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domingo, 14 de mayo de 2023

Jazz y psicoanálisis. Julio Ortega B.

Judith Butler, se plantea en su trabajo: Fundamentos contingentes: el feminismo, la cuestión del “Postmodernismo” , si hay acaso una época que pueda denominarse como tal. Se pregunta qué significaría exactamente este término, para la teoría social, o el feminismo. También se pregunta si no es un término adoptado para comodidad de quienes hacen crítica al sujeto o al análisis discursivo, que estarían aplicando un concepto estético a otras categorías no compatibles. Más aún, Bruno Latour escribió también, en 1991 un libro llamado Nunca fuimos Modernos. Ensayo de una antropología simétrica , dónde platea que para los modernos era importante definirse como humanistas, pero este ideal nunca llegó a alcanzarse, llegándose a constituir instrumentos operativos y máquinas sociales que actúan en pro de la performatividad de ideales que dejan al bienestar del sujeto de lado, cuando no lo desaparecen. Este asunto ya lo había previsto Tolstoy quien afirmaba: Vivimos en una época en que el arreglo de la sociedad es malo y un pequeño número de gentes ejerce el poder sobre la mayoría, oprimiéndola, y cada victoria que se logre sobre la Naturaleza inevitablemente incrementará el poder de esa opresión. La cita se encuentra en un libro de Aldous Huxley intitulado: Ciencia, libertad y paz, escrito en 1947 . Allí reflexiona sobre la evolución de la tecnología y su legado para el desarrollo humano, advirtiéndonos que el dominio de la naturaleza no necesariamente trabaja a favor de nosotros. Que el hombre tenga la capacidad de viajar más lejos, le ha compelido a hacerlo; los adelantos de la medicina han propiciado la sobrepoblación; la mayor abundancia de bienes físicos (bañeras, automóviles, computadoras, televisores, etc.) ha expandido el hambre de posesión de dichos bienes. Se ha idealizado el materialismo vulgar y han cambiado los ideales hacia deseos sin freno de éxito personal y de acumulación de bienes, que raya en la venta de exprimidores de limones que llegan a costar 5 mil pesos por Amazon, o en el deseo de cambiar de auto cada 4 años cuando los motores siguen siendo los mismos en un modelo determinado hasta por 30 años, eso sí, siendo programados para ser descartados con el tiempo, por los fabricantes de las grandes compañías automovilísticas. Y además otro absurdo, para qué fabricar automóviles que llegan a correr los 200 kms o más, cuando en las calles de nuestras ciudades no puede caminarse a más de 40 kilómetros. En un libro anterior, El fin y los medios escrito diez años antes, hace una crítica a nuestro mundo capitalista diciéndonos que: En Occidente, a la mayor parte de la gente se le ha hecho indispensable leer sin objeto, escuchar sin objeto, ir a ver films sin objeto, oir música sin objeto, el cerebro de los jóvenes se ha embrutecido gracias al reggetóon y las redes sociales, transformándose todo esto en inclinaciones equivalentes al alcoholismo y a la morfinomanía. Las cosas han llegado a un punto que existen varios millones de hombres y mujeres que sufren angustias verdaderas si se les impide durante algunos días, y aun durante algunas horas, leer los diarios, escuchar la música de las radios, o entrar a los cinematógrafos. Como los que toman droga, tienen que satisfacer su vicio, no porque satisfacerlo les signifique un placer activo, sino porque de no satisfacerlo se sienten dolorosamente subnormales e incompletos. Estos comentarios los hizo en una época muy lejana de los Smartphones, el Internet y los juegos de video de esta tiempo, bautizado como Posmodernidad por Arnold Toynbee y popularizado el término por Lyotard hace unos 35 años, dónde también hacía una crítica hacia la Modernidad no alcanzada, de hecho, y definía la Posmodernidad como el fracaso del humanismo y la invasión de nuestra cotideaneidad por la máquina, al grado que nos es indispensable, nos seduce y nos aplasta. La posmodernidad difícil de definir, es un término que invocó el historiador Arnold Toynbee para oponerlo a la modernidad que aún sostenía los ideales de la Ilustración como, verdad, objetividad, racionalismo, pragmatismo, antropocentrismo, y la noción de progreso como valores universales. Para la postmodernidad no hay metarelatos. Jameson por otro lado, indica también que la posmodernidad no es un estilo sino un modo de producción capitalista específicamente que sostiene la arrogancia de la superación del proyecto modernista. Es un producto híbrido, polimorfo, dónde la forma priva sobre el fondo, caracterizado un individualismo insolidario y narcisista. La investigación científica se usó para contestar preguntas que habitualmente se respondían desde la religión. Frederic Jameson nos dice que la Modernidad empezó en el siglo XVI con el Concilio de Trento y que el Barroco es el primer período secular. Dufour liga el arranque de esta etapa al descubrimiento y conquista de América. Habría que preguntarse si el inconsciente existía entonces, seguramente no, su invención es posterior y cómo un efecto de protesta contra el control de estado, dónde su existencia aseguraba la permanencia de un espacio íntimo, intocable. El mérito de Freud ha sido revitalizar el gnothi seauton (conocerse a sí mismo) y vincularlo a la epimeleia heautou (cuidado de sí mismo) que habían sido olvidadas desde los griegos, reviendo la mayéutica socrática. Según Dufour , lo propio del pensamiento de la modernidad, es ser crítico, acometer contra todo, incluso contra sí mismo. El jazz surge como una protesta a la cadena del blanco en América. Se trata de una decadencia de la figura paterna, pero también de los símbolos asociados a ella. Ya Lacan había dicho del capitalismo: “El discurso capitalista es locamente astuto marcha sobre ruedas no puede ir mejor. Pero, precisamente, va demasiado rápido; se consuma. Se consuma tan bien que se consume”. El blues nació de una rica cultura afroamericana del sur en la que casi todos los aspectos de la vida iban acompañados de música: las dulces nanas, las canciones de trabajo, los gritos del campo, los cantos de los presos encadenados, los cantos religiosos, las canciones de funeral y los evocadores gritos de llamada, no verbales en forma de lamentos y gemidos tan evocadores que siempre han constituido el nuleo de la expresion musical africana. En suma lo que se buscaba es un movimiento de liberación y de poesía. En los últimos cincuenta años, los cambios tecnológicos se aceleraron exponencialmente hasta situarnos en una nueva época que no tiene paralelo con la tradición histórica hasta ahora vivida y que plantea nuevos problemas que hablan de un replanteamiento de nuestra concepción del hombre que le hace despertar en una realidad diferente que incluso cuestiona lo humano mismo. Asistimos a una nueva forma de entender el trabajo, el ocio y el papel del individuo en la sociedad. En términos generales, las personas se dividen en dos grupos: quienes aman el jazz y quienes no soportan escuchar esa música. El jazz es un reto a nuestras convenciones, a la simetría, a todo lo que es fijo, a las emociones y a los sentimientos. Esa música lo transmuta a uno, lo descompone en mil pedazos y lo recompone. Se puede decir que lo más fijo y constante que tiene el jazz es que cambia todo el tiempo. Todo esto que estoy diciendo me recuerda mucho la práctica psicoanálitica que busca la liberación de los sentimientos más sumergidos del sujeto para que a través de ese flujo poético se realice una sublimación y una comprensión profunda de nuestra historia. Científicos que investigan los efectos del jazz en el cerebro y buscan el origen neurológico de la creatividad de los músicos de jazz confirman lo que los amantes de esa música saben desde hace tiempo: que tiene un efecto poderoso en el cerebro, tanto en el que escucha como en quien –por supuesto– lo toca. El jazz agudiza la concentración, aumenta la creatividad y refuerza rasgos como la valentía, el liderazgo, la innovación y la adaptación a situaciones nuevas. El hecho de escuchar los ritmos sincopados del jazz estimula la zona de creatividad del cerebro, que busca nuevas ideas y conocimientos, así como soluciones a viejos problemas. Dicho de otro modo, lo que sucede en el cerebro cuando se escucha y cuando se toca jazz tiene efectos positivos en la forma en que afrontamos la vida. El jazz actual, en especial el llamado “jazz nórdico y el jazz escandinavo”, es más masculino y decir esto así es arriesgado, en esta época inclinada a la ideología de género. La idea generalizada es que los músicos que tocan jazz, sean mujeres o hombres, son personas más inteligentes y con una mayor capacidad de estudio, que les permite combinar un pensamiento creativo y un intelecto rápido que cambia todo el tiempo. “Jazz” es una breve palabra para muchos estilos. Desde el “blues” negro de Misisipi al “ragtime” de Scott Joplin, orquestas de “dixie” de Nueva Orleans, Louis Armstrong, Duke Ellington y hasta orquestas de swing de los años de la gran depresión en Estados Unidos. Entre ellos, Count Basie, Benny Goodman, Glenn Miller. El jazz sigue con el complejo bebop de Dizzie Gillespie y de Charlie Parker. Y pasa por las grandes cantantes como la diosa Billy Holyday, Ella Fitzgerald y Sara Vaughan. Los “oldies” de Ella y de Armstrong, Sinatra, el jazz sereno de Dave Brubeck, el siempre avantgard Miles Davies y el intenso Bill Evans. La bosa-nova de Carlos Jobim y de Stan Getz. Hasta los nuevos artistas como Eberhard Weber, Keith Jarrett, Tore Brunborg, Lars Danielson, Rainer Brüningaus o el místico Terje Rypdal. Yo tuve la experiencia de presenciar a Bill Evans, Oregon y Chick Corea entre otros. En síntesis, muchísimos y muy diferentes todos. Pregunta: ¿Entonces, por qué a veces el jazz suena como a gritos estridentes? Respuesta: Hay quienes dicen que es un arte adquirido. Hay que entrar en ello, profundizar en los diferentes estilos del género y ver qué nos llega al corazón. Peter Sloterdijk, en su libro La herencia del Dios perdido ha realizado una investigación curiosa sobre el espíritu humano en nuestra era en la que Dios habría muerto, pero se conserva desde el otro lado de la barda, en la obscuridad, mirándonos con recelo. Porque su tesis es que el hombre vive hoy en una sociedad excéntrica sin lugar para la individualidad, en la que queremos mostrar a nuestros semejantes a quien amamos en el Facebook, nos relacionamos sexualmente de una manera fácil a través de las redes sociales e intentamos matar la soledad con el espejo de la apariencia. No hemos matado a Dios, sino que lo mantenemos oculto como un Superyó exigente, gozoso. Hubo un momento en que teníamos la religión y nuestra vida era concéntrica, conforme con el cosmos, el Nirvana, pero a partir de cierto punto, el hombre se experimentó como un ser que no tenía relación con lo no proporcional y se individualizó. Un día los hombres, dejaron de colocar a Dios por encima de todas las cosas, y los hombres para seguir el ejemplo de Satán y se eligieron a sí mismos como objeto de amor. Esta idea es también la que atraviesa, en parte el argumento de la conocida novela de Neil Gaiman : American Gods, dónde los dioses antiguos luchan contra los nuevos dioses mecánicos, para al final se descubra que unos y otros dioses son personificaciones de los mismos mitos. La marcha tecnoindustrial agudiza las diferencias materiales y oscurece nuestro futuro barbarizando cada día más nuestra cotidianidad. Cada día hay más ricos y mucho pero mucho más pobres, la sociedad se ha ido volviendo una máquina loca de ingeniería en la que el ser humano no cuenta ya y la naturaleza está siendo devastada, siendo amenazado nuestro planeta tal y cómo lo conocemos, modificando su clima, sus recursos, y provocando la extinción de las especies naturales. Stéphane Hessel al final de su vida, en su libro testamento Indignez-vous , se encolerizaba porque hoy el Estado dice que no puede hacerse cargo de la salud y la educación de todos sus ciudadanos. Señalaba que los progresos conseguidos por la libertad, la competición, la carrera por el “siempre más” pueden constituirse también en un huracán destructor. Decía que no es claro que nuestras democracias estén operando a favor de los derechos de los ciudadanos, que no hemos sabido qué hacer para cuidar nuestro medio ambiente, y que la amenaza de los sistemas dictatoriales no está completamente erradicada. Subraya que la indiferencia es la peor de las actitudes posibles y que el egoísmo que dice “yo no puedo hacer nada, yo me las arreglo”, no puede llevarnos sino a una catástrofe y a otra. Con más entusiasmo cada día se habla de la Inteligencia artificial, comparándola a la inteligencia humana. Se habla una y otra vez de la integración de la máquina con el hombre en el siglo XXI y la resolución de los problemas de salud, hambre y sociales merced a la tecnología de la información, la robótica y la nanotecnología. Para los fanáticos del avance tecnológico, habría que recordarles que la reproducción de las máquinas no es sexual sino tecnológica, mecánica. La sexualidad es el medio por el cual el hombre se reproduce y se vincula, todo lo demás es una consecuencia de esto. Pero también, la sexualidad en el hombre es lo que marca la discontinuidad del ser, la necesidad del prójimo, con el corolario del fenómeno del placer que no es necesariamente un aliciente para la reproducción de la especie, sino un inefable que marca a los sujetos humanos y les induce a la repetición de lo incomprensible del sagrado goce sexual. El fantasma de la máquina sustituyendo al hombre es muy antiguo, y tiene muchos antecedentes, entre ellos, el mito medieval y judío del Golem, pero una máquina jamás podrá pensar como un humano porque no tiene inconsciente, no puede asociar libremente y sobre todo porque su existencia no está marcada por los significantes: vida, muerte, sexualidad y deseo. Inteligencia es para los tecnócratas, acumulación de información y toma de decisiones según una cierta lógica positivista. En un artículo publicado por Nicholas Carr intitulado: ¿Qué le está haciendo internet a nuestros cerebros? ¿Está Google estupidizándonos? , sintetiza algunas de sus ideas publicadas en su libro: Superficiales . Retoma las ideas del una vez polémico y hoy casi olvidado Marshall MacLuhan respecto a que los nuevos canales de comunicación no son simplemente medios pasivos sino activos que van conformando y modificando nuestro método de pensamiento. Según este académico, que fue un crítico acérrimo de los medios electrónicos y que enfocaba sus argumentos en la televisión, sin imaginar lo que vendría después, “el medio es el mensaje”. Esto implicaba que la información no era simplemente transmitida a través de un medio más efectivo que haría más fácil su transmisión sino que esta tecnología tendría como destino adormecer nuestros sentidos y convertirnos en sonámbulos. La tecnología no es sólo una herramienta inerte sino un medio que socaba cualquier capacidad de reflexión. McLuhan imputaba a los medios electrónicos su carácter no lineal, repetitivo, que obran más por argumentación analógica que secuencial. Merced a esos medios “nos convertimos en lo que contemplamos”, en otras palabras: “modelamos nuestras herramientas y luego éstas nos modelan a nosotros”. Gran parte de lo que McLuhan tenía que decir, cobra mucho más sentido ahora del que tenía en 1964 y, mientras sus obras han permanecido en la sombra, la verificación de sus profecías y análisis empezó a manifestarse en MTV, el Internet, las empresas de compras por televisión, las televisones multichannels y la propaganda que llevó a Trump a la presidencia de EUA, tecnologías que había intuido pero que no vivió para verlas. Nos dice Carr que el internet es una mesa en la que se sirve un banquete tras otro, en los que cada plato es más apetecible que el anterior, sin apenas recuperar el aliento para entre bocado y bocado. Nos dice Robert Dany Dufour que si en la sociedad moderna la patología prevaleciente era la neurosis producida por la represión, las patologías que hoy se difunden epidérmicamente tienen un carácter tipo psicótico-pánico. La hiperestimulación de la atención reduce la capacidad de interpretación secuencial crítica, pero reduce también el tiempo disponible para la elaboración emocional del otro, del cuerpo del otro y del discurso del otro, que busca ser comprendido sin lograrlo. Los modelos informáticos, no toman en cuenta para nada a Freud. Se piensa hoy que el cerebro es una computadora, cómo ya antes desde el siglo XIV se pensaba que el cuerpo y la mente eran un preciso reloj matemático. Los seres humanos operando bajo dicha lógica están condenados a la rutina, al sacrificio de su salud y su felicidad. Se ha ponderado el hecho de que la máquina podrá liberar al hombre del trabajo inútil y le proporcionará más tiempo para su solaz y descanso. Pero el hecho es que en las grandes ciudades, el hombre sujeto a las reglas industriales y a la eficiencia, tiene muy poco tiempo para dedicarlo a su familia, y señalaba Mumford, a las relaciones sexuales. Quisiéramos siempre ser otros, transformarnos a nosotros y al mundo, pero los ideales se nos han ido esfumando en la Posmodernidad, para dejar nuestra imaginación estancada en manifestarse a través de sueños prefabricados como los “reality shows”, los juegos de roles, la moda y los disfraces del Instagram. No pudimos transformar al mundo como quería el Che Guevara, pero ahora usamos la camiseta con su imagen y nos llenamos el cuerpo de tatuajes y piercings que prueban nuestra rebeldía ante la sociedad. El capitalismo/industrialismo/instrumentalismo ha condenado a los habitantes de las sociedades del siglo XXI a una vida infeliz e infame, atravesada por la violencia en diferentes formas. Se toma como una consecuencia inevitable del desarrollo: los sistemas represivos de poder, el privilegio a las instituciones sobre los individuos, las relaciones estratégicas sobre los deseos individuales, la reglamentación de las relaciones personales al punto de regular la vida personal en las decisiones más particulares e íntimas y en nuestro país, la potencia de las instituciones criminales sobre el Estado. La tekhné nos ha vuelto zombies o autómatas. Sociedad y cultura, han sido afectados por ese fenómeno que es llamado por los especialistas posmodernidad y cuyas consecuencias son las de transformar, consciente o inconscientemente, las formas anteriores de relación, de convivencia y anudamiento del lazo libidinal que antes existían, reemplazándolas por una razón soberbia, egoísta, cínica producto de un narcisismo atravesado por la pulsión de muerte. El Superyó es un demonio mezquino que exige el sacrificio del otro, esto es lo que subyace a la competencia y la mercadotecnia. Por eso es tan importante dar su lugar al Jazz, que es poesía, inteligencia humana e improvisación liberadora.

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