El narcisismo: origen, eco y fin[1].
Julio Ortega B.
Freud
ha escrito la Introducción al Narcisismo
en 1914, e independientemente de su valor teórico que ya discutiremos, debemos
comprenderlo como un texto que traza, para intentar demoler las concepciones
junguianas que se han alejado cada vez más del centro de la teoría
psicoanalítica. Así que en el fondo es una carta de desprecio, de rechazo, a
quien ha sido su hijo amado, su anhelado sucesor. También una serie de
argumentos en contra de Adler, quien más bien aparecía como competencia no sólo
teórica sino de mercado. Quizá debiéramos llegar a la conclusión que por lo
menos en el caso de Freud (y otros psicoanalistas entre los que me cuento), sus
obras de intelección sobre el inconsciente,
son a un mismo tiempo cartas de amor, motivadas por la obscura o
resplandeciente intensidad de la pasión del amor – odio, ese sentimiento que no
es sino una hoja que implica los dos pliegues.
El
término narcisismo, procede del mito contenido en el libro tercero de la
Metamorfosis de Ovidio, dónde el bello joven rechaza a varias de sus
potenciales amantes, incluyendo a la ninfa Eco, y en consecuencia es castigado
por los dioses, como se ha dicho hasta el cansancio, de enamorarse de su propia
figura.
La
noción “como Narciso” fue ya usado por Havelock Ellis en 1898, y se refería a
un amor anormal sobre sí mismo, pero Freud lo tomó de Paul Näcke quien en 1899
lo utilizó para describir cómo un individuo trataba a su propio cuerpo como si
fuese el cuerpo de un paternaire
sexual.
Aparece
por primera vez, en 1910, en una nota agregada a la tercera edición de los Tres ensayos para una Teoría sexual, lo
vuelve a retomar en su Estudio de Leonardo da Vinci en el mismo año y
profundiza sobre él en la discusión del caso Schreber (1911). Allí nos explica,
cómo es parte del desarrollo del individuo, enrolarse en actividades
autoeróticas que preceden a la búsqueda de un objeto exterior, y en las que su
propio cuerpo aparece como objeto de satisfacción.
Luego
en el tercer capítulo de Totém y Tabú (1913) intitulado Animismo, magia y la omnipotencia de los pensamientos vuelve sobre
el tema refrendando su definición. Para este momento, él se ha formado la
hipótesis del estadio narcisista que ocurriría entre el estadio autoerótico y
el de búsqueda de objetos. Ernest Jones se sirve también del término narcisismo
para formular su artículo sobre God’s Complex en 1913, pero nuevamente sólo
como una derivación patológica de la libido.
La Introducción al Narcisismo (1914) es un
escrito imprudente pues no simplemente toma la perspectiva del desarrollo como
base para elucidar lo que será el narcisisismus.
Hay que considerar que piensa que su teoría se encuentra en un estado de
madurez, y los cambios que vendrán no los sospecha aún, pues la oposición entre
pulsiones del yo y pulsiones sexuales, será insuficiente para dar cuenta de las
fuerzas que operan al interior de la psique humana. Me parece que no imagina
aún la trascendencia de la agresividad, y más aún la autoagresividad, que aún
son tomadas como fuerzas vitales al servicio de la autoconservación y la
evolución la primera, y la segunda como una simple perturbación del Yo, un
estado patológico cómo cabría esperar, y no un empuje esencial hacia la muerte.
Lo
que sí es evidente es la importancia del Ideal del Yo producto del narcisismo
secundario, como una fuerza autobservadora y condicionante de la represión.
También el engrandecimiento del objeto, por sí mismo, como producto no sólo de
una sublimación, sino de una proyección de los ideales del Yo en esa pantalla
que es el objeto amado. Esa instancia es problemática en varios sentidos,
porque no será el ideal – Ich (yo
ideal), sino el Ich – ideal – que por
otra parte tampoco será el Über Ich
(Superyó) , aunque sinceramente, la confusión entre estos términos será pertinaz
–, que se encargará de vigilar y castigar,
para usar una frase foucaultiana, y que llevadas sus funciones al extremo,
adquirirá una forma sádica, de odio, y de erotismo mortificante, fantasioso,
que será característico de la demencia precoz y la esquizofrenia. La
hipocondría aparece como un ejemplo más de enfermedad orgánica en el que las
sensaciones punzantes, dolorosas, harán que su libido se aleje de objetos
externos para volver sobre el sí mismo, con una carga negativa de afectos que
implica una máxima descalificación del Yo por parte del Ideal del Yo. La megalomanía, que ya fue estudiada por Jones, en el
trabajo antes citado, aparece aquí como una introversión de la libido que no se
centra en fantasías, cómo no sea la del engrandecimiento del Yo, que hace
espejo de una dificultad para amar a un objeto exterior. Los procesos mórbidos
serían curiosamente un intento de curación, en los que los despliegues de
libido intentarían una restauración de la condición normal.
Los
impulsos, por otra parte, no buscan sólo su satisfacción lo que daría lugar a
una descarga de energía y una vuelta a la recarga, como nos lo planteaba en el Proyecto de una Psicología para Neurólogos
(1895) – estoy consciente de que no es la única propuesta del Entwurf – sino invariablemente están
destinados a un enfrentamiento con el orden social, que nos condena a la patogenia
de una manera u otra. El autoamor sería también, una respuesta a la
imposibilidad de satisfacción completa a través de la relación con el mundo.
Todas las formas de amor descritas en el trabajo, no son sino diversas maneras
de decirnos que se intenta volver al narcisismo primario inútilmente, que tras
de las diferencias hay un arrastre común que sería el volver a tener un solo
objeto de amor, que sería uno mismo.
Es
en Las pulsiones y sus vicisitudes
(1915) dónde Freud nos describe el narcisismo como una situación psíquica
primaria. Originalmente al inicio de la vida mental, el yo es catectizado por
las pulsiones y es además competente para realizar una labor de
autosatisfacción, que nombra como actividad
autoerótica. No es completamente claro el punto de vista de Freud al
diferenciar el narcisismo primario y el secundario. El narcisismo primario sería un estado precoz, en el cual el
niño catectiza toda su libido sobre sí mismo. El narcisismo secundario,
consistiría en una vuelta de la libido sobre el yo, retirada de sus catexis
objetales. Sin embargo, estos conceptos tienen diversas complicaciones, e
incluso ambigüedades, hasta en el mismo corpus
freudiano cómo no sea que nos atengamos específicamente a una sucesión
temporal. Quizás la noción de “narcisismo secundario” ofrezca menos
dificultades pues es específicamente referida a la catectización del Yo.
Al proponer la noción de Narcisismo, Freud intenta abordar cuatro diferentes problemas: 1) el
narcisismo como una perversión sexual 2)
el narcisismo como un estadío del desarrollo 3) como una catexis libidinal del
Yo, 4) como una elección de objeto referida también al Yo. Aquí debemos tener
en cuenta que el Yo implica asimismo una temprana agencia de auto – observación
que después será más definida en el concepto de Superyó.
Pero también el narcisismo
sería parte de un proceso de conciliación pulsional, en que el individuo a
través de los procesos de incorporación (debido a Karl Abraham) e introyección
(concebido por Sándor Ferenczi) puede llegar a crear una base de relación con
el otro, que dará lugar a futuras catectizaciones de objeto que serán dadas a
partir de las propias necesidades del Yo, y sus fantasías.
Freud postuló así una catexis
original del Yo, un narcisismo primario que después sería la impronta para
elegir objetos, creando un puente entre la libido del yo y la libido objetal.
El narcisismo sería asimismo, el complemento libidinal entre el egoísmo y el
instinto de preservación. De esta manera, jugaría una parte esencial en la
definición estructural del Yo, que conservaría siempre una catexis libidinal
narcisística, que ninguna vicisitud de los caminos en relación con el objeto,
podría agotar.
Debemos tomar en cuenta, cómo
un agregado indispensable para leer la Introducción
al Narcisismo, y que escribe en 1915, una sección referida a la Teoría de
la libido, en la parte tercera de su trabajo sobre los Tres ensayos sobre una teoría sexual (1905), que es importante
señalar, la consideró siempre como una obra que debía actualizar repetidamente
y poner al día con los nuevos descubrimientos
que iba haciendo a lo largo de su investigación sobre el inconsciente que duró
toda su vida. En esta parte, nos describe a la libido como una fuerza
susceptible de variaciones cuantitativas, pero que estará ligada siempre a
cierto carácter cualitativo.
Allí
nos hablará de que el análisis de las perversiones y psiconeurosis, no es
brindada sólo por las partes genésicas del cuerpo, sino por todos los órganos
del mismo. Y nos habla allí de que una parte de la libido, un cierto quántum, debe atribuirse siempre al Yo.
La producción de ésta, su aumento o su disminución, su distribución y su
desplazamiento, están destinados a ofrecernos la posibilidad de explicación de
los diversos fenómenos psicosexuales, pero nos hace la aclaración de que ésta libido yoica sólo puede ser accesible al estudio analítico, a través del
estudio de la libido de objeto. Desde
su centro narcisista puede guiar el quehacer sexual del individuo, llevarlo a
la satisfacción, la extinción parcial o temporaria de la libido. De hecho, el
destino de la libido de objeto es volverse nuevamente en libido narcisística a
pesar del aparente fin distinto de ambas fuerzas.
Nos
explica pues que la libido narcisística o yoica, es el gran reservorio desde el
cual son emitidas las investiduras de objeto que luego vuelven a replegarse, y
la libido narcisista del yo, el estadio originario realizado en la primera
infancia, que es sólo ocultado por los posteriores envíos de la libido pero que
se conserva siempre en el fondo tras ellos. Con ésta aclaración, tendríamos una
importante nota a su afirmación de que el inconsciente sería atemporal, pues no
querría decir que no hay cronología viable en él, sino que el único posible
ciclo de tiempo, sería ese estadio primitivo que caracteriza al Yo narcisista, existiendo en el fondo
una impotencia para la sucesión temporal y en general para el desarrollo
libidinal que sólo pasaría por etapas basadas en una geografía pulsional pero
que conservaría su espíritu autoreferencial
en cualquier punto. Este hecho, ligaría los eventos del presente a la
repetición de la memoria del pasado, en dónde la sucesión inagotable de eventos
y elección de objetos, sería la reproducción de ciertos códigos que se
reformularían y disfrazarían en las aparentes elecciones libres respecto al
objeto. Lo actual sería una forma de pasado, que haría que el Yo por medio de
ese investimento narcisista, percibiese como libre elección, el enamoramiento
del objeto y el apasionamiento por sus sorprendentes características, la
sorpresa no sería sino una forma de reencuentro. Así entenderíamos la
patológica adhesión al objeto amoroso que siempre caracteriza el amor – pasión,
como una forma de grandiosidad del Yo, que se inflaría ante su elección e
invención orgulloso y que daría como resultado un reaporte de libido a su
centro narcisístico. Cómo el caso del sapo que se infla ante la hembra para
atraerla, y termina reventándose. Sin embargo, en lo que eso sucede, esta forma
de delirio haría que mientras más se avanza en la formulación del espejismo, tanto
más se convence el enamorado de su creación, formando una coraza creativa
frente a la verdad de la miseria de su objeto amado. El caso de Adele H. nos
parece siempre un ejemplo convincente para ofrecer, pero sobrarían ejemplos que
abarcarían desde Camille Claudel en su amor loco por Rodin, hasta la Dulcinea
vista por Don Quixote. Ya Stendhal en su estudio Sobre el amor, nos hacía patente que era un sentimiento en el que
la voluntad, tenía poco que ofrecer como fuente de explicación.
Al
ubicar entonces al amor a uno mismo, antes que el amor objetal, y cómo base del
segundo, se llega entonces a una conclusión curiosa, que no es otra que suponer
que la visión del otro depende siempre de la mirada a uno mismo, y que la
cohesión estructural, temporal y afectiva obedece siempre de la representación
que uno tiene del propio Yo. No es desdeñable el interés que tuvieron en este
hecho los psicólogos del yo, despreciados por Lacan por su interés en la
normativización del paciente a la cultura norteamericana, que por otro lado, en
sus opiniones, nunca tomó en cuenta el hecho de que Freud fue siempre en sus
opiniones políticas un pequeñoburgués liberal que no si cuestionó radicalmente
a su sociedad, fue curiosamente, a pesar de sí mismo.
Hartmann,
Kris, Meninnger, no dejaron de interesarse en estudiar al Yo como una formación
modelo del narcisismo primario y es para mí claro que la frase freudiana “Wo es
war soll Ich werden…” no necesariamente intentaba hacer una mención al sujeto
en su totalidad, cómo cierta interpretación que Lacan sostenía, la frase es en
realidad mucho más ambigua. Por un lado, alude a una reivindicación de un Yo
más bien equilibrado y puesto sobre la realidad, sobre los indeseables residuos
primitivos narcisísticos que le alejarían del entorno social, pero no ignora
que ese Yo siempre representa una ilusión, una mentira necesaria ante las
contingencias del mundo. Por un lado, el alejamiento de la realidad es dañino,
por otro lado, siempre es necesaria la mentira hasta cierto punto (¿Acaso no de
dejará uno siempre de mentirse?) por la intolerabilidad a las contingencias
azarosas y nocivas del mundo.
El
riesgo y la peligrosidad es evidente en
el caso de la psicosis, pero también en el del amor no correspondido, y el
duelo por una muerte, en el que hay una inversión de libido sobre el objeto
condenada a no retornar, sino a partir de una serie de profundas dificultades
que finalmente desembocan en la sublimación del objeto y la introyección del
mismo, otra vez, la operación de un dispositivo narcisístico.
Otros
trabajos dónde Freud trabaja la catexis del objeto y su relación al narcisismo,
son el caso del Hombre de los lobos
(1918), dónde el apego a la nodriza Nanya, tendrá como respuesta su rechazo, arrastrándolo
hacia la búsqueda del afecto del padre. Pero en el fondo, la figura primordial
sería el Padre, a la que se apega por vía de la identificación y el ejercicio
de una sexualidad masoquista, que sería producto de una corriente pasiva de la
fase sádico anal. Todo esto se expresaría en formas de acción y fantasía
regresivas que apelarían al narcisismo. En El
Yo y el Ello (1923) rectificará su punto de vista haciéndonos patente que
la catexis inicial de objeto
corresponde siempre al pecho materno. En Lo
Siniestro (1919), intentará demostrar que el sentimiento del Doble (más tarde estudiado por Otto Rank
en 1925), tiene sus orígenes en el narcisismo primario.
Pero
volvamos atrás, en Duelo y Melancolía (1917), nos indica que en los casos patológicos
de duelo el Ideal del Yo, se separa del resto del Yo. Nos reitera esta idea en
Psicoanálisis de las Masas y análisis del Yo (1921), pero no es sino hasta El yo y el ello (1923) cuándo el término
Über-Ich aparece como el heredero del complejo de Edipo, aunque sabemos que
muchos psicoanalistas lo ven – no sin razones – como una estructura mucho más
anterior que regularía desde el principio al Yo, es el caso de Melanie Klein.
En
las Nuevas lecciones Introductorias al
Psicoanálisis (1933) nos describe al Superyó como el vehículo mediante el
cual el Yo ideal, se mide a sí mismo. Los contemporáneos de Freud no parecen
haber sopesado con calma lo que implicaba el concepto. Cómo mencionamos antes,
Jones ya había usado el término, y otros más perspicaces como Ferenczi en su
artículo sobre Introyección y
Transferencia (1909) anticipa el juego del Fort – Da, que aparece en el Más
allá del Principio del Placer (1920), estableciendo que el niño excluiría
elementos de la masa de sus percepciones, inventando un mundo que estaría en
una relación de introyección y proyección masiva del Yo.
También
Karl Abraham había señalado en su artículo “Un corto estudio del desarrollo de
la libido, a la luz de los desórdenes mentales” (1924), la dificultad que
representaba el estudio de las psicosis – especialmente la melancolía –,
conectadas al narcicismo. En su artículo Sobre
las orígenes de la máquina de influencia en la esquizofrenia (1919), Tausk
argumentó que los orígenes de la vida mental, correspondían a un período sin
objeto. La formación del Yo, era aquí asociada con el descubrimiento del objeto y al desarrollo del sentido de
realidad. Tausk establecía la existencia de un narcisismo psíquico que se
renovaba con cada adquisición del Yo, que se complementaba y contrastaba con un
narcisismo orgánico que garantizaba la unidad y funcionalidad del inconsciente.
Lou
Andreas Salomé identificó al narcisismo con la sexualidad pregenital, distinta
del amor objetal, que implicaba a un compañero. Ella entendió al narcisismo
como un concepto limítrofe de doble orientación que se referirá por una lado a
un reservorio de energía para todas las manifestaciones de la psique, y por
otro lado determinará todas las tendencias a la regresión y las fijaciones
patológicas. Es por tanto un proceso interno, y a la vez, externo.
Las
discusiones sobre el narcisismo fueron después por diversas calzadas, aunque en
la teoría kleiniana parece ser incompatible con un autoerotismo o narcisismo
primario, sus descripciones sobre la omnipotencia infantil y la megalomanía,
proveyeron de importantes hallazgos para la comprensión clínica de los estados
narcisísticos.
Wälder
(1925) publicó el primer estudio de caso, de lo
que llamó una personalidad narcisística, caracterizado por una excesiva
valuación de sí mismo y una falta de sentimientos de culpa. Su aproximación
clínica fue determinante para la definición de narcisismo tal y cómo se conoce
en los desórdenes llamados de personalidad. Y finalmente en las citas
freudianas, encontramos el ensayo Tipos
libidinales (1931), dónde habla de tres tipos clásicos que serían: el
erótico, el obsesivo y el narcisístico. En éste tercer tipo, no existe tensión entre el yo y el
superyó, al punto que partiendo de este tipo difícilmente se habría llegado
jamás a establecer la noción de un superyó; no predominan las necesidades
eróticas: el interés cardinal está orientado hacia la autoconservación; las
personas de este tipo son independientes y difíciles de intimidar.
En 1933 en su libro Análisis
del Carácter, Wilhelm Reich describió lo que el llamó: carácter fálico
narcisista. Sujetos con carácter arrogante, que se sienten superiores, y que
buscan la subordinación de los demás.
Karen Horney (1939) en su
libro Nuevos caminos del Psicoanálisis,
desarrolló también la idea de un carácter narcisista, dónde habría una
inflación de la propia valuación dónde el sujeto se admira a sí mismo, por
valores que no tienen fundamento real.
Rosenfeld
mucho más tarde, siguió un camino que le llevó a formular el narcisismo destructivo y habló de relaciones narcisistas
omnipotentes de objeto, que serían generadas por la fusión del yo y el yo
ideal, dando lugar a un estado de ánimo malsano, una forma de omnipotencia que está
tomada de la noción del yo patológico
grandioso de Kernberg. Rosenfeld habla curiosamente en un artículo de la Omnipotencia narcisística del analista,
que daría lugar a que en ciertas situaciones, pudiera pensar que puede
intervenir en la vida de su paciente o resolver todos sus problemas, no importa
cuán graves puedan ser.
Kernberg, se dedicará al
estudio del narcisismo a partir de la noción del Self, que en Freud aparece como Selbst
para referirse a la persona en su totalidad, pero que en la literatura
postfreudiana toma caminos muy ambiguos que podrían referirse a una instancia
que integraría toda las agencias psíquicas, a la parte narcisística de la
psique, pero también a la parte consciente de la psique que se reconoce al sí
mismo en relación a otros, y que permanece como una visión del yo propio.
Heinz
Kohout nos ofreció su propia visión del narcisismo describiéndolo como una
catexis de la representación del self
(no es el Yo) que definirá como la agencia de representación responsable de las
relaciones con el mundo. Esta visión hará énfasis en el supuestamente paso
necesario de la psicología del yo, a la psicología del self.
Kohut (1971, 1977, 1984) alzó un nuevo enfoque
psicoanalítico que denominó “psicología psicoanalítica del self”. Redefinió el self
(sí mismo) como el núcleo de la personalidad, un contenido del aparato psíquico
que forma parte tanto del yo como del ello y del superyó. Un self bien cohesivo
sería la condición de salud mental, mientras que un self poco o no cohesivo
sería la causa de mecanismos de defensas y compensatorios, trastornos de
personalidad (de carácter) y de enfermedades mentales.
Según Kohut, el self y su cohesión se
desarrollan y se construyen gracias a las relaciones narcisistas con los
objetos arcaicos e infantiles (objetos del self) por la interiorización
transmutadora de esos objetos y de sus funciones que inicialmente espejan con
empatía la grandiosidad del infante (self grandioso), se dejan idealizar (imago
parental idealizado) y permiten vivencias gemelares de alter-ego. Para Kohut,
un objeto de self es un objeto narcisista, es decir que está catectizado por la
libido narcisista, hace parte del bebé y del infante. Las internalizaciones
transmutadoras de funciones de objetos del self se realizan progresivamente por
frustraciones óptimas (no traumáticas) por parte de esos objetos que
progresivamente transforman el sostén exterior de autoestima a las fuentes
interiores. El narcisismo primitivo sostenido inicialmente por los
objetos arcaicos del self se transforma progresivamente en estructuras de la
personalidad madura (narcisismo maduro): el self grandioso se transforma
en ambiciones realizables; el imago parental idealizado en ideales alcanzables;
y la gemelaridad en capacidades,
talentos y habilidades personales para realizar las ambiciones y los ideales.
Esta transformación del narcisismo primitivo en un narcisismo maduro permite al
sujeto sentirse satisfecho de sí mismo, de sus realizaciones y de su vida, y
tener creatividad, humor y sabiduría.
Ésta
vía es, evidentemente, opuesta a las investigaciones lacanianas que seguramente
han sido ya repetidas hasta el cansancio en el coloquio. El estadio del espejo,
originado en el trabajo de Wallon, coloca al sujeto como producto de una
identificación con el otro que no cesará de tener el valor de imago, con toda
la carga de fantasía que en ella aparece y que me parece destacable, sigue
atado a la primacía del estudio de lo inconsciente sobre los fenómenos de lo
consciente. Pero me parece que no puede desecharse la lectura de otros autores,
para solamente citarlo a él, Lacan no necesita quien lo defienda, y el reto del
psicoanálisis es hacer un avance y no una repetición de fórmulas conocidas.
La psicología psicoanalítica norteamericana
que desconoció o no conoció Lacan, toma una aproximación metapsicológicamente
pobre, centrada en la descripción y en la conducta, la adaptación al medio y la
introducción de términos alejados de la intención freudiana. El sujeto
narcisista es para Kernberg una persona centrada excesivamente en sí mismo, que
se adapta eficazmente al medio pero en forma superficial, presentando
importantes distorsiones respecto a sus relaciones de objeto. Subraya la
dependencia desmedida que tiene de la admiración y homenaje de los otros.
Existe un contraste entre su adaptación social y la incapacidad de empatía o déficits
en su capacidad de amar. Se muestran insatisfechos consigo mismos y tienden a
explotar al prójimo.
Kohut a diferencia de Kernberg, dice que los
pacientes que tienen una alteración narcisista, “no son fronterizos” y “no son
necesariamente personas muy enfermas” (sin especificar que quiere decir con:
“no muy enfermo”), definiendo el eje de la problemática narcisista en torno a
alteraciones de la autoestima, del sentirse dentro de sí mismos, de sentirse
reales. Como consecuencia, es relevante para ellos, la respuesta del ambiente,
necesitando frecuentemente del aplauso de los otros.
A pesar de coincidir en muchos planteos
con Kohut, Kernberg difiere en las explicaciones etiopatogénicas y
estructurales que aporta Kohut y por lo tanto, a partir de esas diferencias,
discrepa con ciertas indicaciones técnicas. De hecho, divide el narcisismo en: narcisismo normal adulto, narcisismo
normal infantil y narcisismo
patológico.
El sí-mismo
grandioso descripto por Kohut constituye para Kernberg el resultado de la
fusión de imágenes del sí-mismo ideal
con el sí-mismo real y con el objeto,
aunque difieren respecto a su origen: para Kohut, el sí-mismo grandioso refleja la fijación en un sí-mismo primitivo y arcaico pero normal, mientras que para
Kernberg constituye una estructura patológica netamente diferente del
narcisismo infantil normal.
Otro punto de divergencia es el
relacionado con la naturaleza de la libido objetal y narcisista. Para Kohut la
libido narcisista tiene una línea de evolución paralela e independiente de la
libido objetal. En cambio para Kernberg no es posible divorciar el estudio del
narcisismo normal y patológico de las vicisitudes de los derivados de instintos
tanto libidinales como agresivos, y los del desarrollo de los derivados
estructurales de las relaciones objetales internalizadas.
La importancia que Kernberg da a los
impulsos agresivos se pone de relieve al ahondar en las explicaciones que uno y
otro autor ofrecen ante ciertos fenómenos transferenciales. Para Kohut la
transferencia idealizadora es la expresión de una falla primitiva de los
objetos del self idealizados, quienes no permitieron al niño vivir la
experiencia de idealización y fusión con un objeto externo. Kernberg, por su
parte, distingue en la transferencia idealizadora una formación patológica
resultante de la condensación del sí-mismo con las imágenes del objeto real y
del sí-mismo ideal. En dicho vínculo se puede observar una intención defensiva
contra la expresión de la rabia y la envidia. El desarrollo narcisista no
manifiesta fallas estructurales que la terapia podrá reparar sino una
distorsión y desvalorización activa de los objetos externos. En síntesis, el
problema que se expresa a través de la transferencia idealizadora no es un
defecto de los objetos externos sino una incapacidad del sujeto de idealizar a
sus progenitores a consecuencia de tener grandes montos de rabia y envidia en
su relación con ellos.
Por lo tanto, surgen importantes
discrepancias técnicas, Kernberg critica a Kohut que no interpreta las
pulsiones agresivas y además, su propuesta de permitir la idealización del
analista por parte del paciente. Opina que esto hace degenerar la técnica en
una psicoterapia de apoyo, dado que aceptar la admiración implica un abandono
de la posición neutral, en la misma medida en que lo hace la hiper-objetividad
crítica".
No es lo único que sucede actualmente en
el psicoanálisis. Mc Dougall combina dos organizaciones de la economía
narcisista en aparente contradicción. Mientras Kernberg y Kohut ponen el acento
en el aspecto adaptativo o en el narcisista de “tipo social”, Mc Dougall (ex –
analizante de Lacan) plantea que como contracara del sujeto que se aferra al
mundo, al otro-espejo que le devuelve su identidad y valor, existen otros que
necesitan huir hacia la soledad, aferrarse a sí mismos, dado que el otro es
vivido en forma intrusiva y por ende “necesita cerrar la puerta al mundo para no
desaparecer en los demás”. Realiza aportes interesantes en relación a lo
simbólico, con una clara influencia de Lacan y Winnicott, señala que en estos
sujetos, tiene lugar una perturbación a nivel psíquico, que dificulta la
representación de sí mismos lo cual devela la fragilidad de su economía. Es la
imagen de sí la que se esfuma o la imagen del otro; lo especular nos remite a
esto, pero no es uno, es lo dual en estricta dependencia. De allí, que ella
alude a la dificultad de representar la ausencia, muchas veces expresado a
nivel transferencial.
Según
Laplanche la de Lacan constituye la tentativa más elaborada para tratar de
llenar el vacío que deja la noción freudiana del yo en la descripción del
"nuevo acto psíquico" susceptible de provocar el pasaje del
autoerotismo al narcisismo. La intención de Lacan, nos comenta Laplanche, no
sería vincular de manera necesaria la aparición del yo humano con la creación
del instrumento del espejo, ni con el hecho de que Narciso pueda contemplar su
imagen en el agua sino con el reconocimiento de la forma del otro humano lo que
implicaría la alteridad a diferencia de lo que propone Allouch, y la
precipitación correlativa en el individuo de un primer esbozo de dicha forma.
Según Laplanche, sin embargo, sería inexacto decir que Freud no delimitó el
lugar de la identificación especular, que ya se halla presente en Duelo y
melancolía (1917) y sobre todo en un pasaje de El yo y el ello (1923), donde
especifica que "el yo es ante todo un yo corporal, no es tan solo un ser
de superficie, sino que es en sí mismo la proyección de una superficie".
Green
al abordar el tema del narcisismo en su obra Narcisismo de vida y de muerte,
publicado en 1983, reúne escritos que van de 1966 hasta dicha fecha. Considera
la estructura narcisista como un componente fundamental e insustituible de la
esencia humana.
Green
subraya que en el tema del narcisismo, dado que Freud ha permanecido
excesivamente atado al tema de las neurosis, y en particular a las de
transferencia, se hace indispensable lograr una continuidad conceptual sin
introducir una contraposición neta entre la vieja y la nueva conceptualización
metapsicológica.
El
deseo, entendido como el movimiento a través del cual el sujeto busca el
objeto, constituye por consiguiente la unión entre la vieja conceptualización,
fundada sobre el análisis de la neurosis y la nueva apoyada sobre la clínica de
los casos límite. Se aspira a una satisfacción no sometida a la dependencia del
objeto, logrando un silencio del deseo; cuando el otro impone una desmentida a
la omnipotencia se genera la rabia narcisista. Esa insatisfacción lo priva al
narcisista de ser liberado, por la satisfacción, del deseo. Green puntualiza,
se busca más bien, un deseo de satisfacción que una satisfacción de deseo.
Según
Green: "lo que hace del narcisismo
un estado mortífero es sin duda la autosuficiencia que frena todo intercambio
verdadero, o limita los intercambios a relaciones especulares, condenando a la
esclerosis al sistema cerrado que él constituye, como esas células que mueren
por sobrecarga de grasa". También considera el dormir como manifestación
narcisista tanática y el soñar como expresión del narcisismo libidinal. Así
tendríamos como indispensable un cierto narcisismo, pero que intensificado en
sus propiedades y funciones, llevaría a una anulación del Yo y un daño a los
objetos exteriores. Volviéndose contra el sujeto a manera de anular su
capacidad de vida, y empujándolo a la pulsión de muerte.
Para
terminar mi intervención, quiero ofrecer dos casos clínicos a ustedes sobre el
asunto del amor y el narcisismo que les sorprenderán.
El
primero es el de Descartes, quien hoy consideramos el padre de la filosofía
moderna, aquel que pudo desplazar el centro del hombre puesto en Dios y ponerlo
en el Yo pienso, en el Cogito, es
decir en el sujeto mismo. Lacan ha mencionado en diversos seminarios como ese
Yo pienso, implica una fe en la conciencia que lleva al error, pero como
filósofo no puedo negar la importancia de este hombre que escribió en primera
persona su obra, a diferencia de muchos contemporáneos, y que fundó un estilo
crítico de pensamiento que después daría lugar a la reflexión kantiana y más
tarde a la psicoanalítica. Son dos pasos sucesivos ineludibles para entender
los orígenes del proyecto freudiano.
Russell
Shorto tiene un libro muy gracioso de nombre Los huesos de Descartes, dónde describe el camino extraño que tuvo
su esqueleto, la pelea entre Suecia y Francia por establecer su tumba
monumento, el robo de su cráneo que llegó a ser atracción en una casa de juego,
las diversas investigaciones médicas sobre esos restos, su uso para elaborar
anillos distribuidos en una sociedad secreta de pensadores de la razón. Pero no
quiero contar esa historia que de alguna manera, pone en evidencia – una vez
más – la estupidez del hombre y los límites reducidos de la razón.
Les
hablaré en esta ocasión, brevemente, de una anécdota sobre él que pone en duda
su fe ciega en la razón cuestionándola a través de sus actos. Descartes tuvo
una hija con la criada de un amigo que después llevó a vivir con él, sin
llegarse a casar con ella. La niña Francine es el sol de la vida de este hombre,
que planea educarla de la mejor manera posible a la luz de la razón. Pero ella
muere a los 5 años por escarlatina y su padre se sume en una profunda depresión
que le hace perder peso y llegar hasta la enfermedad. Entonces, usando sus
conocimientos de diseño, mecánica y matemáticas, concibe crear una pequeña
autómata mecánica con los rasgos e identidad de su hija, y pide a un relojero
que le ayude a construir una muñeca de metro y medio, con una bella cara de
porcelana basada en el rostro de la niña y logra que sea capaz de levantarse y
moverse. Esto hace que se recupere el filósofo,
y retome su trabajo, viajando a las más importantes Cortes de Europa
acompañado siempre de un baúl. Allí trae a la nueva Francine, a la que se
dirige cómo si fuera una persona, habla con ella y le consulta lo que tiene que
hacer. Se cuenta que uno de
éstos viajes, el capitán del barco que navegaba por el mar de Holanda, no pudo
contener la curiosidad y entró en el camarote de Descartes a escondidas.
Consiguió forzar el candado y abrir el baúl. Al ver la muñeca se extraño
sobremanera, pero lo hizo mucho más al comprobar que era capaz de moverse por
si sola. Aterrorizado, sale a cubierta y arroja la muñeca por la borda. Así fue
como ocurrió la segunda muerte de la hija de Descartes.
La otra historia que quiero
contarles es más reciente, más siniestra quizás, pero retrata muy bien nuestra
relación de amor posesivo con el objeto, que lleva a niveles delirantes, cuándo
éste se ha perdido.
El célebre pintor Kokoschka se enamora de la viuda del compositor Gustav
Mahler y una suerte de femme fatale
de la época: Alma. El romance entre Alma y Oscar dura tres años. La relación
fue muy tormentosa – la psiquis de Oskar era bastante frágil – pues él intenaba
captar la escencia de Alma todo el tiempo. La leyenda dice que estaba con ella
en la cama y sólo se levantaba para pintarla. Alma se había convertido en su
obsesión. Poco después, Alma queda emabarazada de su amado, pero aborta la
criatura y esto lo hunde más en el desequilibrio. Finalmente, Alma rompió la
relación con él y testimonio de estos momentos es el cuadro La novia
del viento. Temiendo la persecución y la locura de Kokoschka, Alma se casó
en 1915 con el arquitecto Walter Gropius y al año siguiente nació la hija de
ambos, Manon.
Kokoschka se hundió más en la depresión.
No sabía cómo ni con quién reemplazar a Alma, así que tuvo una idea muy
singular para hacerlo. Escribió a una frabricante de muñecas en Munich, Hermine
Moos en 1918, y le encargó una de tamaño natural que en todo se pareciera a
Alma Mahler. Él no quería tener una moña infable, sino que quería una mujer en
todos los sentidos. En su carta decía: “Ayer envié un dibujo a tamaño real de
mi amada y le pido que lo copie con el máximo cuidado y lo transforme en
realidad. Preste especial atención a las dimensiones de la cabeza y el cuello,
al pecho y las extremidades. Y tómese en serio los contornos del cuerpo, por
ejemplo la línea del cuello a la espalda, o la curva del vientre. Por favor
permita a mi sentido del tacto disfrutar de los lugares donde capas de grasa o
músculo dan lugar a una sinuosa cubierta de piel. Para la primera capa
(dentro), por favor use, pelo de caballo fino y rizado; debe comprar un viejo
sofá o algo similar y tener el pelo desinfectado. Entonces, sobre esa, una capa
de cojines rellenos con lana para las posaderas y pechos. El objeto de todo
esto para mí es una experiencia que debo ser capaz de abrazar.”
Al fabricante, el hacer la muñeca perfecta,
le llevó su tiempo, y ansiosísimo, Kokoschka le vuelve a escribir: “¿Puede
abrir la boca? ¿Hay dientes y lengua? Espero que sí!”
La muñeca llega a manos de Kokoschka
en febrero de 1919. Se trata de una muñeca tamaño natural con piel muy fina al
tacto y rellena de plumas. La desilusión de Kokoschka es enorme: “…en lugar de
una loca ilusión, en vez de una seductora criatura de ensueño con la que estuve
fervientemente obsesionado hasta ahora, lo que me mira fijamente es un fantasma
… un esfuerzo lastimoso, un muñeco articulado … Fue un golpe terrible…”
No obstante la desilusión, Kokoschka
decide conservar la muñeca y usarla como modelo para sus pinturas. La tiene en
su salón, vestida con las mejores galas de París que renueva una y otra vez. Un
periódico de la época, cuenta cómo se presentó con ella en el palco de la Ópera
para una función.
Hastiado finalmente de la muñeca,
acaba con ella. Da una fiesta orgiástica y allí la elimina, rompiéndole una
botella de vino tinto en su cuerpo y cara. Por esos días, en la comisaría se recibe
una acusación por homicidio, hasta que se aclara que la mujer encontrada ensangrentada
cerca de su casa, era su fetiche y no una mujer real.
En ambas narraciones, se encuentra
la desgracia de la pérdida de la amada narrada con minuciosidad por Freud en Duelo y Melancolía (1917) y que se
resume en la frase: La sombra del objeto
ha caído sobre el Yo. Pero quizá en el fondo, nuestro Yo no sea más que un
almacén de sombras escritas con las piedras, cómo diría el trágico Paul Celan
en su poema En los ríos:
En
los ríos, al norte del futuro,
Tiro
la red, que tú, indecisa
Llenas
con sombras
Escritas
por las piedras.
Fuentes
de consulta:
De
Mijolla Alain. International dictionary of psychoanalysis. Thomson Gale.
2005.
Freud
Sigmund. Obras completas. Ed. Amorrortu. Buenos Aires 1986. 2ª Edición.
Roudinesco
& Plon. Dicionário de Psicanálise. Zahar. Rio de Janeiro, 1998.
Laplanche
& Pontalis. Ed. Paidós. Buenos Aires 1996.