Uno de los términos que desechó, fue el de degenerado sexual, haciendo énfasis en que la elección sexual depende básicamente de una novela familiar. No se nace hombre ó mujer con destinos predeterminados, sino que se deviene ser sexuado.
A poco más de 100 años del invento freudiano, el panorama cultural de Occidente cambió como producto de las ideas y comprensión psicoanalítica. Lo sexual parece haberse desenfrenado, se asemeja a un producto brindado por la razón capitalista como un perfume, un consolador o cualquier otra mercancía. Los potenciales perversos se han desarrollado con una fuerza que supone la pérdida de una coerción de la sexualidad a modelos tradicionales. Rige el capricho sobre la necesidad, la aventura sobre la Ley, el narcisismo sobre la colectividad, el reto sobre la autocensura. La regla es hoy romper la regla y esa es la exigencia curiosa del Syo hoy día.
El compromiso con el peligro parece regir gran parte de las conductas jóvenes (¡aunque nosostros ya nos arriesgábamos bastante !) y la violencia se ha convertido en moneda cotidiana, que desafía los tabús patriarcales, aún al dispendio de un alto precio personal. La familia es cuestionada en sus valores sacramentales, sobre todo en su hipocresía y el fomento de una educación cargada de culpas y deudas.
El mundo de los adultos piadosos ha dejado de ser el único modelo a alcanzar. En su lugar, nuevos significantes: hombres que encuentran su verdadera identidad como mujeres, mujeres que se identifican como hombres y desean ser vistos como tales, aún sin el falo correspondiente. También, parejas homosexuales que parecen casi indiferenciables de las parejas normales, en dónde uno juega por Eva y el otro por Adán.
En casos como el suyo, se pone al límite la discusión sobre lo que corresponde al sexo o a la educación de género. Si la educación de género determina exclusivamente lo que hace a una mujer, su estatuto es completamente femenino, haciendo caso omiso de su identidad cromosomática. Pero, entonces: ¿Juegan los genitales un papel nulo en la conformación de la subjetividad? Recientemente en México (El Universal 17 de mayo de 2008), con la consecuente expectación social, se llevó a cabo el primer matrimonio civil entre una pareja transexual: Mario y Diana, cuyos nombre originales eran María del Socorro Sánchez (hoy hombre) y José Mauricio Guerrero, respectivamente (hoy mujer).
¿Son entonces esos genitales simplemente un accidente de la naturaleza? ¿Hay acaso más allá del cuerpo una identidad espiritual? Pareciera que la realidad sexual del inconsciente que tiene su contraparte en y sobre el cuerpo físico tiende a negarse en casos como éstos dentro de los estudios sobre género y la sociedad tiende poco a poco a admitir este tipo de acontecimientos, como parte de una agitación que busca una supuesta igualdad de derechos. Cuando al parecer, legalmente, violentan sus derechos como individuos y pueden incurrir en una falta jurídica, según asevera el Dr. Rogelio Barba en su artículo: Cambio de sexo y sistema jurídico (Revista electrónica de Derecho Número 2. ISSN 1870-2155).
Eso que algunos llaman crisis de valores: ¿No es acaso el torbellino dónde puede reconocerse que los valores no dependen de instancias con valores fijos, tal y cómo lo aseguró Nietzsche? Los griegos toleraron bajo determinadas reglas la homosexualidad, su civilización se apoyó en el esclavismo. El circo mortal de gladiadores era un deleite para los espectadores romanos y un honor para los caídos. La cacería de brujas de la Inquisición Papal, fue una obsesión por satanizar la sexualidad sometida de las mujeres. Los sacerdotes aztecas se cubrían con la piel de los guerreros sacrificados vencidos. Esas cotidianeidades de ayer, nos parecen hoy monstruosas.
Nuestra vida privada contemporánea, debiese empujarnos a reconocernos como meros productos de una alteridad que nos sobrepasa. Somos efecto de nuestro tiempo y nos cuesta trabajo asumirnos parte de los caprichos de nuestra cultura. Creemos más de la cuenta en nuestra individualidad. El poeta Rimbaud pugnaba desde hace tiempo: Yo soy otro.
El filósofo Levinas decía: sólo podré ser Yo en la medida que comprenda al Otro, no en el ejercicio de la intolerancia ó la censura moral. La ética de nuestro tiempo ganaría mucho si trazase que cada cual goce de lo suyo, siempre y cuando no afecte al otro en su individualidad, libertad y derechos aunque, insisto, no parece ser ésta la máxima de nuestros tiempos que más bien se juega por pisar al otro en la consecusión del placer, proteger al poderoso, y pisar al de abajo.