Nuovo Cinema Paradiso (Italia,1998).
Giussepe Tornatore.
À Lumière.
No puede imaginarse una película más
ambiciosa que Cinema Paradiso, tanto o quizá más codiciosa en relación al tema,
que esa inefable La Nuit Amèricaine (1973) de Françoise Trauffaut. Está hecha,
cómo ustedes saben, por Giussepe Tornatore que es un director de cine italiano,
que desde los 16 años mostró interés en el teatro, se volvió luego fotógrafo e
hizo su primer acercamiento al cine a través de un documental Le Minoranze
Etniche in Siciilia con el que ganó un
premio. Luego filma El camorriista en 1985, pero se da a conocer ante el gran
público con la extraordinaria Nuovo Cinema Paradiso producida en 1988 por
Franco Cristaldi con una excelente música del conocido Ennio Morricone (autor
del soundtrack de El bueno, el malo y el feo y de la música de más de 400
películas) y que le ganaría el Oscar en 1990, como mejor película extranjera,
además de la Palma de Oro de Cannes en 1989, el premio como mejor película en
el Festival Internacional de Cleveland y el de Mejor película extranjera en los
Globos de Oro. Esta película dará inicio a una carrera muy exitosa que no ha
parado y que con muy pocas bajas ha producido películas de talla, como Pura
Formalidad (1994), Malèna (2000), La desconocida (2006) y La mejor oferta
(2013).
En una entrevista con el director, se
nos revelan ciertos datos, el primer montaje de la película se hizo en 10 días
y algunos de los efectos de sonido los hicieron personalmente el productor y el
director. El ronroneo del perro cuando Toto regresa del servicio militar lo
hace con la boca, el mismo Tornatore. Al salir originalmente al público no ganó
un solo centavo y las críticas fueron en general muy malas. Por ahí dicen, que
que quien no puede crear, lo que hace es criticar. El caso es que sólo estuvo
en cartelera en Italia una sola semana, llevando al productor y director a una
profunda depresión.
Todo mundo decía que si la película
hubiera sido más corta y durado sólo dos horas, habría sido un completo éxito.
Eso hizo que Tornatore se viera obligado a hacer una copia de sólo 125 minutos que
aún circula. Y el filme paró en Cannes por casualidad, porque invitado
originalmente para el Festival de Berlín, fue retirado porque el director de
ese evento invitó la película para después hablar mal de ella, lo que ocasionó
el escándalo y que fuera retirada sin exhibirse. Entonces el director del
Festival de Cannes se sensibilizó frente a la situación y la invitó al festival
francés dónde obtuvo el premio que conocemos.Esta película acredita – como
otros de sus filmes – un discurso confirmado sobre el amor, ese desecuentro que
se puede dar entre dos personas que se aman, el paso del tiempo implacable, la
dificultad de volver a la tierra natal, los prejuicios y el conservadurismo de
un pueblito de provincia. Pero sobre todo, es una película sobre el amor al
cine. Se ha dicho que es una película perfecta en sus detalles, pero Tornatore
con cierto desprecio, ha dicho en otra entrevista a un diario italiano, citando
a Pasolinni, que la gramática de un filme se puede aprender en una semana, que
lo importante es tener una historia que contar.Nos hemos acostumbrado en esta
sociedad contemporánea a la invasión de imágenes, nuestro mundo está compuesto
de estampas, representaciones, efigies que reblandecen las palabras y las ideas
ocupando el lugar de nuestros pensamientos y volviéndonos idiotas. La
televisión, el internet, son dispositivos que arrojan sin piedad iconografías,
y nos hacen perder la memoria, arrastrándonos en un más allá del lenguaje, que
nos vuelve receptores acríticos. Esta historia es reciente y empezó quizá, en
el siglo XIX precisamente con el cine.
En París, Londres, Berlín y New York
las audiencias acuden en masa y se quedan pasmados ante los sencillos filmes de
Lumière que captan el instante y lo dilatan para el goce de los espectadores
que acuden en masa a ver escenas de la vida cotidiana que por el sólo hecho de
ser proyectadas en una pantalla, adquieren el carácter de fabulosas.
Cierto es que, la invención del cine,
es reclamada por varios más: Edison en los Estados Unidos; Max Skladanowsky en
Alemania; Friese-Greene en Gran Bretaña. Sin embargo, para ser justos,
corresponde a los hermanos Lumière dar a luz —¡Paradojas del nombre: llamarse
Luz y entregar la luz del cine a los ojos vírgenes del espectador! —, haber
develado ante unos cuantos hombres,
mujeres y niños asombrados, lo que bien podría ser llamado: el arte total.
Un 28 de diciembre de 1895, en el Salón
Indien del Grand Café de París, se presentaron 10 cortos que asombraron a la
multitud al congelar el tiempo y verter el instante a voluntad. Cuenta la
leyenda que en una función posterior, se proyectó otro corto que se llamaba:
Llegada del tren a la estación, que hizo salir despavoridos a los espectadores
afligidos por el pánico de ser arrollados por la locomotora. El cine tomó desprevenida
a la historia y es quizá uno de esos pocos inventos que transformó totalmente
la vida de las personas, tanto quizá como el reloj.
No podemos imaginar del todo, lo que
significaron los primeros tiempos del cinematógrafo, primero mudo, en blanco y
negro, que formó a las estrellas de Hollywood ante los ojos del público.
Todavía podemos ver en internet las imágenes del entierro de Valentino muerto
en la plenitud de su carrera a los 31 años por efecto de una pertitonitis,
producto de una úlcera perforada (también los ídolos sufren y se
doblegan), y observar cómo sus miles de
seguidores llenaron las calles, sabemos que su duelo provocó también disturbios
y hasta centenares de suicidios en todo el planeta.
Y es que el cine hizo realidad los
sueños y volvió común el compartir historias sin tanta instrucción, ensayo o
cultura, como los que exigían el teatro y la ópera. Para el cine no se
necesitaba ninguna preparación, simplemente se trataba de asistir y sentarse
frente a la pantalla, dejarse arrastrar por los personajes y las historias,
reír y llorar con sus éxitos, sufrir sus desgracias, vivir sus frustraciones,
sus golpes de suerte y salir de la vida común, mediocre de todos los días. La
pantalla era una ventana a lo extraordinario, al Olimpo y al Infierno.
La historia del Cinema Paradiso, es la
misma historia del cine, dónde los espectadores recibían a Chaplin, a Keaton,
Pola Negri, Clara Bowl y lloraban de risa hasta las lágrimas, se excitaban o
deprimían juntos, contagiando al espectador de al lado, provocando una
experiencia colectiva que hacía del cine, una especie de iglesia, coliseo y
arena; no casualmente el destino de muchos de esos cines fue después
convertirse en templos, como el recordado Cine Estadio en la colonia Roma del
Distrito Federal que acabó siendo un Santuario de la Fe de unos religiosos
brasileiros que a deshoras de la noche anuncian en la televisión los milagros
que han producido.El protagonista es un niño de nombre Salvatore y de
sobrenombre Totò, cómo el legendario actor italiano que aparece en la escena de
la plaza dónde se proyecta una comedia justo antes de que ocurra la tragedia y
se queme el teatro, junto con su operador. Va al cine para olvidarse de los
horrores que ha dejado la guerra, podemos ver las calles del pueblo bombardeadas
y el desastre por dónde quiera, mostrándonos una realidad similar a la que
cuentan Sieger y Malaparte en sus novelas. No tiene padre, pues ha muerto en la
campaña de Rusia y se gasta para olvidar su desgracia, el dinero de la leche
que le encargó su mamá, en la entrada a ese único centro de recreo.Es entonces,
poco a poco, que se relaciona con el operador del cinematógrafo, Alfredo
(interpretado por Philippe Noiret, haciendo el papel de su vida) y que ocupará
a final de cuentas el lugar de un padre para él. Merced a este hombre, aprende
los secretos que se esconden detrás de la cabina de exhibición. Desde la fiera
censura del párroco, hasta las entretelas del manejo del aparato proyector y la
administración de los recibos de cada película. Tras del accidente, ocupará el
lugar de su amigo en el Nouvo Cinema Paradiso financiado por la suerte del
siciliano que se saca la lotería y se convierte en empresario cinematográfico.
Pero Alfredo, ciego y todo no lo abandona, vivirá con él – cómo cómplice – la
aventura del primer amor, siempre tierno e inovidable.
Luego vendrá el viaje al servicio
militar, y el abandono de su pueblo natal para poder crecer. Uno mira la
película y ve allí el paso del gran cine italiano neorrealista. Roberto
Rossellini, Luchino Visconti, Vittorio De Sica, Giuseppe De Santis, Alberto
Lattuada, Luigi Zampa están representados en estas escenas sencillas, ingenuas,
naturales y espontáneas, eso que falta tanto en el cine de hoy. También está
ahí el gran Fellini, todos ellos como premisas de este extraordinario nuevo
clásico del cine.
Experimentamos a través de las
funciones, la evolución del cine, desde relatos sencillos y mal pegados, a historias más complejas en
las que desfilan Humprey Bogart, Greta Garbo, Kirk Douglas. A éste último, lo
vemos cegar a Polifemo y burlarse de él, haciendo accesible a todos la gesta
homérica. Nos sorprendemos con el
crecimiento de la pantalla a Panavisión, el cambio a las películas de color y
la evolución del lenguaje cinematográfico hasta alcanzar lo que ahora es. Hay
gente que dice que el cine tiene sus días contados, los cinéfilos creemos que
eso no sucederá y más aún, pensamos que el cineclub es una alternativa viable
al comercialismo impiadoso.Alfredo le dice al partir que no vuelva, que se
olvide de todos, que si lo vence la nostalgia o el temor y regresa, no lo vaya
a buscar, porque no lo recibirá en su casa, eso contra todo lo que pueda
pensarse, es una muestra de verdadero amor. Porque amor no es sólo retener a
los hijos, sino dejarlos seguir su propio camino.
Totò se convierte en un gran director
de cine. Alfredo muere y su mamá lo llama una y otra vez, sabe que él deseará
estar en el funeral de su amigo, que le será difícil volver al pueblo y topar
con los recuerdos, pero que no le perdonaría no buscarlo y no insistir para que
encamine a su padrino en la última jornada.
Gracias a ese viaje, nuestro
protagonista se reencuentra con su
historia, significa su pasado, comprende todo lo que representó para él: el
grande Alfredo.
En las escenas finales, lo acompañamos
por el cine antes de su destrucción, para atestiguar el pasaje de un salón
popular, que convocaba a los habitantes del vecindario, a un masturbadero
público, ruta que fue el destino de muchos cines como el Variedades 1 y 2 en
Xalapa o el Cine Teresa en la antigua calle de San Juan de Letrán en el centro
del DF. También es el paso de un fiesta popular (el último de estos cines en
Xalapa fue el Cinema Pepe, dónde cualquiera podía ver dos o tres películas y
manosear a la novia sin problemas) a un espectáculo de élite regulado por
grandes empresas como Cinépolis o Cinemark dónde las palomitas y el refresco se
cobran como si fueran un plato gourmet.
Lo vemos asistir a la demolición del
Cine Paradiso que como tantos otros teatros de cine, han acabado hechos
escombros o como el Cine Radio de Xalapa, que ahora es un deprimente
estacionamiento junto al Vip’s de la calle de Enríquez. Es la travesía al
olvido de los grandes cines, substituidos por la televisión, el internet con su
Netflix y Youtube, o los smartphones. La ruta de la colectividad a un
narcisisismo cada vez más nítido y cínico.
Alfredo deja una herencia para Totò,
una lata que contiene una película. El final de esta historia es sublime. Es la
exhibición, sólo para los ojos de Salvatore,
de una cinta con el montaje de todas las escenas robadas por la censura,
a esos filmes clásicos que aparecían cortados al gran público y que
permanecieron trozados, castrados durante años.
Las lágrimas del espectador corren al
reconocer una muestra de amor más. Es decir: Te saludo desde el otro lado del
río. Has estado presente hijo, nunca te fuiste para mí, aunque estabas lejos
haciendo tu vida. Antes te empujé a la libertad. Ahora te regalo nuevamente mi
cariño, a través del amor en imágenes de esos dioses y que reprimió la censura, los prejuicios de la hipocresía
católica y el fascismo.
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