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martes, 4 de enero de 2011

Triste final de año.


La foto muestra una escena dentro de una escuela en cierta pequeña ciudad en Veracruz de nombre Tlapacoyan. Es una ceremonia celebrada justo en el día de los Inocentes (28 de diciembre) y si uno mira con cuidado al interior del círculo dentro del patio central del plantel verá un ataúd escoltado por maestros y alumnos. El acto es conmovedor, ella asiste por última vez a la secundaria dónde trabajaba y pasa lista ante una multitud conmovida por su muerte, la expresión de la gente que ha caminado con ella calles y calles a través del pueblo es auténtica como pocas. Nadie les paga por estar ahí, no van por quedar bien con nadie, no esperan recibir – cómo se acostumbra en los mitines políticos mexicanos – la camiseta o el paraguas con el logo de un partido, simplemente están ahí porque tuvieron algún contacto con la finada que yace hoy dentro del ataúd.
Se trata de una maestra de educación física que en vida se llamó Nimsy Méndez y que durante más de 20 años realizó su labor dentro de ese colegio y otros. Mi parentesco con ella es político y se debe a que fue la esposa de un querido primo hermano con el que compartí muchos momentos de mi niñez y algunos locos de juventud.
El día anterior a esta imagen, terminó la noche en vela de su cuerpo en casa, nunca había visto tantos arreglos florales ni coronas juntas en un acto así, tantas muestras de solidaridad y dolor. La gente arribaba a montones, se quedaba un buen rato y hasta lloraba sin ser de la familia. Los hijos no son creyentes de alguna religión pero permitieron que quienes así lo desearan, rezaran el rosario o se manifestaran en sus cantos cristianos y prédica moral. Ante la muerte no nos queda más que decir que el cuerpo es lo de menos, que el alma es la que importa y que Dios está arriba esperando a los justos en el paraíso para premiarles y perdonarles sus pecados. La carne es pasajera y el espíritu eterno. Ilusiones que permiten a los creyentes seguir viviendo en una realidad árida y solitaria que no muchos soportan a pelo.
Su hijo se me acercó en un momento y me dijo: En momentos así, piensas que es imposible que haya alguien arriba cuidándonos, premiando a los justos y eximiendo nuestros pecados.
La casa que no es pequeña se llenó de gente que venía a dar el pésame, pero sobre todo a decir adiós a su amiga, maestra, compañera, conocida casual. Fue necesario poner una carpa y sillas en el patio para dar albergue a los que se acercaron durante la noche, aún así, faltó espacio. Espontáneamente la gente traía pan dulce, galletas, antojitos. Las mujeres del pueblo hicieron en grandes ollas café con canela y dulce, té con frutas para ofrecer a quienes estábamos ahí. La velada fue como se acostumbra, una forma de masticar una noticia que se antojaba increíble, se trataba de dar crédito a lo inesperada y cruel que puede ser la vida en su movimiento a veces absurdo.
Luego de ahí, a la mañana, fuimos a pie a la catedral del pueblo dónde se celebró una misa de cuerpo presente en su nombre. No cupimos todos en la pequeña catedral del pueblo, éramos demasiados los que la queríamos. No soy una persona religiosa pero esta vez, verdaderamente me conmovió el amor de todo un pueblo, que recorrió unos tres kilómetros hasta el centro a pie acompañando a la querida maestra fallecida prematuramente a sus 46 años en la flor de una vida que empezaba quizá una nueva etapa: sin hijos pequeños, sin marido, sin obligaciones mayores, en una libertad que quizá nuca había conocido antes. De la iglesia caminamos a la escuela, luego al cementerio local, la caminata fue larguísima, la más larga de mi vida... la actividad entera del pueblo se paró, los policías abrieron paso a la gente... la banda escolar encabezaba la procesión, la Cruz Roja también nos acompañó con su banda en el sepelio... ningún automovilista se quejó o trató de ganarle el paso al cortejo. Tlapacoyan estaba de luto.
La causa de la muerte fue un terrible accidente en una estrecha carretera. Un percance en el que perdió la vida mi prima cuñada y que por sus características no permitió que pudiésemos ver el cuerpo. Ella y su familia (esposo y dos hijos) habían pasado hace apenas tres días la cena de Navidad en mi casa y en la reunión quién sabe por qué habíamos hablado de los accidentes sufridos por la familia. La recuerdo sin esfuerzo como una mujer sencilla, optimista siempre aún ante la adversidad y la difícil ocupación de ser la compañera de un esposo buena persona, pero siempre inquieto, un poco salvaje desde chico debido a una niñez no muy grata. Ahora él le llora desconsoladamente, sabiendo que no podrá remediar sus faltas, que no puede enmendar ya los errores y que finalmente perdió a la mujer de su vida en un momento en que todavía se podía soñar con el reencuentro.
Rememoro su voz femenina, cálida y plena, su eterna y amable sonrisa, aún velando en el hospital al marido tras de una de sus aventuras que terminó en un accidente en moto, y que hacían ver el inmenso amor que siempre le tuvo a su compañero que nunca dejó de ser su amado/amante y su héroe. También recuerdo esa foto que les tomé a mi primo y a ella hace 30 años en la Ciudad de México, cuando hacían su viaje de luna de miel con mi Nikon FM cuando se revelaban las fotos en el cuarto oscuro, se imprimía en blanco y negro y se formateaba manualmente. Esa foto se las enmarqué junto con otra que les tomé en color, ya en la era digital, veinticinco años después y en el jardín de su casa durante un asado. Afortunadamente están ahí también para dar cuenta de un amor que duró muchos años a pesar de ciertos tropiezos. Los rostros son los mismos básicamente, sobre todo Nimsy, que a pesar de los años y la maternidad, no había cambiado en su alegría interna, sobre todo en esa alegría que aparece en todas las fotos diciéndonos que ella siempre buscó ser feliz y que vivió su vida sin dejarse arrastrar por ninguna nube negra. No fumaba, no tomaba, siempre soltaba la carcajada ante cualquier graciosaza, buscaba en todo momento ser útil y agradar, nunca la vi gritar ni discutir, reclamarle algo al esposo o acusarlo ante otros, tampoco quejarse de alguna dolencia o enfermedad, siempre pensé que ella viviría más que yo o que su esposo.
Yo recuerdo a mi maestro de educación física de la secundaria. Un viejo sesentón con cara de pedófilo, que nos ponía a correr por el patio durante una hora y que luego nos ponía a hacer lagartijas o sentadillas, que se burlaba de aquellos que caíamos agotados y que no aguantábamos el esfuerzo. Ella no era así, y si me viene esa imagen tan desagradable a la memoria es sólo para compararlo con esta mujer hermosa, dedicada en cuerpo y alma a sus alumnos.
Mi sobrina – médica cómo su hermano – me dijo en un momento dado que uno de los niños se le acercó llorando y le dijo: Yo quería a tu mamá cómo a mi mamá. Ella siempre estuvo con nosotros, para ella no había imposibles. Momentos tristes cómo éste en la vida, nos hacen pensar que poca cosa somos, que los mejores no son necesariamente los que siguen en pie, que no hay recompensa para los buenos. No me queda ninguna duda de que ella sabía perdonar como ninguno, actuar siempre en beneficio del semejante, poner la otra mejilla, vaciar su corazón de penas cuando era necesario. Yo soy más complicado y a veces no sé perdonar a la primera... también pienso que hay cosas que son imperdonables. No me queda ninguna duda de que ella era mejor persona que yo, pero yo sigo aquí y ella no. Nada más por eso, las lágrimas se me vienen a los ojos... no sé si de pena o de coraje.
Descansa en paz amiga… y si estás en algún lugar… de seguro seguirás riendo a carcajadas, al mirar más de cerca, los caprichos de Dios.

1 comentario:

Vicent Llémena i Jambet dijo...

Lamentablemente y afortunadamente no siento su dolor pero estoy con usted y la familia recordando la muerte de mi padre. Pero piense que en América aún queda algo de la familia clásica, de la tradicional, aquí en España vivimos un mundo donde un primo no es nada.

No puedo decirle nada más, pero hay una canción que dice "Más vale haber tenido y después perder que nunca haber tenido".


Un fuerte abrazo a su familia y a usted de Vicent.

Christopher Bollas: Mental pain

Conferencia de Christopher Bollas: Mental Pain.