Festen es la primera película
del movimiento Dogma 95 iniciado por Thomas
Vinterberg, su director, y Lars von Trier. El filme sigue los postulados de
sobriedad propuestos por el movimiento, lo que implica prescindir de escenografías,
musicalización, efectos especiales, flashbacks,
la apelación a un género cinematográfico, entre otros recursos. Es de esta manera como nos presenta un tema
crudo, el de una familia en la cual el padre viola a sus hijos, situación que
permanece como secreto cercado en una familia burguesa marcada por el reciente
suicidio de una hija.
La
verdad es puesta al descubierto, luego de mucho tiempo, en la celebración del
cumpleaños número 60 del padre; el festejo cumple su función de válvula de
escape y permite la exhibición de lo reprimido, el momento de escándalo que, pese
a los intentos de ser acallado, finalmente aparece pues después de todo se
trata de una fiesta.
Junto
con sus esposa Helge, el festejado, recibe a invitados y familiares, entre
ellos una hija soltera, madura, que parece agobiarse por saltar de una relación
a otra sin mucha satisfacción; otro hermano padre de tres hijos que al igual
que su esposa parecen tener poca importancia en su vida conflictiva y
desordenada la cual funciona como pantalla para acallar su realidad; no por
coincidencia es este personaje, al que parece no importarle nada, el que menos
resiste el testimonio de violación de Christian, el hermano gemelo de Linda la
hija que se suicida ante el horror de revivir en sueños las violaciones de su
padre.
Nuestra
primera impresión es inevitable, estamos ante temas cardinales para el
psicoanálisis: El patriarca de la horda primitiva que somete a los hijos
súbditos generando los celos pero también la identificación, después, su
derrocamiento y con ello la reunión fraterna entre los hermanos unidos por una
culpabilidad común. Por otra parte el incesto, tabú generalizado el cual nos
recuerda que nuestras diferencias como humanos son más bien del orden del folclor
y, en cambio, existen similitudes que nos estructuran.
Pero
esta observación puede cometer el error de quedarse en el frío descreimiento
que ve en las elaboraciones freudianas una mitología o, en el mejor de los
casos, una metáfora de la subjetividad humana. Uno de los aciertos de Festen es que nos presenta, en un justo
equilibrio, la temática en su dimensión paradigmática y por otra parte su
carácter formal nos acerca a la realidad de un tema más común de los que
nuestras sociedades quisieran aceptar.
Si
nuestro interés por el psicoanálisis nos mueve a ocuparnos por lo menos en la
mirada del acontecer subjetivo en el que vivimos, no habría de sernos ajena la
existencia usual de abusos no sólo al interior de las familias, sino también en
la trata de menores la cual funciona muchas veces bajo el consentimiento de las
autoridades; como han mostrado los testimonios de periodistas como Lydia Cacho.
De
igual manera casos como el de Josef Fritzl —quien encerró a su hija en un
sótano de 1984 a 2008, abusando sexualmente de ella desde la edad de once años
y procreando 7 hijos/nietos— indican que lejos de ser mitos, las explicaciones
del psicoanálisis arrojan luz sobre estructuras inherentes a nuestra
constitución psíquica capaces de aparecer en la realidad en sus formas más
extremas.
Aunque
sabemos de la inmediata condena dirigida por nuestras sociedades a casos de
abuso de menores e incesto, sabemos también que son realidades que se ocultan. En
las sociedades actuales el cuerpo del niño, a pesar de ser tabú y prohibición
primordial, o precisamente por ello, es objeto de goce: la trata de menores
ocurre en el subsuelo, en el vecindario de Josef Fritzl nunca nadie pareció
darse cuenta de la terrible situación, igualmente la violación a un menor se
esconde, se calla.
Este
es el caso de Christian, portador de una verdad que intenta ser reprimida no
sólo por la familia sino también por los invitados, representantes de una
sociedad que rehúye la mirada a estos problemas. Luego de los testimonios donde
acusa a su padre de violarlo a él y a su hermana siempre hay alguien que
prosigue con un brindis o cambiando el tema exhibiendo una frivolidad por momentos
grotesca, renegación de lo dicho por Christian. “Hace falta más que eso para
sacudirlos” le dice su padre. Pero Christian vuelve una y otra vez; como ese
sujeto revoltoso e impertinente que describe Freud en su primera conferencia en
la Clark University es el inconsciente al que desalojan del salón pero hace
todo lo posible por regresar. Se le toma por loco, descarriado, hasta se le
acusa de tener mucha imaginación, su madre le dice “debes aprender a distinguir
entre la realidad y la ficción”.
Un
documento famoso por abordar el tema de la seducción y el abuso sexual de niños
es el texto Confusión de lengua entre los
adultos y el niño[1]
(1932). Freud intentó convencer a Sandor Ferenczi, su autor, de no dar a
conocer su escrito, pues lo consideró un retroceso con respecto al abandono de
la teoría de la seducción. En cierta medida parece que Ferenczi da una mayor
importancia al trauma real de un abuso que a la fantasía de una seducción:
“nunca se insistirá bastante” dice “sobre la importancia del traumatismo y en
particular el traumatismo sexual como factor patógeno. Incluso los niños de
familias honorables de tradición puritana son víctimas de violencias y de
violaciones mucho más a menudo de lo que se cree”. Y más adelante continúa “la
objeción de que se trata de fantasías de los niños, es decir, de mentiras
histéricas, pierde toda su fuerza al saber la cantidad de pacientes que
confiesan en el análisis sus propias culpas sobre los niños”.
Desde
una perspectiva que busca reposicionar el compromiso del analista ante la
posibilidad de realidad del relato del paciente, Ferenczi se ocupa de analizar
las reacciones y los efectos del abuso sexual en el niño. En primer lugar
subraya una diferencia en la forma de concebir el encuentro, a eso se refiere
con confusión de lengua, el niño, nos dice, permanece en el “ámbito de la
ternura” mientras el adulto “persona madura sexualmente” lo vive desde el
ámbito de la pasión.
Esta
separación de términos nos confunde aún más respecto a la posición de Ferenczi
pues por un momento parece ignorar la teoría sexual de Freud y volver a la
concepción del niño como un ser inocente que nada sabe de la sexualidad.
Ferenczi habla de una teoría de la genitalidad propia en la que distingue una
fase de la ternura y una fase de la pasión, la primera correspondería al
infante, la segunda al adulto; su encuentro daría lugar a esa confusión en la
que el infante no sabe como interpretar el ser objeto de un amor pasional y el
adulto “transforma a un ser que juega espontáneamente, con la mayor inocencia,
en un autómata, culpable del amor, que, imitando ansiosamente al adulto, se
olvida de sí mismo”.
Si
bien para el niño es imposible simbolizar e incluso entender situaciones de la
vida sexual de los adultos es necesario decir que esto no pasa necesariamente
porque viva sus pulsiones de una manera tierna, observemos a los niños, también
a los padres, si de algo no carece esa relación temprana es de pasión. A diferencia
de Ferenczi cuando en los Tres ensayos[2]
Freud habla de una corriente tierna de la vida sexual lo hace para
referirse al atemperamiento de las metas sexuales entre el periodo de latencia
y la pubertad, es decir, para Freud la ternura aparecería como producto
secundario luego de una represión.
Lo
que habría que rescatar del uso que hace Ferenczi de las palabras ternura y
pasión es su referencia a eso que llama una confusión de lengua, es decir, una
forma distinta en que es vivida la sexualidad por una parte en el infante,
quien no ha alcanzado el desarrollo de la genitalidad y por otra del adulto,
quien entiende esta meta.
La
violencia del abuso sexual a niños tiene esa particularidad, es el encuentro,
para ponerlo en términos freudianos, de una organización pregenital y una genital.
Entre los efectos que este encuentro tendría para el infante Ferenczi señala:
primero una reacción de rechazo y desagrado inhibida por el temor y la
indefensión ante la autoridad del adulto. Resignada esta reacción, y ante el
sometimiento, habría una identificación con el agresor que le haría desaparecer
como realidad exterior. La introyección del agresor, según Ferenczi, da la
posibilidad de transformación y modelado siguiendo el proceso primario y
poniendo al servicio del principio del placer otros mecanismos como la negación, la idealización
o la escisión.
Esto
nos recuerda las razones que da Linda para su suicidio, su padre vuelve a
violarla, ahora en sus sueños, pero la fuerza del evento es tan dura como lo había
sido en la realidad; no le queda otra salida que quitarse la vida para escapar
de su agresor y a la vez quitársela al padre introyectado que sigue abusando de
ella. En Linda,
a pesar del tiempo, sigue actuando esa sobrecarga de estímulos sin ligadura
producto del abuso sexual y del incesto hechos realidad.
A
pesar de que en un primer momento los intentos de la familia por acallar y
desacreditar a Christian nos hacen desconfiar, la película no tiene la
intención de hacer dudar al espectador de lo verídico de su testimonio. Helge no
sólo da lugar a la fantasía, no es la representación de un padre mítico, sino
que encarna ese papel dejando a sus hijos en la necesidad de lidiar con una
terrible realidad.
Es
en 1897 cuando Freud abandona la teoría de la seducción, pues sabe que no es
posible hallar para toda neurosis un rastro concreto de abuso o seducción. Ya
en una carta a Fliess del 6 de abril[3] le
informa de un elemento nuevo como fuente de la histeria, le habla de “las fantasías histéricas, que […] por
lo general se remontan a
las
cosas que los niños oyeron en época temprana y sólo con posterioridad
entendieron”.
Este
punto de inflexión importantísimo para la teoría psicoanalítica implica la
comprensión de la existencia de una realidad psíquica actuando paralelamente a
la realidad exterior. Otra escena en la que el deseo incestuoso es capaz de
generar la fantasía de seducción por parte de un adulto, generalmente uno de
los padres, con lo que el trauma se ve supeditado a la fantasía tamizada por el
deseo.
Hay
entonces un complicado cruce de fronteras en la construcción de un relato de
violación referente, por ejemplo, a la parte negada y ocultada o a los restos
no simbolizados del hecho vivido por el infante. Sería una necedad buscar un
relato objetivo pero de ninguna manera eso implica negar la existencia real de
este tipo de hechos. Es necesario evitar el maniqueísmo de sobrevalorar no sólo
a la realidad sino también al fantasma.
Una
de las tareas del psicoanálisis consiste precisamente en entender las
implicaciones de su puesta en duda de la realidad objetiva, como estudiosos de
esta disciplina debemos ser capaces de tratar con las trampas de la memoria,
entender sus efectos y determinaciones en los sujetos y en la realidad; pero no
podemos dejar de lado los efectos de la propia realidad y los momentos en que
cobra efectividad, en el psiquismo, la violencia de un suceso al que una
persona puede ser sometida sin que su mundo interno participe como causante del
acto.
Manuel Sol Rodríguez
[1] Ferenczi, Sandor. Confusión de lengua entre los adultos y el
niño. Disponible: http://www.isabelmonzon.com.ar/confulenguas.htm. Abril 2013.
[2] Freud, Sigmund. Tres ensayos
de teoría sexual. En Obras completas
VII. Buenos Aires, Amorrortu, 1992.
[3] Freud, Sigmund. Publicaciones
prepsicoanalíticas y manuscritos inéditos en vida de Freud. En Obras completas I. Buenos Aires,
Amorrortu, 1992.
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