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martes, 27 de enero de 2015

Nuovo Cinema Paradiso. Crítica de Julio Ortega. Cineclub CPM / CARTAPSI XALAPA.



Nuovo Cinema Paradiso (Italia,1998). Giussepe Tornatore.
                        À Lumière.


No puede imaginarse una película más ambiciosa que Cinema Paradiso, tanto o quizá más codiciosa en relación al tema, que esa inefable La Nuit Amèricaine (1973) de Françoise Trauffaut. Está hecha, cómo ustedes saben, por Giussepe Tornatore que es un director de cine italiano, que desde los 16 años mostró interés en el teatro, se volvió luego fotógrafo e hizo su primer acercamiento al cine a través de un documental Le Minoranze Etniche  in Siciilia con el que ganó un premio. Luego filma El camorriista en 1985, pero se da a conocer ante el gran público con la extraordinaria Nuovo Cinema Paradiso producida en 1988 por Franco Cristaldi con una excelente música del conocido Ennio Morricone (autor del soundtrack de El bueno, el malo y el feo y de la música de más de 400 películas) y que le ganaría el Oscar en 1990, como mejor película extranjera, además de la Palma de Oro de Cannes en 1989, el premio como mejor película en el Festival Internacional de Cleveland y el de Mejor película extranjera en los Globos de Oro. Esta película dará inicio a una carrera muy exitosa que no ha parado y que con muy pocas bajas ha producido películas de talla, como Pura Formalidad (1994), Malèna (2000), La desconocida (2006) y La mejor oferta (2013).
En una entrevista con el director, se nos revelan ciertos datos, el primer montaje de la película se hizo en 10 días y algunos de los efectos de sonido los hicieron personalmente el productor y el director. El ronroneo del perro cuando Toto regresa del servicio militar lo hace con la boca, el mismo Tornatore. Al salir originalmente al público no ganó un solo centavo y las críticas fueron en general muy malas. Por ahí dicen, que que quien no puede crear, lo que hace es criticar. El caso es que sólo estuvo en cartelera en Italia una sola semana, llevando al productor y director a una profunda depresión.
Todo mundo decía que si la película hubiera sido más corta y durado sólo dos horas, habría sido un completo éxito. Eso hizo que Tornatore se viera obligado a hacer una copia de sólo 125 minutos que aún circula. Y el filme paró en Cannes por casualidad, porque invitado originalmente para el Festival de Berlín, fue retirado porque el director de ese evento invitó la película para después hablar mal de ella, lo que ocasionó el escándalo y que fuera retirada sin exhibirse. Entonces el director del Festival de Cannes se sensibilizó frente a la situación y la invitó al festival francés dónde obtuvo el premio que conocemos.Esta película acredita – como otros de sus filmes – un discurso confirmado sobre el amor, ese desecuentro que se puede dar entre dos personas que se aman, el paso del tiempo implacable, la dificultad de volver a la tierra natal, los prejuicios y el conservadurismo de un pueblito de provincia. Pero sobre todo, es una película sobre el amor al cine. Se ha dicho que es una película perfecta en sus detalles, pero Tornatore con cierto desprecio, ha dicho en otra entrevista a un diario italiano, citando a Pasolinni, que la gramática de un filme se puede aprender en una semana, que lo importante es tener una historia que contar.Nos hemos acostumbrado en esta sociedad contemporánea a la invasión de imágenes, nuestro mundo está compuesto de estampas, representaciones, efigies que reblandecen las palabras y las ideas ocupando el lugar de nuestros pensamientos y volviéndonos idiotas. La televisión, el internet, son dispositivos que arrojan sin piedad iconografías, y nos hacen perder la memoria, arrastrándonos en un más allá del lenguaje, que nos vuelve receptores acríticos. Esta historia es reciente y empezó quizá, en el siglo XIX precisamente con el cine.
En París, Londres, Berlín y New York las audiencias acuden en masa y se quedan pasmados ante los sencillos filmes de Lumière que captan el instante y lo dilatan para el goce de los espectadores que acuden en masa a ver escenas de la vida cotidiana que por el sólo hecho de ser proyectadas en una pantalla, adquieren el carácter de fabulosas.
Cierto es que, la invención del cine, es reclamada por varios más: Edison en los Estados Unidos; Max Skladanowsky en Alemania; Friese-Greene en Gran Bretaña. Sin embargo, para ser justos, corresponde a los hermanos Lumière dar a luz —¡Paradojas del nombre: llamarse Luz y entregar la luz del cine a los ojos vírgenes del espectador! —, haber develado ante unos cuantos  hombres, mujeres y niños asombrados, lo que bien podría ser llamado: el arte total.
Un 28 de diciembre de 1895, en el Salón Indien del Grand Café de París, se presentaron 10 cortos que asombraron a la multitud al congelar el tiempo y verter el instante a voluntad. Cuenta la leyenda que en una función posterior, se proyectó otro corto que se llamaba: Llegada del tren a la estación, que hizo salir despavoridos a los espectadores afligidos por el pánico de ser arrollados por la locomotora. El cine tomó desprevenida a la historia y es quizá uno de esos pocos inventos que transformó totalmente la vida de las personas, tanto quizá como el reloj.
No podemos imaginar del todo, lo que significaron los primeros tiempos del cinematógrafo, primero mudo, en blanco y negro, que formó a las estrellas de Hollywood ante los ojos del público. Todavía podemos ver en internet las imágenes del entierro de Valentino muerto en la plenitud de su carrera a los 31 años por efecto de una pertitonitis, producto de una úlcera perforada (también los ídolos sufren y se doblegan),  y observar cómo sus miles de seguidores llenaron las calles, sabemos que su duelo provocó también disturbios y hasta centenares de suicidios en todo el planeta.
Y es que el cine hizo realidad los sueños y volvió común el compartir historias sin tanta instrucción, ensayo o cultura, como los que exigían el teatro y la ópera. Para el cine no se necesitaba ninguna preparación, simplemente se trataba de asistir y sentarse frente a la pantalla, dejarse arrastrar por los personajes y las historias, reír y llorar con sus éxitos, sufrir sus desgracias, vivir sus frustraciones, sus golpes de suerte y salir de la vida común, mediocre de todos los días. La pantalla era una ventana a lo extraordinario, al Olimpo y al Infierno.
La historia del Cinema Paradiso, es la misma historia del cine, dónde los espectadores recibían a Chaplin, a Keaton, Pola Negri, Clara Bowl y lloraban de risa hasta las lágrimas, se excitaban o deprimían juntos, contagiando al espectador de al lado, provocando una experiencia colectiva que hacía del cine, una especie de iglesia, coliseo y arena; no casualmente el destino de muchos de esos cines fue después convertirse en templos, como el recordado Cine Estadio en la colonia Roma del Distrito Federal que acabó siendo un Santuario de la Fe de unos religiosos brasileiros que a deshoras de la noche anuncian en la televisión los milagros que han producido.El protagonista es un niño de nombre Salvatore y de sobrenombre Totò, cómo el legendario actor italiano que aparece en la escena de la plaza dónde se proyecta una comedia justo antes de que ocurra la tragedia y se queme el teatro, junto con su operador. Va al cine para olvidarse de los horrores que ha dejado la guerra, podemos ver las calles del pueblo bombardeadas y el desastre por dónde quiera, mostrándonos una realidad similar a la que cuentan Sieger y Malaparte en sus novelas. No tiene padre, pues ha muerto en la campaña de Rusia y se gasta para olvidar su desgracia, el dinero de la leche que le encargó su mamá, en la entrada a ese único centro de recreo.Es entonces, poco a poco, que se relaciona con el operador del cinematógrafo, Alfredo (interpretado por Philippe Noiret, haciendo el papel de su vida) y que ocupará a final de cuentas el lugar de un padre para él. Merced a este hombre, aprende los secretos que se esconden detrás de la cabina de exhibición. Desde la fiera censura del párroco, hasta las entretelas del manejo del aparato proyector y la administración de los recibos de cada película. Tras del accidente, ocupará el lugar de su amigo en el Nouvo Cinema Paradiso financiado por la suerte del siciliano que se saca la lotería y se convierte en empresario cinematográfico. Pero Alfredo, ciego y todo no lo abandona, vivirá con él – cómo cómplice – la aventura del primer amor, siempre tierno e inovidable.
Luego vendrá el viaje al servicio militar, y el abandono de su pueblo natal para poder crecer. Uno mira la película y ve allí el paso del gran cine italiano neorrealista. Roberto Rossellini, Luchino Visconti, Vittorio De Sica, Giuseppe De Santis, Alberto Lattuada, Luigi Zampa están representados en estas escenas sencillas, ingenuas, naturales y espontáneas, eso que falta tanto en el cine de hoy. También está ahí el gran Fellini, todos ellos como premisas de este extraordinario nuevo clásico del cine.
Experimentamos a través de las funciones, la evolución del cine, desde relatos sencillos  y mal pegados, a historias más complejas en las que desfilan Humprey Bogart, Greta Garbo, Kirk Douglas. A éste último, lo vemos cegar a Polifemo y burlarse de él, haciendo accesible a todos la gesta homérica.  Nos sorprendemos con el crecimiento de la pantalla a Panavisión, el cambio a las películas de color y la evolución del lenguaje cinematográfico hasta alcanzar lo que ahora es. Hay gente que dice que el cine tiene sus días contados, los cinéfilos creemos que eso no sucederá y más aún, pensamos que el cineclub es una alternativa viable al comercialismo impiadoso.Alfredo le dice al partir que no vuelva, que se olvide de todos, que si lo vence la nostalgia o el temor y regresa, no lo vaya a buscar, porque no lo recibirá en su casa, eso contra todo lo que pueda pensarse, es una muestra de verdadero amor. Porque amor no es sólo retener a los hijos, sino dejarlos seguir su propio camino.
Totò se convierte en un gran director de cine. Alfredo muere y su mamá lo llama una y otra vez, sabe que él deseará estar en el funeral de su amigo, que le será difícil volver al pueblo y topar con los recuerdos, pero que no le perdonaría no buscarlo y no insistir para que encamine a su padrino en la última jornada.
Gracias a ese viaje, nuestro protagonista se reencuentra  con su historia, significa su pasado, comprende todo lo que representó para él: el grande Alfredo.
En las escenas finales, lo acompañamos por el cine antes de su destrucción, para atestiguar el pasaje de un salón popular, que convocaba a los habitantes del vecindario, a un masturbadero público, ruta que fue el destino de muchos cines como el Variedades 1 y 2 en Xalapa o el Cine Teresa en la antigua calle de San Juan de Letrán en el centro del DF. También es el paso de un fiesta popular (el último de estos cines en Xalapa fue el Cinema Pepe, dónde cualquiera podía ver dos o tres películas y manosear a la novia sin problemas) a un espectáculo de élite regulado por grandes empresas como Cinépolis o Cinemark dónde las palomitas y el refresco se cobran como si fueran un plato gourmet.
Lo vemos asistir a la demolición del Cine Paradiso que como tantos otros teatros de cine, han acabado hechos escombros o como el Cine Radio de Xalapa, que ahora es un deprimente estacionamiento junto al Vip’s de la calle de Enríquez. Es la travesía al olvido de los grandes cines, substituidos por la televisión, el internet con su Netflix y Youtube, o los smartphones. La ruta de la colectividad a un narcisisismo cada vez más nítido y cínico.
Alfredo deja una herencia para Totò, una lata que contiene una película. El final de esta historia es sublime. Es la exhibición, sólo para los ojos de Salvatore,  de una cinta con el montaje de todas las escenas robadas por la censura, a esos filmes clásicos que aparecían cortados al gran público y que permanecieron trozados, castrados durante años.
Las lágrimas del espectador corren al reconocer una muestra de amor más. Es decir: Te saludo desde el otro lado del río. Has estado presente hijo, nunca te fuiste para mí, aunque estabas lejos haciendo tu vida. Antes te empujé a la libertad. Ahora te regalo nuevamente mi cariño, a través del amor en imágenes de esos dioses y que reprimió  la censura, los prejuicios de la hipocresía católica y el fascismo. 


viernes, 2 de enero de 2015

lunes, 17 de noviembre de 2014

Comentario a la entrevista de Jean Allouch en Calí, Colombia realizada por Johnny Orejuela (17 de abril de 2009).

¿Quién puede dudar de la calidad de algunos de los trabajos de Jean Allouch?
Él viene cada año o cada dos a México a impartir seminarios que versan sobre temas diferentes, pero cuyo recuento por amigos no me ofrece la curiosidad por volverme a inscribir en sus exposiciones, y eso sería motivo para otro artículo que excede los propósitos del tema que hoy trataré. Recuerdo haber tenido 25 años  (eso hace tiempo), y descubrirlo a través de un brillantísimo artículo publicado en 1977 por la APU en su revista, intitulado: Una terna freudiana: acto, acting out y acción, que me sirvió para aclarar mis ideas, acerca de un tema sobre el que hice mi tesis de licenciatura y que con el paso del tiempo he seguido trabajando (una muestra de eso, es el artículo aparecido hace años en Acheronta 11 sobre el tema) y por el que me empeño en construir un libro (explicito que estas letras, las escribo a simple título personal sin representar a nadie y por mi propia inquietud).
También leí algunos de sus libros con verdadero entusiasmo, las 213 ocurrencias con Jacques Lacan, que me introdujeron a la clínica lacaniana de primera mano y que resultan un documento invaluable para relacionarse con la práctica de su maestro y con un estilo de trabajo que resulta – hoy así lo pienso – induplicable, lo que eso quiera decir, para quien lo quiera entender. Así llegaron a  mis manos otros de sus libros Letra por letra. Traducir, transcribir y transliterar (1984), El doble crimen de las hermanas Papin (1984), en colaboración con Erik Porge y Mayette Viltard. Luego vinieron Marguerite, Lacan la llamaba Aimée, (1994), Erótica del duelo en el tiempo de la muerte seca, (1995). En los últimos tiempos, revisé para un libro que ya publiqué, el menos afortunado El psicoanálisis ¿es un ejercicio espiritual?: Respuesta a Michel Foucault (2007), y no obstante la admiración que me causa su trabajo, no me puedo  considerar un lector de Allouch y menos un seguidor puntual de sus ideas.
Asistí a un par de sus seminarios en la Ciudad de México, y me pareció un hombre difícil con el qué discutir o charlar, escoltado por la transferencia sin límite de sus seguidores, y sin ser miembro de su escuela y no haber tenido antes ningún contacto con él, a pesar de tener amigos en común. En uno de sus seminarios, se cruzó conmigo en el pasillo, y pronunció mi nombre mirándome de frente, lo tomé como una deferencia que demostraba que se había tomado la molestia de preguntar quién le había hecho algunos cuestionamientos. En realidad, no me interesa tener contacto con él, y me siento contento con algunas de las relaciones y amigos que tengo en el medio psicoanalítico nacional e internacional para ambicionar su amistad.
Recientemente en la Red me encontré una 
entrevista realizada por Johnny Orejuela y Vanessa Salazar al conocido analista en  Colombia (publicada por la revista científica Guillermo de Okham en su volumen 7, número 2. julio - diciembre 2009) que de hecho aparece en su propia página personal http://www.jeanallouch.com/pdf/104 , por lo que supongo que son palabras de las que estará orgulloso o que piensa que representan fielmente su pensamiento. Les pido que las lean antes de que tomen contacto con mi artículo, pues es importante que sean puntuales en el seguimiento de sus afirmaciones, cómo yo lo he tratado de ser.  
Siendo un escritor menos prolífico, un analista mexicano más modesto en sus alcances, soy muy cuidadoso en lo que digo y lo que publico, me gusta que cuando alguien toma contacto con lo que escribo o lo que digo, no caiga – en lo posible – en confusiones o equívoco, aún así se producen deslices, es imposible que no fuese así. Por eso me sorprendió la entrevista que quiero comentar en detalle, porque me parece que nadie lo ha hecho y porque es importante hacerlo.
Johnny Orejuela, a quien no tengo el gusto de conocer, se toma la molestia de hacer una entrevista comprometida y su actitud me parece muy abierta, de curiosidad e inquietud ante los temas que le plantea a Allouch y de verdadero aprecio por lo que puedan ser sus palabras. La primera pregunta versa sobre las diferencias entre el psicoanálisis en América Latina y París, a lo que el interpelado responde de una manera curiosa para ser un hombre que ha viajado en primera clase mcuhas veces a diferentes lugares de nuestra América, para impartir su enseñanza. Nos dice que no puede hablar del asunto, a pesar de que la elp se fundó prácticamente en México (fui casi testigo del asunto) y él ha venido muchas veces a mi país, para presentarse ante auditorios de casi mil personas cada vez, dónde siempre se le acoge con respeto, diría reverencia y en algunos casos hasta veneración. Sin embargo, él no puede opinar, su casa es París que parece ser el centro del mundo para el psicoanálisis e incluso el lugar dónde llega a citar con cierta laxitud dos veces al año a algunos de sus pacientes del resto del mundo. Lo demás es lo de menos, él así lo establece y subraya. Por otro lado, creo que eso de ser el centro del mundo en materia del psicoanálisis, lo deben pensar por igual en NY, Houston, Buenos Aires, Londres, y no sé dónde más.
Frente a la pregunta sobre la relación entre el psicoanálisis y la universidad, responde con desparpajo a una cuestión que para muchos de nosotros es una interrogante vital con un: no hay ninguna relación. El discurso universitario, se opone al discurso analítico y no puede dictarse un curso sobre Lacan porque sus conceptos y planteos parecen intransmitibles. La respuesta no me parece nada convincente, si se dice que no hay transmisión posible de esos conceptos, pues el psicoanálisis se convierte en una especie de culto ocultista que sólo es transmisible a través de sociedades secretas o el análisis mismo. Esto es cierto a medias, un conocimiento profundo de nuestra teoría y método sólo puede obtenerse a través de un análisis personal, pero el panorama de discusión del psicoanálisis con otras disciplinas es algo que viene sucediendo desde su nacimiento. Y si el psicoanálisis quiere o pretende ser una disciplina o un saber no religioso, debe estar dispuesto a discutir su práctica y validez frente a otros discursos, además de aportar sus propios conocimientos hacia el análisis de fenómenos y prácticas humanas.
Por otro lado, me parece que en vida de Lacan mismo, él estuvo bastante contento, cuando se abrió un espacio en la Universidad por allá de 1968, y a invitación de Foucault, dictó varias conferencias en espacios universitarios, que desembocaron al tiempo en la creación de departamentos en la Sorbona en Paris VII y Paris VIII.
Probablemente coincidiríamos con él, si dijese que la Universidad no es el espacio ideal para la transmisión del psicoanálisis. La institución universitaria (por lo menos en México), no pide a quienes dan clases sobre psicoanálisis que sean analistas y hayan pasado por el largo proceso formativo que representa situarse en este lugar. Lo que pide son licenciados, maestros y mejor doctores (lo que hoy parece una licencia para cometer distintos abusos) y cualquiera de ellos puede decir que es psicoanalista, neurolingüista o conductista, vamos, lo que sea sin tener que probarlo, erróneamente con el título universitario se valida una posición analítica  a partir de una práctica que no lo es, que solamente es académica. De hecho, vivimos en mi país, el fenómeno de que muchos hoy se digan psicoanalistas sin que nada sólido avale sus palabras.
Pero aún si negásemos la idoneidad de la Universidad como medio de transmisión del psicoanálisis, no podríamos desdeñar la presencia en la universidad de innumerables colegas que han realizado un trabajo de análisis en extensión, que ha acercado a gran cantidad de alumnos sin brújula y con el camino perdido, al estudio de nuestra disciplina para volverlos psicoanalistas.
Allí tenemos como muestra gente tan distinta que ha hecho presencia en las universidades como Serge Cottet, Francois Regnault, Elizabeth Roudinesco, Didier Anzieu en París; Juan Carlos Cosentino, Diana Ravinovich, Sara Vasallo, Michel Sauval, Guillermo Pietra en Buenos Aires. Y en México, han estado otros como Erich Fromm, Armando Suárez, Marie Langer, Santiago Ramírez y Bertha Blum Grynberg; yo mismo he estado involucrado con otros  – en escenarios diversos – como Luis Tamayo, Julio Casillas, Rodolfo Álvarez del Castillo, Susana Rodríguez, Ana María Fabre, María del Carmen Pardo, Fernando González, Juan Diego Castillo o Luis Fernando Macías (no puedo mencionar a todos los amigos y me disculpo), en hacer una labor de difusión, información y hasta formación (¿por qué no?) dentro de las universidades. Lo digo, porque no creo que su opinión o trabajo tenga que valer más que el de los demás, se acostumbra ser muy diplómatico y no citar nombres, pues lo siento por mis amigos, pero es una forma de recalcar el valor de un trabajo que me parece precioso. 
Y es que la universidad a diferencia de lo claustros, las religiones, y las sectas masónicas, e incluso las instituciones psicoanalíticas, precisamente tiene una intención de transmisión y claridad que sin rituales ni sacrificios imposibles, reproduce las ideas de la Ilustración que hacen accesible a la mayoría de las personas la ciencia, la filosofía y las artes. Me parece por otro lado, inútil y absurdo defender este tipo de proyecto que no necesita abogados y que se sostiene por sí solo, como una necesidad de las democracias; con todos sus defectos posibles de encontrar, y que aparece amenazado hoy día, por los planificadores de competencias, los economistas del estado en busca de eficiencia y rentabilidad, y todos esos asesores de gobernantes que quisieran ver a la universidad como una simple fábrica.
Allouch, más adelante, llega a decir que Lacan no tuvo alumnos, a pesar de que parte del valor que le concedemos a su propio discurso se basa precisamente en haber estado cerca del maestro. Se burla del entrevistador, cuando habla de su propia experiencia de enseñanza en la universidad, lo que por lo menos, es descortés. Resulta – por otro lado – lógico, para quien afirma que no hay alteridad, no poder escuchar lo que el otro tiene que decir y hacer sorna. Supongo que alguno de ustedes, apasionados lectores, me puede mencionar alguna cita de Lacan al respecto, que hable de que “no hay alteridad”, cada quien toma de un autor lo que le parece y  convence, personalmente me quedo con el Lacan que escribió El tiempo lógico y el aserto de certidumbre anticipada. Un nuevo sofisma
[1] dónde la alteridad aparece como fundamento de la lógica del deseo, idea que será desarrollada más adelante por el mismo Lacan, moviendo esa dinámica hacia la construcción del objeto @.
Al ser interrogado más tarde, después sobre la afirmación de que el psicoanálisis sería una experiencia espiritual, nuevamente en lugar de responder, decide volverse a burlarse del entrevistador: lo que dije está ahí como lo dije, no hay más. Pueden leerlo, está escrito hasta en español.
¿Por qué el estilo grosero de Lacan tiene que reproducirse así? ¿Hay que imitar al maestro hasta en el mínimo detalle? ¿Nos considera idiotas el autor? Lo hemos leído y no tenemos por qué estar de acuerdo con él. Es más, la afirmación de que está en español, es una burla a nuestro interés y a la promoción de la traducción por una editorial como Cuenco de Plata: Se las pongo fácil y hasta está en su idioma… Señor Allouch, precisamente es el idioma de Cervantes, no nos hace ningún favor al brindarnos una traducción de su obra, es usted por otro lado, quien debiese sentirse agradecido de las múltiples invitaciones a Latinoamérica que ha recibido, dónde viaja siempre en primera clase por su propia exigencia. Por otro lado: ¡Triste posición de un autor que no tiene nada que decir o aclarar sobre su obra! Me parece una actitud por demás antifreudiana, porque cómo sabemos, la generosidad del profesor, está consignada en su amplísima correspondencia con sus alumnos y gente fuera del medio analítico, que le escribió haciéndole preguntas, en la que observamos cómo accede a intercambiar ideas y platicar sus inquietudes con la gran calidez que siempre le caracterizó.
Le pregunta luego el entrevistador, acerca del estilo de vida swinger. A mí particularmente el tema no me interesa, pero es una pregunta válida. El entrevistado dice: No sé de qué me está hablando. Señor Allouch, no hay que practicar esas costumbres para opinar sobre el asunto, simplemente hay que leer el periódico y estar informado, abrir el internet y ver que efectivamente las costumbres sexuales de la moral burguesa tradicional, han ido cediendo su lugar a otras más elásticas. No es algo que convenga juzgarse moralmente, pero si es pertinente que el asunto sea estudiado por aquellos que les importa la genealogía de la sexualidad.  Por otro lado, está probado que el psicoanálisis puede trascender el diván, lo hizo Freud muchas veces, allí está como botón El malestar en la cultura. Los psicoanalistas tenemos que abrir los ojos a la realidad y ver a través de las ventanas de nuestro consultorio, eso es intersubjetividad, y es lo que hace posible la lógica social. Un psicoanálisis al borde de los acontecimientos sociales, de la historia y la política, no puede sino estar destinado a convertirse en un cacharro descompuesto, una herrumbre del basurero de la historia.
Lacan no trabajó solo, allí están las fotos con sus alumnos (algunos de ellos sonrientes que después lo abandonaron por razones de sobrevivencia o desacuerdo), y los trabajos que se publican en Scilicet en los que los obliga a renunciar incluso a sus nombres al publicar, pero en los que él no deja de firmar la introducción al primer número. No venga a contarnos una historia que no sucedió M. Alouch, su seminario fue brindado a personas como Merlau – Ponty, Paul Ricoeur, etc. e incluso en los Escritos mismos hay una intervención de un extraordinario filósofo: Jean Hyppolite. También sabemos que buscó la amistad de Foucault, Derrida, etc. Para estar solo, este hombre estuvo muy rodeado, cortejado, si se produjeron desencuentros fue quizá por el lamentable carácter que tenía M. Lacan y que se ha convertido en un fetiche con el que se han identificado muchos de sus imitadores.
Nos dice usted: La primera generación de psicoanalistas que estuvo cerca de Lacan no son lectores de él, ni produjeron nada. Supongo que trata de ser provocativo en lo que dice, así puede venderse una imagen y un discurso al público, pero una mirada más crítica a su afirmación, simplemente nos decepciona de usted. Lo que usted afirma, personalmente me parece ingrato e indigno. Ahí está Françoise Dolto, a quien según sé Lacan siempre tuvo cariño y respeto. Laplanche y Pontalis, analizantes y alumnos suyos a los que les pidió mentir sobre su análisis, frente a cierta comisión de la IPA que determinaría el futuro de Lacan en la institución, y que se negaron a hacerlo, pero que a pesar de alejarse de la figura del maestro, se convirtieron indudablemente en serios analistas que encontraron su propia voz. También están Perrier y Granoff, Safouan, Castoriadis y Piera Aulagnier, además de tantos otros que sí discutieron con él y a su modo lo refutaron, desde sus posiciones particulares. Me parece a mí que también, la historia que nos cuenta respecto a su editor François Whal es falsa, es un hombre al que Lacan le debe mucho, y en gran parte – a pesar de lo difíciles que algunos aún consideran sus textos – la inteligibilidad de su discurso es gracias a este gran hombre. Whal no era para nada un mediocre filósofo, ni un sumiso secretario cómo los que buscan los profesores universitarios, sino un editor extraordinario que también fue el printer de Derrida, además de estar involucrado con la fundación de Tel Quel, y tener la amistad de personas como Roland Barthes y Philippe Sollers. A pesar de ser latinoamericanos, conocemos un poquito de la historia del movimiento intelectual francés, aunque usted de por sentado que somos ignorantes del tema y algunos tomen incuestionablemente su palabra como verdad.
Por otro lado, para alguien que ha afirmado: la posición del psicoanálisis, digo, será foucaultiana o el psicoanálisis no será más
[2] , decir que Foucault no se tomó la molestia de leer a Lacan, resulta sorprendente. Me parece que conoce usted poco la obra de Foucault, creo que si alguien se tomó el trabajo de leerlo y hasta tomó cierto entusiasmo con su trabajo hasta un poco más allá de mediados de los años 60’s (allí en Youtube hay una entrevista que lo demuestra, que le hizo Alain Badiou ), fue Foucault, quien después fue bastante crítico hacia el psicoanálisis y los psicoanalistas, sin perder el respeto por una práctica hacia la que siempre conservó ambivalencia. Por otro lado, si los psicoanalistas tenemos algo que aprender de Foucault, no es la nerviosidad de la que usted habla, la curiosidad que no le deja estar tranquilo, más bien debemos admirar su rigurosidad, su interés en la metodología, su impulso hacia producir un conocimiento abierto: universitario.
Dice usted: En general los profesores no producen nada, la mayoría de los descubrimientos en matemáticas se hacen entre los 20 y 25 años (risas –  estúpidas e incomprensibles para mí – del auditorio transferenciado con el expositor). Y más adelante: Al profesor su estatuto le impide la producción. Déjeme recordarle, Kant, por cierto, publicó la Crítica de la Razón Pura cuando tenía 57 años, incluso ya se había jubilado. Alexander Fleming tenía 47 años cuando descubrió la penicilina. Freud escribió (por aquello de la edad) a los 66 años el Más allá del principio del Placer. Y Murray Gell-Mann se desarrolló muy a gusto siempre en las universidades, para recibir el Nobel a los 40 años por el descubrimiento de las partículas elementales y ha proseguido su enseñanza hacia nuevas generaciones a edad bien avanzada. Encuentro demasiado complaciente a su público y lo lamento, creo que aquí también en México sufrimos del mismo mal hacia la gente que cómo usted viene de Europa o habla en francés sobre cualquier tema, sin necesariamente producirnos nuevos saberes... es nuestro pasado de conquistados el que se hace presente una y otra vez.
También dice: Conozco a muchos profesores que hubieran podido ser brillantes, productivos, y que terminaron siendo profesores (más risas). Hay mucha de malicia en su decir puesto que no sé por qué me sigue pareciendo a mí - después de 30 años - que el papel de profesor es o por lo menos debía ser muy digno, y su decir muestra un poco de ingratitud a quienes le invitan a sus universidades, también una idealización de lo que es un analista, como un ser extraordinario de luz equiparable a los arcángeles divinos. Nuestro trabajo es más modesto, señor Allouch, como analistas y como profesores también (Je le pansi, Dieu le guérit). Y escoge usted muy mal a Jung para embarrárnoslo como ejemplo,  alguien poco ético en su práctica, con una teoría hermética opuesta al psicoanálisis y que tuvo un pasado negro como presidente de la Asociación de Psicología Aria, pues siempre estuvo del lado del poder, como producto de su ambición.
Sobre sus afirmaciones acerca del almor (¿Por qué la retórica mata a la creación de verdaderos conceptos?), y de su dimensión de soledad, sin la puntualidad para mencionar la tinte trágica que nos subraya Denis de Rougemont en un libro (El amor en Occidente) que le encantaba a Lacan; parcialmente he de concederle la razón, pero con cierta tranquilidad, debo confesarle que usted habla desde una posición muy subjetiva, y no tendría por que ser tomado tan en serio. Por otro lado, afirmar que las mujeres están un poco más abiertas que los hombres a la alteridad, es volver a algunos de los esquemas biologizantes, escencialistas, que Freud formuló y de los que con tanto trabajo intentó desprenderse y nos cuestan hoy a nosotros abandonar. 
Por último, lo felicito por expresar sus ideas… supongo que finalmente cree en la alteridad… si está dispuesto a enunciarlas… pero también debe estar dispuesto  a recibir críticas.







[1] Lacan Jacques. El tiempo lógico y el aserto de certidumbre anticipada. Un nuevo sofisma  (Escrito para Les Cahiers d’art en 1945). Escritos I. Editorial Siglo XXI. 17ª  edición. México 1994.
[2] Allouch, J. El psicoanálisis, una erotología de pasaje. Litoral, Córdoba, Argentina 1998.



martes, 4 de noviembre de 2014

La serpiente y el arcoiris. Wes Craven, 1998. Cineclub CPM / CARTAPSI. Comentario de Julio Ortega B.




Para las Almas en pena.

– What do yo want? 
– I want to hear you scream!

Wesley Earl Craven mejor conocido como Wes Craven , es un guionista y director de cine norteamericano, conocido por ser el creador de numerosas películas, entre sus filmes de mayor éxito se cuenta la debatible Pesadilla en Elm Street (1984) y la saga exclusivamente con propósitos monetarios y sin ningún valor artístico de Scream, pero otros trabajos suyos son más valiosos, cómo: La última casa a la izquierda (1972), Las colinas tienen ojos (1977) y La gente detrás de las paredes (1991). Dicen también que se inició en el cine a través de una película porno en la que participó como actor. Forma junto a David Cronenberg y John Carpenter, una tríada esencial para comprender el camino que ha tomado el cine contemporáneo americano de ficción y terror.
En esta película La serpiente y el arcoíris (1998) escoge tomar un tema que hoy está muy de moda en el cine y la literatura (hasta el absurdo de libros atribuidos a un tal Seth Grahame-Smith), que no es otro que el de los zombies y nos fue recientemente ofrecido en la película de Brad Pitt: World War Z (2013), siendo también el tema del juego de video Resident Evil y sus varias secuelas en cine protagonizadas por Milla Jovovich. Pero en ese momento, no era un tópico habitual a pesar de que ya había sucedido el filme de culto Night of the living death (1968) de George A. Romero basada en la magnífica novela Soy leyenda (1954) de Matheson, que no hemos exhibido en nuestro cineclub por considerarla muy conocida, y que no fue la primera película sobre zombies, pues pueden rastrearse por ahí, un par de viejas películas de los 40’s y hasta existe un filme del clásico director Roger Corman; pero la película de Romero, por sus características es sin duda el origen, de muchas películas similares, curiosamente no hizo rico al  director, que perdió los derechos de su obra, esta extraordinaria película casi homemade, que aún hoy sigue siendo terrorífica.
Sin embargo, la película de Craven, toca el tema de una manera muy particular, haciendo hincapié en ciertos aspectos que habitualmente no son tocados por otras películas de terror y que la hacen una curiosidad atractiva y sorprendente.
Voy a leerles completa, la definición del Diccionario de Monstruos de Máximo Izzi[1], pues no tiene desperdicio:

Zombie: (Haití – Vudú) 1. Son las almas de los muertos por muerte violenta, que siguen viviendo en la tierra en forma de fantasmas durante todo el tiempo que habrían vivido en condiciones normales. La misma suerte corren las mujeres que mueren siendo vírgenes. Los brujos hábiles pueden encerrar en botellas a esa almas y venderlas, ya que en ellas se encuentra un notable poder.

2. Más frecuentemente, con la palabra zombie se indica una persona aparentemente (¿o realmente?) muerta, que un brujo hace regresar a una especie de vida vegetal para explotarla como un esclavo. La visión deformada que el cine ha proporcionado de estos seres, pintados como monstruosos muertos vivientes, sedientes de sangre, no podría estar más lejos de la versión original. El zombie auténtico, en efecto, se distingue por su total abulia y su plena sumisión a la voluntad ajena. Ciertamente, bajo el mandato de esta voluntad podría ser inducido a actuar con violencia; pero en general se utiliza exclusivamente como peón o esclavo. La mención más antigua se encuentra en una novela de 1697, de Paul Alexis Blessepois, llamado Pierre Corneille: Le Zombie du Grand – Perou ou la Comtesse de Cocagne; pero la creencia no se populariza sino hasta principios del siglo XX cuándo la HASCO (Haitian american sugar company), con el incremento de la producción de caña de azúcar, pagaba a precio de oro a quien era capaz de proporcionar operarios para la cosecha. Se dice que entonces los brujos vudú empezaron a suministrar este tipo de trabajadores, que no pretendían quedarse siquiera con un pequeño porcentaje de la jugosa paga.
El estado zombie resulta evidente, según afirman presuntos testigos, sobre todo en la mirada: “La cara era inexpresiva y la mirada fija. Los párpados eran blancos, cómo si los hubiera quemado el ácido” (Hurston, 1939); “La cosa más horrible era la mirada, o mejor la ausencia de mirada. Los ojos estaban muertos, como ciegos, carentes de expresión” (Seabrook, 1971). La innata mansedumbre del zombie se puede transformar en ferocidad sólo en el caso de que coma sal, lo cual inmediatamente le da conciencia de su estado y puede llevarle a vengarse cruelmente de su “patrón”.
El nombre zombie todavía no se ha explicado de forma unívoca: podría derivara del congolés nvumbi, cuerpo sin alma, o nsumbi, demonio, o bien de una “revisitación” criolla del francés les ombres; o de un vocablo del área caribeña, zemi, que indica el espíritu de los muertos o los objetos con los que carga dicho espíritu.
En tiempos recientes, ante los numerosos testimonios documentados de occidentales que afirman haber encontrado auténticos zombies, han tomado cuerpo algunas hipótesis para explicar que se trata a menudo, si no siempre, de seres subnormales, que son odiosamente explotados por personas sin escrúpulos. Seabrook piensa en alguna droga capaz de simular el estado de la muerte, que se le suministraría al futuro zombie; luego el brujo que lo ha drogado lo desenterraría y lo utilizaría como esclavo; el escritor recuerda que el Código Penal de Haití, en vigor hasta 1952, todavía prevé penas específicas para un crimen de esta índole.
Hoy en día los experimientos realizados por el norteamericano Davis, parecen dar crédito a ambas hipótesis.
En efecto, la mayor parte de los casos estudiados por Davis resultan personas afectadas por graves deficiencias mentales, alcoholismo y epilepsia. Pero un cierto porcentaje parecería, en cambio, causado por la ingestión de un veneno nervino, la tetrodotsina, contenido en los peces de la familia de los Tetrodontílineos, capaz de provocar un coma profundo, que se puede confundir con la muerte (v. Draugar).

En la película en cuestión encontramos a un jovencísimo Bill Pullman haciendo el papel de un antropólogo aventurero a lo Indiana Jones, que ha sobrevivido al encuentro con un brujo del Amazonas y que es contratado por una compañía que podría ser la Bayer o la Johnson y Johnson, para que vaya en busca de la fórmula que hace zombies con la intención de recrearla en el laboratorio para hacer el bien (sin mirar a quién) y producir medicamentos que salven de la muerte.
Son momentos en que no se habla de biopoder a pesar de que para Foucault,  ya era obvio por sus seminario sobre Defender la sociedad , Genealogía del racismo de 1975 - 1976 y en el mismo año 76, su Historia de la sexualidad: La voluntad de Saber; que el control de los ciudadanos no se ejerce sólo a través de los manicomios y las cárceles, sino mediante la regulación de las investigaciones médicas sobre criterios de economía, rentabilidad de la inversión y aplicación práctica de esos productos médicos a los enfermos, sin importar necesariamente la búsqueda de la salud del paciente. En el biopoder, la medicina, la economía y el control de los cuerpos se mezclan para dar como consecuencia un resultado que no es otro que la docilización de los sujetos  a un orden impuesto, establecido desde fuera e independientemente de su voluntad. Los cuerpos necesitan ser amoldados a las necesidades del nuevo capitalismo que no parece ser protagonizado por una clase dominante en específico, sino que constituye sólo una pirámide absurda de gente infeliz desde la punta a la base en busca de una eficiencia del dispositivo sin importar la suerte de los sujetos.
Pero en nuestro filme, podemos ver a un buen e inocente antropólogo, que no busca otra cosa sino esa substancia mágica, sin cuestionarse los propósitos con que será utilizada. Lo que en realidad va a mostrarnos este filme involuntariamente, es el enfrentamiento del Occidente con otras culturas, en este caso la Haitiana, que ciertamente, sufrió una de las dictaduras familiares más crueles, empezando por Papa Doc, médico y político que gobernó primero en 1957 y luego asumió el trono del poder desde 1964 hasta 1971, y cuándo llegó su muerte dejó el puesto a su hijo Baby Doc quien asumió su cargo a los 19 años convirtiéndose en el dictador más joven de toda la historia, y se mantuvo hasta su derrocamiento en 1986. Todo esto es la melaza mítica, cruel que compone el trasfondo político mágico de Haití, lugar dónde el hambre, la miseria, la esclavitud y la explotación se mezclan cómo si fueran ingredientes lógicos que debieran componer la cultura caribeña (Cuba escapó a ese destino, para buscar otro). Por mi parte, recuerdo a ustedes que es el mismo sitio dónde transcurre una de las mejores novelas de Alejo Carpentier: El reino de este mundo, dónde hace propio de la esencia latinoamericana lo mágico y a la desmesura afroantillana la argamasa de individuos sorprendentes que viven vidas extravagantes atravesadas por el mito, la religión pagana, la magia y los dioses egoístas. El inconsciente  parece estar presente en la superficie sin ser un borde escondido y la realidad es un sueño que a veces se convierte en pesadilla. El erotismo está siempre presente de manera fácil y la sangre abunda caprichosamente, cómo parte de un salvajismo que mezcla la violencia con la lubricidad, sin que medie demasiada distancia entre estos terrenos.
De hecho, el suplicio, el miedo de la víctima, su indefensión, proporciona a los infames esbirros de la dictadura ( los Tontons Macoutes la milicia que aparece en el filme, y que originalmente fue inspirada por los camisas negras fascistas), excitación, un placer inexplicable que no puede ser cambiado por dinero o ningún tipo de favor. Nada más positivamente terrorífico que el sadismo de un salvaje torturador, un perverso sin límites, que busca el sufrimiento del otro. Craven lo ha captado con fineza y los fantasmas del mito se equiparan en estatura con la crueldad humana diurna del sádico. Las escenas son espantosas y nos tocan en lo profundo del corazón, tras de los acontecimientos de Ayotzinapan dónde el gobierno es capaz de matar a sus mejores jóvenes, dónde los policías se convierten en demonios infernales y no hay forma de escapar a sus abusos como no sea por la muerte ¡Qué palabra tan inútil es la crueldad! Otro vocablo roto es: sometimiento.
La violencia de parte de quienes se supone deben cuidarnos es sin duda la más atroz e irracional, pues revela un estado de caos y bestialidad difícil de resistir. Las tumbas aparecen y aparecen, cuerpos y más cuerpos, huesos, restos humanos, que se dice “afortunadamente” no son los de los normalistas… pero entonces: ¿No deberíamos de asustarnos más? ¿De quién son esos cuerpos? La figura del capitán Dargent Peytraud, no es muy diferente de algunos policías cómo los que protagonizaron este incidente de Guerrero, y me recuerda personalmente, al comandante Miguel Nazar Haro, agente de la CIA y cruel torturador que dirigió la guerra sucia contra los movimientos de izquierda que surgieron después del ’68 y que regenteó durante muchos años la Dirección Federal de Seguridad para al jubilarse, comandar una banda de robo y tráfico de autos norteamericanos en México, y volverse asesor de seguridad de regímenes sangrientos como el de Guatemala y el de Honduras, vínculo de negociantes con narcotraficantes, para finalmente fundar con sus hijos empresas de seguridad personal que aún siguen operando, ninguna diferencia entre el agente de justicia y el criminal. Puedo decirles que a pesar de que emergieron muchas pruebas en su contra, nunca fue enjuiciado y él siempre afirmó que estas acusaciones eran producto de una conspiración comunista.
La película no es sólo de terror, sino podría entrar dentro de la categoría de thriller psicológico y nos muestra a este hombre blanco, norteamericano topando con una cultura extraña, siniestra, negra y obscura que está habitada por la magia, no debemos olvidar que Papa Doc era considerado casi un Dios. El panorama no es sólo de terror sino de espanto frente a la violencia salvaje de Estado, pues sabemos que la tortura y la muerte de los enemigos de estos dictadores, era la práctica habitual para combatir a la oposición.
El filme tiene el mérito de introducirnos también, en costumbres y hábitos completamente desconocidos para nosotros que ejercen un efecto fascinante y hasta hipnótico por su fuerza natural y extrañeza. Las escenas de la procesión son auténticas, el arroyo sanador y muchos de los bailes lo son también. Aún vivimos en la magia en muchos sentidos, la ciencia como ideal, es sólo una quimera de los incautos.
La presencia de la Doctora Cathy Tyson (Marielle Duchamp) es uno de los elementos que da más fuerza a la trama, pues su belleza exótica negra, cautiva a causa de  su sensualidad y salvajismo,  singularmente su personaje nos hace saber que también ella a pesar de ser una científica, no puede escapar a la magia que le rodea,  su ser femenino se encuentra atado a la naturaleza de la selva. El ontos animal jaguar de Pullman se une a la serpiente, la madre tierra, bajo el arcoiris del arroyo. El racismo acaba en la cama siempre. 
La muerte por otro lado, es la principal adversaria, ese final del túnel que nos espera a todos nosotros y que no podemos evitar, parece evitable por la nervina, al mismo tiempo nos condena a purgar entre la vida y la muerte, a no ser lo que fuimos, a volvernos esclavos del otro, pareciera que la salvación de la muerte nos conduce siempre a males aún peores. Nuestro ser parece estar condenado a ser para la muerte a reserva de convertirnos en habitantes del infierno.
Curiosamente cómo lo menciona el diccionario, la práctica de crear zombies parece haber estado ligada justo al capitalismo y pareciera recordarnos que todo aquello que toca Occidente con su lógica de explotación da lugar a la perversión de las costumbres locales y la crueldad más despreciable.
Bill Pullman parece triunfar en principio y tras de muchos esfuerzos en los que mide sus fuerzas con los primitivos, obtiene la preciada tetrodotsina de Mozart (en la que ha tenido que participar para su elaboración) sólo a cambio de la fama y un reloj, cómo se sabe, los primitivos de la América Caribeña son simples y estúpidos, fáciles de engañar a cambio de cuentas de vidrio, por los nuevos conquistadores norteamericanos.  
Sin embargo, en una cena de celebración de los negociantes, la esposa del empresario Alan es poseída por Peytraud, haciendo patente la inutilidad de la racionalidad frente a la magia. Pullman vuelve a Haití, dónde es enterrado vivo y finalmente salvado por un exzombie que se apiada de él. Viene el golpe de Estado, la emancipación del pueblo, simultáneamente a su escape de la muerte. La magia negra es vencida por el deseo de libertad y la democracia. Las escenas de la televisión son auténticas (es un acierto el incluirlas) y se combinan con las de la filmación. Sabemos que la película por su tema, no pudo filmarse del todo en Haití y terminó de realizarse en República Dominicana, la pesadilla no estaba muy lejos todavía como para remover las tumbas.
Pullman regresa a la sede de los Tontons Macoutes buscando a Marielle. Ha adquirido poderes tras de sobrevivir a la muerte. El espíritu de su amigo Lucien y su alma de jaguar derrotan a Peytraud, Marielle es salvada por la magia del hombre blanco mezclada con la del hombre primitivo. Todos parecen estar contentos… quien parece beneficiarse más con todo al final no es la feliz pareja, ni siquiera el pueblo, sino la farmacéutica que contrató al antropólogo.



[1] Izzi Massimo. Diccionario ilustrado de los monstruos. Alejandría, Barcelona 2000.

Christopher Bollas: Mental pain

Conferencia de Christopher Bollas: Mental Pain.