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viernes, 22 de febrero de 2008

Freud y lo que siguió.


Bastián le enseñó al León la inscripción del reverso de la alhaja -¿Qué significa?- preguntó. “Haz lo que quieras”. Eso quiere decir que puedo hacer lo que me dé la gana, no crees?
El rostro de Graógraman pareció de pronto terriblemente serio y sus ojos comenzaron a arder.
-No- dijo con voz profunda y retumbante –Quiere decir que debes hacer tu verdadera voluntad. Y no hay nada más difícil-.
-¿Mi verdadera voluntad?- repitió Bastián impresionado -¿Qué es eso?-
- Es tu secreto más profundo, que no conoces-
-¿Cómo puedo descubrirlo entonces?-
- Siguiendo el camino de los deseos, de uno a otro, hasta llegar al último. Este camino te conducirá a tu verdadera voluntad.-
- No me parece muy difícil – opinó Bastián.
- Es el más peligroso de todos los caminos- dijo el León.
-¿Por qué? – preguntó Bastián – Yo no tengo miedo.
-No se trata de eso- retumbó Graógraman- Ese camino exige la mayor autenticidad y atención, porque en ningún otro es tan fácil perderse para siempre.

Michel Ende (La Historia Interminable)


Corre el año de 1933 cuando LACAN inicia su análisis con Lowenstein, uno de los analistas con más peso en esa época y nombre principal entre lo que más tarde será conocido ante nosotros como la psicología del Yo, su análisis dura sólo tres años y tal vez fracción, al estilo de muchos de los análisis que se realizaban por esa época.
El huevo de la serpiente se ha quebrado y Hitler sube al poder en Alemania como canciller con poderes dictatoriales, su imagen fascinante y diabólica arrastra los restos del Imperio Austro-Húngaro en loca carrera hacia el Fascismo.
Binswagner, Pfister y Marie Bonaparte entre otros, intentan convencer a Freud de que abandone Viena, peticiones que el profesor rechaza, hay que considerar que el profesor está viejo y cansado, no acaba de comprender la dimensión del fenómeno del nazismo y desde luego, no quiere abandonar su amada Viena para empezar todo de nuevo en quién sabe dónde. Finalmente aceptará emigrar a Inglaterra pasando por Francia merced a un cuantioso rescate pagado por la princesa Bonaparte a los fascistas.
El 11 de Mayo de ese año son arrojados a la hoguera de libros en Berlín los escritos de Freud, precedidos de la vehemente declaración de un hombre que dice:

“Contra la sobrevaloración de la vida sexual, destructora del alma y en nombre de la nobleza del espíritu humano, ofrezco a las llamas los escritos de un tal Sigmund Freud”.

El aludido maestro comenta:

“¡Vaya si hemos progresado! En la Edad Media me hubieran quemado a mí. Ahora se han conformado quemando mis libros”.

Es por esta época que Freud escribe a Zweig sobre su cansancio, su derecho a morir, diciéndole también que difícilmente escribe ya otra cosa que sean cartas. Su producción le contradice sobradamente “Moisés y la Religión Monoteísta” (escrita entre 1934 y 1938) y “Análisis terminable e Interminable” (1937) son el final de su vida, obras que abren interrogantes sobre el Padre y el fin del análisis, cuestiones que aún hoy en día preocupan a los analistas.
Entre los años 1933 y 1936 se inicia un movimiento de éxodo de los analistas del continente hacia tierras más seguras que es conocido como “La diáspora Freudiana”. Kris, Fenichel, Hatmann, Eissler, Federn, Sterba, Deutsch y Sackel huyen de la persecución de los nazis doblemente feroz por ser no sólo psicoanalistas, sino judíos.
No parece indiferente que el grueso de esta generación de analistas haya buscado refugio en la Unión Americana y que gran parte de su obra, de su escuela y enseñanza se haya realizado en una lengua adquirida, ajena a la propia. Hechos que también harán que la teoría se adapte a la lógica positiva, comercial, evolucionista y empírica de las prácticas sociales de ese país.
Entre la frase de Freud: “¡No saben qué les traemos la peste...!” supuestamente pronunciada (Lacan cita a Jung con quien mantuvo una charla) en primer viaje a los Estados Unidos y la aceptación de esta disciplina e incluso su popularización en el contexto cultural de la masa, debida a estos hombres de la segunda generación de psicoanalistas parecería haber una distancia, un deslizamiento.
Bleichmar y Liberman[1] hacen notar que el ataque de Lacan a la Psicología del Yo, no busca adaptar al hombre al american way of life, ni es una teoría de la libre empresa. Según éstos autores, se trata de otro fenómeno. Es un medio dónde el positivismo de la psicología oficial impregna toda la actividad científica, entonces esta clase de psicología intenta cumplir con las exigencias propias de éstas demandas.
De una manera ó de otra, se trata quizá de un salto, en el que la teoría cedió a las necesidades de consumo espiritual de esta nueva cultura, por otra parte, un paso estrictamente necesario para la supervivencia de estos refugiados.
Ésta producción postfreudiana se apoya bien es cierto, en la obra del maestro, pero pareciera que la lectura de sus escritos requiere ahora limar las asperezas y puntos oscuros de la teoría (que hay bastantes), dar una ‘buena forma’ a la teoría, aplanarla doctrinalmente. Esta tendencia prevalecerá con algunos cambios hasta nuestros días e influirá en general en la práctica de toda la psicoterapia.
Las innovaciones empiezan a correr por el camino de las ‘buenas intenciones’, aquéllas que hacen el empedrado hacia el infierno. En 1939 Heinz Hartmann publica La psicologia del Yo y la adaptación en dónde se establecen las bases de una práctica que, tomando como pivote una alianza terapéutica con las partes sanas del Yo del paciente, guía la cura hacia la orientación del paciente por un camino más bien pedagógico.
Tres años antes Lacan ha escrito un breve artículo que intitula: “Más allá del Principio de la Realidad”, en donde su exploración de la estructura del Inconsciente le lleva por caminos totalmente opuestos a los de su ex analista.
Las diferencias se hacen patentes tras la muerte de Freud. Muerto el perro se acabó la rabia. El psicoanálisis se convierte en una psicoterapia que busca perfeccionarse en su eficiencia. El oficio de psicoanalista se convierte en el de un especialista médico costoso, más preocupado por el reconocimiento público y las restricciones sociales, que por el estudio y el avance del desciframiento del Inconsciente. La técnica sufre transformaciones importantes y se vuelve a insistir en procurar el encuentro del “significado” del síntoma, alcanzar como meta del análisis algo que Ferenczi había expresado muchos años antes como: “el crecimiento emocional del paciente”. No tengo que recordarles el triste final de este hombre a la búsqueda de un Padre.
Dos fenómenos históricos marcan de manera definitiva la lectura trunca y parcializada que por muchos años prevalecerá de los textos freudianos. El primero de ellos, tiene que ver con la institución analítica. Tras el primer fracaso del comité, aquéllos caballeros ordenados por el profesor para defender el psicoanálisis (Abraham, Eitingon, Ferenczi, Jones, Rank y Sachs), Freud abandona su celo por las cuestiones institucionales y deja las disputas teóricas en manos de su hija Anna y el Dr. Ernest Jones.
Parecería un argumento en exceso endeble pensar que las características de este último personaje, del que entonces Freud se fió, hayan sido determinantes para la relación de los analistas en formación con la obra del entonces ya inaccesible, por su edad, maestro. Pero si miramos con cuidado, Jones – goy y médico – permanece al frente de la I.P.A. un número de años considerable 1920-24, 1934-38 y 1949, se convierte en el biógrafo oficial, llegando al ocultamiento de información esencial que hasta hoy en día permanece vedada dentro de las secciones cerradas de la biblioteca del Congreso de los Estados Unidos.
¿Por qué he resaltado el hecho de que Jones sea no judío y médico? Si bien podrán decir ustedes que ser analista no supone ser judío, creo que Jones restablece en Freud justamente la esperanza de que el psicoanálisis sea aceptado por una comunidad científica más allá de los márgenes de sus entusiastas colaboradores. Jones mismo se explica en estos términos la simpatía desbordada de Freud sobre Jung y el hecho de que entre el período 1906-1910 este último haya aparecido visiblemente ante los ojos de todos como su ‘heredero’. La época del fascismo antijudío se presta como ninguna otra para explicarnos también la elección de Jones, este hombre obsesivo e inteligente, fiel lugarteniente, pero por otro lado, alguien con quién Freud ha tenido serias disputas antes, la más importante de todas la referente a la formación del psicoanalista.
Jones, sin embargo, representa una esperanza de continuidad de la obra psicoanalítica para el maestro. Por otra parte, sabemos desde Erixímaco el prestigio que recubre a los médicos en esa imagen –difícil de soportar- de aquel sabio destinado a proporcionar orden y armonía a los heterogéneos humores del enfermo. Para Jones no existe ninguna duda de que el aspirante a psicoanalista deba atravesar por la carrera de medicina antes de formularse su deseo, su derecho a ser considerado aprendiz dentro de la Institución Analítica… siempre habrá tolerados en el oficio, Marie Bonaparte, Melanie Klein, etc.
La posición, por otro lado, de Freud es bastante clara. Él no considera el psicoanálisis como una especialidad médica y ciertamente no sólo como una psicoterapia, sino como un espejo destinado a revelarnos lo que más íntimamente nos concierne.
Claramente estamos aquí en el terreno de la ética. Si a ustedes les parece increíble esta afirmación, les invito a revisar la 34ª. De las Nuevas Lecturas Introductorias al Psicoanálisis (1933).
Ya en 1926, en Viena, Freud escribe “¿Pueden los legos ejercer el psicoanálisis?” en defensa de su discípulo y amigo Theodor Reik en donde textualmente dice:

“La llamada ‘formación médica’ me parece un fatigoso rodeo para la profesión analítica; es verdad que proporciona al analista muchas cosas indispensables, pero también lo recarga con otras que nunca podrá aplicar, y conlleva el peligro de desviar su interés y su modo de pensar de la aprehensión de los fenómenos psíquicos”.

A pesar de esta enfática afirmación el psicoanálisis se convierte con los años en una práctica cuya sola prerrogativa pertenece a los médicos.
El mismo año antes citado (1926) la Legislatura de Nueva York, a instancias de algunos analistas norteamericanos, declara ilegal todo análisis no conducido por un médico. No satisfechos con esto, los analistas norteamericanos llevan la batalla al seno de la I.P.A. amenazando con romper con el movimiento psicoanalítico a menos que su punto de vista sea aceptado (Brill).
El forcejeo entre partidarios y adversarios lleva a renuncias y crisis entre los años 1926-32 cuando Ernest Jones, al frente de un comité designado para dar solución al problema llega a un acuerdo entre los beligrantes, según el cual cada Asociación Nacional tiene derecho a determinar las calificaciones necesarias para sus miembros. El resultado en Norteamérica será que estos analistas –en contra de las convicciones de Freud – impongan como principio el que sólo podrán ser formados como analistas médicos.
Las consecuencias de esta acción fueron insospechadas y de una trascendencia enorme. “Nadie imaginó entonces que un pequeño y relativamente insignificante grupo de analistas pudiese tener la más leve influencia en el posterior desarrollo del psicoanálisis, ya que todos los avances teóricos y prácticos se originaban en los centros europeos”...”Con el advenimiento de Hitler, todo cambió de pronto. El psicoanálisis ‘desapareció del continente’ (nos dice Bettelheim[2] en un libro indispensable que critica la medicalización del psicoanálisis) y después de la guerra, el grupo de analistas americanos se convirtió en el mayor, el de más influencia”.
El segundo acontecimiento histórico determinante a la lectura de Freud será sin duda el armado de una versión canónica que hoy conocemos como la ‘Standard Edition’ –Y que se inició en 1948. Anna Freud, en un prólogo escrito a la obra en 1974 – tomemos en cuenta que el traductor James Strachey murió en abril de 1967- dice:

“Quizá la mayor alabanza que pueda hacerse de este logro de Strachey es que para una gran parte de los lectores del mundo entero, la Standard Edition, con sus lúcidos comentarios, entró en sorprendente competencia con el texto original del autor”. (sic)

Es una frase que suena curiosa, porque precisamente conocemos la justeza del dicho italiano: Traduttore tradittore… Bruno Bettelhem, quien ustedes bien conocen como una figura importante del psicoanálisis, afirma en contrario de la hija de Freud en “Freud and Man´s Soul”:

“las traducciones inglesas de los escritos de Freud son seriamente imperfectas en aspectos decisivos y conducen a conclusiones erróneas, no solamente acerca del hombre que fue Freud sino también sobre el psicoanálisis. Esto se aplica aún a la autorizada Standard Edition de las Obras Completas de Sigmund Freud”.

Sabemos que la traducción es una labor exigente e imposible quizás, que a final de cuentas es un escamoteo, un engaño, un truco ilusionista. Una vez cumplida la operación de injerto el resultado es en el mejor de los casos una creación. Precisamente se critica mucho la versión de Seuil de los seminarios de Lacan, por ser una adaptación al gusto de J. A. Miller (yerno y heredero de la trade mark y el consorcio Lacan), de las transcripciones de la palabra de su maestro.
Las traducciones circulantes de Freud, distan de aproximarse al original, escamotean conceptos fundamentales. No existe registro de otras traducciones de analistas de la primera generación que pudieran presentarse como alternativas.
Y el panorama empeora, después de leerse a Freud incompleto, haciendo preferencia por lo que se llama sus obras de resumen, se procede a leer sólo resúmenes de sus obras.
La situación para los lectores de habla hispana es, si no peor, seguramente no mejor. Generoso y entusiasta como siempre, Freud ha dado su espaldarazo a la versión promovida por José Ortega y Gasset traducida por Don Luis López Ballesteros y de Torres. En carta fechada el 7 de Mayo de 1923 dice sobre la versión castellana:

“Siendo yo joven estudiante, el deseo de leer el inmortal “Don Quijote” en el original cervantino me llevó a aprender sin maestros, la bella lengua catellana. Gracias a esta afición juvenil, puedo ahora –ya en edad avanzada- comprobar el acierto de su versión española de mis obras”.

Pese a tan elogioso comentario uno no tiene más que abrir superficialmente las páginas para darse cuenta de errores tan serios como la traducción caótica del término VERWERFUNG o la elección de conceptos como INSTINTO en la traducción de TRIEB (hoy traducida como PULSION y dicha diferencia la debemos a Hartmann). Se trata de una traducción que lucha por hacer accesibles al lector medio los complejos conceptos Freudianos, es una traducción paranomásica y no literal.
Etcheverry, nuevo traductor de las “Obras Completas” dice de la versión López Ballesteros que ‘es un trabajo muy bueno, muy ágil, hecho con gran conocimiento de la lengua alemana que expone las ideas de una manera atractiva, sobrada de gracia pero falta de rigor’.
Leer Freud requiere pues de aviso. No dudemos ni por un momento que el primero en hacer notar esto ha sido Lacan.
Hay algo que insiste en la obra del maestro vienés, les sugiero revisar tan sólo cuidadosamente “La Interpretación de los Sueños” (1900), y es que el lenguaje no es sólo lo que forma cadena, eslabón con los contenidos inconscientes, sino que forma su argamaza. Lacan en 1955 en Viena en una conferencia titulada justamente “El retorno a Freud”, en su estilo un poco pedante y enigmático, ha dicho de los textos Freudianos, de la estructura del Inconsciente: “si queréis saber más, leed a Saussure”.
Recordamos el sueño de “las fresas de Anna” en donde las asociaciones se rigen estrictamente por metonimia; el sueño de la “Inyección de Irma” y el cuidadoso procedimiento de análisis por segmentos que hace importante la definición exacta de cada palabra o si ustedes quieren su traducción en la línea de “literalidad de problemática”. Por cierto que este segundo ejemplo fue uno de los primeros trabajos de Lacan para demostrar la existencia de una coherencia interna, de una sólida estructura que desde varios sentidos insiste en una relación ternaria que es casi formulable en términos algebraicos (Anzieu[3]: Lacan 4 de Nov. de 1953).
Todas estas cuestiones nos llevan a pensar sobre la estructura del Inconsciente. ¿Qué hay en él? ¿Afectos, emociones reprimidas? En Freud que siempre se lidió con representantes: representación –cosa, representación –palabra, representante- Fin, representante de la pulsión. ¿Entonces cómo es que habíamos olvidado esto?
Lacan ha puesto de manifiesto la dimensión simbólica que emerge de las obras freudianas, no al estilo de una nueva hermenéutica sino estrictamente en relación a su trascendencia lingüística , lo cual por supuesto no hace de Lacan un lingüista porque a él no sólo le interesa la estructura sino lo que ella soporta o en otros términos como el lenguaje aparece como condición de existencia del Inconsciente. Aportación al psicoanálisis que no se soporta del todo en Freud.
Leer a Freud es descifrarlo, encontrar las constantes significantes, la función de base relacionada con ellas. Es reconocer la verdad donde ‘ello’ habla y sin duda donde ‘ello’ sufre, esto es, dar el valor significante a esas expresiones del Inconsciente que llamamos síntomas distinguiendo las dos redes del material del lenguaje (significado y significante). Esto no es otra cosa sino aplicar la lógica freudiana a los textos de Freud, abrir los ojos y ver que cuando el profesor realiza un análisis del Inconsciente a cualquier nivel lo hace siempre intentando seguir las más de las veces un análisis basado en una lógica del significante. Lacan llega a decir que Freud ha inventado la lingüística antes de que ésta naciese.

[1] Bleichmar M. Norberto y Lieberman de Bleichmar Celia. El psicoanálisis después de Freud. Ed. Paidós 1997.
[2] Bettelheim Bruno. Freud and Man´s Soul. An important re – interpretation of the theory. Vintange Books. USA 1982.
[3] Anzieu Didier: El autoanálisis de Freud. Tomo I. Siglo XXI Editores. México 1978.

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