El blogger británico Simon Raper creó un mapa a través de un algoritmo elaborado sobre las consultas a la Wikipedia y las influencias de los diferentes pensadores y autores filosóficos... aquellos con un tamaño mayor son los que supuestamente tienen más influencia que los otros... ustedes juzguen su trabajo y los resultados.
Por lo menos, más además de informativo, es un cuadro entretenido.
Si tienes dificultades para visualizar el cuadro aquí, ve a:
http://tenhaumatoalha.files.wordpress.com/2013/10/philprettyv4.png
BLOG de JULIO ORTEGA B. SUEÑOS, ASOCIACIONES LIBRES, INVESTIGACIONES Y CONFESIONES DE UN ANALISTA EN LA WEB.
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jueves, 5 de diciembre de 2013
lunes, 2 de diciembre de 2013
Conferencia Tratamiento del paciente psicosomático (Psicosomática y psicoanálisis). Julio Ortega B.
Como invitado de la Universidad de Xalapa UX, dictaré la conferencia: Psicosomática y Psicoanálisis. En la sede de la Universidad, Xalapa, Ver. Martes 3 de diciembre, 12 horas. Entrada libre.
viernes, 22 de noviembre de 2013
lunes, 18 de noviembre de 2013
jueves, 31 de octubre de 2013
Michel Foucault entrevista en Lovaina 1981.
Para aquellos que me preguntaron cuál era la entrevista que estábamos viendo en la clase de la Maestría de Filosofía de la Universidad Veracruzana... pues ahí la tienen, y con subtítulos en español.
martes, 29 de octubre de 2013
miércoles, 16 de octubre de 2013
lunes, 14 de octubre de 2013
Genealogía del psicoanálisis. Rodolfo Álvarez muestra cuadro elaborado por Ernst Falzeder
Un cuadro tan complicado y enredado explica muy bien, a simple vista, los líos familiares, las confusiones, transferencias negativas, y desmadres que se traen los psicoanalistas. Cómo verán en ese cuadro que intenta seguir las genealogías oficiales, faltan muchos nombres de analistas de la línea lacaniana, carusiana, etc. etc. Sería muy interesante hacer una genealogía con todos los nombres, entonces el rayoneo se volvería de pesadilla. Y faltarían los nombres de algunos que se han autonombrado analistas sin tener más que un conocimiento teórico del asunto y que hasta han publicado libros bestsellers, los que podríamos llamar psicoanalistas salvajes.... aquí en México abundan esos... desgraciadamente. Agradezco a Rodolfo Álvarez su labor pública en favor de la difusión de la Historia del psicoanálisis, franca, sincera y valiente. Sin imposturas, trampas o engaños.
Aquí nada menos en Xalapa, Veracruz, México... hay un muchacho (sobre los 30's) que se hace llamar "la promesa dorada del psicoanálisis mexicano" que imparte cursos a nombre del Círculo Psicoanalítico Mexicano (sin tener absolutamente ninguna vinculación con él) y que se dice mi alumno, sin serlo (también hay otros alumnos míos que no me reconocen como maestro, eso es cierto). Creo importante por eso para quienes se adentran al psicoanálisis, estar muy atentos a la falsedad... no se dejen seducir por las "palabras bonitas" y los esquemas simples doctrinales. El psicoanálisis es ante todo un estilo de trabajo, una ética, una manera de pensar los problemas de la clínica y una manera de incidir sobre el discurso delirante, patológico y los problemas del cuerpo.
Aquí nada menos en Xalapa, Veracruz, México... hay un muchacho (sobre los 30's) que se hace llamar "la promesa dorada del psicoanálisis mexicano" que imparte cursos a nombre del Círculo Psicoanalítico Mexicano (sin tener absolutamente ninguna vinculación con él) y que se dice mi alumno, sin serlo (también hay otros alumnos míos que no me reconocen como maestro, eso es cierto). Creo importante por eso para quienes se adentran al psicoanálisis, estar muy atentos a la falsedad... no se dejen seducir por las "palabras bonitas" y los esquemas simples doctrinales. El psicoanálisis es ante todo un estilo de trabajo, una ética, una manera de pensar los problemas de la clínica y una manera de incidir sobre el discurso delirante, patológico y los problemas del cuerpo.
viernes, 11 de octubre de 2013
Letras sobre letras. Prólogo y presentación del libro de Fernando Figueroa.
¿Cuál es la
vinculación de la literatura con la realidad? ¿Hasta qué punto la vida de un
autor tiene una ligadura causa – efecto en su forma de expresarnos su fantasía?
Indudablemente esas preguntas surgen cuando uno se encuentra con este libro de
cuentos escrito por Fernando Figueroa.
Lo primero que topa uno en este conjunto de historias, es su
espíritu filosófico, y con ello no me refiero al hecho de que el autor, se
ocupe de tomar una línea determinada que defienda el partido, digamos por:
Demócrito o Epicuro. Uno de sus cuentos más afortunados, plantea que en el
principio de los tiempos la discusión entre la posibilidad de que todo sea
producto del destino o del azar, tuvo lugar entre los Demiurgos del Origen y
que al final la historia el asunto fue resuelto, sin que quedase claro a quién
correspondió la victoria. No, Heidegger se refería a la filosofía como el arte
de plantear preguntas más que ofrecer respuestas.
A nuestro autor, le interesan las paradojas de la vida y las plantea
con un sentido del humor que se burla de las convenciones. Le gusta jugar con
los personajes míticos y los héroes clásicos, con los Dioses y los Demonios,
con la Muerte misma. Lo hace con inteligencia y con mordacidad, cada una de sus
historias saca partido de las ironías que la vida plantea y, a veces, parece
embromar al lector mismo en un tono que, curiosamente, no produce su enojo sino
su completa simpatía.
Desde Aristóteles sabemos por su Metafísica
que si no existiera el azar, todo sería necesario. Pero el mundo no es así. Lo
accidental es parte del mundo, pero no puede ser estudiado por la ciencia
porque ésta no se puede ocupar del azar, porque no es causa de nada en
particular. Quizá entonces sea la literatura la que deba ocuparse de lo Real
del azar, y nuestro amigo, presenta un conjunto de historias que podrían apoyar
este punto de vista.
En sus letras corre el espíritu de Rabelais y de Kafka, de Cortázar
y de Poe, pero también está presente Chéjov y sobre todo, Monterroso. Me gusta
el tono sarcástico pero risueño de sus relatos, que nos regalan deliciosas
ficciones, en que las tragedias más amargas tienen un fondo anisado, que se
rebela contra el pesimismo total.
La cuestión de fondo en éstas historias es el examen crítico de un
mundo contradictorio, complejo, a veces sin sentido, y que tratamos de explicar
urgentemente por todos los medios. Es un literatura diferente, inventiva,
escrita con gracia y sin demasiadas concesiones, que llega a exigir cierta
cultura para la comprensión cabal de su discurso. Aún así, no se trata de
letras góticas que no puedan disfrutarse con la simple lectura y ante todo, es
lo que debería ser cualquier literatura: una experiencia gozosa y divertida. El
ritmo y la armonía de sus historias nos conduce a través de un universo no
esquemático que desafía los finales simples y que sorprende todas nuestras
expectativas.
Es lo que yo llamo una literatura de viaje. Y no me refiero a
aquélla que se gusta en un tren, un avión o un autobús, sino aquella que nos
invita a transitar a otros mundos paralelos y cercanos al nuestro, diferentes y
semejantes, pero con una estrecha relación con un origen común: el sueño, el
deseo y la fantasía. Sus relatos son aforismos y paradojas que van del terror a
la ciencia ficción, y que revelan sutileza aún en los momentos más dramáticos.
Llama la atención el estilo de sus cuentos que comprime a veces, en
brevísimo número de páginas, más ideas de las que uno imaginaría. Sin duda, es
un gesto voluntario, que habla de un estilo que podría uno calificar de
oriental, tal y cómo el de Las Mil y una Noches. Eso nos lleva a quedarnos
pensando cada historia, a saborearla y digerirla con paciencia. Son relatos
luminosos, mágicos y vitales que nos invitan a reflexionar sobre nuestra vida
cotidiana y a veces descolorida. Historias de amor, de desilusión y sinsabores,
que yo eligiría leer con música de blues o de jazz. En ellas hay siempre un
dejo de tristeza que habla de añoranza y pasión, de pasmo ante la conducta de
los seres humanos, que van de la arquitectura más sublime, a la simple
autodestructividad.
Eso nos lleva a volver sobre la pregunta que nos hacíamos al
principio. A interrogarnos sobre qué tanto de la vida de Fernando se refleja en
su literatura y cómo ha podido lograr esa mirada de extrañeza sobre la
naturaleza humana, que es tan difícil de alcanzar para un individuo.
¿Cómo ha llegado a mirar cómo quien observa en la vitrina, la
miseria y la grandeza del hombre? Se
necesita un espíritu no de científico, sino de periodista y artista que vaya
más allá del determinismo absoluto y de la ideología. Fernando es un viajero en
el tiempo y el espacio que cómo Odiseo se ha arriesgado a jugarse por la
aventura a pesar de sus temores, atándose al mástil con tal de oír a las
sirenas. Y para mí este gesto de valentía es fundamental, porque dota de universalidad y
belleza a su obra, de profundidad para reconocer
la incertidumbre que nos aqueja a nosotros, los mezquinos y egoístas
individuos, en nuestra existencia.
jueves, 10 de octubre de 2013
sábado, 28 de septiembre de 2013
Karen Souza, cantante de jazz...
Karen Souza, cantante argentina de jazz, magnífica voz aterciopelada (me recordó a Paticia Barber). Recién llegada a México... les recomiendo mucho el verla si tienen oportunidad. También los músicos que la acompañan son magníficos.
viernes, 20 de septiembre de 2013
The Honeymoon Killers o La voluptuosidad del amor - pasión. Julio Ortega B.
USA (1970). Blanco y negro. 108
min.
Título en español: Los amantes sanguinarios.
El film de Leonard Kastle es
anómalo y fascinante por varios motivos, entre ellos, podemos contar el hecho
de que es el único que se le conoce, opera prima y quizás el final de una
carrera prometedora y que resultó ser
corta. Curiosamente, ha creado un culto que necesita hoy, explicación. A los espectadores
jóvenes puede parecer aburrida y hasta insulsa en comparación con otras
historias semejantes que corren con más tersura y refinamiento en su
realización, como Natural Born Killers (1994), del disparejo Oliver Stone
basada en un guión de Tarantino que ha sido, obviamente, inspirado en la misma
historia y probablemente, en las repetidas pasadas de la cinta de Kastle a los
ojos fascinados del muchacho Quentin. Otro filme emparentado con el que nos
ocupa, es sin duda, la aplaudida en Cannes: Profundo Carmesí (1996), de Arturo
Ripstein, que cuenta con variantes mínimas, pero con un toque de humor negro,
la misma historia. Las imágenes
alucinantes de la pantalla fueron entresacadas de la realidad, el público norteamericano
guardó durante mucho tiempo memoria de los horrendos crímenes cometidos por Martha Beck y Raymond
Fernández, dos sujetos marginales de esa sociedad de la opulencia que
financiaron su pasión exaltada y complementaron su goce sexual, arrasando a
mujeres solitarias como las que rondaban los clubes del corazón en las épocas
anteriores al correo electrónico y el ICQ.
Se trata de una película de bajo
presupuesto realizada con medios modestos y que corrió al margen de algunos de
los estándares de la industria, sobreviviendo a las normas estrictas de los
distribuidores que buscan seguridades sobre la recuperación de su inversión.
Un director de cine es uno de los
personajes más extraños del mundo del arte, tiene algo de pintor, escritor,
fotógrafo, pero sobretodo algo de Dios. Se dice que el guionista visitó a
varios productores y directores cinematográficos para ofrecer la historia.
Martin Scorsese fue elegido para ser el director, luego fue substituido por
Donald Volkman, para finalmente terminar en manos del propio escritor para su
realización. Kastle parece haber caminado, esperando encontrar a ese pequeño
Dios que sacase la historia adelante
para finalmente saltar él mismo a la plató y darle ese tono extraño,
grotesco y kitsch al filme que evoca el
estilo semidocumental que, dos años antes, utilizara Georges Romero en su también película de
culto que inaugurara el cine gore: “La noche de los muertos vivientes”.
La historia está contada de una manera directa, obsesiva,
sin concesiones al espectador y con una narrativa a tono con los modelos de las películas Z de
los años 40’s y 50’s referidas a temas detectivescos y policiales. Su primera
media hora es, en este sentido, anodina. El planteo de los personajes, la
interpretación un poco tiesa de los actores, la iluminación directa y los planos
americanos no hacen esperar demasiado
del filme que cuenta de manera realista y seca los acontecimientos, aderezados
con un toque leve de humor negro que supone, utilizar como fondo la música
wagneriana favorita de los nazis.
Esa misma forma de narrativa
puntual ¾un
poco desesperante¾
se convierte en un mérito, cuando empezamos a ver en la pantalla los detalles
de los crímenes de esos crueles amantes que no ahorran al espectador ninguna
gota de sangre, mostrándonos al martillo y la lavadora asesinas, el sexo inflamado al ardor del
ansia criminal.
Shirley Stoler representa a
Martha Beck en una actuación que le valió futuros papeles de Dominatrix
en películas como Siete bellezas (1976)
de Lina Wertmuller, la cantinera de
Frankenhooker (1990), y la mujer que en Miami Blues (1990) expresa su disgusto
contra Alec Baldwin cortándole sus dedos con un machete. Su impresionante
porte, de ciento y tantos kilos la hace ver al espectador como una matrona
lasciva sin ningún freno de decencia,
todo en su presencia llama al exceso.
Su personaje Martha al encontrar
a su alma gemela decide con naturalidad recluir a su mamá a la que cuidaba con
rencor soterrado, en un asilo. Sigue,
sin más, a su latin lover, el relamido Raymond Fernández. Queda
fuera cualquier consideración moral y
ética, ella ha sido tocada por el amor ¾ pasión, esa extraña
figura que Denis de Rougemont (1) ve aparecer en lo que llama la
revolución psíquica del siglo XII.
Esa transformación del ánimo
parece haberse dado de golpe y privilegia el amor cortés sobre el matrimonio.
Lo que se ama es el amor, el hecho mismo de amar. Se trata de abandonar la
conciencia y zozobrar en la sombra,
entregarse a la pasión hasta morir, pues, la vida sin amor no vale nada. El
fondo de esta inmersión de los corazones en la noche del deseo es,
curiosamente, un deseo de saber, un modo de conocer, que sólo puede abrirse
paso a través del sufrimiento.
Al parecer, este estilo de amar,
está relacionado con el relajamiento de los vínculos feudales y por tanto,
patriarcales. Esto trajo consigo un cuestionamiento a la autoridad del Señor y
de las instituciones mismas, incluyendo a la iglesia. Es una especie de
prerrenacimiento de la individualidad que tiene como manifestaciones más
notables: el culto al amor y el nacimiento
de religiones dualistas como las de los cátaros y albigenses. Éstas
últimas, que tuvieron su importancia en esa Europa medieval fueron exterminadas
por el papado de manera salvaje y radical, quizá también la iglesia hubiese querido eliminar al amor
cortés mismo, pero: ¿Cómo extinguir las flamas del corazón?
Entre los resultados más
importantes de esta rebelión del espíritu está la revaloración de la mujer y la
divinización de la feminidad que podemos observar en los cantos y romances de
los trovadores que exaltan al objeto de su amor con cualidades celestiales, al
punto de retomar la fuerza de la
religión en un culto pagano al objeto de amor.
He aquí un par de ejemplos
entresacados del libro de Rougemont que nos muestran esta pasión herética:
¡Tomad mi vida en homenaje, bella
que me dais gracia, mientras me concedáis que por vos al cielo tienda! (Uc de Saint Circ)
Mejoro y me purifico a cada día
que pasa, pues sirvo y reverencio a la dama más gentil del mundo. (Arnaut
Daniel)
Cabe preguntarse cuál es la
diferencia entre este género de amor, diferente al sostenido por los modelos
griego y latino. No podemos ser exhaustivos en este análisis, pero anotemos tan
sólo que el modelo griego platónico sostiene de una diferencia entre erastés
(amante) y eromenós (amado) dónde el amante ejerce un papel activo y el
amado es el de objeto de esa pasión. Por ello será más valorado siempre el sacrificio del amado a favor del amante,
pues pone en él un esfuerzo que va más allá de la espontaneidad
y el sacrificio desprendido connatural del amante. También, el amor más excelso en las categorías clásicas es el de filia, que sobrepone
el valor de la amistad a cualquier otro sentimiento.
El amor ¾ pasión supone
reciprocidad, correspondencia, deseo de fundición no sólo de las almas sino de
los cuerpos. Este amor se ve como un producto pleno en sí y no como un defecto
de la razón, es colmado contra razón y lo que quiere es centellear sin importar
la fuente del combustible, aún sean los cuerpos de los amantes. No concordamos con Trías, quien en su “Tratado
de la pasión” (2) vela la brillantez de algunas de sus tesis al afirmar que
este amor supone necesariamente la heterosexualidad. Los amantes se quisieran
sin sexo, fusionados más allá de toda diferencia.
Ese deseo de refundición se ve
reflejado y prolongado en la petición de fidelidad que no encontramos en los
latinos. Los ideales en juego en este tipo de amor demandan no sólo
concordancia sino dependencia, franqueza más allá de la amistad y la
compatibilidad total, sueños guajiros de los que están tan prendidos Beck y
Fernández que están dispuestos a ofrendar la vida, exactamente de la misma
manera que ustedes y yo.
El amante en este esquema se
comporta como un poseído que valora al amor por encima de cualquier otra cosa.
Libertad, placer y felicidad se hallan muy por debajo de las aspiraciones del
endemoniado, que quiere y se procura al amor mismo, no importa que implique
sufrimiento o congoja. Los enamorados son náufragos que desean ser arrastrados
al remolino, ahogados por la corriente y
ser hechos pedazos por una fuerza que se presiente poderosa e
indomeñable, extraña e íntima al sujeto que ama.
Amor y muerte se encuentran en
esa pasión, entrelazados intensamente y constituyendo las dos caras de una misma moneda. La liga
que los une es ese deseo imposible de
aspirar a ser uno, que los condena a ser víctimas de un ímpetu que no duda en
intentar formar con los pedazos desbaratados de la carne de dos, al gracioso
ser andrógino del que Platón nos habla a través de la boca de Aristófanes en
esa borrachera maravillosa que conocemos como El Banquete. Allí encontramos,
también, como origen del demonio Eros, el encuentro fortuito y
propiciado por el alcohol entre Penia
(la pobreza) y Poro (el recurso). El amor ¾ pasión rechaza ese
origen, se trata más bien, del encuentro de destino entre el fuego y la carne.
La palabra que describe este
juego mortífero es pasión. Si desglosamos cuidadosamente el término y
encontraremos ciertas fallas si tratamos de interpretar a la pasión según el
modelo tomista de acto y passio. La pasión es pasiva porque
supone el abandono, pero a su vez, es
activa pues supone una positividad espontánea que induce a la acción. La
pasión, es así, sensación de poder (que no significa necesariamente: poder). Pasión es padecimiento pero
también dicha por padecer. El amante
pierde el sueño, baja o sube de peso, se viste y se desviste compulsivamente,
conjetura y en base a sus obsesiones echa a funcionar la máquina de su cuerpo
hasta alcanzar altas velocidades destinadas a quemarla.
¿Qué inflama la pasión de los
amantes? ¿Acaso es la belleza del cuerpo? ¿Quizá la del alma? La respuesta no
puede ser sino freudiana: el brillo de la nariz. Eso que convierte en fetiche
al objeto de amor. Para el público lego expliquemos con calma esta cuestión, en
el artículo sobre El fetichismo
de 1927 (4) nos informa Freud de cómo se elige al objeto fetiche. Nada esencial
hay en él que lo convierta en ese objeto especial... nada sino la mirada de
linterna del amante que rebota en la nariz del amado y le proporciona ese
brillo cegador que vuelve deslumbrante al objeto amado. De manera
magistralmente poética, encontramos esta idea en esa pequeña obra maestra de
Carson MacCullers que lleva el nombre de
La balada del café triste (4), ahí podemos leer:
Hay el amante y hay el amado y
cada uno proviene de regiones distintas. Con mucha frecuencia el amado no es
más que un estímulo para el amor acumulado durante años en el corazón del
amante. No hay amante que no se de cuenta de esto con mayor o menor claridad;
en el fondo sabe que su amor es un amor solitario.
Para quienes no han leído esta
novela, la recomendamos entusiastamente, encontraran allí muchas coincidencias
con lo que sucede entre Martha Beck y el tal Fernández (Tony Lo Bianco). Por supuesto que no es la belleza de las almas, ni la de los cuerpos, la que
determina el amor, más bien, se trata de una llama que arde solitaria en el
faro del corazón del amante y que lanza su luz a esa oscuridad de los objetos,
a través de las ventanas que son los ojos.
Llevemos la metáfora más lejos,
en el amor ¾
pasión, esa luz no es blanca, sino teñida del color de nuestras ilusiones y es
por eso que el objeto de amor se ilumina con un resplandor que disimula sus
asperezas y desniveles, para ofrecernos
al amado como una superficie lisa y perfecta, su cuerpo real no es sino una
pantalla de proyección de nuestras fantasías y ensueños.
Martha cede al crimen espontáneamente
porque percibe que el lugar de cómplice, la hace una compañera puntual,
correspondiente de su amado. La sangre la baña de luz y su cuerpo se convierte
en el hogar maternal e incestuoso de su amante, que más que buscar un compinche
quiere la mirada de un testigo que admire y goce sus crímenes. Pero Martha va
más allá de ser espectadora, los celos la empujan a ser coautora de los
asesinatos y entra en una vorágine que le lleva a rivalizar con la crueldad de
Raymond. Finalmente, comprende que a pesar de la culpa compartida, la fusión de
los amantes no puede ser total, que uno más uno da siempre dos. Ese
descubrimiento la llevará a entregar a
la justicia al mismo objeto de su amor, culpable, no de los espeluznantes
crímenes que hemos visto en la pantalla, más bien, de no diluirse y perderse para
siempre en los pliegues de esa masa de carne hasta ser uno totalmente con su amada.
El final de la película es tan
espantoso, a su manera, como todo lo que hemos visto anteriormente y no le pide
nada prestado a cineastas maduros y contemporáneos como el gran Kieslowski.
Nos preguntamos sobre Kastle y
sus impresiones después de ver su filme, no sabemos de cierto este hecho, pero
no nos parece descabellado adivinarlo enfrentado a su obra como a la de un
desconocido ¿Por qué no? Cómo quien observa su crimen horrendo, cometido sin
conciencia, que de pronto, salta a la
vista en la forma de un cuerpo yaciente y sin vida. Lo imaginamos horrorizado,
culpable y víctima de una repulsión sin medida, no lo vemos satisfecho de su
obra, sino mortificado... abandonando el trabajo de director de cine a quien
pueda tener más estómago.
Notas:
(1) Rougemont Denis de (1978). El amor y
occidente. Ed. Kairós. Barcelona.
(2) Trías Eugenio (1998). Tratado
de la pasión. Editorial Mondadori. Madrid.
(3) Freud Sigmund. (1927) El
fetichismo. Freud Total 1.0. CD
Room. Ediciones Nueva Hélade.
(4) Carson MacCullers (1971). La
balada del café triste. Ed. Salvat. España.
domingo, 15 de septiembre de 2013
viernes, 13 de septiembre de 2013
martes, 10 de septiembre de 2013
En la quietud de la noche o Bajo Sospecha (1982). Dirigida por Robert Benton. Fotografía Néstor Almendros. Roy Scheider, Meryl Streep, Jessica Tandy.
La película En
la quietud de la noche o Bajo
Sospecha, es una súper producción hollywodense escrita y dirigida por
Robert Benton, quien había sido muy celebrado por su película anterior,
premiada con nada menos que 9 Oscars: Kramer vs. Kramer, y había adquirido fama
como intimista de realidad cotidiana. Demuestra hasta qué punto se puede
sobrevalorar a un director y por supuesto, reproduce de manera puntual todos
los prejuicios y mitos acerca de un psicoanalista y del psicoanálisis en
general, haciendo un filme que intenta retomar el consabido género
cinematográfico del thriller psicológico desarrollado a su máxima dimensión por
Alfred Hitchcock, sin el genio cinematográfico del inglés, y sin la imaginación
visual de otro director norteamericano que exploró ese tipo de dramas y hoy
casi olvidado: Brian de Palma, director de clásicos del cine de terror como Carrie,
Las gemelas satánicas y Vestida para
matar.
De entre mis recuerdos la saqué para
comentárselas, pensando en que quizá nos sirviese para tocar algunos de los
mitos más comunes acerca de un tratamiento psicoanalítico, la vi en 1982 cuando
estaba al final de la carrera de
psicología en la UNAM y me había adentrado por la libre en el mundo del
psicoanálisis en un mundo muy distinto del que nos muestra la película. Un
psicoanálisis que estaba influido por el estructuralismo y el marxismo, y en el
cual parecía obvio que el psicoanálisis sólo habría de sobrevivir vinculado a
la ideología marxista, así cómo algunos piensan hoy que el psicoanálisis sólo puede
ser una disciplina seria, y sobrevivir, ligado al discurso de Lacan. Mi opinión
hoy es que, aún valorando al psicoanalista francés como una piedra de toque del
psicoanálisis contemporáneo, no podemos repetir sus fórmulas cual si fuesen
dogmas, a menos que consideremos al psicoanálisis como una religión, lo cual
nos haría caer nuevamente en el abismo de los ideales que atormentaron el siglo
XX aún cercano.
En ella, encontramos a Roy Scheider como un
exitoso psicoanalista - psiquiatra neoyorkino, que se acaba de separar de su
mujer (como tantos otros analistas que pasan por varias separaciones y
encuentros), que tiene un bonito consultorio con pisos de madera, usa siempre
corbata cuando atiende, y carga en su cartera tarjetas Mastercard, Visa, American Express, es un sujeto refinado
que sin embargo, tiene un Edipo severo con su madre que también es
psicoanalista y que tiene una actitud de franqueza y apertura curiosa que hace
que él comente sus casos con ella en un tête à tête, dónde ella el aconseja qué
hacer con sus pacientes, y con la que discute de la manera más idiota posible,
la traducción de los sueños de sus pacientes. La película es una mezcla de
ignorancia del psicoanálisis, una magnífica fotografía del grandioso Néstor
Almendros que ustedes conocen por La
Laguna Azul, el mismo Kramer vs.
Kramer citado, y pésimas actuaciones de grandes actores, que fueron fieles
a los deseos de Benton, y ofrecieron unos performances
más tiesos que intensos para sus personajes (La única escena memorable del
filme parece ser la del masaje en desnudo de Meryl Streep).
Reproduce un mundo high class que en EUA tiene acceso al psicoanálisis basado en esa psicología del Yo que tanto odiaba Lacan
y que pensaba había prostituido al psicoanálisis al servicio de los intereses
de adaptación de una sociedad de consumo, con ansia por la superficialidad, la
competencia, la vida reglada por el dinero, el snobismo, y la imagen. El piso
de lujo de Schneider, nos muestra sin embargo, una vida miserable por parte del
analista que busca cualquier oportunidad para buscar a su mamá y platicarle sus
más íntimos secretos.
En una de las escenas nos adentramos en una
subasta de arte como las que caracterizan a Sotheby’s dónde se subastan obras
que alcanzan precios extraordianrios y que son disputadas por un público que no
repara en gastar hasta un millón de dólares en lo que se define como una obra
de arte.
El analista ha sufrido la pérdida de un paciente que
fue apuñalado aparentemente por una mujer y que sostenía un amorío con una
sofisticada y hermosa rubia que lo visita para pedirle el favor de devolver el
reloj del amante a su esposa. Él - ¡Cómo no! - cede sin más a la demanda y
accede a realizar el favor a la chica de la que se enamora a primera vista. Por
ella “se vuelve cómplice de un crimen,
oculta pruebas, obstruye la justicia, puede ir a la cárcel, y gasta 15 mil dlls
en una pintura que no le gusta”.
El detective a cargo del caso, le pregunta al médico
psiquiatra (y en la película no hay diferencia entre un psiquiatra y un
psicoanalista) de qué enfermedad trataba al paciente, a lo que el analista
responde que no podría violar el secreto profesional y proporcionar datos sobre
su paciente, lo que no obsta para que más tarde se relacione amorosamente con
su ex – amante, cediendo de alguna manera a la seducción, no tanto de la guapa
Meryl sino del grosero paciente que se la pasa vacilando al doctor, diciéndole
que ella es su tipo, su novia, y finalmente empujándolo al pasaje al acto que
representa cortejar a la amante que dejará vacante después de su asesinato.
Uno se preguntaría si para un analista sería
posible ceder así de fácil a las fantasías del paciente y relacionarse con la
rubia en cuestión, sin detenerse a pensar un poco sobre las implicaciones
éticas que supondría meterse en el mundo de su paciente, más aún, fallecido en
circunstancias tan misteriosas. Incluso, la trama misma, hace sospechosa a la
dama en cuestión, de ser la asesina, él lo sabe y aún así la protege en
diferentes momentos.
A lo largo del filme se ofrecen flashbacks de las sesiones con Josef
Sommer, que demuestra una soltura moral que raya en el cinismo, para desde su
posición de jefe, acosar sexualmente a sus empleadas sin ningún escrúpulo e
iniciar relaciones amorosas, sin importar su condición de casado. Uno se
pregunta, al oír el contenido de las sesiones cuál es su encanto y qué es lo
que sus sofisticadas, hermosas empleadas ven en tremendo pendejo.
Una de las escenas claves de la película, es un
sueño del paciente muerto, y en el que cruza un bosque misterioso y se acerca a
una casa aparentemente abandonada, obscura y en la que se adentra para
encontrar una cajita verde, una niña siniestra con un osito al que le arranca
un ojo que sangra, manchando la ropa de la chica y sus piernas expuestas por su
faldita corta. En balde podría interpretarse el sueño como un enfrentamiento
del paciente con la mujer o incluso un rastro de pedofilia, aún cuando para
cualquier analista freudiano clásico, podría tener resonancias a la sexualidad
femenina, la menstruación y la castración. Inútil cualquier razonamiento de
este tipo, pues para los dos analistas (madre e hijo), remite a la madre, a una
hermana, a un recuerdo, quizá a la figura violenta de la asesina. La madre, de
hecho, supervisa el caso con la conclusión de que el analista debería llamar a
la policía, y no correr ningún riesgo.
Por supuesto, todas estas tonterías, pasan por
alto la soledad del analista siempre en su trabajo, su riesgo siempre presente,
y su disposición para la escucha, su capacidad de soporte del discurso del
paciente, su paciencia y finalmente el hecho de que el analista no está para
interpretar de manera simple y hermenéutica el discurso del paciente, sino que
el analista no es otra cosa que una de las voces del propio analizante.
Roy Scheider, parece que se ha excitado bastante
con el relato de su paciente muerto y quiere probar suerte con la rubia. Está
dispuesto a arriesgar su vida, incluso es asaltado en Central Park y pierde
cartera, abrigo; casualmente sobrevive porque el asaltante es confundido por la
chamarra exclusiva, sacrificado por la asesina, otra amante del comerciante de
arte.
Meryl Streep parece que también ansia
relacionarse con el analista. El amante muerto, parece haber sido un simple
puente para llegar a un hombre más interesante, más culto y más guapo. El
analista en este caso, ignora por completo el asunto que involucra centralmente
a un psicoanálisis y que llamamos
transferencia. Para él, todos los sentimientos que despierta en su paciente son
reales, incluso parece querer vengarse de su paciente que lo desprecia,
acostándose con la amante. También el amor de la fulana en cuestión es real, él
se encuentra fascinado por la imagen y desprecia cualquier análisis detenido de
la situación que le llevaría a buscar más bien a un analista, y empezar a
contarle su vida a alguien que no fuese su mamá.
De hecho, la ética y los escrúpulos que debieran
caracterizarle, ceden a su deseo y su búsqueda de amor. En la escena final de
la película, dónde descubre la casa del sueño, decide contarle sin problema a
la ex – amante, el contenido de la sesión del sueño misterioso, llegando a la
conclusión de que todas las escenas tienen un sustento concreto y real, traumático,
que es verificado por el relato de esa mujer cuya madre ha muerto siendo ella
niña, en condiciones misteriosas, y cuyo padre es un perverso que la ha puesto
en contra suya. La misma rubia, le llega a decir a Schneider: “No sé por qué haces todo esto”. E
incluso traduce el sueño, atendiendo a las resonancias lingüísticas, más que a
las imágenes que tanto fascinan a Scheider, para convertir en un texto las
escenas de la experiencia onírica.
La interpretación de ese sueño, lleva a una escena
traumática que ella cuenta y que consiste en una pelea con su progenitor, en la
que accidentalmente, ella lo mata para volverse una histérica, que necesita ser
masajeada desnuda tres veces por semana, además de buscarse flamantes amantes
con mucho dinero.
Todos los errores técnicos posibles en los que
caería un analista, los comete Roy Scheider empezando por no cobrarle a su
primer paciente que dice que no puede darse el lujo de pagar un análisis y a lo
que él responde: “Sólo porque no tiene
usted dinero, cree que lo dejaría de atender… nos vemos la próxima sesión”.
Uno de los mayores méritos de Freud ha sido
concebir el peso de la realidad psíquica, de la inutilidad de la presencia del
trauma que puede o no estar. Nos ha llevado a concebir que podemos enfermar no
sólo a partir de hechos, sino de la imaginación. Para Benton, que ha hecho una
película sobre un psicoanalista sin tomarse nunca la molestia de leer a Freud,
todo esto es simple utilería para confeccionar un pobre drama psicológico a
partir de una mediocre novelita de detectives.
Hitchcock tenía a su lado a Joseph Stefano, un
guionista que hizo años de análisis, y que tenía lecturas de Freud, cuando
realizó el guión del clásico del cine de terror y de suspenso: Psicosis, que ante la pobreza de los
guionistas modernos, fue repetido una y otra vez en el cine, y ha derivado hoy
día en la pésima serie de televisión Motel
Bates. Benton, no se ha tomado la molestia de tratar al psicoanálisis más
que por la superficie, de hacer pedazos la práctica freudiana y volverla un
pretexto para construir personajes sin ninguna profundidad.
La traía hoy día a ustedes, para demostrarles que
se puede construir un discurso sobre un tema como el psicoanálisis sin
realmente haber tenido contacto con el psicoanálisis, sin haber profundizado en
las consecuencias de la teoría y la práctica de este saber. También se puede
construir libros y discursos sobre el psicoanálisis sin haber pasado por
análisis y sin ninguna ética profesional, y a pesar de eso llegar a ser un
autor consagrado. Se hace literatura, un poco al estilo de Benton, literatura
de ficción sin el peso verdadero que asienta al discurso analítico.
Me preguntaba una alumna hoy en clase de Introducción al psicoanálisis, cómo se
distingue un analista “bueno” de uno “malo”, le respondía: por la práctica, por
la recomendación de sus pacientes que han pasado por un proceso de cura bajo su
dirección y han realizado cambios en su vida positivos; por su trayectoria, su
pertenencia a una institución, su interés por la escucha del paciente, su
exposición social, pero sobre todo por su posición analítica ética, que va más
allá de actuar sus conflictos con sus pacientes, aconsejarlos o entrometerse en
sus vidas directamente. Diría yo también, y desgraciadamente, por la
experiencia, de la misma forma que se reconoce una película mala (pésima en
este caso) de una buena.
Comentario hecho por Julio Ortega B. en el Cineclub del CPM Xalapa, Veracruz. Todos los lunes se realiza esta actividad en Rayón # 44. Xalapa, Centro.
viernes, 23 de agosto de 2013
Apología de los elefantes (An Apology To Elephants) Director: Amy Schatz Writer: Jane Wagner
Les pido que se tomen una hora para ver este documental impresionante sobre los elefantes. En él se muestra hasta que punto son más humanos que el animal que se autodenomina único, humano.
Verdaderamente impresionante, mi gusto por el circo ha sufrido un serio revés, cuánta estupidez y crueldad puede encontrarse en nuestra especie.
Clinica - cartapsi 2013
Clinica - cartapsi 2013, un álbum en Flickr.
El 17 de agosto de 2013 se llevó a cabo el I Encuentro Clínico de Carta Psicoanalítica en el Museo León Trotsky de la Ciudad de México con verdadero éxito en un ambiente crítico, de respeto e interés hacia la discusión de la práctica clínica.
jueves, 22 de agosto de 2013
miércoles, 21 de agosto de 2013
lunes, 5 de agosto de 2013
viernes, 2 de agosto de 2013
jueves, 25 de julio de 2013
La justicia como venganza y crueldad. (El punto de vista Nietzscheano). Julio Ortega.
Es posible que esta pequeña nota sorprenda a los
psicólogos que piensan que Nietzsche es más bien un literato y un filósofo que
un psicólogo. Yo pienso que legítimamente hay una psicología nietzscheana y que
un gran problema de los psicólogos es su escasa formación humanista y el empuje
a pensar que la psicología se aprende leyendo manuales cómo si se tratase de un libro de cocina, de hecho, la cocina no se aprende así tampoco. El estilo de Nietzsche
es poético y a su vez enigmático. Para quien está acostumbrado a la lectura
delineada de tesis filosóficas y también, para aquellos que prefieren la
psicología experimentalista y aseguran que es una ciencia, resultará difícil la lectura de sus textos llenos
de aforismos y dificultades que rehuyen una comprensión lineal y unívoca.
El tratado segundo de la Genealogía de
la Moral se encuentra cargado de alusiones a la esfera del derecho y al origen
de la justicia en los hombres. La parte
sexta reza:
“En esta esfera del derecho de
obligación es donde el mundo de los conceptos morales: “falta”, “conciencia”,
“deber”, “santidad del deber” tiene su hogar nativo; en sus comienzos, como
todo lo que es grande sobre la tierra, han sido larga y abundantemente regados
con sangre. ¿Y no habrá que añadir que este mundo no ha perdido nunca
completamente un cierto olor a sangre y a tortura? (en el mismo Kant, el
imperativo categórico tiene un cierto relente de crueldad...)”[1]
La
frase es elocuente y sus tesis trascienden el ámbito poético y filosófico hasta
alcanzar un grado de perspicacia psicológica subversiva con respecto a la
investigación de los valores humanos y de los motivos que subyacen los “más nobles” sentimientos. Se trata de
llevar el análisis tan lejos hasta decir que, valores como la conciencia, el
deber, la moral y otros sublimes objetos son resultado de un proceso histórico
y no un producto esencial o natural. La
tesis golpea con fuerza a las buenas conciencias. El humanismo modernista ha amparado su
quehacer en ciertos valores que han sido sostenidos como irreductibles y básicos
para la convivencia humana y que son esgrimidos para justificar los actos más
inhumanos cuando se trata de usar la violencia, tal es el caso de los
argumentos inverosímiles que Bush, Blair y Aznar esgrimen, para justificar la
intervención de su ejército de horcos contra Irak... Por cierto: ¿Ya probaron
las freedom fries?
El
penetrante ojo nietzscheano va más allá de asumir como cierto que el hombre
tiende al saber por
naturaleza, como lo sostiene el modelo aristotélico. En realidad, parecería
decirnos, el ser humano no quiere saber nada de ciertas verdades y toma la
solución más cómoda a mano para sostenerla sin más como una verdad excelsa e
irreductible. Detrás de eso que llamamos “deber”, está el abismo de nuestros
impulsos. El sufrimiento que se asocia a la justicia y al castigo de los
culpables de infringir la ley, no es
otra cosa que una venganza disfrazada, el “método genealógico” descubre detrás
de ese afán de justicia algo más que una voluntad de igualdad y una pureza de
sentimientos, por el contrario, subyace a esa aparente rectitud una sevicia y
un odio hacia el débil.
Infligir
el dolor mediante el castigo es una “fiesta” para los jueces y verdugos. No
basta con que se intente reparar físicamente el daño que podría haber
ocasionado el delincuente, se trata de proporcionar un castigo ejemplar y un
espectáculo para las masas que aúllan de
gozo cada vez que la justicia hace sonar su martillo. No hay detrás del castigo
ninguna intención simple de justicia o
de reparación material del daño. Se trata de ejercer la crueldad más allá de la
falta, de producir un daño permanente al autor de la fechoría y esconder detrás
de un noble sentido de la justicia y la bondad del espíritu, las huellas de la
maldad humana y la violencia que caracteriza las crueldades de la conducta de
la única especie animal capaz de venganza.
El
castigo en sí, no es el fin último del ejercicio de la justicia. Porque a final
de cuentas el castigo no es jamás ejemplar, puesto que nadie aprende en cabeza
ajena. Más aún... uno, cualquier desalmado, jamás en la historia se ha
tentado el corazón para dar rienda a sus
ímpetus criminales porque sepa que existe la ley, incluso la ley misma aparece
para este tipo de sujetos como una provocación para su apetito. La trasgresión
de la norma se convierte en un atractivo más para la infracción y aún sabiendo
cual es el castigo que le espera, quien decide convertirse en criminal lo hace
sin importar los resultados jurídicos o sociales que su pasión por la violación a la norma pueda producir.
El
castigo es, más bien, una oportunidad para saciar la propia agresión y crueldad
amparándose en el cumplimiento de un deber o una ley suprema, para henchir de
una sensación de poder a quien lo decreta y
lo ejerce. Detrás del drama del castigo no se compensa en modo alguno
ningún mal, ni remedia ninguna falta. Se celebra como un rito de sacrificio
primitivo como el que los aztecas celebraban a sus dioses que demandaban ríos
de sangre. No hay civilización detrás del castigo, ni tampoco “sentido de la
justicia”, o “moral verdadera”, el castigo es inmoral y terrorífico, engendra
más odio y más dolor del que, muchas veces, ha producido una falta.
Desde el punto de vista
nietzscheano, las ideas de Bien y Mal son del todo irrelevantes en su esencia,
lo que el hombre busca no son más que justificaciones para satisfacer el placer
erótico que brinda el castigo y la
satisfacción narcisista de sentirse protegido por el rebaño cuando se cumple
con la ley.
La conciencia y el deber
que soportan el castigo no son producto del discernimiento o de una cierta
capacidad humana “racional”. El castigo es una represalia producto del odio y
de una generalización loca que hace equivalentes el sufrimiento y la falta cometida. No se ocupa el juez de
comprender las circunstancias que llevan al delito sino que infracciona de
acuerdo a una norma arbitraria que puede llegar a cortar la mano del que roba,
sin importar que sea por hambre o por una intención malévola. Las cárceles
están llenas de presos que han llegado por obra y gracia de circunstancias
desfavorables, almas que jamás intentaron dañar al prójimo pero que han
infraccionado la ley y deben ser por tanto condenados al sufrimiento, a la
depravación de sus compañeros y la idea de su regeneración es lo que menos
importa. Las cárceles se convierten así en centros de capacitación para el
crimen y el odio. No importa si el infractor vuelve – o no – a la sociedad
dolido o transformado en un animal sediento de venganza al estilo Montecristo,
el castigo tiene la misión de infligir dolor y fuerza a los débiles de la
manera más dolorosa posible, la saña se disfraza de justicia y la maldad de
conciencia bondadosa.
La necesidad de crueldad
tiene muchas maneras de manifestarse.
Quizá la más refinada de todas es la llamada “conciencia culpable”. El sadismo
aquí toma por objeto al Yo y hace escarnio de éste. En el duelo y en la
melancolía podemos observar un ejemplo paradigmático de este odio profesado
hacia los otros y después vuelto sobre el sujeto para presentar una máscara hipócrita
de remordimiento autocrítico. En este
punto concuerdan Freud y Nietzsche de una manera sorprendente. La sagacidad
freudiana coincide con el método genealógico llendo a la raíz de la
trastocación de los valores y al origen de ese arrepentimiento y desasosiego.
Freud descubre tras de
los autoreproches y las culpas que el melancólico se inflinge un sadismo vuelto
contra sí, no hay detrás de ese arrepentimiento
supuestamente moral nada más que una incapacidad de infligir daño al
prójimo. De esta forma, el odio que originalmente había sido dirigido al objeto
exterior es vuelto hacia sí y el Yo se representa como noble, autocrítico y
cargado de culpa por faltas cometidas por el sujeto. Una mentira misericordiosa
más que al tratar de ocultar la voluntad de poder sacrifica al sujeto mismo en
beneficio de la máscara.
Llama la atención el
último párrafo de la frase citada: “...en el mismo Kant, el imperativo
categórico tiene un cierto relente de crueldad...” Quizá mi análisis tenga
el pecado de bordar demasiado sobre un simple párrafo, pero Nietzsche pareciera
en una sola frase querer demoler casi todo principio de la filosofía clásica
occidental,. La alusión refiere a ese concepto básico en la moral kantiana que
se expresa en una frase superyoica: “Obra de tal modo, que la máxima de tu
voluntad pueda valer siempre, al mismo tiempo, como principio de legislación
universal”[2].
Entiendo la crueldad que Nietzsche señala, en el sentido de hacer universal un
principio, que valga por igual para los esclavos que para los amos sin
distinción de clase y echando de lado cualquier circunstancia atenuante o
excepcional que pudiera en un momento dado presentarse para la realización de
un acto único, singular e irrepetible. El deber parecería ser más importante
que la observación de la realidad compleja, cambiante y discontinua. Las
excepciones aquí no valen ni importan y nuevamente el sujeto ha de sacrificarse
siempre para sostener finalmente ante los otros su máscara de hipocresía. El
método genealógico va a la raíz de esta afirmación demostrando que nuevamente
importan más las apariencias y la obligación en un giro del sadismo contra el
sujeto que le obliga a sostener la ley a toda costa y domeñar la voluntad a la
opinión social, a la sanción común, convirtiendo así al sujeto en un títere sin deseo, víctima del tejido social
y que no puede permitirse nada que no esté permitido.
(Manuscrito encontrado en una vieja memoria USB).
Es posible que esta pequeña nota sorprenda a los
psicólogos que piensan que Nietzsche es más bien un literato y un filósofo que
un psicólogo. Yo pienso que legítimamente hay una psicología nietzscheana y que
un gran problema de los psicólogos es su escasa formación humanista y el empuje
a pensar que la psicología se aprende leyendo manuales cómo si se tratase de un libro de cocina, de hecho, la cocina no se aprende así tampoco. El estilo de Nietzsche
es poético y a su vez enigmático. Para quien está acostumbrado a la lectura
delineada de tesis filosóficas y también, para aquellos que prefieren la
psicología experimentalista y aseguran que es una ciencia, resultará difícil la lectura de sus textos llenos
de aforismos y dificultades que rehuyen una comprensión lineal y unívoca.
El tratado segundo de la Genealogía de
la Moral se encuentra cargado de alusiones a la esfera del derecho y al origen
de la justicia en los hombres. La parte
sexta reza:
“En esta esfera del derecho de
obligación es donde el mundo de los conceptos morales: “falta”, “conciencia”,
“deber”, “santidad del deber” tiene su hogar nativo; en sus comienzos, como
todo lo que es grande sobre la tierra, han sido larga y abundantemente regados
con sangre. ¿Y no habrá que añadir que este mundo no ha perdido nunca
completamente un cierto olor a sangre y a tortura? (en el mismo Kant, el
imperativo categórico tiene un cierto relente de crueldad...)”[1]
La
frase es elocuente y sus tesis trascienden el ámbito poético y filosófico hasta
alcanzar un grado de perspicacia psicológica subversiva con respecto a la
investigación de los valores humanos y de los motivos que subyacen los “más nobles” sentimientos. Se trata de
llevar el análisis tan lejos hasta decir que, valores como la conciencia, el
deber, la moral y otros sublimes objetos son resultado de un proceso histórico
y no un producto esencial o natural. La
tesis golpea con fuerza a las buenas conciencias. El humanismo modernista ha amparado su
quehacer en ciertos valores que han sido sostenidos como irreductibles y básicos
para la convivencia humana y que son esgrimidos para justificar los actos más
inhumanos cuando se trata de usar la violencia, tal es el caso de los
argumentos inverosímiles que Bush, Blair y Aznar esgrimen, para justificar la
intervención de su ejército de horcos contra Irak... Por cierto: ¿Ya probaron
las freedom fries?
El
penetrante ojo nietzscheano va más allá de asumir como cierto que el hombre
tiende al saber por
naturaleza, como lo sostiene el modelo aristotélico. En realidad, parecería
decirnos, el ser humano no quiere saber nada de ciertas verdades y toma la
solución más cómoda a mano para sostenerla sin más como una verdad excelsa e
irreductible. Detrás de eso que llamamos “deber”, está el abismo de nuestros
impulsos. El sufrimiento que se asocia a la justicia y al castigo de los
culpables de infringir la ley, no es
otra cosa que una venganza disfrazada, el “método genealógico” descubre detrás
de ese afán de justicia algo más que una voluntad de igualdad y una pureza de
sentimientos, por el contrario, subyace a esa aparente rectitud una sevicia y
un odio hacia el débil.
Infligir
el dolor mediante el castigo es una “fiesta” para los jueces y verdugos. No
basta con que se intente reparar físicamente el daño que podría haber
ocasionado el delincuente, se trata de proporcionar un castigo ejemplar y un
espectáculo para las masas que aúllan de
gozo cada vez que la justicia hace sonar su martillo. No hay detrás del castigo
ninguna intención simple de justicia o
de reparación material del daño. Se trata de ejercer la crueldad más allá de la
falta, de producir un daño permanente al autor de la fechoría y esconder detrás
de un noble sentido de la justicia y la bondad del espíritu, las huellas de la
maldad humana y la violencia que caracteriza las crueldades de la conducta de
la única especie animal capaz de venganza.
El
castigo en sí, no es el fin último del ejercicio de la justicia. Porque a final
de cuentas el castigo no es jamás ejemplar, puesto que nadie aprende en cabeza
ajena. Más aún... uno, cualquier desalmado, jamás en la historia se ha
tentado el corazón para dar rienda a sus
ímpetus criminales porque sepa que existe la ley, incluso la ley misma aparece
para este tipo de sujetos como una provocación para su apetito. La trasgresión
de la norma se convierte en un atractivo más para la infracción y aún sabiendo
cual es el castigo que le espera, quien decide convertirse en criminal lo hace
sin importar los resultados jurídicos o sociales que su pasión por la violación a la norma pueda producir.
El
castigo es, más bien, una oportunidad para saciar la propia agresión y crueldad
amparándose en el cumplimiento de un deber o una ley suprema, para henchir de
una sensación de poder a quien lo decreta y
lo ejerce. Detrás del drama del castigo no se compensa en modo alguno
ningún mal, ni remedia ninguna falta. Se celebra como un rito de sacrificio
primitivo como el que los aztecas celebraban a sus dioses que demandaban ríos
de sangre. No hay civilización detrás del castigo, ni tampoco “sentido de la
justicia”, o “moral verdadera”, el castigo es inmoral y terrorífico, engendra
más odio y más dolor del que, muchas veces, ha producido una falta.
Desde el punto de vista
nietzscheano, las ideas de Bien y Mal son del todo irrelevantes en su esencia,
lo que el hombre busca no son más que justificaciones para satisfacer el placer
erótico que brinda el castigo y la
satisfacción narcisista de sentirse protegido por el rebaño cuando se cumple
con la ley.
La conciencia y el deber
que soportan el castigo no son producto del discernimiento o de una cierta
capacidad humana “racional”. El castigo es una represalia producto del odio y
de una generalización loca que hace equivalentes el sufrimiento y la falta cometida. No se ocupa el juez de
comprender las circunstancias que llevan al delito sino que infracciona de
acuerdo a una norma arbitraria que puede llegar a cortar la mano del que roba,
sin importar que sea por hambre o por una intención malévola. Las cárceles
están llenas de presos que han llegado por obra y gracia de circunstancias
desfavorables, almas que jamás intentaron dañar al prójimo pero que han
infraccionado la ley y deben ser por tanto condenados al sufrimiento, a la
depravación de sus compañeros y la idea de su regeneración es lo que menos
importa. Las cárceles se convierten así en centros de capacitación para el
crimen y el odio. No importa si el infractor vuelve – o no – a la sociedad
dolido o transformado en un animal sediento de venganza al estilo Montecristo,
el castigo tiene la misión de infligir dolor y fuerza a los débiles de la
manera más dolorosa posible, la saña se disfraza de justicia y la maldad de
conciencia bondadosa.
La necesidad de crueldad
tiene muchas maneras de manifestarse.
Quizá la más refinada de todas es la llamada “conciencia culpable”. El sadismo
aquí toma por objeto al Yo y hace escarnio de éste. En el duelo y en la
melancolía podemos observar un ejemplo paradigmático de este odio profesado
hacia los otros y después vuelto sobre el sujeto para presentar una máscara hipócrita
de remordimiento autocrítico. En este
punto concuerdan Freud y Nietzsche de una manera sorprendente. La sagacidad
freudiana coincide con el método genealógico llendo a la raíz de la
trastocación de los valores y al origen de ese arrepentimiento y desasosiego.
Freud descubre tras de
los autoreproches y las culpas que el melancólico se inflinge un sadismo vuelto
contra sí, no hay detrás de ese arrepentimiento
supuestamente moral nada más que una incapacidad de infligir daño al
prójimo. De esta forma, el odio que originalmente había sido dirigido al objeto
exterior es vuelto hacia sí y el Yo se representa como noble, autocrítico y
cargado de culpa por faltas cometidas por el sujeto. Una mentira misericordiosa
más que al tratar de ocultar la voluntad de poder sacrifica al sujeto mismo en
beneficio de la máscara.
Llama la atención el
último párrafo de la frase citada: “...en el mismo Kant, el imperativo
categórico tiene un cierto relente de crueldad...” Quizá mi análisis tenga
el pecado de bordar demasiado sobre un simple párrafo, pero Nietzsche pareciera
en una sola frase querer demoler casi todo principio de la filosofía clásica
occidental,. La alusión refiere a ese concepto básico en la moral kantiana que
se expresa en una frase superyoica: “Obra de tal modo, que la máxima de tu
voluntad pueda valer siempre, al mismo tiempo, como principio de legislación
universal”[2].
Entiendo la crueldad que Nietzsche señala, en el sentido de hacer universal un
principio, que valga por igual para los esclavos que para los amos sin
distinción de clase y echando de lado cualquier circunstancia atenuante o
excepcional que pudiera en un momento dado presentarse para la realización de
un acto único, singular e irrepetible. El deber parecería ser más importante
que la observación de la realidad compleja, cambiante y discontinua. Las
excepciones aquí no valen ni importan y nuevamente el sujeto ha de sacrificarse
siempre para sostener finalmente ante los otros su máscara de hipocresía. El
método genealógico va a la raíz de esta afirmación demostrando que nuevamente
importan más las apariencias y la obligación en un giro del sadismo contra el
sujeto que le obliga a sostener la ley a toda costa y domeñar la voluntad a la
opinión social, a la sanción común, convirtiendo así al sujeto en un títere sin deseo, víctima del tejido social
y que no puede permitirse nada que no esté permitido.
(Manuscrito encontrado en una vieja memoria USB).
martes, 23 de julio de 2013
jueves, 18 de julio de 2013
miércoles, 17 de julio de 2013
miércoles, 10 de julio de 2013
martes, 9 de julio de 2013
lunes, 8 de julio de 2013
martes, 2 de julio de 2013
lunes, 1 de julio de 2013
Atracción sexual genética,
Atraccion sexual genetica (GSA) por raulespert
El otro día, veía por la televisión un documental sobre GSA (genetic sexual attraction) que se supone es un síndrome que ocurre entre personas de una misma familia que se encuentran tras una larga separación durante la primera niñez y que resultaría de una compatibilidad biológica que daría como resultado afinidades afectivas, de intereses y modos de pensar entre personas como hermanos, padres e hijos, que no han tenido trato durante su vida sino hasta el reencuentro por razones vitales diversas: adopción de un solo hijo por una familia con la consecuente separación del hermano y/o hermana, divorcio de los padres, etc.
El término habría sido usado recientemente en 1980 por Barbara Barbara Gonyo, fundadora de Truth Seekers In Adoption, un grupo de Chicago que se especializa en dar ayuda a personas de una misma familia que se reencuentran durante la vida adulta y que súbitamente descubren que encuentran entre ellas un atractivo sexual, una confianza inusual para ser la primera vez que se encuentran y una consecuente tendencia al incesto que topa con las leyes de muchos países que prohíben este tipo de relaciones.
La asociación en cuestión tiene una página en Internet y un foro, muy exitoso dónde personas de diferentes países llegan a confesar que han tenido este tipo de sentimientos hacia personas de su misma familia. El fenómeno parece bastante más extendido de lo que se pensaría, lo cual demuestra que el deseo incestuoso es una realidad franca, tal y cómo Freud lo había previsto en el Complejo de Edipo.
Fue bastante impresionante, observar el caso de una hija que cerca de los 30 años buscó a su padre que no había conocido debido al divorcio temprano de sus padres, y cómo entró en una relación con él de tipo amoroso que derivó en el nacimiento de una hija que a la vez es hermana de su madre. Los protagonistas de esta historia (especialmente la mujer) hablan de que no se trata de un incesto, porque en ese caso, habría siempre un factor de violación, violencia o de no consentimiento por parte de un menor, cuando en este caso, se trataría de una relación amorosa consensuada que no implicaría ningún tipo de víctima. Los hijos entre los 13 y los 8 años hablaban del tema con mucha displicencia también, repitiendo los argumentos de la madre.
También se exponían sobre todo casos de hermanos que se reencontraban en la vida adulta y que se empezaban a relacionar como parejas, sin ningún sufrimiento aparente y un gozo manifiesto.
Lo que personalmente como psicoanalista me llamó la atención, es que en todos los casos hay siempre un episodio de una separación traumática y un hueco que se genera en alguno de los implicados que habla de una cicatriz dolorosa no cerrada.
Por otro lado, podrá argumentarse a favor de los inconvenientes biológicos de una pareja de este tipo, pero me parece que lo más importante del caso no tiene que ver con esta arista, ya que hoy existen una serie de pruebas genéticas para saber si hay tendencia o no a algún gen recesivo y los consecuentes problemas biológicos. El asunto que resaltaba en estas historias era que hombres y mujeres que se relacionaban con sus familiares se veían en un estado de regocijo emocional inusual, un enamoramiento superlativo... que curiosamente, en el caso de los hijos no parecía haber tenido consecuencias en dirección a la inducción de estados psicóticos ó perturbaciones familiares. Parecían familias normales... y tal vez lo eran hasta cierto punto.
Eso sí, todos muy comprometidos con defender que la causa de su amor era algo genético y que la respuesta a su atracción no estaba en el ámbito de la vida psíquica. Quizá esta explicación les proporciona un descargo de culpa y la posibilidad de vivir como fuera de su voluntad su relación sexual, obedeciendo a causas biológicas fuera de su control.
El tema es sumamente interesante porque para nosotros los psicoanalistas parecería como obvio que una relación de esta naturaleza no puede sino atraer problemas a los que participan en ella: hermanos, hijos, padres... llama la atención esa felicidad... Momentánea al menos como la de Edipo en los primeros tiempos con Yocasta.
domingo, 30 de junio de 2013
viernes, 28 de junio de 2013
Cartapsi mayo 2013
Cartapsi mayo 2013, un álbum en Flickr.
Algunas imágenes de la reunión del comité editorial de la revista Carta Psicoanalítica, planeando actividades públicas para este mismo año.
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