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Hace un año cuando mis amigos Guadalupe Rocha y Luis Valverde me invitaron a participar en el primer congreso del CEPCIS, desemboqué en el desarrollo de mi conferencia en hablar del Fenómeno de la Realidad virtual que todos estamos presenciando y que me parecía poco abordado por los psicoanalistas, y muy estudiado por sociólogos, humanistas y especialistas en comunicación con diversos enfoques matemáticos, de esquemas de redes y de modelos informáticos, que no toman en cuenta para nada a Freud, lo que para mí constituye no sólo una falta de cultura sino un “error de procesamiento” respecto a los aportes al conocimiento del hombre más fundamentales que se han producido en los últimos dos siglos. Señalaba yo, en el trabajo anterior, cómo se piensa hoy que el cerebro es una computadora, cómo antes desde el siglo XIV se pensaba que el cuerpo y la mente eran un preciso reloj matemático, y el cómo esa asunción daba como resultado el considerar que podríamos extrapolar nuestros conocimientos en cibernética para tratar de entender la mente humana como un simple almacén y procesador de datos
Éstas premisas y
el enfoque reduccionista que proponen, alimentan el viejo mito de que la
integración de la máquina con el hombre en el siglo XXI es necesariamente una
práctica liberadora, que conduce a la resolución de los problemas de salud,
hambre y sociales, merced a la aplicación de la tecnología de la información,
la robótica y la nanotecnología. El inefable Lewis Mumford, sociólogo,
historiador, filósofo de la tecnociencia, filólogo y urbanista estadounidense,
fue uno de los más sobresalientes opositores a este pensamiento simplista e
ingenuo, cuando nos advirtió sobre la tensión existente desde el neolítico y
hasta nuestros días, de una técnica autoritaria y otra democrática. La primera
centrada en la eficacia de los sistemas, inmensamente poderosa pero
inherentemente inestable y en contra del hombre, y la otra centrada en el
hombre, relativamente débil pero más duradera y pletórica de recursos para su
desarrollo. También nos advirtió, que nos aproximábamos al final del siglo
pasado, a un punto en el que, de no alterar radicalmente nuestro curso hasta la
fecha actual, nuestras técnicas democráticas supervivientes serán totalmente
suprimidas o suplantadas, de modo que toda autonomía residual quedará
eliminada; o bien serán permitidas tan sólo como un dispositivo engañoso de
gobierno, como las elecciones nacionales en países como el nuestro.
Kurzweill es un
triste ejemplo de los utopistas tecnológicos, que llevado a sus extremos habla
de que el futuro sobre la tierra estará en manos de lo que él llama una
transhumanidad, que dará paso luego a una posthumanidad, compuesta por máquinas
más inteligentes que el hombre que llegarán a substituirle. Así que su ideal es
que la ciencia desembocará en la construcción de un mundo habitado por cyborgs
como Schwarzenegger en Terminator (1984).
Mencionaba yo en
mi trabajo de hace un año que a los fanáticos del avance tecnológico, había que
recordarles que la reproducción de las máquinas no es sexual sino tecnológica,
y mecánica. A diferencia de ellas, la sexualidad es el medio por el cual el
hombre se reproduce, se vincula, y todo lo demás es una consecuencia de esto.
La sexualidad en el hombre es lo que marca la discontinuidad del ser, la
necesidad del prójimo, con el corolario del fenómeno del placer, que no es
necesariamente un aliciente para la reproducción de la especie sino un inefable
que marca a los sujetos humanos y les induce a la repetición de lo
incomprensible del goce sexual, independientemente de cualquier presión de
selección natural o empuje biológico. Justamente Freud concibió la pulsión
sexual sin un objeto predeterminado y sin que pudiese extinguirse el deseo al
alcanzar la meta, precisamente éste persiste a pesar de las ganancias
adquiridas que no hacen más que acentuarlo y empujarlo en dirección a un ideal
inalcanzable.
Por otro lado,
esa versión en que la mente opera racionalmente según los principios de la
lógica y de acuerdo al conocimiento acumulado, es completamente naif. El papel
de la lógica como método para alcanzar
la verdad, o el abstracto de la idea, chocan con la manera de pensar cotidiana
de los seres humanos y muy probablemente no sea éste el motor final del cómo se
está aplicando en internet el pensamiento de los usuarios.
Cómo sabemos, el
arte no imita, sino siempre se adelanta o va más allá de la realidad. Nirvana
(1997) de Gabriele Salvatore, es una vieja película en dónde el protagonista es programador de un videojuego que ha sido
infectado, dando así vida al personaje principal del juego Solo, y tendrá que
luchar en el interior y el exterior, contra los intereses de la compañía que
quiere liberar el juego que es profundamente adictivo a los usuarios. El filme
no extraordinario, pero tiene el mérito de mezclar vida real y ficción al punto
de hacerlas difícilmente diferenciables, cosa que está sucediendo hoy en los
usuarios más jóvenes del internet. También nos muestra una civilización
futurista basada completamente en la informática. El dinero es software, los
hackers son los criminales del bajo mundo, y las corporaciones de sistemas son
la versión adinerada y estilizada de la mafia. Existen juegos ilegales donde
piratas informáticos se ven sometidos a sesiones de hacking contra bancos y
otras instituciones de alta seguridad, si logran acceder a la base de datos,
ganan las apuestas. Cristopher Lambert es un hacker
en desgracia, que debió vender sus ojos para sobrevivir y ahora tiene unos
implantes visuales baratos que únicamente le permiten ver en blanco y negro, y
está en constante pelea con la computadora central que maneja su casa como una
esposa mal encarada. En ese mundo, las discotecas tienen detectores de software
en vez de armas; existen robo de identidades electrónicas, así como implantes
cerebrales de mini discos duros; y la gente utiliza drogas para ampliar su
mente mientras se conecta al ciberespacio.
A partir del año 1999, vino toda una invasión de filmes
de science fiction relacionados con la realidad virutal. Está ExistenZ (1999) de David Cronemberg dónde el futuro la gente
se volverá tan adicta a los videojuegos que todos tendrán una terminal de
comunicaciones instalada en la médula dorsal, con la cual se conectarán a
consolas orgánicas que le transmitirán las sensaciones directamente al cerebro.
En este futuro, los diseñadores de juegos son celebridades como hoy el Papa, el
presidente de los Estados Unidos y en su momento lo fue Steve Jobs.
También El piso
13 (1999) de Josef Rusnak, dónde una máquina de realidad virtual inventada en
1990 permite a sus diseñadores visitar Los Ángeles tal como era en el año 1937.
Al entrar en el sistema, una persona de esta realidad alternativa es sustituida
por la persona del mundo real, mediante transferencia de conciencia.
No voy a seguir
con un recuento de filmes sobre el género, pero desde luego, ese año, salió la
mejor película del género hasta ahora producida. No puedo dejar el tema sin
dejar de mencionar a Matrix (1999) de los Wachowski bros, que redimensionó el
cine de ciencia ficción al mostrarnos la posibilidad de que, cómo en el budismo
y el brahmanismo, toda la realidad no sea más que una apariencia. Habitualmente
olvidamos el comienzo en que Keanu
Reeves es un insignificante empleado de una firma de software, que en
sus ratos libres resulta ser un hacker conocido como Neo, que intenta contactar
a otro hacker conocido como Morpheus, que es objetivo de una intensa búsqueda
policial a nivel internacional. Inesperadamente Morpheus hace contacto con
Anderson y le advierte de que agentes policiales irán en su búsqueda, y allí a
partir de escoger entre la píldora azul o roja, empieza la verdadera acción y dimensión
de la trama.
Por supuesto,
todas estas versiones y diversiones de la Realidad Virtual se adelantan en sus proyecciones
y conclusiones a las investigaciones de Sherry Turkle sobre el tema y la
relación entre las máquinas y el hombre apostilladas por primera vez en 1984 en
The second Self, pero aunque coinciden
en la afirmación, de que esta tecnología estaría generando un nuevo tipo de
subjetividad que estaría cambiando la esencia misma del hombre.
Entiendo lo
difícil del tema y que los psicoanalistas no nos hayamos comprometido totalmente
con el estudio de la virtualidad, o más concretamente con lo real de lo virtual
cómo precisa Zizek, pues no se trata de ninguna realidad virtual. Personalmente
he estado muy ocupado en el estudio de la metapsicología freudiana durante
algún tiempo, y aún me fascinan algunas de las líneas de investigación y
conclusiones que nos ofrece en el mismo Entwurf. Pero no deja de ser gracioso encontrar a
un Freud fascinado en la Traumdeutung
ante la operación de un taquitoscopio que muestra una imagen subliminal ante
los ojos de un sujeto, que sin percibir conscientemente una imagen expuesta al
ojo durante 1/3000 de segundo, resultará influido posteriormente en su
conducta.
Imaginémoslo hoy
observando la cotidianeidad de nuestros jóvenes imbricada con la máquina hasta
el punto en que el Smartphone, la
computadora y el Videogame, son una
parte indispensable de su desempeño habitual y de su nivel de satisfacción
vital. Y las previsiones siguientes, hacen imaginar que cada uno de estos
aparatos, eventualmente será uno solo, que se resumirá al uso de lentes de
contacto, y eventualmente al paso de los años, a un implante físicos y
substitutos corporales que potenciarán nuestras capacidades y suplirá las
carencias físicas de los antes llamados discapacitados. Los cambios tecnológicos
habrán alterado en pocos años, hasta tal punto la convivencia, que los humanos que
la harán difícil, si no imposible sin las máquinas. Las previsiones de los maníacos utopistas
tecnológicos, hacen pensar en la utilización próxima de más de 100 ordenadores
en la vida cotidiana de cada persona y la derrota de la muerte y la enfermedad.
En lo que respecta a las Redes sociales,
operan tal y cómo lo había previsto Freud en Psicología de las masas y análisis
del Yo (1921), el otro juega un papel importante como modelo,
objeto, auxiliar e incluso enemigo, el
grupo social conformado por los individuos de una red (una masa psicológica)
afecta la vida anímica de un individuo, la altera. En las masas, y aquí sigue a
Le Bon, el profesor, las ideas más opuestas pueden coexistir sin estorbarse
unas a otras y sin que surja contradicción lógica o conflicto alguno. El grupo
social es impulsivo, voluble y excitable, guiado casi siempre por los aspectos
inconscientes. Sus impulsos según las circunstancias pueden ser nobles o
crueles, eróticos o cobardes. El concepto de lo imposible desaparece para el
individuo inmerso en la masa. Se necesita un líder, un conductor o ideal que agrupe a la masa bajo ciertos
parámetros. La masa se encuentra enlazada por el poder de Eros, en base al intercambio de
libido, y la prehistoria de los sujetos que conforman el grupo, la seducción y enamoramiento
mutuo, esa búsqueda de un ideal que los agrupe, trátese de un sujeto o un
objeto empuja al sacrificio de la individualidad por el cumplimiento de la
excelencia superyoica. Así en Facebook podemos encontrar grupos que tienen
nombres tan característicos como: Estrategia
didáctica, RadioAmlo,
Intelectuales despuntando la verdad sobre la no violencia, y Por qué yo también
odio a Calderón… en radio por internet Zello
Walkie Talkie: Inteligentes, bonitas
y caprichosas, Monterrey1000, Cero mamonerías, Los Folloneros de España, con la característica última de que en
estos grupos, como en muchos otros en la red, puede hacerse contacto por voz y
hasta imagen gratis con gente que no se conoce previamente, lo que da lugar a
intercambios de muy diferente tipo, que llegan a los extremos conocidos como el
de la tragedia de Amanda Todd.
Esa joven
canadiense de 15 años conmocionó al mundo con su suicidio, hace dos semanas,
tras haber colgado un mes antes un vídeo en Internet en el que contaba su
tragedia escrita en pequeñas cartulinas. Era solo una niña de 12 años cuando un
extraño le pidió que le mostrara los pechos. Durante los tres siguientes tuvo
que soportar las amenazas (cyberbulling), luego cumplidas de su acosador, las
burlas y agresiones de sus compañeros de clase y la humillación pública en
Internet, incluso de desconocidos. Acosada por su depredador en Facebook, de
pronto tuvo que cambiar de vivienda hasta en un par de ocasiones, sin lograr
evitar el asedio del perverso que la molestaba y que todas las veces, se hacía
de los datos de sus amigos, su lugar de residencia y la escuela a la que
acudía, para seguir atormentándola.
A pesar del dramatismo de este caso que llama
a un estudio más profundo, los analistas
de la realidad virtual, han preferido pisar un camino que va de lo simplemente
descriptivo a lo profundamente estéril, escudándose sobre razones
predictiblemente operativas. La teoría de los 6 grados de separación de
Karinthy primero y luego de Watts, que sostiene que sólo un pequeño número de
enlaces son necesarios para que el conjunto de conocidos se convierta en la
población humana entera, es simplemente la corroboración de que las masas
operan por afinidades libidinales, y que el mundo es un pañuelo. Que los
expertos del Facebook nos vengan a
decir que en realidad esos seis grados son ahora 4.75 eslabones, no cambia para
nada las cosas y no explica nada del fenómeno virtual.
Les gusta pensar que las redes sociales son
simples canales de comunicación. Decirnos que el valor de una red social se
basa en la confianza mutua. Y proceden a mostrarnos didácticamente cómo se
realizan los contactos mediante la aplicación de la Teoría de Grafos:
Decir que esta teoría permite
cuantificar los vínculos entre las personas que pertenecen a una red social y
analizar la estructura de dicha red. En base a la teoría de grafos, el análisis
de redes sociales define a las personas como nodos, y las relaciones entre
éstas como aristas. Dado un conjunto de nodos (autores), V, y un
conjunto de aristas (relaciones de co-autorías), E, se considera el
grafo G =< V, E >. Sea por tanto G, un
grafo conexo, acíclico, sin pesos y no dirigido, nos dicen que esto es lo que
representa una red social.
También se
afirma que la relación entre las
personas es más importante que sus características individuales, derivando su
estudio al desarrollo de fórmulas en términos matemáticos abstractos.
Hablan de que la
utilidad de la red crece en relación al cuadrado de la cantidad de usuarios conectados
(Ley de Metcalfe). Y se asombran de lo obvio, de que la utilidad de una red, en
particular las redes sociales, crece en forma exponencial la cantidad de
personas que la integran al punto que la llaman Ley de Reed. Y se dedican a
clasificar los grupos según sus características: Mensajería instantánea, Web,
Twitter, Blogs, Facebook, Comunidades en línea, Imágenes en línea, filtros
colaborativos, Redes p2p, etc. Análisis que no rebasan lo superficial y que se
quedan en el contenido manifiesto del fenómeno.
Sus diagramas
estratégicos y estructurales por complejos que sean, tienen una única utilidad
previsible, que es desarrollar cálculos
probabilísticos de la medida de lejanía:
Definida como la suma de
las distancias del nodo i al resto de nodos de la red.
Cercanía:
Definida
como la proximidad del nodo i al resto de nodos de la red (que es
inversa de la lejanía).
Autoridad e importancia del nodo:
Dónde a
partir del algoritmo Pagerank,
se calcula la autoridad del nodo i en función de la influencia sobre sus
vecinos.
Intermediación:
Dónde se
obtiene un índice que informa del número de caminos mínimos que pasan por el
nodo k.
El grado (degree, di) del nodo i:
Definido como el número de
aristas del nodo i.
La densidad:
Definida
como la proporción de aristas existentes en relación con las posibles aristas
entre el conjunto de vecinos del nodo i.
Y redundancia:
Que mide
el grado de cohesión de los vecinos del nodo i.
Luego
proceden a hacer esquemas de agregación de nodos internos y externos:
Hasta
llegar a esquemas embrollados cómo éste:
Estudios
que sólo tienen un fin previsible desde el comienzo, calcular nuestros
movimientos en la red y establecer lo que probablemente será la dirección de
nuestros contactos a la vez que las rutas de interacción que se formarán hacia
el futuro con un fin estratégico comercial y de vigilancia, y obtención de
datos. Luego siguen con un trabajo estadístico sobre las palabras usadas, que
dará cuenta de los intereses. Decía Mark Twain: existen tres clases de
mentiras: la mentira, la maldita mentira, y las estadísticas.
Voy a pisar
por otro lado este problema. En una feria en Bélgica recientemente, algunas
personas fueron elegidas al azar en las calles de Bruselas e invitadas a
conocer a Dave, un experto en la
técnica de leer mentes que supuestamente iba a ser el protagonista de un
próximo reality show. Con la lógica desconfianza que genera la
situación, los voluntarios accedieron a
que el enigmático personaje intentara adivinar cosas sobre ellos.
El
mentalista comenzó entonces a aportar información sobre estas personas ante sus
caras de asombro. Primero empezó con cosas sencillas como su procedencia o el
nombre de sus amigos, para a continuación adivinar datos mucho más personales
como los tatuajes que llevaban ocultos, lesiones físicas que han tenido e
incluso si tenían una agitada vida amorosa.
Pero la
cosa iba a ir a más, hasta el punto de dejar a los voluntarios muy impactados
por conocer información de carácter privado a la que nadie debería tener
acceso. Dave, empezó a desvelar cuentas
corrientes en números rojos, gastos realizados en ropa e incluso pudo decir uno
a uno todos los números de la cuenta bancaria de sus acompañantes.
A
continuación el increíble mentalista desveló su secreto, dejando a los
voluntarios totalmente de piedra. Una cortina de la habitación cayó al suelo y
aparecieron varios supuestos hackers accediendo sin problemas a la información
privada de los protagonistas. Junto a
ellos había una pantalla donde se podía leer: "Tu vida entera está
en Internet y podría ser usada contra ti. Estate atento”, los datos que
nosotros proporcionamos voluntariamente a los servidores son una manera de
atarnos a los medios de vigilancia del Estado, que ahora la tiene más fácil
para controlar nuestros movimientos y ficharnos no sólo a nosotros, sino a
nuestros contactos. Es parte de una lógica curiosa que hace que regresemos a
tiempos en que la intimidad no era una razón defendible del sujeto y que se
realizaba la confesión ante la totalidad de la grey y no ante los sacerdotes.
Evgeny Morozov autor del libro The Net delusion (2011) que hace una crítica hacia los discursos
naive que presentan Internet y las Redes sociales como dispositivos o armas,
para la liberación de los pueblos oprimidos por gobiernos autoritarios, que se
manifiestan en ideas del tipo de “el Internet nos librará de nuestras cadenas”
o “haremos la revolución a base de tweets“. Morozov nos presenta múltiples
ejemplos de usos de las nuevas tecnologías por parte de estos gobiernos
autoritarios para afianzar su poder sobre el pueblo. Es lo que el autor
denomina la trinidad del autoritarismo: censura, propaganda y vigilancia.
Tenemos el caso reciente de las elecciones en
México, dónde el poder económico, la docilidad y credulidad del pueblo, las
despensas y tarjetas de crédito, pudieron más que todas los posts de los revolucionarios del
Facebook que se esforzaban por mostrar su descontento ante la situación social
y tomaban por acción revolucionaria la pulsación de sus teclados. Saltando de
lado de que efectivamente hay una minoría de ciberactivistas muy comprometidos
en hacer caer las páginas del PRI, o de Banamex, sin que necesariamente esto se
traduzca en un cambio social, creo yo, pues es obvio que las revoluciones no
pasan por tomar la computadora como si fuese un fusil, amén de que los jóvenes
en el siglo XXI parecen estar cada vez más lejos de la izquierda revolucionaria
del siglo XX.
Por otro lado, la red también es el medio para
transmitir los mensajes más conservadores, racistas, ultranacionalistas,
xenófobos, y fundamentalistas. Hace notar el efecto despolitizante del fenómeno
de la diversión --
no sólo a través de la televisión sino de las múltiples posibilidades del
internet --
que entretendría a las masas y evitaría el descontento social de los pueblos. Dallas,
Star Trek, Juego de Tronos y Walking death, True blood, son maneras de
apaciguar a las masas y de mermar su capacidad crítica.
Las Redes
sociales ayudan a controlar mejor a la población. Morozov nos habla de lo
difícil que era antes para los servicios secretos conseguir agendas y listas de
nombres de activistas, cuando hoy en día es suficiente con entrar en Facebook y
revisar las listas de amigos. También se refiere del uso en Irán de vídeos de
manifestaciones en Youtube, que sirvieron para identificar a manifestantes. En
este caso, el gobierno iraní utilizó además algo tan moderno como el crowdsourcing, publicando las fotos y
pidiendo a la ciudadanía leal que le pusiera nombre a las caras: varias
personas fueron detenidas por este medio. Morozov un ruso que fue apoyado por
la CIA en su trabajo de disidencia en la Unión Soviética, confía en los países
occidentales y su obligación moral para luchar por la democracia. Me recuerda
aquí el dicho: El remedio puede ser peor
que la enfermedad.
Sherry Turkle en su libro Life on screen (1995), hace notar que la
pantalla de la máquina nos sumerge en una fascinación que hace que dejemos de
lado cualquier desconfianza y accedamos a las redes con entusiasmo, amén de que
realicemos con más facilidad interacciones que son más difíciles de hacer en el
mundo real. En el Facebook puedo tener cientos y hasta miles de amigos, que
habitualmente no podría contactar ni tolerar en el mundo cotidiano, y construyo
otro yo, ideal, que lima todas las asperezas de mis imperfecciones. También se
da oportunidad a la creación de un pensamiento no linealmente lógico sino más
bien llevado por la lógica del bricolaje -- estudiada por Lévi – Srauss -- que
resulta en una creatividad sin precedentes en el mundo occidental. La idea de
que un ordenador es una calculadora cuyas reglas son siempre claras y muy
específicas, una simple herramienta, ha sido socavada desde que apareció la
primera Macintosh dónde la apariencia reemplazó lo lógica interna y la acción
directa sobre el papel simulado situó al usuario en otra dimensión en la que
dejó de importarle cómo trabajaba el corazón de la máquina y le posibilitó
trabajar a su modo sin demasiado cuidado por las reglas. La gente decide hoy
comprar una máquina sin cuestionarse el cómo funciona, eso le lleva a
interactuar con otros usuarios, a desarrollar múltiples roles, y a corroborar
la teoría freudiana de que el Yo no es unitario sino fragmentario. El yo en el
mundo posmoderno está alienado, es descentralizado y múltiple.
Turkle afirma que el internet y la
computadora son algo más que instrumentos y que son formas de acción del nuevo
sujeto a través de un mundo que está muy relacionado con la simulación, el
anonimato, la falta ¾ dice ella ¾ de
ideales y la substitución de los vínculos personales por meras emulaciones de
nuestra persona, de hecho, la palabra persona ya significa máscara y en el
internet nos encontraríamos fascinados con la proyección e intercambio de
imágenes. Sus conclusiones en ese libro, no eran sin embargo, pesimistas pues consideraban
que el lado amable del Internet podía operar como un laboratorio de creatividad
que aunque diese lugar a un baile de disfraces, también promovería una elaboración
distinta del mundo real e incluso un escape de la miseria cotidiana, tal y cómo
en el viejo filme de Marcel Carné, Juliette
o la clé de sognes (1951) dónde Gérard Philiphe escapa a su ahogo de la
prisión a través de una puerta que le lleva a un mundo fantástico, pleno de
aventuras y de amor.
No había en ese momento documentados
casos, como el del adolescente taiwanés de 18 años que falleció en un cibercafé
tras jugar durante 40 horas la versión online de Diablo III o el del hombre de
32 años que murió, tras jugar tres días seguidos al juego de Blizzard. O de
chicos que pasan 13 horas o más conectados al internet a través de sus
teléfonos, que juegan en línea con sus amigos virtuales, chatean con sus miles
de conocidos y que cuando se les apaga el internet se tornan agresivos hasta el
grado de la violencia.
En un libro posterior Alone Together (2011), ese optimismo
aparece muy menguado. Allí explora en la primera parte la interacción de los
humanos con las máquinas, las que en el futuro serán nuestras sirvientas, niñeras,
cocineras, cuidadoras, nuestras compañeras y compañeros sexuales, que darán
como pecho bueno todo sin esperar nada a cambio. Evidentemente, esta dimensión
de la realidad rayana en el filme El
hombre Bicentenario (1999) está aún lejana de cumplirse y lo más que se
acerca la realidad es el Thermomix, lo que no es despreciable, pero que dista
mucho de los sueños maníacos los tecno – utopistas fanáticos.
La segunda parte, desemboca en
cuestionar nuestra necesidad de esas máquinas que al parecer pueden resultar
más confiables que los humanos, el efecto alienante del internet que lleva a
conductas absurdas y locas, a gastos excesivos y a más hambre de experiencias
digitales, que no se sacia de ninguna forma.
Es lamentable que en todo el libro
no exista ninguna mención a Lewis Mumford, especialmente porque Turkle es
norteamericana, y por si fuera poco es uno de los más grandes filósofos de la
tecnología con un enfoque profundamente original que tomaba en cuenta al
psicoanálisis como herramienta de estudio. Si hubiera estudiado con
detenimiento a este autor sabría que la primera máquina fue compuesta de
elementos humanos, y esa Megamáquina integraba
piezas políticas, burocráticas, militares, que daban lugar a una integración
del trabajo humano para la realización de grandes trabajos como la construcción
de las pirámides egipcias. Sabría que esta estructura invisible, compuesta de
partes vivas, pero rígidas, era aplicada a una tarea específica, a su trabajo. Esa
máquina humana presentó desde el principio dos caras: una tiránica y a menudo
destructora; otra promovedora de vitalidad y positiva.
Todas las máquinas modernas están
concebidas como instrumentos para ahorrarle trabajo al hombre, intentan
realizar la mayor cantidad de trabajo con el menor gasto de energías humanas.
Esto no ocurría esto en la organización de las máquinas primitivas; al
contrario: eran instrumentos de usar trabajo humano y sus inventores se
enorgullecían de emplear el mayor número posible de trabajadores, con tal que
la tarea misma fuese suficientemente grandiosa.
Mumford enfatiza que dos artificios
fueron esenciales para conseguir que la máquina funcionara: la organización
segura del conocimiento, tanto del natural como del sobrenatural, y una
estructura bien elaborada para dar órdenes, transmitirlas y seguirlas hasta su
total ejecución. El primero de esos artificios se llama organización religiosa,
y el segundo, burocracia. Tal condición sigue siendo válida en nuestros días,
por más que las computadoras que se regulan por si mismas y las grandes
fábricas automáticas encubran tanto sus componentes humanos como las ideologías
religiosas que laten bajo la actual automatización.
Ningún rey antiguo podía moverse con
seguridad ni eficiencia sin el apoyo de especialistas humanos con un
"conocimiento superior", como tampoco el Pentágono puede actuar hoy
sin consultar a sus científicos especializados, a sus técnicos, y no sólo a sus
computadoras, sino también a sus expertos estrategas: nueva jerarquía a la que
se supone menos falible que aquellos adivinos que actuaban mediante varitas mágicas
o la lectura de entrañas de animales, pero que, a juzgar por sus tremendos
errores, no resultan mucho más videntes.
También Mumford afirma que los
conocimientos secretos son la clave de todo sistema de control totalitario.
Hasta que se inventó la imprenta, la palabra escrita se mantuvo, durante
siglos, como el monopolio de una sola clase social; y hoy, el lenguaje de la
matemática superior, más las misteriosas claves de las computadoras, están
restaurando el secreto y el monopolio de tal saber... con las consiguientes
consecuencias totalitarias.
El orden mecánico es una simple
copia del orden cósmico, y de las observaciones de las regularidades en las
apariciones de los astros y el culto al sol. La división en clases sociales
puede rastrearse desde el antiguo Egipto hasta nuestros días, existe una clase
que todo lo tiene y disfruta de los bienes, y otra trabajadora limitada en sus
recursos y condenada al trabajo sin descanso. La megamáquina en sus extensiones
mecánicas no parece tener como finalidad la liberación de esa clase social,
sino más bien su eliminación, la máquina del artificio de hierro, es más
confiable, más operativa, no se cansa y no reclama nada para su bienestar. Por
otro lado, el ciclo de conquista, venganza y exterminio es la condición crónica
de todos los Estados "civilizados", con la paradoja de que el
conquistador simplemente destruye para volver a reconstruir al enemigo,
volviéndose Demonio y Dios una y otra vez, tal y cómo los EUA, lo hicieron con
Alemania.
Estas ideas fueron completamente
revolucionarias en su tiempo y no han sido debidamente apreciadas hasta
nuestros días, aún Zizek habla de que hay en la Modernidad una ruptura con la
polis de la tradición, dónde la función del Otro estaba garantizada, y el Eros prevalecía haciendo confluir al
individuo con el Estado. Si la sociedad griega funcionaba era porque había
esclavos.
No es despreciable el trabajo de
Turkle, pero nuevamente se queda en lo superficial. Ignora lo más elemental: la
máquina es una prolongación de la dinámica humana de alienación, catástrofe y
renacimiento. La máquina no es sino una prolongación de la esencia misma del
hombre, no reconocible a través de la cortina, detrás del Mago de Oz omnipotente,
se encuentra un ridículo ser humano viejo, e incompleto, habitado por necesidades simples: comer,
cagar y coger, que puede desviar en cualquier momento su poder ¾ merced
a la pulsión de muerte ¾ en
contra de lo que aparecen como sus logros civilizatorios. Me veo obligado a
citar aquí, textualmente, a Mumford en un prólogo escrito en 1963 a su
birllantísimo libro Technics and Civilization publicado en 1934:
Aunque los críticos contemporáneos caracterizaron apropiadamente Técnica
y Civilización como una obra esperanzadora, me felicito ahora a mí mismo más
bien por el hecho de que, incluso entonces, antes de que las salvajes
desmoralizaciones y proyecciones irracionales que han acompañado la captación
de la energía nuclear amenazaran al mundo, llamé la atención acerca de las
posibilidades regresivas de muchos de nuestros más esperanzadores adelantos
técnicos: preví el lazo ominoso, como digo más adelante, entre el “autómata” y
el “Ello”.
La frase asombrosa remite al trabajo
de Freud sobre lo Ominoso, y al autómata del cuento de Hoffman, pero también a
la pulsión y su carácter no biológico, a su empuje hacia la repetición como si
fuese máquina. El Ello y el inconsciente son una pieza, que busca la
descarga sin miramientos por la realidad. Una malla de inscripciones que lleva
irremediablemente al acto, dónde desembocará en un nivel que llamamos
conciencia, dónde el sonido, la imagen y la representación adquieren una
importancia fundamental. Técnica y civilización según Mumford no son sólo el
resultado de aspectos concientes involucrados y dirigidos a cumplir una tarea,
sino que también se ponen en juego, partes inconscientes, a menudo irracionales
que se esconden detrás de la máscara de la objetividad y la ciencia, pero que
pueden llevar a aspectos incontrolables de la repetición que operen contra el
mismo hombre.
Lo que los
especialistas han decidido pasar por alto, es que lo que está en juego es el
hacer pasar a la imagen ¾ detrás de la cual habría una escritura¾,
por la cosa misma, y la homogeneización del imaginario colectivo por tendencias
estéticas, ideológicas y de esquemas mentales por parte de las hegemonías
dominantes. Han decidido ignorar que la pulsión escópica irrefrenable sólo
acrecienta su apetito cuando estamos al frente de la computadora, que el
término usuario referible a los
beneficiarios de estos servicios, es también el que se usa en la clínica de las
adicciones. Ignoran no sé por qué la dimensión imaginaria que emparentaría al
sueño con el cine, con el arte y el delirio, con la imago de las redes sociales.
Al igual que en la experiencia con drogas, nos sometemos a una psicosis
experimental de la que pretendemos tener el control y de la que pensamos
podemos prescindir en el momento que lo deseemos.
Me parece a mí que el primero en darse cuenta del carácter de
apariencia de la representación fue nada menos que el mismo Platón. A través de
su obra sostuvo una posición ambigua respecto del arte. Al lado de una
concepción del arte como medida, tal como aparece en el Político, o del vínculo
entre arte e inspiración, tal como nos lo muestra en Fedro, o el de arte y
eros, como aparece en El Banquete; hay también en Platón una interpretación en
la cual el arte se entiende bajo el signo de la apariencia, de la ilusión, de
la falsedad. Esta interpretación la encontramos, por ejemplo, en la República y
el Sofista. Tanto más relevante resulta esta concepción despreciativa del arte
cuanto depende de su principal tesis metafísica: la teoría de las ideas. Para
Platón la belleza de las cosas, la belleza sensible y particular, sólo es bella
por participación en la idea de belleza en sí. Así como la idea de belleza dice
relación con la verdad, así el arte lo está con la apariencia: el arte es mera
mimesis de las ideas ejemplares. En el Sofista el artista queda relegado, lo
mismo que el sofista, a la categoría de una mago o de un prestidigitador. El
arte de hacer imágenes (eídolon) es un arte apariencial (téjne fantastiké). Lo
que Platón constantemente parece temer y nos advierte para estar en alerta, es
la posibilidad de confundir la imagen o la imitación con la verdadera realidad:
los originales o paradigmas.
La relación con el arquetipo, constituido por la imagen original y que
haría del origen un concepto abstracto, y sus diversas formas que constituirán el
ejemplo, parece muy presente en la realidad del internet que no parecería
llevar a ningún soporte material. Sin embargo, aquí es necesario no desviarse
de la materialidad de la pulsión y del cuerpo. La máquina es una prolongación de la dinámica humana, el autómata es el
último escalón de un proceso que empezó con el uso de una u otra parte del
cuerpo humano como instrumento y que desemboca en una vertiente distinta del
instrumento. El instrumento llama a la
manipulación, la máquina a la acción automática, el computador se sitúa a mitad
de estos dos dispositivos, llegando al extremo de promover la
despersonalización del usuario, que paradójicamente acaba siendo usado por la
máquina.
Turkle
se pregunta por qué no podemos despegarnos de la computadora sin proporcionar
una repuesta íntegra a su pregunta. La
vida en la pantalla, para usar su expresión, no es otra cosa que un espacio transicional y un objeto transicional que están en el
camino intermedio hacia el verdadero objeto, tal y cómo Winnicott nos habló de
la relación del niño pequeño con su madre. La fuerza adictiva del internet
proviene no de sus promesas irreales o de su fuerza simbólica, lo que importa
del objeto transicional cómo lo mencionó este psicoanalista inglés, es tanto su
valor simbólico como su realidad, es una ilusión pero también algo real.
El apego a niveles adictivos al internet coincide con el afecto al
objeto transicional, es un intento de negar la frustración del usuario, sea
cual fuese su edad, ante el mundo real y las dificultades que éste impone. Las
relaciones con las personas reales imponen tolerancia, exponen al amor pero
también al odio, a la destrucción y a la muerte. Tocar y pulsar, el teclado, la
pantalla, el video game, y operar en la realidad virtual en que nos sumergimos,
con la ilusión de que tenemos el control de la situación, nos pone en una
situación alucinatoria que aparece como una especie de psicosis experimental,
necesariamente es un mecanismo de defensa que se demuestra a final de cuentas
ineficaz. Allá afuera está el mundo que escapa a nuestro control y que nos
espera para desilusionarnos, decirnos que somos seres humanos de carne y hueso,
que no siempre somos queridos por quien nosotros amamos, que envejecemos,
enfermamos y morimos. Pero la ilusión del campo transicional nos arrastra de la
realidad, haciendo más importante el campo imaginario, haciéndonos sentir
jóvenes cuando somos viejos, mujeres cuando somos hombres y viceversa,
importantes cuando somos basura, e inmortales dioses del Olimpo cuando en
realidad no se trata sino del Valhala, o mejor aún, El Limbo.
En el internet, en una mixtura confusa de fantasía y realidad,
confluye la pintura, el cinematógrafo, el cómic, la música, la radio, el
teléfono, la televisión, y la literatura. Se multiplican las posibilidades de
cada uno de estos medios que tendrían su específico apoyo pulsional, en una
mélage picosa y suculenta, que deriva en volver nuestra relación con la
máquina, una dependencia total en la que están comprometidos todos nuestros
sentidos. La sobreoferta de estímulos, acaba por arrastrarnos y crear la fantasía
de borramiento del sujeto, es importante aquí sostener que lo que
paradójicamente sostiene las comunidades es la diversidad, la posibilidad de
que nuestro cualsea se identifique
con otro cualsea y salgamos de
nuestro aislamiento. A contrario de Turkle, pienso que no se trata de que otra
vez estemos solos, sino de que ¾ por lo menos en la fantasía ¾ se sostenga la ilusión del grupo, necesaria para
sostener nuestra subjetividad. No es tan fácil encontrar un grupo de pedófilos,
como entrar en un grupo de Boy scouts
(aunque no sé si mi ejemplo es el mejor), en el internet esta dificultad es
relativamente salvable. El grupo proporciona fortaleza, exalta, robustece al
Yo, al mismo tiempo que drena las pulsiones del Ello, limitando la acción al
ejercicio manual, es una manera de ejercitar nuestra locura sin caer completamente en la esquizofrenia. Muchas
gracias.
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