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sábado, 11 de noviembre de 2017

La muerte de Eugenio Abraham Palomo.



Él - La noche de ayer fue extremadamente larga, mis pesadillas más terroríficas se combinaron con la noticia de la muerte de Eugenio Palomo. Cuándo R. me envío un mensaje dónde me mostraba que en el Facebook alguien preguntaba por la hermana de Eugenio pues éste se encontraba en un estado de salud grave, yo estaba a en el comienzo de un seminario sobre clínica psicoanalítica que doy los lunes, y sólo pude responderle que en unos minutos me pondría al tanto y averiguaría que pasaba. Al terminar, busqué en el dichoso Facebook noticias y me topé con una entrada puesta por M. el dueño de la librería Hyperión de Xalapa, dónde comunicaba la pena que sentía por la muerte de nuestro mutuo amigo. Luego, ya ves, se comunicó H.  para darnos la noticia en el diario de Xalapa. Decía el periódico que el casero había ido a cobrar la renta, vio entreabierta la puerta, se asomó por la ventana y vio un cuerpo tirado, decidió entrar y lo encontró junto a un librero, quién sabe cuánto tenía allí, dicen que no mucho pues el cuerpo no olía. Después, al hablar con M. me dijo que había gente que lo había visto hace unos tres días y que lo había visto deteriorado, la muerte parece haber sido a causa de una bronconeumonía, complicada con un ataque al corazón, una de esas enfermedades producto del descuido médico y la desatención personal.
Ella – No pude dormir tampoco anoche bien, di muchas vueltas pensando en si no pudimos hacer nada más por él ¡Cuántas charlas con él, quien fue nuestro primer amigo en común al principio de nuestra relación! ¿Te acuerdas que hubo un tiempo en que todos los días comíamos con él? ¿Por qué tuvo que morir así? R. me ha dicho que su historia es muy triste, pero yo creo que jamás lo vi triste… no sé qué pienses.



Él – No la verdad que jamás lo vimos triste y siempre fue muy animoso. Él no tenía tiempo para deprimirse por las penas de este mundo y alguien me dijo que hasta tuvo una pareja aquí en Xalapa, él nunca habló de eso, era discreto respecto a esos temas. Creo que sus  amigos más importantes fueron Aristóteles y Hegel, además tuvo como interlocutores a Marx y a Althusser. Si te puedo decir que eligió vivir como vivió, fue un hombre sin dobleces, ni mentiras. Siempre preocupado por compartir lo que sabía con otros que se le acercaban como moscas a la miel. Despreciaba a los que se decían filósofos y decía que no eran sino burócratas académicos. Conocía tanto de Freud como yo y lo mismo de Tausk o de Reich, las pláticas que tuvimos con él eran juguetonas y demoledoras. Pienso que hicimos por él todo lo humanamente posible, si hubiésemos sabido que estaba enfermo, allí habríamos estado, pero él quiso alejarse, no sé bien por qué, quizá para no molestar.
Ella – ¿No acabaré yo cómo él? La verdad tengo miedo.
Él –  Creo que todos tenemos miedo de acabar así, pero no pienso que eso te pase a ti o mí. Él fue producto de circunstancias y una época particulares. Creo que eso lo hizo tan libre como era, tan genial y a la vez tan loco. Pocas personas se atreven a vivir como se los dicta su deseo y en su caso, su único deseo era compartir lo que sabía, que era mucho. El alma se me quiebra al recordar todo esto.
Ella –  Me recuerdo que su familia no quería que leyera, buscaban que se alejara de los libros pues su vida estaba destinada al campo. Él escapaba de noche y se subía a un árbol para alumbrarse con la luz del farol, decía que así se había acabado la vista y que por eso usaba unos lentes tan gruesos. Después la familia se trasladó a vivir a Monterrey, y junto con un hermano iba a vender tacos y aguas en la madrugada a la zona de prostitución. En lo que esperaba a los clientes se dedicaba a leer a Homero y Hesíodo ¿Te recuerdas que llamó a sus perros como héroes griegos y sólo tenía 9 años? Así esos compañeros callejeros eran Hécuba y Príamo. Estudió filosofía, me parece que había sido compañero de Mauricio Beauchot quien lo apreciaba mucho, y también había estudiado cine.
Él –  Sí, en el CUEC.
Ella –  Es posiblemente el único filósofo de carne y hueso que he conocido.
Él –  Uno lee esas historias como la de que Heráclito vivía en un barril y que sólo comía lentejas.
Ella –  No, Diógenes de Sínope, quien nunca predicó el amor a las cosas materiales.
Él –  Es cierto, Diógenes, el cínico, aquél que enfrentó a Alejandro cuándo le preguntó qué es lo que deseaba y le contestó: Aléjate de mí, que estás tapando el sol con tu sombra.
Ella –  Recuerdo muy bien que no paraba de hablar cuando empezaba, en cierto modo era gracioso, y cómo tenía una facilidad para abordar prácticamente cualquier tema. Con él, hablé mucho sobre Filosofía de la Religión, que es algo de mi mayor interés y a pesar de ser un filósofo marxista, materialista dialéctico, consideraba que era un tema de suma importancia.



Él –  ¿Te acuerdas de esas pláticas sobre la importancia de Einsenstein y Pudovkin? También hablamos de Dziga Vértov, de mi favorito Bergman, Klossowski y George Cúkor, veíamos cine juntos los fines de semana. Fueron tiempos en los que no nos sobraba el dinero y que sin embargo, la pasábamos muy bien, compartiendo nuestro tiempo con nuestro amigo. Recuerdo muy bien de cómo vimos El exorcista de Friedkin alguna vez, o Shane el desconocido. Le encantaba Tarkowsky al igual que Hitchcock. Pasar tiempo junto a él era bañarse de ideas y puntualizaciones sobre las cosas que iban surgiendo en cascada.
Ella –  ¿Recuerdas ese viaje que hicimos juntos a Veracruz? ¡Cómo recorrimos San Juan de Ulúa! Creo que entonces traías la Lumix y nos tomamos unas fotos ¿No las tendrás por ahí? Me acuerdo que hasta el tripié llevabas, nos tomaste a los tres ¿Podrías pasármelas? Íbamos en la carretera y él no paraba de hablar de Cioran y de Kavafis. Recuerdo mucho esa comida junto al mar.
Él – Sí con gusto, déjame buscarlas. No sé por qué he dejado la fotografía de lado, voy a tratar de cargar más la cámara. Él me recuerdo que conocía muy bien a los fotógrafos del siglo XX, fue para mí una sorpresa reencontrarme con Cartier – Bresson, Robert Capa y Ansell Adams, en sus comentarios y relatos. Respetaba profundamente el psicoanálisis, había conocido a algunos analistas, no para analizarse sino para entablar discusiones con ellos. Tal vez,  a través de Mauricio Achar para quien trabajaba en la Libería Ghandi y que le pedía que lo acompañara en sus diálogos con intelectuales, filósofos, a casi todos les corregía la letra, contaba que muchas veces salía peleado con esa gente y diciéndole a su jefe que ya no lo acompañaría. Mauricio fue generoso también con él, además de su sueldo, le enviaba un cheque adicional cada mes cuando fue gerente de la Ghandi Xalapa, a él le daba igual.



Ella –  ¿Te acuerdas también cuándo por ahí de 2003, cosa así, salió un número especial de la revista Proceso? Estaba completamente dedicado al Subcomandante Marcos y revelaban su identidad como Sebastián Rafael Guillén. Al final de uno de los reportajes decían que había dado clases en la UAM y que se sabía que su mejor amigo se llamaba Eugenio Abraham Palomo Alvarado, quien era el gerente de una librería Ghandi en Xalapa. Al día siguiente, cuando nos vimos para comer, traía la revista en la mano, y nos dijo: “Eso que están publicando allí es mentira, yo no conozco a esa persona, no sé por qué publican semejantes tonterías”. Pero esa misma semana estaba renunciando a la gerencia de la librería sin ningún motivo aparente.
Él –  Y le ayudamos a cambiarse de casa. Fuimos a esa vivienda  de dos pisos que rentaba por la colonia Progreso, un fin de semana. Entramos y nos encontramos con una cantidad de libros cómo no había visto en mi vida en una biblioteca particular. Eso sí, todo desordenado y sucio el panorama. Pero lo que menos le importaba a él era el polvo… tenía su mente puesta en otras cosas más importantes.
Ella –  Nos preguntamos dónde estaba el comedor: ¿Por qué no había sala y por qué no tenía agua caliente la casa?
Él –  Incluso no tenía exactamente una recámara. Parecía que dormía en el piso como a descampado. Quizá cómo preparado para salir de allí en cualquier momento. La verdad no lo sé, pero eso no le avergonzaba o incomodaba de ningún modo. Te digo que como gerente de la librería pudo haberse comprado todo, vivir con comodidades, simplemente no le importaba. Prefería hacerse de libros y ahora sabemos que fue también generoso con algunas personas siempre que pudo hacerlo.
Ella –  Luego nos pidió permiso para dejar todos esos libros en nuestra casa. Ocuparon no sé cómo toda una habitación. Del piso al techo no podía meterse nada más. Incluso costaba trabajo abrir la puerta.
Él –  Y nosotros consentimos, pero eso duró meses y meses, por un momento creí que nos iba a dejar para siempre esas cajas. No sé bien qué será de tanto libro, luego llegó con un camión y me dijo que ya no era necesario que los guardáramos. Yo no sé dónde habrá quedado todo eso… pienso que lo que a él le hubiera gustado es que todo fuera a parar a una biblioteca pública.



Ella –  También clonaba libros de interés ¿Te recuerdas de cómo llegaban a ser casi como los originales? Estoy pensando en el libro sobre Foucault de Dreyfus y Rabinow, y los libros de psicoanálisis como el de Otto Rank sobre El Doble. Todavía lo llegué a ver en el centro hace poco y te dije.
Él –  Incluso fue a verte una tarde al trabajo. Un señor de la vigilancia, muy amable, pensó que era un maleante que venía a buscarte por el aspecto que la ropa raída le daba. Me pareció muy chistoso eso que contabas. 
Ella –  No exactamente. Pero sí me preguntó si quería que él se quedase mientras conversaba con ese desconocido. Lo veía asistir de vez en vez al cineclub que había allí en la Unidad de Posgrado.
Él –  Recuerdo también que en un momento dado, estuvo viviendo con nosotros cuando no tenía a dónde ir. Eso duró algunos meses, cuando vivíamos por el bosque  de Briones. Salía a pasear con el perro labrador que teníamos, jugábamos dominó los fines de semana. Éramos como parte de su familia y él nos consideraba así. No sé qué pasó al final, porque nunca nos peleamos ni nada por el estilo. Todavía el año 2016 para 2017 estuvo en la cena de Año Nuevo brindando y comiendo pavo, creo que el año pasado a ese también había estado presente, incluso tuvo un desencuentro digamos ideológico con G en casa, que tuve que pedirles cambiaran el tema.
Ella – Solamente lo vimos que perdió los estribos una vez, cuando K le dijo que con qué autoridad se atrevía a decir lo que decía, si no era un investigador, ni siquiera un profesor universitario y no había terminado una carrera, le dijo que sólo era un pinche librero. Y allí él lo mandó al carajo, porque no iba a permitir que lo ofendiera desde su altar institucional.
Él –  Fue una situación muy difícil, porque Palomo sabía lo que decía siempre, no hablaba nada más por hablar, tenía además una actitud generosa con el otro para orientarlo en lo que pudiese interesarle. Probablemente no escuchaba mucho cuestiones personales o quejas, porque a él siempre le movía el interés racional que trascendía a las personas en particular.
Ella –  No es del todo verdad eso ¿Te acuerdas que una vez nos trajo una barbacoa riquísima que hacían por su casa? ¿Qué llegaba a comer y trataba siempre de traer algo, una botella de vino o una barra de pan? ¿No te acuerdas cómo festejaba lo que cocinábamos?
Él –  Aún me resuena el tono de su voz en la cabeza. Y ni decir de la música... le gustaba la música clásica, el jazz, el blues y el rock ¡Cómo disfrutamos oír Leonard Cohen con él, B. B. King, y también James Brown, por no decir Coltrane o Billie Holiday! 
Ella –  A mí también, me parece increíble que ya no lo veremos, nunca vamos a volver a conocer alguien como él. Me acuerdo cómo me regaló en un cumpleaños el Martillo para las brujas de Kramer y Sprenger, que en ese tiempo antes del internet era muy difícil de conseguir. Y también en el 2000 nos trajo una serie de libros sobre el cambio de siglo, que aún tenemos por ahí.
Él –  Lo vamos a extrañar mucho. Era un visionario. Siempre pendiente de la política y siempre con un criterio de izquierda… cómo bien dices… era un materialista, él sabía que después de la muerte sólo está el abismo de la Nada y no le preocupaba en absoluto. Todos tenemos en algún punto la fantasía de que hay algo más, pero él sabía que esas eran patrañas. Inventos para hacer más llevadera la miserable realidad que vivimos. Había leído a Kierkegaard con mucho cuidado y se burlaba un poco de su búsqueda de Dios, no entendía cómo él mismo había podido escribir Diario de un seductor.
Ella –  Pero me queda la duda de si lo entendimos lo suficiente. Si no podríamos haber hecho algo más por él.
Él –  Tú te recuerdas que lo suscribimos a una fonda para que le dieran de comer y hasta de desayunar. Incluso, lo presenté como mi hermano y encargué que lo atendieran, más allá del menú. Pero una vez que fui a pagar el mes, me dijeron: No señor, él ya no se ha aparecido por aquí desde hace casi un mes. Insistí para que lo atendieran, pero no volvió y nunca me dijo por qué, yo creo que no quería cargar o molestar a nadie.
Ella –  Así también eligió su muerte. Sin molestar a nadie, pegado a sus libros que era lo que más le importaba, más fieles y generosos que los hombres. Creo que nunca vamos a conocer nuevamente a alguien como él, fuimos privilegiados.



Él –  No era un librero solamente, cómo bien dices, era un filósofo. Le gustaba ayudar a la gente, brindaba su saber al que se acercaba y despreciaba en el fondo todo el mundo académico y la burocracia institucional. Era un hombre que provenía de las ilusiones revolucionarias del siglo XX, que nunca dejó de soñar en que vendría el cambio social y creo que nunca dejó de tener contacto con cierto sector de la izquierda más radical.
Ella – ¿Te acuerdas de cómo nos hablaba de Magda grande y Magda chica? Eran amigas de su vida en la CDMX. Nos contaba algunas anécdotas graciosas, y reíamos con él. En realidad nunca supimos quiénes eran varias de las personas que mencionaba.
Él – Me dicen que también hablaba mucho de nosotros con su familia y con otros amigos. Yo creo que con otros y nuestra imagen, hacía algo parecido a lo que nos brindaba como relatos heroicos de otras personas. Sí me recuerdo muy bien que una vez, ya con algunos tragos encima, nos dijo que en cierta época de su vida daba clases y había discutido con Nicolás Guillén sobre lo que él opinaba con respecto a la sociedad y la revolución. Simplemente se le salió… pero lo importante es que en gestos como esos nos daba una imagen diferente de su figura… no era un hombre pasivo, la nota del periódico de Xalapa es muy escueta y hasta cruel. Lo pinta como un sexagenario vagabundo que vivía solo sin que le importara a nadie. Eso no es cierto, él dio mucho a mucha gente, creo que no fuimos los únicos en disfrutar de sus charlas y su amistad, simplemente él se brindaba sin problemas al otro y no cobraba por compartir sus conocimientos. Te citaba de memoria Berkeley y Spinoza, te hablaba de Foucault y Derrida sin problemas. Traté de llevarlo una vez a mi clase sobre Foucault en la Facultad de Filosofía, pero allí se sentía incómodo, creo que se perdió en la exposición, te digo, la academia no era para él.
Mucha gente pasó por su librería, oyó sus charlas, sus recomendaciones, sus consejos… dicen que tomaba mucho alcohol y que en parte eso lo mató. Yo no lo vi nunca incoherente ni alcoholizado al extremo de que no me interesara lo que decía. Eso sí, por momentos abrumaba… cansaba oír lo que soltaba y no acabar uno de captar lo que decía. Una vez me enseñó algunos apuntes, yo le quería animar para que los transcribiera, nunca lo hizo. De hecho, le mandé a un alumno para que lo ayudara a hacer eso, y acabó acomodando libros, trabajando para él.
También me recuerdo de la lista que le entresaqué de las 20 películas indispensables según su criterio entre las que estaban: Juana de Arco de Carl Th. Dreyer; El nacimiento de una nación de D. W. Griffith; Avaricia de Erich Von Stroheim; El acorazado Potemkin de Einsenstein; pero también Persona de Bergman; Blade Runner de Ridley Scott; La tierra de la gran promesa Andresej Wajda; y  Antonio Das mortes de Glauber Rocha.
En realidad es muy difícil decir quién era Eugenio,  a pesar de estar tan cerca de él, hay muchos aspectos de su vida que no conocimos, eso sí, no era un hombre triste, quizá solo pero no dolorido. Era un hombre honesto, orgulloso, sincero, sin resentimientos ni falsos rencores, no lo recuerdo haber odiado a nadie. Sí criticaba, no podía no hacerlo, estaba en su naturaleza. En todo caso, creo que todos tenemos algo de impostores, y creo que él a diferencia de la gente común, era un hombre auténtico.

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