REVISANDO CINE: EL ALMA DE SABINE SPIELREIN (publicado en Subjetividad y cultura)
Prendimi l´ anima. The soul keeper, GB - Francia – Italia, 90 min, Color y B/N, 2003. Director: Roberto Faenza; Guión: Gianni Arduini, Alessandro Defilippi, Roberto Faenza, Elda Ferri, Hugh Fleetwood, Giampiero Rigosi; Reparto: Iain Glen (Dr. Jung), Emilia Fox (Sabina Spielrein), Caroline Ducey (Maria y Caroline Trousselard), Craig Ferguson (Fraser), Jane Alexander (Emma Jung), Daria Galluccio (Renate), Joanna David (madre de Sabina), Michele Melega (Pavel), Anna Tiurina (Conserje).
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Roberto Faenza filmó esta película sobre un drama histórico que tuvo lugar en la primera mitad del atribulado siglo XX. Se trata de una película sobria y correctamente realizada en la que se nota una formación de escuela sólida y una visión educada. El filme trata sobre la vida de uno de los personajes más olvidados de la historia del psicoanálisis, que la genealogía de nuestra disciplina ha ido rescatando poco a poco para darle el lugar que le corresponde como pionera del psicoanálisis y promotora de la causa psicoanalítica en la extinta Unión Soviética.
Son muchas las cosas que podríamos comentar de este filme, pero lo que más nos ha sorprendido, es el perfecto casting que ha realizado el director, quien ha escogido a sus actores tan cuidadosamente que conservan un parecido físico extraordinario con los personajes reales. Emilia Fox se encuentra sublimada en el papel de Sabine y se comprende que John Kent Harrison la haya elegido, con buen ojo, para el papel de Casandra en la fallida e ignominiosa adaptación de La Ilíada (Helena de Troya 2003). Allí representa a la agorera hija de Príamo, dotada de poderes adivinatorios que predice el porvenir sombrío, pero que desvirtuada -por un enamorado Apolo rencoroso - de su poder de encanto, está condenada a que nadie la tome en serio. Coincidencia curiosa la de ambas historias que han hecho a la actriz jugar el papel de abatida figura sombría en estas películas. Sabine fue en su momento puesta a un lado por el mundo psicoanalítico y social de su época, que despreció sus advertencias y aportes.
Un Iain Glen magnífico, completamente caracterizado, e idéntico a las imágenes que tenemos del Dr. Jung -otra charada de la suerte-, la juega del doctor iluminado, prolongando exquisitamente y con matices suizos su actuación en el rol del siniestro Manfred Powell, líder de los Iluminati, que una “mujer virtual” de nombre Lara Croft (2001) enfrenta con éxito en la primera de sus hazañas llevada al cine.
Las escenas del film nos muestran el encuentro, en el sanatorio Burghölzli en Zurich por allá del año 1904, de una bella enferma mental de nombre Sabine, con su médico Carl Gustav Jung, el famoso psiquiatra que llegó a ser considerado por Freud como su príncipe heredero. Sabemos por la historia, que ésta fue quizás, la primera paciente de Jung tratada con el método del profesor Freud y que dio lugar, después, a una correspondencia voluminosa entre estos dos hombres que se vieron a sí mismos, como padre e hijo.
Por aquel entonces Sabine se presentó al hospital traída por sus padres (adinerados y herejes judíos rusos) que la acercaron al famoso hospital dirigido por Eugene Bleuler. Sufría de delirios y una masturbación compulsiva, tenía trastornos de la alimentación (lo que hoy llamaríamos anorexia) y de defecación que le acercaban a una psicosis histérica. También, hacía gala de su aguzada sexualidad a través de conductas exhibicionistas que alternaba con ataques de llanto y risa incontrolables. En la película, Jung se acerca a ella primero con serenidad, después con fascinación y finalmente con pasión. Impotente para controlar su contratransferencia (sentimientos generados en el terapeuta por el paciente), empieza una relación con su paciente al margen de su matrimonio que desembocará en un drama pasional que duró siete años desde que se conocieron.
No se sabe con exactitud la fecha de nacimiento y de deceso de Sabine (1886? – 1934?), quien fue una sensible y sumamente brillante analista, pues entre 1911 y 1931 hizo por lo menos treinta contribuciones decisivas al psicoanálisis y tuvo en análisis didáctico a Piaget.[1]
Durante su relación compleja y prohibida, Sabine proporcionó a Jung no sólo su exquisito cariño y dedicación de amante, sino ideas que se tradujeron en artículos y desarrollos en el campo de la teoría psicoanalítica y el análisis profundo. A ella le corresponde el germen de conceptos como el de ánima y sombra, que fueron plagiadas sin pudor por su querido, jugador pernicioso de su delicada alma. No es indiferente al análisis psicoanalítico que éstos hechos conmovedores se encuentra dolosamente relacionados con el apellido de Spielrein: juego justo. La relación llegó a conocimiento de Freud quien escogió ignorarla, en principio debido a su propia transferencia erótica hacia Jung, y más tarde recomendó de manera conservadora que se interrumpiera la relación entre ambos. Sabine amenazó, varias veces, con denunciar a Jung y pidió entrevistarse con Freud, quien la rehuyó hasta que ella se encarriló para hacerse psicoanalista. En todo este pasaje al acto de múltiples actores, el profesor vienés hizo ojos ciegos sobre la conducta inapropiada que su protegido experimentó con otras pacientes, pese a que las pruebas en su contra no podían negarse en cierto punto.
El macho suizo siempre negó éste y otros incidentes (también lo hacen los llamados analistas junguianos), pero no es el único que se conoce de las excursiones para demostrar su virilidad con pacientes a su cargo. Otro caso documentado es el de su analizante y amante Tony Wolff, quien también se convirtió en analista y realizó, en un momento dado, un “análisis a dúo” con Jung sobre uno de sus pacientes, dónde el analizante contaba a un terapeuta su vida cotidiana, y a otro referiría sus sueños plagados de símbolos. Esta rara actitud, nada terapéutica y desdeñosa de ética hacia el paciente, ilustra su obsesión por documentar el metafísico inconsciente colectivo, empeño al que dedicó muchos años, pensando que éste descubrimiento le pondría -de una vez y para siempre- por encima de su odiado y amado maestro Freud.
La esposa de Jung compartió no sólo el Círculo de Psicología de Zürich, sino su entorno familiar con la amante en turno de Jung, en una situación difícil que duró muchos años y que Fowler McCormick, allegada a la situación, describió así: “No me cabe la menor duda de que esta relación fue una tortura y algo doloroso de soportar para la señora Jung” [2].
El lector crítico caerá en cuenta, de que, la historia de los psicoanalistas de la primera generación está llena de pliegues silenciados que, desde su mudez, se han repetido hacia delante en los analistas de posteriores descendencias. El caso más difícil para nosotros de entender, fue y seguirá siendo la iatrogenia cometida por Freud al analizar a su propia hija[3] que selló su destino, en relación a su elección vocacional y su vida personal.
También se encuentran registrados en los anales difíciles casos similares, como el de Otto Grooss -defensores de la poligamia que practicaba Jung con sus pacientes- y de Victor Tausk, personajes que abrazaron el psicoanálisis como leit motiv de su vida pero que tuvieron una relación trágica con éste.
El caso de Sabine y otros similares nos lleva al análisis de una cuestión de fondo que tiene que ver con el amor de transferencia (también las formaciones del objeto @, diría un colega lacaniano) y la posición casi omnipotente de Amo a la que es fácil ceder ante los embates de la pulsión sexual. El analista debiera ofrecerse como causa del deseo a su paciente y tratar desde esa posición de articular bajo el impulso de la palabra el cúmulo de fantasías acumuladas en la historia personal del analizante a fin de que el sujeto acceda a la significación de éstas, rehistorize su vida y pueda reconstruirla. El analista se brinda, propiamente hablando, como semblante de una pasión del sujeto que, en el fondo, se dirige sólo al encuentro con él mismo: el análisis es una forma de mayéutica.
Más allá de eso, que es teoría y que deviene máxima de ley entre los analistas, uno pudiera tal y cómo los libertinos lo hacían, retomar con espíritu cínico y travieso la cuestión para preguntarse si en realidad hay algo de malo en el hecho de que un analista toque a su paciente, sobre todo cuando ésta lo desea -no conocemos casos de analizantes masculinos en este trance, pero podría haberlos- y puede satisfacerle.
Fuera de los desafortunados casos en que los analistas han cedido a tener affaires con sus analizantes, la historia consigna matrimonios entre analistas y ex-pacientes que han regularizado su situación anómala llevándola a ese crisol de fuertes emociones que todos conocemos como familia. A riesgo de desviarme del análisis de la película en cuestión, recordaré aquí una película irreverente y amena como Lovesick (1983) de Marshall Brickman, en la que el analista Dudley Moore sigue a su bella paciente Elizabeth MacGobern a pesar de ser casado y de estar advertido de que se acerca a un fruto prohibido que, por cierto, ya ha sido mordido antes por un anterior analista. La situación que para todos los que tenemos formación analítica sería dramática y ruinosa es presentada -merced a la comedia- divertida y encantadora, incluso con un final feliz. Allí Alec Guinnes personifica, en una actuación soberbia, a un Sigmund Freud que actúa, más bien, como Obi Wan Kenobi impulsando al nuevo caballero Jedi a romper esquemas que él mismo impuso, en beneficio de disfrutar más la vida y abrirse a lo inédito.
Vuelve entonces, una pregunta libertina en el mismo tenor que la podría formular el autor de la Filosofía de la Alcoba: ¿Por qué no? ¿Simplemente por qué no lo permiten las reglas? ¿Se trata en este caso de una prohibición moral?
La respuesta no va del lado de respetar un mandamiento supremo o una ética de ascesis. Se trata de una cuestión diferente y que involucra la posición misma del analista que tiene siempre algo de infausta, porque la clase de Amo que encarna, es aquel que vive del pathos de lo efímero. Pienso que entre la relación del amante con el amado y la del analista con el analizante no hay una igualdad de términos ni una relación de implicación. Se trata más bien de dos historias paralelas y distintas.
Una historia de amor, nos dice Freud en "Puntualizaciones sobre el amor de transferencia"[4], es inconmensurable, sin comparación ni escritura posible. La historia de un análisis, por el contrario, tiende a delinear una escritura -¡No la de los garabatos de la libreta del analista!- y queda del lado del trazo y del límite. Es imposible satisfacer la demanda de amor del paciente simple y sencillamente porque ésta apunta a lo imposible, a la negación de la castración.
La demanda de amor del paciente se dirige a un objeto liso y sin fracturas y que se articula en una sentencia imperativa -estilo Rochefoucauld- que Lacan formula en su Seminario de la Lógica del fantasma (18/02/1967), y con la que intenta definir el amor pleno: "Tú no eres nada más que eso que soy"; razón que remite a los cimientos del amor, hundidos en el narcisismo primario. El amante poseído por Eros escoge al amado según esa lógica y, en ese sentido, la elección del analista se realiza sobre la extensión del mundo fantasmático del paciente y su neurosis, accediendo a ser una formación de su inconsciente. Entonces, el amado analista del cual el paciente no sabe nada, accede a ser sujeto de amor sólo al precio de ser objeto puro de proyección del analizante. Nada de lo que sucede afuera no ha sucedido antes dentro antes. La tragedia de ese amor puro del analizante, no tiene nada que ver con lo que él es en realidad y por tanto no tendría por qué amar como sujeto (pues está convertido en puro objeto) y contestar en reciprocidad a ese amor que se le ofrece, a menos que ceda a la tentación siniestra de considerarse objeto puro, elección que le destinará a caer estrepitosamente, más temprano que tarde, del pedestal en que ha elegido subirse.
La reciprocidad a ese amor de transferencia conduce irremediablemente a la búsqueda de la fusión total, a la tragedia del amor-pasión cuyo ejemplo sobrado es el incesto y la pulsión de muerte que lo habita. El deseo se quiere siempre absoluto, y no hay nada absoluto más que la muerte misma.
Si bien ocupar el lugar del analista implica entrar en la categoría de mínimamente deseable, es la petición de principio para la transferencia, se entiende que el deseo del analista se debe reducir sólo a analizar, porque de entrada él no puede saber sobre el Bien supremo y el bienestar del paciente. En este orden de ideas, cae por sí sola la majadería, que considera que el bien -¡O lo mejor de todo!- para el paciente sólo puede ser el analista mismo en calidad de espléndido amante.
Más allá de la alevosía de tomar un amor de esta naturaleza y la traición implicada a la confianza del paciente, se encuentra una cuestión más profunda, que no es otra que la de desconocer que la tarea analítica no está para responder ni colmar el deseo del sujeto, sino para articularlo, conduciendo al paciente más allá del síntoma, lo que es decir en este caso: al mismo análisis, y la castración simbólica.
Acceder a una pasión así es destituirse del papel de analista, abandonar la incómoda posición del analista. También, abandonar al paciente a la fatal creencia, de que el amor lo puede todo. Ese fue el engaño infausto en que cayeron Jung y sus pacientes. En un ensayo del penetrante editor, sorprendente autor e imaginativo crítico Roberto Calasso, se define tristemente al doctor Jung como un sujeto que en el baile de máscaras de principios del siglo XX se hizo pasar como científico ¡Cuánta ironía y desconsuelo en una misma frase!
La vida se encarga de aproximarnos sorpresas, de romper esquemas: Sabine puede catalogarse de un caso exitoso de Jung, no obstante las numerosas infracciones del tratamiento. La relación con su paciente parece no haber sido ignorada por los padres que fueron alertados por la misma esposa del médico tratante. Se conoce una carta de la madre de Sabine en la que le pide a Jung se aleje de ella; también sabemos la ripia contestación de Jung que Bettelheim[5] destaca en el prólogo al libro de Carotenuto (que recoge e interpreta, algunas cartas y fragmentos del diario de Spielrein), y que habría sido referida al mismo Freud en una carta dirigida a él en 1909: "Pero el médico sabe cuáles son sus límites y nunca se excederá porque se le paga por su trabajo. Esto le impone las restricciones necesarias. Por ende sugeriría que, si usted quiere que me ciña estrictamente a mi papel de médico (¡Sic!), me pague honorarios como recompensa adecuada por mi trabajo... mis honorarios son diez francos la consulta". Los mexicanos tenemos una expresión para referirnos a ese abuso: “cobrarse a lo chino”.
Sólo un año después de su cura en el psiquiátrico y remitidos sus síntomas, decidió estudiar la carrera de medicina, que terminó brillantemente con una tesis de doctorado sobre el tema de la esquizofrenia en 1911. Su personalidad extraordinaria e intensa se adelantó a su época: independiente, con poco cuidado por las murmuraciones, agresiva y emprendedora, incluso revolucionaria.
Cuando decidió convertirse en analista, se involucró completamente en la tarea. Una de las más importantes ideas desarrolladas por ella, fue sin duda, el señalamiento de la inextricable relación entre pulsiones eróticas y agresividad que, muy probablemente, inspiró a Freud para concebir el concepto de pulsión de muerte. También hizo aportes al campo de la pedagogía psicoanalítica y el análisis de niños que conviene tomar en cuenta, como antecedentes de la práctica de los principios del psicoanálisis en la educación.
Después de tener varias sesiones con Freud y llegar a formar parte de la Sociedad Psicoanalítica de Viena, decidió alejarse de él y seguir estudiando con uno de los personajes más importantes del psicoanálisis en aquel momento, Karl Abraham, primer psicoanalista alemán que ejerció en Berlín. En medio de toda esta historia, se casó con el médico ruso judío Pável Schettel con quien tuvo dos hijos.
La ruptura con Jung no fue suave y nunca del todo completa, y es posible que haya visto a su querido mucho después del corte propuesto por Freud. Aunque se casó en 1912, permaneció largo tiempo alejada de su marido, trabajando -cerca del Dr. Jung- en el Instituto Rousseau en Ginebra, aunque no sabemos a ciencia cierta si tuvo contacto con él. Finalmente, alcanzó a su marido en 1921 cuando decidió emprender el camino de regreso a su patria para formar parte del movimiento psicoanalítico ruso. Conocemos sólo una fracción de todo lo que escribió Sabine (algo de esta luminiscencia se bosqueja en el film), pero a través de esas letras escasas, podemos adelantar la vibración de una vida intensa.
Durante todos estos años, mantuvo correspondencia con Jung: la película acierta al escoger como línea argumental esas cartas y el diario que ella produjo durante toda su existencia. Nos agrega a la historia principal, un pequeño cuentito referente a un historiador y una rebelde buscadora de papeles, que remueven las piedras de la nueva y pujantemente capitalista Rusia, a fin de rescatar de las cenizas la historia perdida de la bella Sabine. Una licencia poética que podemos conceder a cualquier buen relator de historias.
El psicoanálisis fue parado en seco en 1936 después de la muerte de Lenin, debido al antisemitismo del temible (otros dirán perverso) camarada Stalin, y por no coincidir con los rígidos principios materialistas del marxismo académico imperante: misma ideología, que sí toleró los audaces experimentos en materia genética de Lysenko, que hundieron en desgracia a la economía agrícola de la madre Rusia.
Asistimos en el filme al ataque con cuchillo que realizó a su esquivo amante. Sabine deseaba con ansia quedar embarazada y ponerle a su hijo el nombre de Sigfrid, que supuestamente complacería a Jung (estudioso apasionado de los mitos germánicos), y que en la práctica consignaría en un fruto de carne la relación homoerótica entre Freud y su hijo putativo. La idea parece haberle chocado a Jung completamente, no sólo por el hecho de concebir un hijo fuera de su matrimonio, sino porque le mostraba miserable y ridículo, al confrontarle con su desmedida ambición por obtener la fama por sí mismo.
La ruptura de Jung con Freud sucedió por ahí de 1913, cuando su maestro no pudo tolerar más: la asexualización del psicoanálisis, la rivalidad extrema del heredero, y las alarmantes faltas a su práctica profesional que lastimaban sus oídos. Freud mantuvo hasta el último momento una admiración por Jung, producto de una transferencia salvaje que ya había tenido lugar con W. Fliess, el médico otorrinolaringólogo delirante que le sirvió como contraparte de escucha para la realización de su autoanálisis.
Faenza, quien es también uno de los guionistas de este complejo drama psicológico, se porta como un juez irónico hacia Jung y lo retrata llorando histérico de felicidad ante el canto de las arias de los rubios héroes wagnerianos. Para nuestro gusto, es demasiado gentil. Deja de lado las siniestras maniobras que le llevaron a ser presidente de la Sociedad de Psicología Aria organizada por Göering (fue editor en jefe de su revista de 1933 a 1940) y los artículos que escribió en contra de Freud dedicados a censurar su trabajo, haciendo énfasis en que los negros contenidos del inconsciente judío no podían ser extendidos al estudio del alma pura de los arios. El prestigioso Jung (y otros intelectuales de la época, entre los que destaca Heidegger) apostó fuerte a la posteridad de su obra apoyándose en los nazis y perdió en parte la batalla cuando éstos fueron derrotados. Años más tarde, trató de justificar su actitud, minimizando su participación y aduciendo la increíble patraña de que era una forma de ayudar a gente perseguida. La cobardía no conoce la decencia.
Sabine luchó porque fuese aceptado el psicoanálisis en su patria y chocó contra el muro del dogmatismo soviético. Esa situación perduró hasta la caída del régimen: un amigo mío que visitó en el año de 1985 la devotamente marxista Moscú, fue detenido e interrogado más de doce horas por los aduaneros del aeropuerto por traer en su maleta las inicuas obras completas de Freud.
Sabemos ahora que Sabine llegó a la Unión Soviética el verano de 1923. Ingresó a la Sociedad Psicoanalítica Rusa y colaboró en la Casa Experimental de la Niñez, el dispensario psicoanalítico de la analista rusa Vera Schmidt[6]. Realizó junto con ella y otros nombres ahora olvidados, trabajo dentro del Instituto Psicoanalítico del Estado de 1923 a 1927, durante los primeros años de la revolución socialista. Es probable que después haya sufrido de la persecución estalinista a los judíos. En la película hace una recargada aparición un supuesto pequeño demonio, hijo de Stalin, que habría sido confrontado por Sabine debido a su rebeldía. Se nos sugiere -sin ninguna necesidad- que ese niño torvo y violento con rasgos asiáticos, fue el posible motivo para su eliminación de todo un sistema educativo. No hacía falta esa imagen reduccionista que arrincona en lo personal una situación social; los formalistas rusos calificaron de pequeño burguesas la mitad de las inquietudes intelectuales de esa época. Tampoco hacía falta a la trama, la denuncia de un supuesto crimen, que en realidad sabemos fue suicidio trágico: el del gran poeta Maiakovski. Faltó a Faenza sutileza en estos detalles: la realidad fue todavía más cruel, mucha gente fue condenada por verdaderas sandeces y cualquier resistencia a la voluntad caprichosa del dictador y su interpretación de las sagradas escrituras del comunismo, aniquilada.
El final que nos sugiere el director tiene, sin embargo, trazas de verosimilitud. Es posible que fuese fusilada durante la ocupación nazi de 1941. El frío invierno de esos años de batalla intentó tachar todo vestigio de su existencia, pero finalmente, Sabine no fue borrada. Su presencia vive en miles de estudiosos del psicoanálisis y admiradores de su coraje. La red de Internet está plagada de homenajes a ella en alemán, inglés, español y hasta ruso. La luz de su alma valerosa sigue iluminando el camino de muchos jóvenes que quieren dedicarse a una profesión imposible.
Algunas referencias a Sabine en la Red:
Spielrein Sabine: http://javari.com/FreudPsa/spielrein.htm
Ich hiess Sabine: http://www.sabinaspielrein.com/
Comments on the Burghölzli hospital records of Sabina Spielrein: http://www.blackwellpublishers.co.uk/joap/Joap217.pdf
[1] CALASSO, Roberto, “Nota sobre los lectores de Schreber”, en Los cuarenta y nueve Escalones, Anagrama, Barcelona, 1994, p. 183.
[2]Citado en: Donn Linda. Freud y Jung. Los años de amistad, los años perdidos. Ed. Vergara. Argentina 1990. P. 254.
[3] ROAZEN, Paul, Cómo trabajaba Freud. Comentarios directos de sus pacientes, Paidós, Barcelona, 1998, p. 167.
[4] FREUD, Sigmund, “Puntualizaciones sobre el amor de transferencia”, en Obras Completas. Biblioteca Nueva. Madrid 1983.
[5] BETTELHEIM, Bruno, “Prólogo” al libro de CAROTENUTO, Aldo, Una secreta simetría, Gedisa. Barcelona 1984, p. 25.
[6] DELAHANTY, Guillermo, Sabina Spielrein: juego sucio o amargo lamento, en www.cartapsi.org/mexico
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