En la
quietud de la noche o Bajo Sospecha (1982). Dirigida por
Robert Benton. Fotografía Néstor Almendros. Roy Schneider, Meryl Streep,
Jessica Tandy.
La película En
la quietud de la noche o Bajo
Sospecha, es una súper producción hollywodense escrita y dirigida por
Robert Benton, quien había sido muy celebrado por su película anterior,
premiada con nada menos que 9 Oscars: Kramer vs. Kramer y que se convirtió en un clásico sobre el género de la separación de una pareja y los conflictos que causa en los hijos, con este filme había adquirido fama
como intimista de realidad cotidiana. Demuestra hasta qué punto se puede
sobrevalorar a un director y por supuesto, reproduce de manera puntual todos
los prejuicios y mitos acerca de un psicoanalista y del psicoanálisis en
general, haciendo un filme que intenta retomar el consabido género
cinematográfico del thriller psicológico desarrollado a su máxima dimensión por
Alfred Hitchcock, sin el genio cinematográfico del inglés, y sin la imaginación
visual de otro director norteamericano que exploró ese tipo de dramas y hoy
casi olvidado: Brian de Palma, director de clásicos del cine de terror como Carrie,
Las gemelas satánicas y Vestida para
matar.
De entre mis recuerdos la saqué para
comentárselas, pensando en que quizá nos sirviese para tocar algunos de los
mitos más comunes acerca de un tratamiento psicoanalítico, la vi en 1982 cuando
estaba al final de la carrera de
psicología en la UNAM y me había empezado a adentrar en el mundo del
psicoanálisis en un mundo muy distinto del que nos muestra la película. Un
psicoanálisis que estaba influido por el estructuralismo y el marxismo, y en el
cual parecía obvio que el psicoanálisis sólo habría de sobrevivir vinculado a
la ideología marxista, así cómo algunos piensan hoy que el psicoanálisis sólo puede
ser una disciplina seria, y sobrevivir, ligado al discurso de Lacan, y que lo citan como si su palabra fuera la de Cristo. Mi opinión
hoy es que, aún valorando al psicoanalista francés como una piedra de toque del
psicoanálisis contemporáneo, no podemos repetir sus fórmulas cual si fuesen
dogmas, a menos que consideremos al psicoanálisis como una religión, lo cual
nos haría caer nuevamente en el abismo de los ideales que atormentaron el siglo
XX aún cercano.
En ella, encontramos a Roy Scheider como un
exitoso psicoanalista - psiquiatra neoyorkino, que se acaba de separar de su
mujer (como tantos otros analistas que pasan por varias separaciones y
encuentros), que tiene un bonito consultorio con pisos de madera, usa siempre
corbata cuando atiende, y carga en su cartera tarjetas Mastercard, Visa, American Express, es un sujeto refinado
que sin embargo, tiene un Edipo severo con su madre que también es
psicoanalista y que tiene una actitud de franqueza y apertura curiosa que hace
que él comente sus casos con ella en un tête à tête, dónde ella el aconseja qué
hacer con sus pacientes, y con la que discute de la manera más idiota posible,
la traducción de los sueños de sus pacientes ¿Acaso el guionista y director, el autor de la historia, no tuvieron la paciencia de asesorarse con especialistas sobre la práctica psicoanalítica?
La película es una mezcla de
ignorancia del psicoanálisis, una magnífica fotografía del grandioso Néstor
Almendros que ustedes conocen por La
Laguna Azul, el mismo Kramer vs.
Kramer citado, y pésimas actuaciones de grandes actores, que fueron fieles
a los deseos de Benton, y ofrecieron unos performances
más tiesos que intensos para sus personajes (La única escena memorable del
filme parece ser la del masaje al desnudo de Meryl Streep).
Reproduce un mundo high class que en EUA tiene acceso al psicoanálisis basado en esa psicología del Yo que tanto odiaba Lacan
y que pensaba había prostituido al psicoanálisis al servicio de los intereses
de adaptación de una sociedad de consumo, con ansia por la superficialidad, la
competencia, la vida reglada por el dinero, el snobismo, y la imagen. El piso
de lujo de Schneider, nos muestra sin embargo, una vida miserable por parte del
analista que busca cualquier oportunidad para buscar a su mamá y platicarle sus
más íntimos secretos.
En una de las escenas nos adentramos en una
subasta de arte como las que caracterizan a Sotheby’s dónde se subastan obras
que alcanzan precios extraordinarios y que son disputadas por un público que no
repara en gastar hasta un millón de dólares en lo que se define como una obra
de arte.
El analista ha sufrido la pérdida de un paciente que
fue apuñalado aparentemente por una mujer y que sostenía un amorío con una
sofisticada y hermosa rubia que lo visita para pedirle el favor de devolver el
reloj del amante a su esposa. Él - ¡Cómo no! - cede sin más a la demanda y
accede a realizar el favor a la chica de la que se enamora a primera vista. Por
ella “se vuelve cómplice de un crimen,
oculta pruebas, obstruye la justicia, puede ir a la cárcel, y gasta 15 mil dlls
en una pintura que no le gusta”.
El detective a cargo del caso, le pregunta al médico
psiquiatra (y en la película no hay diferencia entre un psiquiatra y un
psicoanalista) de qué enfermedad trataba al paciente, a lo que el analista
responde que no podría violar el secreto profesional y proporcionar datos sobre
su paciente, lo que no obsta para que más tarde se relacione amorosamente con
su ex – amante, cediendo de alguna manera a la seducción, no tanto de la guapa
Meryl sino del grosero paciente que se la pasa vacilando al doctor, diciéndole
que ella es su tipo, su novia, y finalmente empujándolo al pasaje al acto que
representa cortejar a la amante que dejará vacante después de su asesinato.
Uno se preguntaría si para un analista sería
posible ceder así de fácil a las fantasías del paciente y relacionarse con la
rubia en cuestión, sin detenerse a pensar un poco sobre las implicaciones
éticas que supondría meterse en el mundo de su paciente, más aún, fallecido en
circunstancias tan misteriosas. Incluso, la trama misma, hace sospechosa a la
dama en cuestión, de ser la asesina, él lo sabe y aún así la protege en
diferentes momentos.
A lo largo del filme se ofrecen flashbacks de las sesiones con Josef
Sommer, que demuestra una soltura moral que raya en el cinismo, para desde su
posición de jefe, acosar sexualmente a sus empleadas sin ningún escrúpulo e
iniciar relaciones amorosas, sin importar su condición de casado. Uno se
pregunta, al oír el contenido de las sesiones cuál es su encanto y qué es lo
que sus sofisticadas, hermosas empleadas ven en tremendo animal.
Una de las escenas claves de la película, es un
sueño del paciente muerto, y en el que cruza un bosque misterioso y se acerca a
una casa aparentemente abandonada, obscura y en la que se adentra para
encontrar una cajita verde, una niña siniestra con un osito al que le arranca
un ojo que sangra, manchando la ropa de la chica y sus piernas expuestas por su
faldita corta. En balde podría interpretarse el sueño como un enfrentamiento
del paciente con la mujer o incluso un rastro de pedofilia, aún cuando para
cualquier analista freudiano clásico, podría tener resonancias a la sexualidad
femenina, la menstruación y la castración. Inútil cualquier razonamiento de
este tipo, pues para los dos analistas (madre e hijo), remite a la madre, a una
hermana, a un recuerdo, quizá a la figura violenta de la asesina. La madre, de
hecho, supervisa el caso -- (!!!) -- con la conclusión de que el analista debería llamar a
la policía, y no correr ningún riesgo.
Por supuesto, todas estas tonterías, pasan por
alto la soledad del analista siempre en su trabajo, su riesgo siempre presente,
y su disposición para la escucha, su capacidad de soporte del discurso del
paciente, su paciencia y finalmente el hecho de que el analista no está para
interpretar de manera simple y hermenéutica el discurso del paciente, sino que
el analista no es otra cosa que una de las voces del propio analizante.
Roy Scheider, parece que se ha excitado bastante
con el relato de su paciente muerto y quiere probar suerte con la rubia. Está
dispuesto a arriesgar su vida, incluso es asaltado en Central Park y pierde
cartera, abrigo; casualmente sobrevive porque el asaltante es confundido por la
chamarra exclusiva, sacrificado por la asesina, otra amante del comerciante de
arte.
Meryl Streep parece que también ansia
relacionarse con el analista. El amante muerto, parece haber sido un simple
puente para llegar a un hombre más interesante, más culto y más guapo. El analista
en este caso, ignora por completo el asunto que involucra centralmente a un
psicoanálisis y que llamamos
transferencia. Para él, todos los sentimientos que despierta en su paciente son
reales, incluso parece querer vengarse de su paciente que lo desprecia,
acostándose con la amante. También el amor de la fulana en cuestión es real, él
se encuentra fascinado por la imagen y desprecia cualquier análisis detenido de
la situación que le llevaría a buscar más bien a un analista, y empezar a
contarle su vida a alguien que no fuese su mamá.
De hecho, la ética y los escrúpulos que debieran
caracterizarle, ceden a su deseo y su búsqueda de amor. En la escena final de
la película, dónde descubre la casa del sueño, decide contarle sin problema a
la ex – amante, el contenido de la sesión del sueño misterioso, llegando a la
conclusión de que todas las escenas tienen un sustento concreto y real,
traumático, que es verificado por el relato de esa mujer cuya madre ha muerto siendo
ella niña, en condiciones misteriosas, y cuyo padre es un perverso que la ha
puesto en contra suya. La misma rubia, le llega a decir a Schneider: “No sé por qué haces todo esto”. E
incluso traduce el sueño, atendiendo a las resonancias lingüísticas, más que a
las imágenes que tanto fascinan a Schneider, para convertir en un texto las
escenas de la experiencia onírica, tal y cómo aconseja el método freudiano.
La interpretación de ese sueño, lleva a una escena
traumática que ella cuenta y que consiste en una pelea con su progenitor, en la
que accidentalmente, ella lo mata para volverse una histérica, que necesita ser
masajeada desnuda tres veces por semana, además de buscarse flamantes amantes
con mucho dinero.
Todos los errores técnicos posibles en los que
caería un analista, los comete Roy Schneider empezando por no cobrarle a su
primer paciente que dice que no puede darse el lujo de pagar un análisis y a lo
que él responde: “Sólo porque no tiene
usted dinero, cree que lo dejaría de atender… nos vemos la próxima sesión”.
Uno de los mayores méritos de Freud ha sido
concebir el peso de la realidad psíquica, de la inutilidad de la presencia del
trauma que puede o no estar. Nos ha llevado a concebir que podemos enfermar no
sólo a partir de hechos, sino de la imaginación. Para Benton, que ha hecho una
película sobre un psicoanalista sin tomarse nunca la molestia de leer a Freud,
todo esto es simple utilería para confeccionar un pobre drama psicológico a
partir de una mediocre novelita de detectives.
Hitchcock tenía a su lado a Joseph Stefano, un
guionista que hizo años de análisis, y que tenía lecturas de Freud, cuando
realizó el guión del clásico del cine de terror y de suspenso: Psicosis, que ante la pobreza de los
guionistas modernos, fue repetido una y otra vez en el cine, y ha derivado hoy
día en la pésima serie de televisión Motel
Bates. Benton, no se ha tomado la molestia de tratar al psicoanálisis más
que por la superficie, de hacer pedazos la práctica freudiana y volverla un
pretexto para construir personajes sin ninguna profundidad.
La traía hoy día a ustedes, para demostrarles que
se puede construir un discurso sobre un tema como el psicoanálisis sin
realmente haber tenido contacto con el psicoanálisis, sin haber profundizado en
las consecuencias de la teoría y la práctica de este saber. También se puede
construir libros y discursos sobre el psicoanálisis sin haber pasado por
análisis y sin ninguna ética profesional, y a pesar de eso llegar a ser un
autor consagrado. Se hace literatura, un poco al estilo de Benton, literatura
de ficción sin el peso verdadero que asienta al discurso analítico.
Me preguntaba una alumna hoy en clase de Introducción al psicoanálisis, cómo se
distingue un analista “bueno” de uno “malo”, le respondía: por la práctica, por
la recomendación de sus pacientes que han pasado por un proceso de cura bajo su
dirección y han realizado cambios en su vida positivos; por su trayectoria, su
pertenencia a una institución, su interés por la escucha del paciente, su
exposición social y el reconocimiento de sus colegas, pero sobre todo por su
posición analítica ética, que va más allá de actuar sus conflictos con sus
pacientes, aconsejarlos o entrometerse en sus vidas directamente. Diría yo
también, y desgraciadamente, por la experiencia, de la misma forma que se
reconoce una película mala (pésima en este caso) de una buena.
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