sabes escuchar a las personas... sólo te oyes a ti mismo" Otra le dijo: "Las personas son juguetes para ti y además acabas por romperlas". Su vida siguió más sola que nunca. Sus hijos crecieron, siempre más fuertes y mejor preparados para afrontar, cualquier tipo de dificultades. Si tan sólo hubiese tenido una hija, quizá eso le hubiese aproximado con la naturaleza femenina, con el cosmos, en el fondo con su propia alma. Pero su destino había sido diferente y había permanecido fuera de cualquier reconciliación posible con el otro sexo.


Decidió no volver a casarse y dedicar su vida a la Universidad, a ser el maestro de la voz monocorde y sabia, que dice todo sobre nada. Se había convertido en el puntual maniquí que las jóvenes alumnas admiraban, sin distinguir al hombre que les miraba con hambre insaciable desde dentro.


Aprendió con los años el arte de parecer un buen padre, un triste solitario, de los que dicen haber atravesado cualquier tipo de experiencias, hasta alcanzar eso que llaman madurez. A pesar de su máscara, despertó la compasión de Ella, brillante estudiante de la maestría, que empezó a escucharle como mujer y terminó arrimándose como enfermera dispuesta a ofrecer sus cuidados al animal herido.


Se resistió con todas sus fuerzas a ese amor, trabajo le había costado alcanzar su torre inexpugnable, para tirarse de rodillas ante una fémina a la que llevaba, nada más y nada menos, que 23 años. Sus hijos "felizmente" casados y aproximadamente de la misma edad que ella, vieron con recelo el interés de esa mujer animosa y con aire adolescente – mucho más bella que sus esposas – que aleteaba alrededor de ese viejo, a quien habían terminado por despreciar, cada vez más, desde la muerte de su madre. Les molestaba que fuera guapa, inteligente, elegante y despierta, dulce y sensual. La miraban con positiva rabia y en el fondo con deseo.


La boda se produjo a los pocos meses con desencanto, pocos invitados asistieron y hubo que regalar al jefe de meseros, gran parte del banquete dispuesto para la ocasión. Para él, empezó una nauseabunda sensación de humillación frente a esa espléndida mujer. Mientras más convivía con Ella, más se daba cuenta de que se había ganado la lotería, pero empezó a sospechar que había de por medio una trampa, ó un precio que pagar por su fortuna. Se percibía a sí mismo frágil, viejo y cansado, imaginaba que para los que los veían juntos resultaba inexplicable que un árbol añoso se apoyara en una rosa floreciente. Empezó a sospechar burlas y comentarios que darían cuenta de la fragilidad de la relación. No aguantaría el paso de una joven, un viejo que usaba – desde hace años – dentadura postiza.


El viaje de bodas logró atemperar un poco la cascada de dudas y reproches que él mismo se hacía. Después de todo – el argumento recurrente que hace la infelicidad de otros – tenía derecho a la felicidad. Esta vez, estaba ante sí, la oportunidad de consumar sus sueños y llenar ese horrendo vacío que le había acompañado toda su vida. Quería interrogar a esa niña que resumía todas las mujeres del mundo y encontrar por primera vez respuestas. Se decía en una broma algo patética, que por fin había encontrado la mujer de su vida – y por esos años que les separaban –, la de su muerte.


La admiración casi infantil que tenía por él, le proporcionaba una sensación de afinada seguridad, de relajante sosiego que recordaba un baño caliente y perezoso de tina en un día vacacional. Su confianza flaqueaba cuando pensaba con angustia que el tiempo corre aunque se cierren los ojos y quizás un día se despertase impotente. Más aún, con alguna enfermedad terminal dispuesta a truncar su paraíso. Se imaginaba que cuando estuviese moribundo en el lecho de enfermo, Ella sería un fruto maduro y jugoso en el cual se habrían afinado más, todos los rasgos sutiles y bellos que hoy la hacían brillar entre otras mujeres. Entonces venían las peores inquietudes que lo atacaban, cómo los pájaros del filme de Hitchcock.


Su morbo depravado le empujaba a pronosticar que no se mantendría casta y fiel ante la basura de hombre en que se convertiría, y que no estaría allí esperando con paciencia, cerrar amorosamente, sus ojos sin vida. La imaginaba entonces, revolcándose con otros hombres: siempre mejor parecidos que él, más atrevidos, más salvajes, y sobre todo, más jóvenes.


El regreso a la cotidianeidad revolvió de manera extraña sus turbios pensamientos. ¿Por qué había aceptado su amor? Un destello de rencor empezó a crecer en él y las que habían aparecido como razones de su fortuna se transformaron en el material de su desdicha. Se decía que Ella no le había tenido amor, sino lástima y que ese sentimiento es más propio hacia un perro que conveniente a un amante. Empezó a sospechar de todos sus movimientos y salidas, imaginó que empezaría a engañarlo pronto, si no es que ya estaba saliendo con algún imbécil diplomado en arte, ciencias administrativas ó comunicación. Luego empezó la sospecha de que no tendría por qué ser sólo un amante. Una hembra a su edad, está en el punto más crecido de su apetito sexual.


Lo más importante era la sensación de humillación, de sentirse traicionado por alguien en quien había depositado toda su confianza y fortuna. Nunca pudo probar que todo fuese sólo una sospecha con fundamentos y algo más que su imaginación, pero aún así, no dejaba de atormentarse. Una de las cosas que más le molestaron desde el principio de la relación hizo crisis: él la precisaba y no podía tolerar esa necesidad. Se sentía un crío desvalido ante ese sentimiento de dependencia que había abominado y, paradójicamente, deseado por tanto tiempo.


Al cabo de unos meses de mortificarle con sus celos, notó los signos obscuros del desamor. La dulzura y paciencia que le había conocido cedieron su lugar a un enfado e irritación constantes que él no se daba cuenta, había provocado con sus amargores y desconfianzas. Sucedió que dejaron de hacer el amor y buscar el antes cálido y complementario cuerpo del otro. Empezaron a echar a un lado, invitaciones y salidas con amigos, las excursiones de los dos, antes deseadas con entusiasmo, terminaban en reproches: Ella había sido demasiado amable con el mesero ó volteado a ver coquetamente algún comensal en otra mesa.


Su mundo empezó a volverse negro como el abismo que se retorcía en su dentro y Ella parecía moverse a la discordia que a él siempre lo embargó. Empezaron a encerrarse en sí mismos: el odio, la tristeza y la miseria, los iban consumiendo sin más.


Los pocos amigos que les rodeaban empezaron a retirarse sin que esto les importase. ¿Cómo podrían hacerse cargo de alguien más? ¿Debía importarles el mundo exterior cuando su intimidad se hallaba rota en pedazos?


Un amigo médico con las mejores intenciones, les recomendó tomar una terapia de pareja. La idea escurrió de su cabeza como baba de caracol, pues siempre fue impermeable a todo psicologismo. Se repetía – cada vez que podía – que la psicología no era otra cosa sino "filosofía sin rigor, ética sin exigencia, medicina sin control". Para salir de cualquier atolladero, estaba la razón y la inteligencia, no artificios ni supercherías.


En un momento de verdad, Ella entrevió que quizás esa posibilidad fuese su última esperanza. Tras una amarga discusión comprendió cuán inútil era tratar de hacerle entender tal cosa, al señor en su torre inexpugnable. Él parloteaba que quería tirar dinero a charlatanes sin autoridad moral, ni conocimientos suficientes para dar un buen consejo. Remataba gritando: "¡La psicología y sobre todo el psicoanálisis son para pendejos!" ¡"Los psicoanalistas creen tener la verdad y no son más que usufructuarios del confesionario!". Se decidió entonces a dar un paso adelante en la dirección que él más detestaba. Tomó el directorio telefónico y buscó una referencia. Si quería salvarse – pensó – sería sola, y quería encontrar la claridad necesaria para tomar los pasos hacia su liberación. Llamó al primer nombre de la lista y se animó a solicitar entrevista con un psicoanalista.


Los celos de Pablo, se acrecentaron. Y, de pronto, en su torcida mente empezó a pensar que tal vez esa terapia podría cambiarla no sólo a Ella, sino toda la situación. Especuló que, después de todo, la labor de un buen curandero consiste en hacer que el paciente se adapte a su realidad de la manera mejor posible. Comprendería que la elección que tomó con él era juiciosa, quién sino él, podría ofrecerle una vida segura y estable. Con suerte la dejaría soltera pronto, para que buscase otro amante más a su medida. Si en verdad lo quería, debía comprender sus inseguridades y aceptar con paciencia sus exabruptos, por absurdos e irracionales que fuesen. El verdadero amor – se repetía mentalmente – está en el sacrificio por los otros y en el cumplimiento con la sociedad del compromiso contraído, no había hijos de por medio pero así sería más sublime su entrega.


Al principio las cosas empezaron a caminar de manera diferente, la veía regresar de sus sesiones liberada y para tomar a broma sus reclamos. Parecía más jovial y más fresca que antes, era cómo si el análisis la hubiese entonado en una clave diferente. Sus bromas tenían un aire sarcástico que lo desarmaba completamente y le hacían soltar la carcajada para acabar riéndose de sí mismo. Le empezó a mimar de nuevo con un cariño agigantado que prácticamente lo asfixiaba, de pronto había sucedido el cambio que él codiciaba y aún así, se sentía mal. Se había acomodado en el tren desdicha y no podía salir de ese riel.


Conforme pasaba el tiempo, las cosas volvieron a estancarse en la medida que la terapia progresaba. A pesar de que tenían nuevamente relaciones sexuales, empezó a notar, paulatinamente, un aire de pasmo ante todo y alejamiento del mundo.


Se preguntó que le estaba ocurriendo con desesperación. Tal vez se estaba culpando del mal rumbo de su relación, cuando no era su culpa lo que había estado pasando. Quizá esa vuelta del cariño inicial era solamente una actuación ó período ciclotímico en su carácter variable, a lo mejor necesitaba medicación y no palabras ó simple escucha.


Pensó en la famosa transferencia de amor y empezó a sospechar que se estaba chiflando por su psicoanalista. Le horrorizó sobremanera pensar en la posibilidad de que un profesional no ético se aprovechase de su confianza. Cada día que transcurría, se hallaba más extraña, como fuera de este mundo.


El extraño misterio que en Ella ocurría siguió avanzando.


Sus sesiones nocturnas de análisis se incrementaron de dos a cuatro veces a la semana. De pronto, empezó a mirar a través de él. Su vista iba siempre más allá de donde él estaba, incluso hacia ninguna parte. Una furia se empezó a desatar en su dentro ante su conducta, él había dejado de existir y no lo esperaba para comer ni para acostarse. Parecía que hacía su vida de soltera y que no le importaba en absoluto seguir compartiendo el mismo espacio. Más pronto que tarde, llegó un momento en que cada quien ocupó una habitación diferente.


La indiferencia, cuál virus silencioso, fue destruyendo toda desconfianza y reproche. Empezó a reconsiderar su miserable actitud, a cortejarla de nuevo. Comprendió que su estupidez la había arrastrado a esa indolencia insoportable. Lo más que lograba es que Ella se limitara a echarle una ojeada con unos ojos tristes y sin vida, pero, escasamente le hablaba.


Y de nuevo vinieron los celos. Se preguntó si su cambio de actitud, no sería producto de esos supuestos nuevos amores. Decidió observarla a escondidas y la sorpresa que se llevó es que prácticamente ella dormía todo el día y había dejado de comer. Sólo tomaba lácteos y, cada vez, en menores cantidades ¿Se trataba de anorexia nerviosa?


Eso sí, parecía que se reanimaba para sus sesiones de análisis y salía al ocaso del sol a pasear un poco por las calles y las tiendas antes de llegar a su sesión. Cuidadosamente la siguió y reconoció que las noches que no iba a su terapia, se dedicaba a vagar por ahí al amparo de la oscuridad. Luego, se le perdía misteriosamente en las calles sin que pudiera explicarse, qué senda había tomado.


Habló con un psiquiatra amigo suyo para exponerle el caso. El médico psicoanalista le preguntó el nombre de su terapeuta, pero no lo reconoció entre los colegas que frecuentaba ó conocía. ¡Había tantos psicoanalistas ahora! Algunos – provenidos del legendario exilio sudamericano – se habían formado prodigiosamente en el vuelo de camino a México. Aún así, le indicó que no interfiriera. Ese alejamiento, advertía un fenómeno normal y esperable en todo tratamiento psicoanalítico, le oyó decir:





– Durante el proceso terapéutico es normal que un paciente se apegue emocionalmente a su terapeuta. Sólo existe en este momento su analista en mente. Es absolutamente normal, te digo. Vas a ver cómo en un poco de tiempo, empezará a tomar las cosas con más calma. Es un período difícil, porque quienes sufren son las parejas. Tiene que revivir sus vínculos y dependencias infantiles en ese escenario. Se irá desprendiendo, poco a poco, de eso que técnicamente se llama transferencia, pero que es amor al fin y al cabo. Estoy seguro volverá a ti para rehacer sus vidas. Si no fuese así: ya se habría ido hace tiempo. Algo importante la retiene junto a ti.





La bondad de sus palabras le asustó más que tranquilizarlo. Le dolió y molestó, el tono pedagógico del sermón. Podía considerarse a sí mismo un hombre de criterio, pero eso de que su joven y vulnerable esposa, fuese a contar sus intimidades a un desconocido que podría aprovechar de esa información para – ¿por qué no? – seducirla, era algo que él no podría permitir.


¡Cuántos casos no había oído sobre el particular! Los dedos de sus manos no alcanzaban para contar los chismes sobre terapeutas que empujaban en abismos de amor y dependencia sin fondo a sus pacientes.


Fuera lo que estuviese pasando, se veía cada vez más perturbada. Ese interés perdido por la comida hizo crisis. Empezó a beber solamente agua natural y a bajar de peso aceleradamente. Su delgadez extrema y su color pálido comenzaron a asustarle.


Su mujer parecía víctima de un estado de depresión severo. Si una etapa del tratamiento producía esto: ¿Sobreviviría al resto?


La historia de que volvería anhelante, le sonaba a patraña. Se podía ver – objetivamente –, que se estaba alejando para siempre y además, su salud estaba en peligro.


Decidió tomar cartas en el asunto y hablar personalmente con su terapeuta para indagar qué estaba pasando. Llamó al consultorio identificándose con la secretaria y solicitó una cita para hablar con el analista. Cortésmente la secretaria indicó – tras de consultar con el doctor – que dicho encuentro no procedía, que con gusto le daría un par de referencias de otros colegas. Iba a gritar algo obsceno en el teléfono, pero, colgó sin discutir.


Una idea – devoradora como sus celos – empezó a invadirle. Tomaría por asalto el consultorio de ese charlatán y lo confrontaría. O quizás sería mejor confrontarlos a los dos, sorprenderlos si era preciso en el acto, y ver con sus propios ojos qué clase de terapia consumía la vida de su amada.


Esa noche, acudió al edificio del consultorio a la hora de la consulta. Desde la calle, esperó hasta que la vio entrar al edificio. Antes de que la puerta cerrase, pudo colarse detrás, sin ser advertido. Una vez que se percató del piso dónde Ella se dirigía, marcó el botón del ascensor y esperó a que llegara para alcanzarla.


Salió a un pasillo y buscó el despacho. La puerta estaba entreabierta, distinguió un pequeño escritorio custodiado por una secretaria madura de gafas. Entró y demandó por el doctor en cuestión. Se hallaba ocupado. Le preguntaron si tenía cita con él. Respondió que no, pero que tenía sumo interés en verle. Entonces – dijo la doña –, el doctor no podría atenderle. Pero si dejaba su nombre, quizás se podría arreglar una entrevista. Escupió un alias y dijo, que esperaría para hablar personalmente con él. La secretaria contestó molesta que tomara asiento. Obedeció, fingiendo contrariedad.


Ahora se hallaba más confuso que nunca. Estar ahí era una locura. Iba a levantarse para largarse, cuando sucedió algo inesperado. La mujer abrió el escritorio y sacó con discreción su bolsa, saliendo del despacho para dirigirse al baño en el pasillo.


Permaneció inmóvil unos momentos, sin saber qué hacer.


En aquel momento, su amor, sus celos y rabia volvieron mezclados en un remolino caudaloso de emociones. Sintió que la cabeza le iba a reventar.


Algo en su dentro, comenzó a encenderse hasta que las llamas inflamaron todo su cuerpo.


Violentamente se precipitó hacia la puerta, haciéndola crujir primero, para vencerla después con el peso de su cuerpo.


Ante su mirada apareció entonces un cuadro de horror perverso inimaginable.


Las tenues luces del lujoso consultorio no impidieron que sus ojos se clavasen en el diván. Ella se encontraba yerta, mientras un cuerpo de hombre la cubría parcialmente. El rostro del desconocido se borraba, ocupado en una caricia sobrecogedora.


Él se adelantó sin furia, con paso tembloroso, para atestiguar cómo el OTRO giraba su rostro, y mostraba cómo, de sus labios manaba la vida roja, que también fluía tibia del cuello del cisne.


Este cuento lo escribí en 1989. Ha sido publicado previamente en Carta Psicoanalítica No. 11.



viernes, 6 de enero de 2017

A short story (Cuento).


Para Alejandro Cerdá.

Estoy en el Superama cerca de casa, comprando las cosas que semanalmente consumimos  o  se me antojan. Camino por los pasillos y me acerco a las verduras, no sé si llevar duraznos o manzanas, quizá debo tomar algo de papaya, pienso en su contenido nutricio y cómo es que el médico me ha dicho que no consuma alimentos que contengan demasiada azúcar, pues según él, soy prediabético.

Uno de las desventajas de hacerse viejo, es que cuándo puedes pagar todo lo que quieres consumir, ya no puedes hacerlo, porque tienes que pensar en tu nivel de triglicéridos, colesterol, etc. Y las consecuencias de una comida sabrosa sin que midas tus calorías. Es fatal llegar a mi edad, pensando que aún eres joven, hasta hace poco tiempo tiempo andaba en moto y a veces extraño esa sensación de pequeño dios del Olimpo al correr en la carretera a 150 kms/h.

Afortunadamente no tengo ya úlcera, gastritis o colitis, porque si no estaría jodido. Tomo aún 4 ó 5 tazas de café al día sin problema. El remedio fue cambiar mi vida y largarme de la gran ciudad. Hoy tengo menos problemas de los que tenía hace unos veinte años, gracias precisamente a un largo psicoanálisis. Eso me ha hecho también de una manera particular, no soy un hombre ambicioso, mezquino ni fastidioso cómo los amargados solos, que llegan a mi edad. También renuncié a hablar en lacaniano para saber que estoy haciendo psicoanálisis, me dirigí más hacia la filosofía y ahora divido mi tiempo entre una cosa y otra. Allí está la Universidad llena de profesores viejos que nunca escribieron ni escribirán un libro, que su mayor interés está en perseguir jovencita (o) s  y que se burlan de los sucesos sociales. Que dicen que los normalistas de Ayotzinapa son ayotzinacos y que la verdadera filosofía no tiene nada que ver con los acontecimientos políticos de nuestro país. Que la filosofía es una cuestión de conceptos, definiciones y problemas. Nuestros estudiantes de la  facultad -- en la ciudad dónde vivo -- son los únicos al margen de los acontecimientos nacionales, hasta es lógico que una parte de los egresados y profesores tengan como fuente de trabajo: el congreso del estado. 
Son el tipo de gente que escribe discursos y producen ideas como la de que el Estado regale teles a diez millones de familias en tiempos preelectorales, para ganárselas y apendejarlas un poco más . Me parece que se pasan sin problema, por el culo, las tesis sobre Feuerbach de Marx. Bueno, la metáfora es bastante clara ¿O no lo es? Precisamente la tesis XI dice: Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo. Eso no significa nada para ellos.

Estoy empujando el carrito de súper por el pasillo, y un hombre más bajo de estatura se me acerca a paso rápido, cómo si quisiera alcanzarme y no dejarme escapar. Estoy acostumbrado a todo, veo pacientes todos los días, y acomodadito en el sillón, he desarrollado atención y sensibilidad para la escucha. Me sorprende que eso suceda entre los analistas. Aún a pesar la vejez, son sensibles a las cosas que importan, quizá porque sepan que en el fondo, todas las historias no son sino de amor.

Me dice en un inglés acelerado: -- ¿Cómo sintió usted esa forma de destrozar a Beethoven? El último movimiento de esa Novena, tendría que haber sido más rápido, no hubo suficiente carácter en el coro, la orquesta y el coro no iban en el mismo tiempo, y eso dio un carácter incierto a la interpretación. Usted sabe que las indicaciones de tiempo de Mr. Ludwing, fueron puestas muy específicas, incluso con metrónomo ¿No tendría que haber respetado el director esas puntualizaciones?

Suena mi celular recién cambiado, un Sony Xperia del que me arrepiento, no quise dar el paso al Iphone y tengo que pagar las consecuencias. Es la sirvienta que me pregunta cómo debe agregar el perejil a la salsa de crema y limón para el salmón, qué cantidades debe usar, también quiere encargarme papas y mantequilla para el puré. Tras de colgar el teléfono, el hombre me pregunta cómo es que hablo tan bien español. Yo le había contestado antes en un correcto inglés y le apunto que soy mexicano.

– But you speak english perfectly well! I’m surprised!

Le contesto que también hablo francés, un poco el portugués, y he estado aplicándome al alemán. No veo por qué, tendría qué sorprenderse del asunto. Le digo que no estuve en el concierto, pero que tomar cómo modelo las indicaciones de metrónomo de Betthoven, para la última parte de su obra, no es muy justo. Porque si usó el aparatito de Mäzel es, principalmente, porque ya se estaba quedando sordo, que hoy día se duda mucho de la rapidez de esas indicaciones que no coinciden con el estilo de la época. Además de que era una maquinita, que no sabemos si fuese tan exacta como los nuevos metrónomos, y en última instancia: - ¿Por qué no podríamos permitir a un director que le diera su propio carácter a la obra?

Se me queda mirando estupefacto. Me dice: -- But you did’nt were there. The rythem is very specific! Boom, boom, bomm... Y me dice: I did confussed you. You are not rumanian? You are the vivid image of somebody else. And it’s very strange, you know a lot of classical music. I haven’t see you at the concerts of the Philarmonic.

Le digo que sí conozco y disfruto la música clásica, pero que prefiero el jazz y el rock desde hace tiempo, que un rato que no me paro en la sala de conciertos. La última vez fui a ver la SinfoníaTurangalila de Olivier Messiaen, y sólo por la curiosidad de oír las ondas Martenot. En general, lo que escucho y me gusta verdaderamente es la música de ECM, aunque el blues y el rock siempre tienen un espacio en mi vida.

El fulano me observa estupefacto, parece que ser mexicano es un sinónimo para él de estupidez, por lo que está muy impresionado de que no sea un pendejo. Me da su tarjeta, en estos tiempos de secuestros y amenazas telefónicas, yo dudo un poco, pero le doy también la mía. Se llama Dante y es norteamericano. Nos despedimos y dejamos hasta ahí este encuentro. Hace tiempo que no hago nuevos amigos, tal vez debiera abrirme un poco más a mi entorno.

Es otro día, estoy ahí en el pasillo de mercancías, escogiendo entre un Blanc de Blancs y un Zinfandel para la comida. Se me acerca de nuevo, mi amigo Dante el gringo y me dice que entró a mi Blog. Observa que es muy interesante todo, que por fin, encuentra quién coincida con él en sus ideas. Sobre todo le ha gustado un artículo que me publicaron en Argentina sobre el género y la construcción de la identidad. Me dice que tenemos que hablar, que gente cómo nosotros, tiene que estar más cerca. Me presenta a la mujer, que es bastante guapa, y yo le digo:

 Conocidos del súper…

Ella sonríe con una cara de pocos amigos, cómo reprochándole a su esposo que coleccione así nomás, a individuos en la calle y platique con ellos.

Es domingo y me encuentro muy desvelado. Las fiestas han estado duras, los muchachos han acudido varias veces a casa, y la verdad yo no estoy cómo para aguantarles el paso a los más jóvenes. Por otro lado, no sé ni cómo he llegado al fin de año, no ha sido un intervalo de mi vida como otros, a pesar de la publicación tan exitosa de mi libro, hasta empecé a fumar después de toda una vida de no hacerlo. Ya espero que Enero sea más cordial conmigo y logre levantar mi ánimo, conforme pasen los meses siguientes, para que pueda llevar adelante algunos proyectos pendientes ¿Será que la vida siempre está hecha de cosas aplazadas y así, hasta que  uno se muere?

Además, los desvelos me caen muy mal, más aún porque me cuesta trabajo seguir durmiendo hasta tarde, parece que estoy programado para un tipo de vida que implica levantarse temprano y tengo que seguirla sin descanso hasta la noche sin tomar una siesta  a medio día. Me da miedo el futuro, ser el mismo hasta el final, dejar de cambiar para tratar de mantenerme duro como piedra, sólo así poder sentirme seguro, convirtiéndome en una estatua herrumbrosa de la que ningún rastro quedará.

Me siento fatal, realmente jodido, crudo, y suena el teléfono. Me arrastro hasta él, y no sé ni por qué lo contesto ¿Hay una cosa cómo el destino? Uta, sí que estoy desvelado.

Es mi amigo, Dante el gringo, empieza a hablar rápidamente otra vez en inglés. Me dice que quiere discutir más acerca del género, que lo que yo he afirmado en esa entrada es muy importante. Le comento el caso de los hermanos Reimer, que para mí es muy representativo de la problemática y que posiciones como la de Bersani o Beatriz Preciado siempre me han parecido demasiado radicales y que no hacen más que desembocar en opiniones extáticas cómo la de Frank Browning en la que se promueven las relaciones sado / masoquistas como una forma de actuar pseudo revolucionario, sin caer en cuenta de que se trata de una estética, simplemente marcada por la desgracia de determinados acontecimientos infantiles, que tiene mucho de angustia, dolor y profunda infelicidad en lo más manifiesto.

Me dice que tenemos que hablar personalmente. No conoce el caso Reimer, y no ha leído jamás a Beatriz Preciado, pero dice que todo lo que le digo, parece muy lógico, la verdad me siento halagado, tan acostumbrado estoy a la indiferencia o la rivalidad de algunos de mis colegas. Suelta, que le ha gustado mucho conversar conmigo, pero que tiene algunas ideas que quiere discutir de manera más cuidadosa en persona.

Quedamos de ir a desayunar pronto. Yo dejo pasar el tiempo, pero finalmente le llamo. Allí estamos sentados, frente a frente, en un gabinete de un lindo restaurante.  Le pido me disculpe, pero que he tenido otros pendientes y hasta le llevo como disculpa una copia de mi libro La biopolítica de Foucault. Hablamos en inglés y me doy cuenta de que me trabo un poco sobre la marcha, se me hace extraño.

Empezamos platicando de quiénes somos, él también se dedica a ver pacientes, además de ser abogado. Practica la psicoterapia y estudió una maestría de psicología en los Estados Unidos. De hecho, es un newyorkino, lo que me causa de entrada simpatía. Me digo a mí mismo que siempre soy muy radical al juzgar a la gente, que si  su estilo de trabajo es diferente del mío, pues a lo mejor es bueno, que debo franquearme más a los cambios de la vida y a las variaciones que ésta nos presenta. Los psicoanalistas somos muy cerrados e intolerantes  al trabajo de otros psicólogos y psicoterapeutas, quizá debíamos ser menos dogmáticos o por lo menos, más sociables. En la tierra de Veracruz dónde yo vivo hay brujos, monjes budistas, chamanes, hueseros, terapeutas florales, guestálticos, y parecen tener mucha clientela, sin que nadie se asuste por el asunto, y la gente pues busca lo que piensa que necesita, sin que por ello, debiese uno ser tan inflexible.

Me cuenta que está leyendo The true Beliver de Eric Hoffer, ese escritor y pseudofilósofo norteamericano que obtuvo la Presidential Medal of Freedom en 1983 ¡De manos de Ronald Reagan! Sí, ese hombre que a los 33 años pensaba en suicidarse y que a los 40 quería enlistarse en el ejército para ir a la Segunda Guerra Mundial, pero no pudo hacerlo porque tenía una hernia. Un sujeto conservador que pensaba que las ideologías eran intercambiables y que lo que cuenta es el sentimiento de búsqueda de seguridad en la masa, que algunos de sus lectores definieron como antifreudiano, pero que también era antimarxista, y antideología para ser sinceros.

Me muestra su Kindle  con cierta petulancia (yo he dejado mi Ipad Air en el auto, no me he decidido a comprar un Kindle), y se va al baño ¡Efectivamente, está leyendo a Hoffer! En ese momento ya estoy como qué arrepentido, no es un mal tipo, pero parece que es un conservador que tiene muy arraigadas sus ideas.

Regresa, seguimos desayunando del buffet, tomando café y de pronto no sé ni cómo llegamos a un tema espinoso. Me comenta que vino de NY hace pocos años, que no tiene muchos amigos aún, a pesar de que conoce a gente que yo también frecuento pero que no trato demasiado (es lo que sucede en una pequeña ciudad). Vive en una zona muy elegante de por mi pueblo. Observa, que afortunadamente Xalapa es una región paradisíaca dónde afortunadamente no hay prácticamente judíos, pero que a veces extraña la gran ciudad con sus clubes de jazz y sus teatros.

Me dice que cuándo vino por casualidad una vez, le encantó que aquí hubiera lagos y bosques. Por aquí hizo su vida y no tiene intenciones de regresar a los Estados Unidos, sigue relatando su biografía y me cuenta, que fue a la guerra de joven. Estuvo en Vietnam y fueron muchas las experiencias que sacó de ese período tan difícil, pero tan importante de su vida. Hago cuentas de su edad, es un poco mayor que yo, aunque su piel cetrina disimula sus años. No es un sujeto blanco, más bien podría pasar por chicano y empiezo a pensar, en que es lo que representa lo que me está narrando. Este hombre tuvo entrenamiento militar de jovencito, debe tener un arma en casa aún hoy día, y tal vez protagonizó alguna batalla como las que vemos en la impactante Apocalypsis Now de Coppola. Me lo imagino, en una lancha torpedera, agarrado a la metralleta y vaciando el rollo de cartuchos – riendo, intoxicado de marihuana – sobre los habitantes al borde del río: mujeres y niños caen ensangrentados por los múltiples impactos. 

Le digo que me parece muy impresionante lo que me cuenta, que yo admiro mucho al pueblo norteamericano y que uno de mis mejores amigos es, de hecho, un profesor de Houston. Trato de ser condecendiente y simpático, le digo que después de todo, ocupan hoy el papel que alguna vez tuvo el pueblo romano y que Jefferson, Thoreau, Whitman, y Dickinson son extraordinarios ejemplos de su grandeza.

Eso es inexacto, me dice. Los romanos tuvieron una relación de sojuzgamiento con los pueblos bárbaros, no llevaron la civilización a otras tierras, lo único de lo que se ocuparon es de cobrar impuestos. Estados Unidos es un pueblo inquieto siempre por la democracia, el progreso y el avance de la cultura. Comento en tono de sorna: – No tan respetuoso, por cierto, de otras culturas. Por ejemplo, la guerra de Vietnam, aún me pregunto qué tuvieron ustedes que ir  a hacer allá. No se ríe en absoluto de lo que digo y me explica: – Fuimos a tratar de imponer un estilo de vida mejor a esa pobre gente, fracasamos en el asunto. Hay que aceptar que existen: better ways of understanding life and living.

Ya las cosas no van por el mejor camino, pero yo intento jugarle todavía alguna broma, me río y bufoneo sobre el asunto de los judíos que antes mencionó: Es lástima que no tengamos nuestro propio campo de concentración, le digo. Me dice que que no tanto cómo eso, pero que él tiene mucha aprehensión hacia ese tipo de raza que ha mentido sobre la Segunda Guerra Mundial de una manera que hace daño a la historia. Le pregunto más en detalle: -- ¿Mintiendo? ¿Cómo? No quiere hablar demasiado sobre el asunto porque se presta siempre a malas interpretaciones, pero  se dicen muchas cosas que no son necesariamente ciertas, sobre las circunstancias de ese acontecimiento.

¿Cómo cuáles? Le pregunto.  No quiere entrar en una polémica, pero existe un hombre en Alemania, que afirmó que no habían existido jamás cámaras de gases en los campos de concentración y fue metido en la cárcel hasta que se probó, a través de un especialista en este tipo de recintos en los Estados Unidos (¿?) que – efectivamente – no había existido nada por el estilo.

Me río desconcertado, las imágenes del testimonio de Höss en Nürenberg vienen a mi cabeza. Le digo: Pero si hasta en Whashington y en Houston hay un Museo del Holocausto. Se ríe, pero noto en él, un cierto desprecio a lo que acabo de decir. Hay nueva información, me dice que me va a enviar los datos, pero que no es así cómo dicen, no hubo seis o siete millones de judíos muertos. Pregunto: -- ¿Fueron más?

– No desde luego que no. Me dice que yo debería conocer los documentales sobre el tema, dónde David Cole interroga a Franciszek Piper. Es un hecho indiscutible que existió, por ejemplo: Auschwitz. Sigo en tono de guaza, le digo: Pues sería difícil negarlo, está en Google Maps Street View, con todo y las covachas, retretes, cercas y casetas de vigilancia. No se trata de eso, me insiste, se habla mucho sobre La Solución final, pero quizá todo eso no haya sucedido en realidad.

Hay gente que ha estado investigando muy seriamente sobre el asunto.  Él mismo ha dedicado muchos años para desengañarse de la opinión común, que su hermana, se dedica a los derechos humanos en Estados Unidos y lo odia porque ha llegado al fondo de la verdad. Que esas historias de cámaras de gases, no son otra cosa que una invención que no coincide en nada con los hechos. Le digo: -- Bueno, no hubo sólo cámaras de gases, hasta llegaban muertos de asfixiados y apretados que estaban en los vagones de trenes. Y por si fuera poco, los llevaban en camiones que metían el CO2 en el depósito trasero dónde apelotonaban a los pasajeros. Muchas balas no gastaron en los judíos, eso sí. Creo que la Bayer – famosa por la aspirina – sufrió un poco para volver a adquirir cierto respeto, después de fabricar por toneladas el gas a base de cianuro Zyclon B.

This gas was not to kill them, were simply used with disinfectant purposes…

Un escalofrío me recorre de la nuca a través de la espalda, hasta llegar a los pies. Francamente no creo lo que estoy oyendo. Bueno, todavía trato de razonar con él. – Pero están los testimonios: ¿No lo crees así? Le digo en español, mi inglés empieza a vacilar todavía más y ni sé por qué. – Allí están los escritos de Primo Levi, las novelas de Imre Kèrtesz y bueno, la controvertida Eichmann en Jerusalém de Hanna Arendt. Me dice: – Wow! A little slow please… me hace repetirle los nombres, mientras anota en una servilleta todo. Señalo todavía más:

Y bueno, no he visto los documentales que mencionas, pero conozco la Nuit et Brouillard, de Alain Resnais, y el Soha de Lanzmann.

Da vuelta a la servilletita y sigue anotando, me pide que le deletree todos los nombres. Además – le indico –, están por salir los documentales que iba a organizar Hitchcock sobre la llegada de los americanos a Alemania y los países ocupados, o: – ¿Todo eso no es más que una mentira?

Me dice que no conoce nada de lo que yo le estoy mencionando. Algo en mi estómago empieza cómo a revolverse y no debía ser así, mis alumnos de la licenciatura de psicología y hasta de filosofía, son también ignorantes en su mayoría, de esa historia. Igual el tipo no me parece del todo desagradable y ya ni sé por qué. Le pregunto que clase de terapia hace puesto que me ha dicho que también se dedica a lo mismo que yo (la psicoterapia), además de ser abogado.

Me dice que su terapia es racional emotiva y algo de cognitivo conductual. Que ayuda a la gente a pensar, haciéndole claro lo que tiene que hacer con su vida. Hago una última broma que no sé ni de dónde me sale: – ¿O sea que eres de los que no han leído a Freud? Saca su cartera y llama a la mesera, pide la cuenta. Luego canta:

Tenemos que hablar un poco más, te prometo leer lo que me has referido y buscar esos documentales, pero tú también, considera el material que te voy a enviarMe interesa mucho que tengamos un diálogo.

Salgo de ahí y me voy a la Universidad, subo al auto y allí me empieza una sensación entre asco y extrañeza, una especie de dejá vù también me cae encima. No tengo muy claro qué me pasa. Todo es tan irrazonable e ilógico, el tipo es bastante encantador a pesar de todo. Amable, muy cortés, cordial, y me pregunto cómo es que estuvo en Vietnam y a cuánta gente habrá matado. También me interrogo cómo puede ser posible que haga terapia con la gente, sin haber leído en su puta vida a Freud. Desde dónde, y con qué coraje puede sostenerse frente al paciente pensando que puede arreglarle la vida, basándose en sus propios valores. Bueno la otra mitad del tiempo se la pasa defendiendo o acusando a las personas, arreglando argumentos de la manera más lógica, simplemente para que las cosas parezcan plausibles, independientemente de si hay razón o no. La verdad no entiendo ni qué pasó, pero me siento como si me hubieran pegado un ramalazo tratando de cruzar la calle.

A los tres o cuatro días me escribe un email. Su correo dice:



It looks that our 2 principle discrepancies are: 1, the complication of relativism, or the incompetence to rank one thing, action, culture or lifestyle over another in quality, consequences, or the good vs. the evil.



And 2, the matter of inductive reasoning, when the observer has, a positive fascination or preference of one conclusion, over another.  It is not logically scrupulous—maybe logically lazy. The study of a theme with a preference for one conclusion can lead to the recognition of some ideological-over-unbiased thesis. These partialities have given us some pretty dubious “icons”.  Margret Mead and her 1926 hoax; Rigoberta Menchu Theater; Paul Erlich’s “Population Bomb” and the clown of “documentaries” Michael Moore, et al. They fit a chronicle that only the logically inept can accept.



Essentially, one mechanism leads to another. Relativism leads to profoundly flawed criteria for making an analysis.

I suggest you to watch carefully a film by David Cole, a jew who began deconstructing some holocaust history. 



Hope we chat again soon, Dante.











Debo confesar que me sorprendió que me rasgueara unas letras. Pero leer su mail me causó una sensación más obscura todavía, que aquella primera impresión que había tenido. Ver cómo los norteamericanos – en general – piensan que su cultura es mejor que la del resto del mundo y cómo desdeñan a los otros. Por eso han ido a Corea, Irak,  Afganistán, etc. para tomar lo que necesitan y tratar de imponer sus valores sustentados sobre el consumo de hamburguesas, Kentucky fried chicken’s y cafés del pinche Starbuck’s.

Percibir cómo estaba sorprendido de que tuviera cierta cultura media sobre música ¡Para ser mexicano! Y luego el cuestionamiento al trabajo de Mead que no hace otra cosa que debatir la naturalidad de los valores americanos, la calificación de teatro de la actitud de Rigoberta Menchú. No me importa mucho la inexactitud de las tesis de Erlich, pero sabemos que sí estamos en un mundo en crisis social y económica, desde hace varias décadas que está produciendo basura por toneladas y deteriorando el clima.

En mi propia ciudad, hace 15 años había una lluvia constante que, hoy simplemente, ha desaparecido por efecto de la deforestación. Y para colmo calificar de payasos los documentales de uno de los directores que más admiro que es Michel  Moore (debo hacer un ciclo de cine, sobre él). Francamente estoy ahora, más a la risa que al asco. No sé ni por qué me escribió, creo que no le caigo mal y me pregunto cómo es que dos personas que no tienen nada en común pueden comunicarse tan amablemente. Lo que más chiflado me parece, es la utilización de la palabra derridiana deconstrucción con tal desparpajo. Una prueba del trasmine de ciertos conceptos filosóficos en la cultura popular, para su uso torpe y naturalizado al decir común y mediocre ¡Carajo!

Pasan otros días y jalo a ver los documentales. Aparecen mal hechos, cosidos con hilo grueso, delirantes, se trata de un judío que se volvió loco y defiende a los nazis (¿Puede existir una imagen más grotesca?). Que dice que hubo albercas en el campo de concentración y hasta gimnasio, que el sistema de salud fue muy atento para los prisioneros (me recuerda la industriosidad de Mengele y los escándalos de Igor Caruso en el Hospital Am Spiegelgrund) y que sólo se trataba de campos de trabajo. Precisamente acababa de descubrir y programar Prisioner in Paradise (2001) de Clarke y Sender hace unos meses -- para el cineclub -- sobre la vida en Theresienstadt, de Kurt Gerron. Francamente ni termino de verlos, allí si estoy casi a vomitar. Voy a la biblioteca a buscar Sophie’s Choice de William Styron y la repaso un rato.  

Ha, ha, ha! Le contesto al personaje, que ahora se me imagina – más bien – un soldado del imperio galáctico con el uniforme blanco, y no sé ni por qué. Le tecleo en la Mac algo así cómo:



Thank you Dante, it's very strange that you don't know the essential documentaries of Alain Resnais and Claude Lanzmman about the Holocaust, and gives credit to this ultra right and dubious pseudo documentary. 

It's a very difficult theme in dead, and I have read a little about this also. What gives me more sorprise of your attitude is that you affirm to know very well this history, but you haven’t read enough of this theme, we discussed. Why don’t you take a breath of your golf and read some of this books:













American cartoonist Spiegelman interviewed his father about his experiences as a Holocaust survivor; thus, this graphic novel was born. One of the boldest choices and most salient features of the book is that it uses different animals to represent humans: Germans as cats, Jews as mice, and non-Jewish Poles as pigs. With it, Spiegelman has managed to create an innovative book without negating the seriousness of the events it depicts.





2. An Underground Life: Memoirs of a Gay Jew in Nazi Berlin by Gad Beck

To survive the Holocaust at all is an incredible feat; to survive it as a homosexual teen, however, is nearly unbelievable. Beck’s story is set against a backdrop of horror yet is filled with infinite amounts of love and hope. His memoir provides a look at a gay man’s coming of age in Nazi Berlin, showing how the human spirit can triumph over bigotry and violence.






3. A Scrap of Time and Other Stories by Ida Fink

Fink’s collection of short stories offer an intimate look into the lives of families during the Holocaust, providing a perspective from survivors, witnesses and victims in the villages of occupied Poland. Fink is a Polish Holocaust survivor and a master of the written word, diving head first into the horrors and tragedies that she and those she loved were forced to face. These are stories of suffering, hope, resistance and, most of all, remembering.





4. The Journal of Helene Berr by Helene Berr

If you were assigned to read a Holocaust diary in school, it was most likely Anne Frank’s. Frank provided an undeniably important and touching account, and it is only complemented by Berr's. The journal begins on April 7, 1942, when Berr was a 21-year-old student of English literature at the Sorbonne. She writes about the issues that consume her life: friends, studies, boys and the growing impact of France’s Nazi occupiers. Berr’s account is vivid, offering testament to her bravery. She writes honestly about the first day she had to wear a yellow star on her coat, saying, “I held my head high and looked people so straight in the eye they turned away. But it’s hard.” The final entry is so chilling that you’ll find yourself thinking about it for days to come.





5. The Last Jew of Treblinka: A Memoir by Chil Rajchman

Rajchman was one the of lone survivors of the Treblinka extermination camp, and he provides a devastating account of his experience in this memoir. The book was originally written in Yiddish in 1945, only three years after Rachman was sent to Treblinka at the age of 28. It details his escape, as well as the brutal attacks he was victim to. Rajchman’s justifiable rage explodes from each page.





6. This Way for the Gas, Ladies and Gentlemen by Tadeusz Borowski

This collection of short stories was originally titled Farewell to Maria, a seemingly strange title for a Holocaust book until you learn Borowski’s history: His girlfriend, Maria, was captured and sent to a concentration camp, and his love for her was so extreme that he was arrested in an attempt to follow her to the same camp; he was, however, sent to Auschwitz instead. He survived and lived to write This Way for the Gas, Ladies and Gentlemen, a surprisingly satirical collection of what life is like in a Nazi concentration camp.




7. Women Heroes of World War II: 26 Stories of Espionage, Sabotage, Resistance and Rescue by Kathryn J. Atwood

This collection chronicles 26 engaging stories of brave women from Germany, Poland, the Netherlands, France, Belgium, Denmark, Great Britain and the United States. Atwood organizes the dense material in a digestible manner, laying out the contextual history of the war and each nation’s role before diving into the individual stories of her subjects.




8. Things We Couldn't Say by Diet Eman

It’s rare that “love story” and “Holocaust story” are in the same sentence, but this book manages to combine the two with the incredible real-life story of Diet Eman and Hein Sietsma. The two risked their life and love to rescue Dutch Jews in occupied Holland during World War II. A third-person account would certainly be powerful, but what make this a must-read is that it’s told from Eman’s first-person perspective, capturing the events of her bravery with incredible detail.




9. Boy 30529 by Felix Weinberg

Weinberg was only 12 when he was forced into a concentration camp in 1939, yet he survived five different concentration camps, including Auschwitz and the Death March from Blechhammer in 1945, reuniting with his father in Britain only after being liberated at Buchenwald. Weinberg’s memoir is a powerful story, but it’s also a meditation on memory or how we try to hold on to the ineffable recollections that slip through our fingertips and fade over time.




10. Rena’s Promise: A Story of Sisters in Auschwitz by Rena Kornreich Gelissen

This is one of the few Holocaust memoirs that details the lives of women in concentration camps. It tells the story of Rena Kornreich, who went to great lengths to keep her promise to her mother that she would protect her sister Danka. It’s a story of the bonds between family and a reminder of what we can risk and endure for those we love.





I also recommend you the american web page:



http://www.ushmm.org/es



And:

http://remember.org/



Greetings.



Todo es ahora simple, no tienes más que entrar al internet y copiar y pegar las cosas. Yo he leído algunos de esos libros – me encanta Maus, creo que es el que más me gusta, lo cual suena irresponsable y hasta cómico ¡Bueno, es un cómic! – pero definitivamente no todos, pero sé que están ahí. No le cité el Diario de Ana Frank porque dicen ahora, que se ha descubierto que el padre lo mandó escribir con un negro al terminar la guerra. No lo culpo en absoluto, yo habría hecho lo mismo para dejar un testimonio de esa vida en un angustiosa madriguera, derivado por la persecusión brutal de los animales del SS.

Pienso en la película de Spielberg (La lista de Schindler, 1993), que mucho tiempo me negué a ver, siguiendo la idea de que no debía ser representado ese drama, así sin más. Confieso que no me acabó de encantar (y tantos premios me parecieron pura basura en su momento), pero ahora creo que ese tipo de películas son necesarias, aunque del fondo a la superficie, no puedan plasmar lo irrepresentable.

Los jóvenes están muy acostumbrados hoy a las imágenes, y sólo eso les estimula, son consumidores de pornografía comercial y les cuesta mucho trabajo leer un poquito, ni modo, ese es el caso de México. Por lo menos de esa manera, pueden tomar contacto con ese horrendo pasado, aunque eso dé lugar a porquerías cómo: El niño con el pijama de rayas  y la detestable película de Benigni que ganó el Oscar en 1997, que me hizo salir furioso, de un cine abarrotado en el que la gente reía a carcajadas cómo no lo había visto en mucho tiempo. Afortunadamente se hacen películas tan perfectas y duras como El pianista (2002) de Polansky basada en hechos autobiográficos o la visionaria El gran dictador (1941) de Charles Chaplin.  

Pasan unos días más. Me vuelve a escribir. Dice que antes de que terminen las clases, quiere discutir conmigo enfrente de un grupo, ya sea en filosofía o en psicología, sobre el tema que hemos tocado, que me va a demostrar que las cosas no son cómo yo las pienso. Ya ni le contesto.

Es otro día en el súper, algunas ideas tristes rebotan en mi cabeza. Veo la mermelada y los pasteles, son cosas que no puedo comer: ¿Cómo es posible que se habitúe uno a tragar las claras de huevo sin la yema y las considere sabrosas? ¿Será que a todo se acostumbra uno? Me he mantenido bien con la dieta. Desde el fondo del pasillo oigo un grito:

Julius!!!

Viene Dante a paso resuelto y aprieto los músculos. No entiendo por qué se me acerca. Me dice en español:

 – Allá anda en otro pasillo el músico con el que te confundí. Es tu doble, de verdad que es increíble!!! Ha, ha, ha.

Me deja frío, asombrado que me trate con tanta familiaridad, después de todas las groserías que le hice, pero le digo:

Bueno, vamos a conocerlo. Me da curiosidad.

Contesta:

Ve tú, enfrenta a tu imagen. Luego, luego, lo vas a reconocer.

Se da la vuelta y se va como fantasma.

Suspiro liberado, no me hubiera gustado continuar la plática y darle cuenta de por qué, no le respondí. Francamente no quiero volverlo a tratar, creo que cometí una equivocación al considerar que podría hacerlo mi amigo. Pero me ha dado la comezón y voy a buscar al músico. Voy por los pasillos y encuentro un hombre entre las medicinas, escogiendo, si va a llevar linimiento para las manos, shampoo anticalvicie y de qué marca. Viste  sencillo, con pantalón de mezclilla y una sudadera azul, no está muy cuidado en su presentación.

Es un sujeto de casi 70 años, el poco pelo que tiene es blanco y es dueño de una barriga prominente, se mueve con lentitud y tiene una cara de rencor que proyecta desilusión y hasta odio. Levanta ligeramente su rostro y me echa un vistazo. Nos quedamos mirando, más allá de nuestras narices puntiagudas. Lo saludo, cumple el saludo. Sigo por el pasillo y me voy de ahí, riéndome.

¿Acaso me veo tan viejo y decadente? ¿He llegado a este punto de mi vida sin darme cuenta? ¿Eso soy yo? ¿De verdad tengo tantas coincidencias con alguien tan conservador – un reganeano, seguidor de Trump supongo – y aborrecible? ¿Cómo he podido, tomar en serio a un fulano, por hablar inglés y discutir sobre música clásica?

¡Vaya final del año!


Christopher Bollas: Mental pain

Conferencia de Christopher Bollas: Mental Pain.