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lunes, 20 de agosto de 2018

En la quietud de la noche / Robert Benton (1982)



En la quietud de la noche o Bajo Sospecha (1982). Dirigida por Robert Benton. Fotografía Néstor Almendros. Roy Schneider, Meryl Streep, Jessica Tandy.


La película En la quietud de la noche o Bajo Sospecha, es una súper producción hollywodense escrita y dirigida por Robert Benton, quien había sido muy celebrado por su película anterior, premiada con nada menos que 9 Oscars: Kramer vs. Kramer y que se convirtió en un clásico sobre el género de la separación de una pareja y los conflictos que causa en los hijos, con este filme había adquirido fama como intimista de realidad cotidiana. Demuestra hasta qué punto se puede sobrevalorar a un director y por supuesto, reproduce de manera puntual todos los prejuicios y mitos acerca de un psicoanalista y del psicoanálisis en general, haciendo un filme que intenta retomar el consabido género cinematográfico del thriller psicológico desarrollado a su máxima dimensión por Alfred Hitchcock, sin el genio cinematográfico del inglés, y sin la imaginación visual de otro director norteamericano que exploró ese tipo de dramas y hoy casi olvidado: Brian de Palma, director de clásicos del cine de terror como Carrie, Las  gemelas satánicas y Vestida para matar. 
De entre mis recuerdos la saqué para comentárselas, pensando en que quizá nos sirviese para tocar algunos de los mitos más comunes acerca de un tratamiento psicoanalítico, la vi en 1982 cuando estaba al final de la carrera de psicología en la UNAM y me había empezado a adentrar en el mundo del psicoanálisis en un mundo muy distinto del que nos muestra la película. Un psicoanálisis que estaba influido por el estructuralismo y el marxismo, y en el cual parecía obvio que el psicoanálisis sólo habría de sobrevivir vinculado a la ideología marxista, así cómo algunos piensan hoy que el psicoanálisis sólo puede ser una disciplina seria, y sobrevivir, ligado al discurso de Lacan, y que lo citan como si su palabra fuera la de Cristo. Mi opinión hoy es que, aún valorando al psicoanalista francés como una piedra de toque del psicoanálisis contemporáneo, no podemos repetir sus fórmulas cual si fuesen dogmas, a menos que consideremos al psicoanálisis como una religión, lo cual nos haría caer nuevamente en el abismo de los ideales que atormentaron el siglo XX aún cercano.
En ella, encontramos a Roy Scheider como un exitoso psicoanalista - psiquiatra neoyorkino, que se acaba de separar de su mujer (como tantos otros analistas que pasan por varias separaciones y encuentros), que tiene un bonito consultorio con pisos de madera, usa siempre corbata cuando atiende, y carga en su cartera tarjetas Mastercard, Visa, American Express, es un sujeto refinado que sin embargo, tiene un Edipo severo con su madre que también es psicoanalista y que tiene una actitud de franqueza y apertura curiosa que hace que él comente sus casos con ella en un tête à tête, dónde ella el aconseja qué hacer con sus pacientes, y con la que discute de la manera más idiota posible, la traducción de los sueños de sus pacientes ¿Acaso el guionista y director, el autor de la historia, no tuvieron la paciencia de asesorarse con especialistas sobre la práctica psicoanalítica?
La película es una mezcla de ignorancia del psicoanálisis, una magnífica fotografía del grandioso Néstor Almendros que ustedes conocen por La Laguna Azul, el mismo Kramer vs. Kramer citado, y pésimas actuaciones de grandes actores, que fueron fieles a los deseos de Benton, y ofrecieron unos performances más tiesos que intensos para sus personajes (La única escena memorable del filme parece ser la del masaje al desnudo de Meryl Streep).
Reproduce un mundo high class que en EUA tiene acceso al psicoanálisis basado en esa psicología del Yo que tanto odiaba Lacan y que pensaba había prostituido al psicoanálisis al servicio de los intereses de adaptación de una sociedad de consumo, con ansia por la superficialidad, la competencia, la vida reglada por el dinero, el snobismo, y la imagen. El piso de lujo de Schneider, nos muestra sin embargo, una vida miserable por parte del analista que busca cualquier oportunidad para buscar a su mamá y platicarle sus más íntimos secretos.
En una de las escenas nos adentramos en una subasta de arte como las que caracterizan a Sotheby’s dónde se subastan obras que alcanzan precios extraordinarios y que son disputadas por un público que no repara en gastar hasta un millón de dólares en lo que se define como una obra de arte.
El analista ha sufrido la pérdida de un paciente que fue apuñalado aparentemente por una mujer y que sostenía un amorío con una sofisticada y hermosa rubia que lo visita para pedirle el favor de devolver el reloj del amante a su esposa. Él - ¡Cómo no! - cede sin más a la demanda y accede a realizar el favor a la chica de la que se enamora a primera vista. Por ella “se vuelve cómplice de un crimen, oculta pruebas, obstruye la justicia, puede ir a la cárcel, y gasta 15 mil dlls en una pintura que no le gusta”.
El detective a cargo del caso, le pregunta al médico psiquiatra (y en la película no hay diferencia entre un psiquiatra y un psicoanalista) de qué enfermedad trataba al paciente, a lo que el analista responde que no podría violar el secreto profesional y proporcionar datos sobre su paciente, lo que no obsta para que más tarde se relacione amorosamente con su ex – amante, cediendo de alguna manera a la seducción, no tanto de la guapa Meryl sino del grosero paciente que se la pasa vacilando al doctor, diciéndole que ella es su tipo, su novia, y finalmente empujándolo al pasaje al acto que representa cortejar a la amante que dejará vacante después de su asesinato.
Uno se preguntaría si para un analista sería posible ceder así de fácil a las fantasías del paciente y relacionarse con la rubia en cuestión, sin detenerse a pensar un poco sobre las implicaciones éticas que supondría meterse en el mundo de su paciente, más aún, fallecido en circunstancias tan misteriosas. Incluso, la trama misma, hace sospechosa a la dama en cuestión, de ser la asesina, él lo sabe y aún así la protege en diferentes momentos.
A lo largo del filme se ofrecen flashbacks de las sesiones con Josef Sommer, que demuestra una soltura moral que raya en el cinismo, para desde su posición de jefe, acosar sexualmente a sus empleadas sin ningún escrúpulo e iniciar relaciones amorosas, sin importar su condición de casado. Uno se pregunta, al oír el contenido de las sesiones cuál es su encanto y qué es lo que sus sofisticadas, hermosas empleadas ven en tremendo animal.
Una de las escenas claves de la película, es un sueño del paciente muerto, y en el que cruza un bosque misterioso y se acerca a una casa aparentemente abandonada, obscura y en la que se adentra para encontrar una cajita verde, una niña siniestra con un osito al que le arranca un ojo que sangra, manchando la ropa de la chica y sus piernas expuestas por su faldita corta. En balde podría interpretarse el sueño como un enfrentamiento del paciente con la mujer o incluso un rastro de pedofilia, aún cuando para cualquier analista freudiano clásico, podría tener resonancias a la sexualidad femenina, la menstruación y la castración. Inútil cualquier razonamiento de este tipo, pues para los dos analistas (madre e hijo), remite a la madre, a una hermana, a un recuerdo, quizá a la figura violenta de la asesina. La madre, de hecho, supervisa el caso -- (!!!) -- con la conclusión de que el analista debería llamar a la policía, y no correr ningún riesgo.
Por supuesto, todas estas tonterías, pasan por alto la soledad del analista siempre en su trabajo, su riesgo siempre presente, y su disposición para la escucha, su capacidad de soporte del discurso del paciente, su paciencia y finalmente el hecho de que el analista no está para interpretar de manera simple y hermenéutica el discurso del paciente, sino que el analista no es otra cosa que una de las voces del propio analizante.
Roy Scheider, parece que se ha excitado bastante con el relato de su paciente muerto y quiere probar suerte con la rubia. Está dispuesto a arriesgar su vida, incluso es asaltado en Central Park y pierde cartera, abrigo; casualmente sobrevive porque el asaltante es confundido por la chamarra exclusiva, sacrificado por la asesina, otra amante del comerciante de arte.
Meryl Streep parece que también ansia relacionarse con el analista. El amante muerto, parece haber sido un simple puente para llegar a un hombre más interesante, más culto y más guapo. El analista en este caso, ignora por completo el asunto que involucra centralmente a un psicoanálisis  y que llamamos transferencia. Para él, todos los sentimientos que despierta en su paciente son reales, incluso parece querer vengarse de su paciente que lo desprecia, acostándose con la amante. También el amor de la fulana en cuestión es real, él se encuentra fascinado por la imagen y desprecia cualquier análisis detenido de la situación que le llevaría a buscar más bien a un analista, y empezar a contarle su vida a alguien que no fuese su mamá.
De hecho, la ética y los escrúpulos que debieran caracterizarle, ceden a su deseo y su búsqueda de amor. En la escena final de la película, dónde descubre la casa del sueño, decide contarle sin problema a la ex – amante, el contenido de la sesión del sueño misterioso, llegando a la conclusión de que todas las escenas tienen un sustento concreto y real, traumático, que es verificado por el relato de esa mujer cuya madre ha muerto siendo ella niña, en condiciones misteriosas, y cuyo padre es un perverso que la ha puesto en contra suya. La misma rubia, le llega a decir a Schneider: “No sé por qué haces todo esto”. E incluso traduce el sueño, atendiendo a las resonancias lingüísticas, más que a las imágenes que tanto fascinan a Schneider, para convertir en un texto las escenas de la experiencia onírica, tal y cómo aconseja el método freudiano.
La interpretación de ese sueño, lleva a una escena traumática que ella cuenta y que consiste en una pelea con su progenitor, en la que accidentalmente, ella lo mata para volverse una histérica, que necesita ser masajeada desnuda tres veces por semana, además de buscarse flamantes amantes con mucho dinero.
Todos los errores técnicos posibles en los que caería un analista, los comete Roy Schneider empezando por no cobrarle a su primer paciente que dice que no puede darse el lujo de pagar un análisis y a lo que él responde: “Sólo porque no tiene usted dinero, cree que lo dejaría de atender… nos vemos la próxima sesión”.
Uno de los mayores méritos de Freud ha sido concebir el peso de la realidad psíquica, de la inutilidad de la presencia del trauma que puede o no estar. Nos ha llevado a concebir que podemos enfermar no sólo a partir de hechos, sino de la imaginación. Para Benton, que ha hecho una película sobre un psicoanalista sin tomarse nunca la molestia de leer a Freud, todo esto es simple utilería para confeccionar un pobre drama psicológico a partir de una mediocre novelita de detectives.
Hitchcock tenía a su lado a Joseph Stefano, un guionista que hizo años de análisis, y que tenía lecturas de Freud, cuando realizó el guión del clásico del cine de terror y de suspenso: Psicosis, que ante la pobreza de los guionistas modernos, fue repetido una y otra vez en el cine, y ha derivado hoy día en la pésima serie de televisión Motel Bates. Benton, no se ha tomado la molestia de tratar al psicoanálisis más que por la superficie, de hacer pedazos la práctica freudiana y volverla un pretexto para construir personajes sin ninguna profundidad.
La traía hoy día a ustedes, para demostrarles que se puede construir un discurso sobre un tema como el psicoanálisis sin realmente haber tenido contacto con el psicoanálisis, sin haber profundizado en las consecuencias de la teoría y la práctica de este saber. También se puede construir libros y discursos sobre el psicoanálisis sin haber pasado por análisis y sin ninguna ética profesional, y a pesar de eso llegar a ser un autor consagrado. Se hace literatura, un poco al estilo de Benton, literatura de ficción sin el peso verdadero que asienta al discurso analítico.
Me preguntaba una alumna hoy en clase de Introducción al psicoanálisis, cómo se distingue un analista “bueno” de uno “malo”, le respondía: por la práctica, por la recomendación de sus pacientes que han pasado por un proceso de cura bajo su dirección y han realizado cambios en su vida positivos; por su trayectoria, su pertenencia a una institución, su interés por la escucha del paciente, su exposición social y el reconocimiento de sus colegas, pero sobre todo por su posición analítica ética, que va más allá de actuar sus conflictos con sus pacientes, aconsejarlos o entrometerse en sus vidas directamente. Diría yo también, y desgraciadamente, por la experiencia, de la misma forma que se reconoce una película mala (pésima en este caso) de una buena.






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