Él - La noche de ayer fue extremadamente
larga, mis pesadillas más terroríficas se combinaron con la noticia de la
muerte de Eugenio Palomo. Cuándo R. me envío un mensaje dónde me mostraba
que en el Facebook alguien preguntaba por la hermana de Eugenio pues éste se
encontraba en un estado de salud grave, yo estaba a en el comienzo de un
seminario sobre clínica psicoanalítica que doy los lunes, y sólo pude
responderle que en unos minutos me pondría al tanto y averiguaría que pasaba.
Al terminar, busqué en el dichoso Facebook noticias y me topé con una entrada
puesta por M. el dueño de la librería Hyperión de Xalapa, dónde comunicaba la
pena que sentía por la muerte de nuestro mutuo amigo. Luego, ya ves, se
comunicó H. para darnos la noticia en el
diario de Xalapa. Decía el periódico que el casero había ido a cobrar la renta,
vio entreabierta la puerta, se asomó por la ventana y vio un cuerpo tirado,
decidió entrar y lo encontró junto a un librero, quién sabe cuánto tenía allí,
dicen que no mucho pues el cuerpo no olía. Después, al hablar con M. me dijo
que había gente que lo había visto hace unos tres días y que lo había visto
deteriorado, la muerte parece haber sido a causa de una bronconeumonía,
complicada con un ataque al corazón, una de esas enfermedades producto del
descuido médico y la desatención personal.
Ella – No pude dormir tampoco anoche
bien, di muchas vueltas pensando en si no pudimos hacer nada más por él ¡Cuántas
charlas con él, quien fue nuestro primer amigo en común al principio de nuestra
relación! ¿Te acuerdas que
hubo un tiempo en que todos los días comíamos con él? ¿Por qué tuvo que morir
así? R. me ha dicho que su historia es muy triste, pero yo creo que jamás lo vi
triste… no sé qué pienses.
Él – No la verdad que jamás lo vimos triste
y siempre fue muy animoso. Él no tenía tiempo para deprimirse por las penas de
este mundo y alguien me dijo que hasta tuvo una pareja aquí en Xalapa, él nunca
habló de eso, era discreto respecto a esos temas. Creo que sus
amigos más importantes fueron Aristóteles y Hegel, además tuvo como interlocutores a Marx y a Althusser.
Si te puedo decir que eligió vivir como vivió, fue un hombre sin dobleces, ni
mentiras. Siempre preocupado por compartir lo que sabía con otros que se le
acercaban como moscas a la miel. Despreciaba a los que se decían filósofos y decía
que no eran sino burócratas académicos. Conocía tanto de Freud como yo y lo
mismo de Tausk o de Reich, las pláticas que tuvimos con él eran juguetonas y
demoledoras. Pienso que hicimos por
él todo lo humanamente posible, si hubiésemos sabido que estaba enfermo, allí
habríamos estado, pero él quiso alejarse, no sé bien por qué, quizá para no
molestar.
Ella – ¿No acabaré yo cómo él? La verdad
tengo miedo.
Él –
Creo que todos tenemos miedo de acabar así, pero no pienso que eso te
pase a ti o mí. Él fue producto de circunstancias y una época particulares.
Creo que eso lo hizo tan libre como era, tan genial y a la vez tan loco. Pocas
personas se atreven a vivir como se los dicta su deseo y en su caso, su único
deseo era compartir lo que sabía, que era mucho. El alma se me quiebra al recordar todo esto.
Ella –
Me recuerdo que su familia no quería que leyera, buscaban que se alejara
de los libros pues su vida estaba destinada al campo. Él escapaba de noche y se
subía a un árbol para alumbrarse con la luz del farol, decía que así se había
acabado la vista y que por eso usaba unos lentes tan gruesos. Después la
familia se trasladó a vivir a Monterrey, y junto con un hermano iba a vender
tacos y aguas en la madrugada a la zona de prostitución. En lo que esperaba a
los clientes se dedicaba a leer a Homero y Hesíodo ¿Te recuerdas que llamó a
sus perros como héroes griegos y sólo tenía 9 años? Así esos compañeros
callejeros eran Hécuba y Príamo. Estudió filosofía, me parece que había sido compañero
de Mauricio Beauchot quien lo apreciaba mucho, y también había estudiado cine.
Él –
Sí, en el CUEC.
Ella –
Es posiblemente el único filósofo de carne y hueso que he conocido.
Él –
Uno lee esas historias como la de que Heráclito vivía en un barril y que
sólo comía lentejas.
Ella –
No, Diógenes de Sínope, quien nunca predicó el amor a las cosas
materiales.
Él –
Es cierto, Diógenes, el cínico, aquél que enfrentó a Alejandro cuándo le
preguntó qué es lo que deseaba y le contestó: Aléjate de mí, que estás tapando el sol con tu sombra.
Ella –
Recuerdo muy bien que no paraba de hablar cuando empezaba, en cierto modo
era gracioso, y cómo tenía una facilidad para abordar prácticamente cualquier
tema. Con él, hablé mucho sobre Filosofía de la Religión, que es algo de mi
mayor interés y a pesar de ser un filósofo marxista, materialista dialéctico,
consideraba que era un tema de suma importancia.
Él –
¿Te acuerdas de esas pláticas sobre la importancia de Einsenstein y
Pudovkin? También hablamos de Dziga Vértov, de mi favorito Bergman, Klossowski y George
Cúkor, veíamos cine juntos los fines de semana. Fueron tiempos en los que no
nos sobraba el dinero y que sin embargo, la pasábamos muy bien, compartiendo
nuestro tiempo con nuestro amigo. Recuerdo muy bien de cómo vimos El
exorcista de Friedkin alguna vez, o Shane el desconocido. Le encantaba
Tarkowsky al igual que Hitchcock. Pasar tiempo junto a él era bañarse de ideas
y puntualizaciones sobre las cosas que iban surgiendo en cascada.
Ella –
¿Recuerdas ese viaje que hicimos juntos a Veracruz? ¡Cómo recorrimos San
Juan de Ulúa! Creo que entonces traías la Lumix y nos tomamos unas fotos ¿No
las tendrás por ahí? Me acuerdo que hasta el tripié llevabas, nos tomaste a los
tres ¿Podrías pasármelas? Íbamos en la carretera y él no paraba de hablar de
Cioran y de Kavafis. Recuerdo mucho esa comida junto al mar.
Él – Sí con gusto, déjame buscarlas. No
sé por qué he dejado la fotografía de lado, voy a tratar de cargar más la
cámara. Él me recuerdo que conocía muy bien a los fotógrafos del siglo XX, fue
para mí una sorpresa reencontrarme con Cartier – Bresson, Robert Capa y Ansell Adams, en sus
comentarios y relatos. Respetaba profundamente el psicoanálisis, había conocido
a algunos analistas, no para analizarse sino para entablar discusiones con
ellos. Tal vez, a través de Mauricio
Achar para quien trabajaba en la Libería Ghandi y que le pedía que lo
acompañara en sus diálogos con intelectuales, filósofos, a casi todos les
corregía la letra, contaba que muchas veces salía peleado con esa gente y
diciéndole a su jefe que ya no lo acompañaría. Mauricio fue generoso también
con él, además de su sueldo, le enviaba un cheque adicional cada mes cuando fue
gerente de la Ghandi Xalapa, a él le daba igual.
Ella –
¿Te acuerdas también cuándo por ahí de 2003, cosa así, salió un número
especial de la revista Proceso? Estaba completamente dedicado al Subcomandante
Marcos y revelaban su identidad como Sebastián Rafael Guillén. Al final de uno
de los reportajes decían que había dado clases en la UAM y que se sabía que su
mejor amigo se llamaba Eugenio Abraham Palomo Alvarado, quien era el gerente de
una librería Ghandi en Xalapa. Al día siguiente, cuando nos vimos para comer,
traía la revista en la mano, y nos dijo: “Eso que están publicando allí es
mentira, yo no conozco a esa persona, no sé por qué publican semejantes
tonterías”. Pero esa misma semana estaba renunciando a la gerencia de la
librería sin ningún motivo aparente.
Él –
Y le ayudamos a cambiarse de casa. Fuimos a esa vivienda de dos pisos que rentaba por la colonia Progreso, un fin de semana. Entramos y nos
encontramos con una cantidad de libros cómo no había visto en mi vida en una biblioteca particular. Eso sí,
todo desordenado y sucio el panorama. Pero lo que menos le importaba a él era
el polvo… tenía su mente puesta en otras cosas más importantes.
Ella –
Nos preguntamos dónde estaba el comedor: ¿Por qué no había sala y por
qué no tenía agua caliente la casa?
Él –
Incluso no tenía exactamente una recámara. Parecía que dormía en el piso
como a descampado. Quizá cómo preparado para salir de allí en cualquier
momento. La verdad no lo sé, pero eso no le avergonzaba o incomodaba de ningún
modo. Te digo que como gerente de la librería pudo haberse comprado todo, vivir
con comodidades, simplemente no le importaba. Prefería hacerse de libros y ahora
sabemos que fue también generoso con algunas personas siempre que pudo hacerlo.
Ella –
Luego nos pidió permiso para dejar todos esos libros en nuestra casa.
Ocuparon no sé cómo toda una habitación. Del piso al techo no podía meterse
nada más. Incluso costaba trabajo abrir la puerta.
Él –
Y nosotros consentimos, pero eso duró meses y meses, por un momento creí
que nos iba a dejar para siempre esas cajas. No sé bien qué será de tanto
libro, luego llegó con un camión y me dijo que ya no era necesario que los
guardáramos. Yo no sé dónde habrá quedado todo eso… pienso que lo que a él le
hubiera gustado es que todo fuera a parar a una biblioteca pública.
Ella –
También clonaba libros de interés ¿Te recuerdas de cómo llegaban a ser
casi como los originales? Estoy pensando en el libro sobre Foucault de Dreyfus
y Rabinow, y los libros de psicoanálisis como el de Otto Rank sobre El Doble.
Todavía lo llegué a ver en el centro hace poco y te dije.
Él –
Incluso fue a verte una tarde al trabajo. Un señor de la vigilancia, muy
amable, pensó que era un maleante que venía a buscarte por el aspecto que la
ropa raída le daba. Me pareció muy chistoso eso que contabas.
Ella –
No exactamente. Pero sí me preguntó si quería que él se quedase mientras
conversaba con ese desconocido. Lo veía asistir de vez en vez al cineclub que
había allí en la Unidad de Posgrado.
Él –
Recuerdo también que en un momento dado, estuvo viviendo con nosotros
cuando no tenía a dónde ir. Eso duró algunos meses, cuando vivíamos por el bosque de Briones. Salía a pasear con el perro labrador que teníamos, jugábamos dominó
los fines de semana. Éramos como parte de su familia y él nos consideraba así.
No sé qué pasó al final, porque nunca nos peleamos ni nada por el estilo. Todavía
el año 2016 para 2017 estuvo en la cena de Año Nuevo brindando y comiendo pavo,
creo que el año pasado a ese también había estado presente, incluso tuvo un
desencuentro digamos ideológico con G en casa, que tuve que
pedirles cambiaran el tema.
Ella – Solamente lo vimos que perdió los
estribos una vez, cuando K le dijo que con qué autoridad se atrevía a decir lo
que decía, si no era un investigador, ni siquiera un profesor universitario y
no había terminado una carrera, le dijo que sólo era un pinche librero. Y allí
él lo mandó al carajo, porque no iba a permitir que lo ofendiera desde su altar
institucional.
Él –
Fue una situación muy difícil, porque Palomo sabía lo que decía siempre,
no hablaba nada más por hablar, tenía además una actitud generosa con el otro
para orientarlo en lo que pudiese interesarle. Probablemente no escuchaba mucho
cuestiones personales o quejas, porque a él siempre le movía el interés
racional que trascendía a las personas en particular.
Ella –
No es del todo verdad eso ¿Te acuerdas que una vez nos trajo una
barbacoa riquísima que hacían por su casa? ¿Qué llegaba a comer y trataba
siempre de traer algo, una botella de vino o una barra de pan? ¿No te acuerdas
cómo festejaba lo que cocinábamos?
Él –
Aún me resuena el tono de su voz en la cabeza. Y ni decir de la música... le gustaba la música clásica, el jazz, el blues y el rock ¡Cómo disfrutamos oír Leonard Cohen con él, B. B. King, y también James Brown, por no decir Coltrane o Billie Holiday!
Ella –
A mí también, me parece increíble que ya no lo veremos, nunca
vamos a volver a conocer alguien como él. Me acuerdo cómo me regaló en un
cumpleaños el Martillo para las brujas
de Kramer y Sprenger, que en ese tiempo antes del internet era muy difícil de
conseguir. Y también en el 2000 nos trajo una serie de libros sobre el cambio
de siglo, que aún tenemos por ahí.
Él – Lo vamos a extrañar mucho. Era un visionario. Siempre pendiente de la política y siempre con un
criterio de izquierda… cómo bien dices… era un materialista, él sabía que
después de la muerte sólo está el abismo de la Nada y no le preocupaba en
absoluto. Todos tenemos en algún punto la fantasía de que hay algo más, pero él
sabía que esas eran patrañas. Inventos para hacer más llevadera la miserable
realidad que vivimos. Había leído a Kierkegaard con mucho cuidado y se burlaba
un poco de su búsqueda de Dios, no entendía cómo él mismo había podido escribir
Diario de un seductor.
Ella –
Pero me queda la duda de si lo entendimos lo suficiente. Si no podríamos
haber hecho algo más por él.
Él –
Tú te recuerdas que lo suscribimos a una fonda para que le dieran de
comer y hasta de desayunar. Incluso, lo presenté como mi hermano y encargué que lo
atendieran, más allá del menú.
Pero una vez que fui a pagar el mes, me dijeron: No señor, él ya no se ha aparecido por aquí desde hace casi un mes. Insistí
para que lo atendieran, pero no volvió y nunca me dijo por qué, yo creo que no
quería cargar o molestar a nadie.
Ella –
Así también eligió su muerte. Sin molestar a nadie, pegado a sus libros
que era lo que más le importaba, más fieles y generosos que los hombres. Creo
que nunca vamos a conocer nuevamente a alguien como él, fuimos privilegiados.
Él –
No era un librero solamente, cómo bien dices, era un filósofo. Le
gustaba ayudar a la gente, brindaba su saber al que se acercaba y despreciaba
en el fondo todo el mundo académico y la burocracia institucional. Era un
hombre que provenía de las ilusiones revolucionarias del siglo XX, que nunca
dejó de soñar en que vendría el cambio social y creo que nunca dejó de tener
contacto con cierto sector de la izquierda más radical.
Ella – ¿Te acuerdas de cómo nos hablaba
de Magda grande y Magda chica? Eran amigas de su vida en la CDMX. Nos contaba algunas anécdotas graciosas, y reíamos con él.
En realidad nunca supimos quiénes eran varias de las personas que mencionaba.
Él – Me dicen que también hablaba mucho
de nosotros con su familia y con otros amigos. Yo creo que con otros y nuestra
imagen, hacía algo parecido a lo que nos brindaba como relatos heroicos de
otras personas. Sí me recuerdo muy bien que una vez, ya con algunos tragos
encima, nos dijo que en cierta época de su vida daba clases y había discutido
con Nicolás Guillén sobre lo que él opinaba con respecto a la sociedad y la
revolución. Simplemente se le salió… pero lo importante es que en gestos como
esos nos daba una imagen diferente de su figura… no era un hombre pasivo, la
nota del periódico de Xalapa es muy escueta y hasta cruel. Lo pinta como un
sexagenario vagabundo que vivía solo sin que le importara a nadie. Eso no es
cierto, él dio mucho a mucha gente, creo que no fuimos los únicos en disfrutar
de sus charlas y su amistad, simplemente él se brindaba sin problemas al otro y
no cobraba por compartir sus conocimientos. Te citaba de memoria Berkeley y
Spinoza, te hablaba de Foucault y Derrida sin problemas. Traté de llevarlo una
vez a mi clase sobre Foucault en la Facultad de Filosofía, pero allí se sentía
incómodo, creo que se perdió en la exposición, te digo, la academia no era para
él.
Mucha gente pasó por su librería, oyó
sus charlas, sus recomendaciones, sus consejos… dicen que tomaba mucho alcohol
y que en parte eso lo mató. Yo no lo vi nunca incoherente ni alcoholizado al
extremo de que no me interesara lo que decía. Eso sí, por momentos abrumaba…
cansaba oír lo que soltaba y no acabar uno de captar lo que decía. Una vez me
enseñó algunos apuntes, yo le quería animar para que los transcribiera, nunca
lo hizo. De hecho, le mandé a un alumno para que lo ayudara a hacer eso, y
acabó acomodando libros, trabajando para él.
También me recuerdo de la lista que le
entresaqué de las 20 películas indispensables según su criterio entre las que
estaban: Juana de Arco de Carl Th. Dreyer; El nacimiento de una nación de D. W.
Griffith; Avaricia de Erich Von Stroheim; El acorazado Potemkin de Einsenstein;
pero también Persona de Bergman; Blade Runner de Ridley Scott; La tierra de la
gran promesa Andresej Wajda; y Antonio
Das mortes de Glauber Rocha.
En realidad es muy difícil decir quién
era Eugenio, a pesar de estar tan cerca
de él, hay muchos aspectos de su vida que no conocimos, eso sí, no era un
hombre triste, quizá solo pero no dolorido. Era un hombre honesto, orgulloso,
sincero, sin resentimientos ni falsos rencores, no lo recuerdo haber odiado a
nadie. Sí criticaba, no podía no hacerlo, estaba en su naturaleza. En todo
caso, creo que todos tenemos algo de impostores, y creo que él a diferencia de
la gente común, era un hombre auténtico.
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